Cabecera Apologia 2.1

¿Son los papas auténticos sucesores de Pedro?

Portada: ¿son los papas verdaderos sucesores de Pedro?

Si realmente la Iglesia inicial interpretó el liderazgo de Pedro como sucesorio, entonces al morir Pedro le sucedería alguien que también sería reconocido como líder. Si los papas comenzaron tiempo después, entonces se puede ver claramente que esa idea no estaba en las mentes de la primera comunidad cristiana.

Introducción

En el artículo anterior dimos pruebas de que Pedro estuvo en Roma (ver artículo) y lideró la iglesia de allí junto con Pablo, en el presente vamos a