Cuando leemos historias como la de Abraham recibiendo a los tres desconocidos, su reacción nos resulta exagerada, artificial, e incluso entrometida, si es que realmente creía que esos hombres eran gente normal y corriente.
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El Señor se apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, mientras él estaba sentado a la entrada de su carpa, a la hora de más calor. Alzando los ojos, divisó a tres hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la carpa y se inclinó hasta el suelo diciendo: «Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu servidor. Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y descansen a la sombra del árbol. Mientras tanto, iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado junto a su servidor!». Ellos respondieron: «Está bien. Puedes hacer lo que dijiste». (Génesis 18:1-5)
Y sin embargo no son historias exageradas. En muchas partes de la Biblia vemos cómo tratan al forastero como si su vida dependiera de ello, y verdaderamente se funcionaba así. La hospitalidad era sacrosanta en los pueblos nómadas de la antigüedad (incluso de hoy). Veamos con más detalle cuál era la ley del desierto, practicada por Israel en su época nómada y vigente entre el pueblo hebreo, si bien con decreciente intensidad, hasta los tiempos de Jesús. Estas leyes nos permitirán comprender mejor el comportamiento y reacciones de muchos personajes bíblicos y su plausibilidad.
Los hebreos de la época de los patriarcas (circa 2000 a.C) eran pastores seminómadas. Esto significa que no poseían un código escrito ni se planteaban los complejos problemas jurídicos que afectan a una sociedad más estructurada (la Ley llegará con Moisés). Ellos se rigen por el llamado «código del desierto«, que abarca sobre todo dos normas fundamentales: hospitalidad y venganza.
Hospitalidad
La ley de hospitalidad es una necesidad de la vida del desierto, que se convierte en virtud. El hombre que recorre estepas interminables sin una gota de agua ni poblados donde comprar provisiones está expuesto a la muerte por sed o inanición. Cuando llega a un campamento de pastores, no es un intruso ni un enemigo, es un huésped digno de atención y respeto, que puede gozar de la hospitalidad durante tres días; cuando se marcha, todavía se le debe protección durante otros tres días (unos 150 kilómetros). Esta ley de hospitalidad la encontramos en el Antiguo Testamento: Abrahán acoge a los tres hombres que pasan junto a su tienda en Mambré (Gén 18,1- 8); Labán recibe con honores al servidor de Abrahán (Gén 24,28- 32); Lot introduce en su casa a los ángeles (Gén 19,1- 8). La norma sigue en vigor en tiempos posteriores, como demuestra el relato de Jueces 19,16-24. Era tan importante, que Lot (Gen 19) y el anciano de Guibeá (Jueces 19) están dispuestos a sacrificar por los huéspedes la honra de sus hijas, algo que bajo nuestros esquemas modernos resultaría sin embargo aborrecible.
Venganza
La ley de la venganza se basa en el principio de la solidaridad tribal. El honor o deshonra de cada miembro repercute en todo el grupo (Gén 34,27-31). Por eso se protege especialmente a los miembros más débiles (huérfanos, viudas). Y si asesinan a un miembro de la familia, se toma venganza, matando al asesino o a sus parientes. (Las luchas entre familias gitanas, que provocan a veces numerosas muertes, reflejan muy bien la pervivencia de esta ley en ciertas culturas). Esta norma, que el canto de Lamec (Gén 4,23-24) remonta a los orígenes de la humanidad, la encontramos en vigor siglos más tarde: Joab mata a Abner para vengar la muerte de su hermano Asael (2 Samuel. 2,22-23; 3,22-27). Absalón mata a Amnón para vengar la deshonra de su hermana Tamar (2 Samuel. 13). Las otras tribus atacan a la tribu de Benjamín para vengar el crimen de Guibeá (Jueces 20). Pero la venganza de sangre no se practicaba dentro del mismo grupo; en tal caso el asesino era expulsado de la comunidad, como ocurre en el caso de Caín.
Raza
Junto a estas dos leyes fundamentales (hospitalidad y venganza), algunos autores ponen una tercera: la pureza de la raza. Los matrimonios deben celebrarse dentro de la familia. Así lo demuestra, por ejemplo, el relato de Gén 24, donde Abrahán dice a su criado más viejo:»Júrame por el Señor que cuando le busques mujer a mi hijo no la escogerás entre los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra nativa y allí buscarás mujer a mi hijo Isaac» (v.3-4). Pero no parece que esta ley tuviese excesiva importancia en tiempos menos antiguos: Moisés se casa con una madianita; los clanes de Judá emparientan con cananeas; Salomón tiene una esposa egipcia, otra amonita, etc. La pureza racial sólo adquiere de nuevo gran importancia en Israel hacia fines del siglo V, con la reforma de Nehemías, como reacción a las mezclas de población promovidas por los grandes imperios para eliminar oposiciones nacionalistas a su poder.
La Ley
Cuando las tribus de Israel pasen a una vida en comunidad y se asienten en poblados y ciudades, convirtiéndose en un pueblo sedentario de agricultores y comerciantes, será necesario ir regulando nuevas leyes. «El código del desierto» perdurará durante siglos, pero en una sociedad mucho más compleja se necesita un corpus legal mucho más complejo. Se comenzó con leyes básicas, como el Decálogo (los 10 mandamientos) y luego otras también sencillas. Pero poco a poco se fue viendo la necesidad de hacer leyes más elaboradas y concretas, que pudieran prever la mayoría de los conflictos corrientes y que también legislaran sobre el culto. Así van surgiendo poco a poco todo un conjunto de leyes que serán atribuidas también a Moisés para darles mayor relevancia y enfatizar su procedencia divina. Están recogidas en el Pentateuco, lo que los judíos denominan «La Ley«. Pero con el tiempo y los cambios sociales, esta ley, creada para conseguir la paz y la armonía, terminó siendo una carga rígida y pesada de la que Jesús nos vino a liberar: no está hecho el hombre para la ley, sino la ley para el hombre (Marcos 2:27).
Responsabilidad comunitaria
El concepto de venganza visto antes se basa en el concepto de «responsabilidad comunitaria», que es lo mismo que «solidaridad tribal» pero también para lo malo. Se trata de la idea de que las culpas de un hombre recaen sobre todo su grupo. Cuanto más cercano es el grupo, con más intensidad compartirá sus culpas (al igual que sus virtudes). Así, en sucesivos círculos concéntricos de intensidad decreciente, las consecuencias del pecado cometido por un hombre serán sufridas también por su familia, sus parientes, su pueblo, su tribu y su nación, y en ciertos casos incluso la humanidad entera. Este concepto nos resulta muy chocante a nuestra sociedad individualista, pero resulta lógica para una sociedad basada en la comunidad, no en el individuo.
Hoy ponemos el énfasis en el individuo, y consideramos que sólo él es responsable de sus acciones. Los hebreos sabían perfectamente que no es así, que las acciones de un individuo afectan también a todo su entorno (visión ecológica). Es innegable que los hijos tienen que cargar con las culpas (y las virtudes) de sus padres a todos los niveles: si los padres son ricos o pobres la vida de los hijos será radicalmente distinta, no sólo mientras vivan con ellos, sino durante toda su existencia. De la misma manera, los hebreos consideran que si un hombre pierde su honra, toda su familia quedará deshonrada. Si un rey se deprava traerá la desgracia a todo su pueblo. Si una ciudad se pervierte atraerá el castigo sobre toda la tribu. La decadencia de Israel provocó su conquista y exilio; los hijos que nacieron en el exilio tuvieron que pagar las culpas que cometieron sus padres. Así es la vida. Durante dos mil años han estado los judíos sin patria, pagando “las culpas” de una generación rebelde que en el siglo primero tuvo la osadía de alzarse contra Roma. Desde esta perspectiva ¿Alguien se atrevería a decir que los hijos no cargan con las culpas de sus padres?
Este concepto explica muchos de los acontecimientos narrados en la Biblia, como el pecado de Adán (heredado por todos sus hijos, o sea, la humanidad entera) o la guerra contra la tribu de Benjamín provocada por el mencionado crimen de Guibeá. Acciones que hoy en día nos parecen injustificables, quedan perfectamente justificadas desde el concepto de «responsabilidad comunitaria» de la sociedad de aquella época.
Los hebreos tenían una mentalidad tremendamente teocéntrica, en todo veían, de una u otra forma, la mano de Dios. Si destruimos todos nuestros bosques, las consecuencias serán padecidas por nuestros descendientes durante generaciones: según la mentalidad teocéntrica, esas consecuencias negativas son el castigo de Dios por nuestro pecado ecológico (no hemos cuidado de la creación que Dios ha puesto a nuestro cargo) y por tanto nos castiga a nosotros, pero también a nuestros hijos y nietos y biznietos, etc. ¿tienen ellos culpa? No ¿sufren el castigo? Sí. Los hebreos no se cuestionan por qué ocurre así, simplemente constatan que es así y lo aceptan como voluntad divina al igual que tantas cosas que no comprenden. Por tanto resulta lógico que, ante una ley natural como la que estamos comentando, concluyeran que se trataba de una ley de Dios, por eso a menudo ponen en boca de Dios frases como esta:
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castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. (Éx 20, 5-6)
Vemos en esta afirmación que, a pesar de todo, los hebreos tienen un concepto optimista de Dios. No pueden negar que Dios (y la vida en general, que para ellos es una misma cosa) castiga también en los hijos las faltas de los padres, pero están convencidos de que las consecuencias positivas son más intensas y perduran más que las negativas.
El concepto netamente individualista de nuestra sociedad occidental es relativamente reciente, data de los últimos dos o tres siglos nada más. Y sin embargo ya en el siglo XX han comenzado a surgir corrientes de ideas que ponen el énfasis en que todos estamos interconectados, no somos islas separadas, lo que uno hace, lo que ocurre en un sito, acaba repercutiendo, de una u otra forma en la totalidad. De ahí ha surgido la ecología. El concepto apareció sobre todo a partir de que el hombre pudo ver la Tierra desde el espacio y comprendió que todo está interrelacionado. La «aldea global» que se está formando hace esa sensación cada vez más intensa. Esto terminará por cambiar profundamente (ya lo está haciendo) toda nuestra concepción del hombre, la sociedad y la naturaleza. Dentro de mil años nuestro concepto de responsabilidad, castigo, culpa, premio, etc. será muy diferente al actual, así ha sido siempre. Así que intentemos no pensar que nuestra actual manera de ver las cosas es la única correcta y perfecta, y que cualquier otra mentalidad tiene, por tanto, que estar equivocada. Cuando veamos la manera de tratar la culpa y el castigo en la Biblia, debemos intentar comprender la mentalidad de esa época concreta, pues nadie puede escribir pensando en otra época que no sea la suya (a menos que quiera hacer ciencia ficción o algo parecido). Sólo Jesús habla para toda la humanidad y todos los tiempos, y aún así, lo hace desde los esquemas culturales de su raza y su momento histórico.
Abramos, pues, nuestra mente a la diversidad y comprendamos que la Biblia es un libro antiguo escrito por gente antigua para enseñarnos algo eterno. Si comprendemos la mentalidad de ese pueblo, podremos comprender, por encima de los detalles, la enseñanza que sus relatos nos pretenden transmitir. Es esa enseñanza la que está con certeza inspirada por Dios. El resto de elementos que dependen de la cultura o la mentalidad pueden ser más o menos discutibles, más o menos acertados, pero no quitan mérito al mensaje principal. La gente que ataca la Biblia lo hace apuntando a todos esos pequeños detalles contingentes, dejando totalmente a un lado la trascendencia del mensaje y despojando los textos de su contexto histórico original. A la Biblia nos tenemos que acercar con fe, con la mente abierta y con vista de pájaro, sólo así impediremos que los árboles y los cardos nos impidan ver el grandioso bosque que se nos muestra.
[agradecemos a José L. Sicre sus explicaciones de las leyes de la hospitalidad y venganza que nos han resultado muy útiles para hacer este artículo más claro]
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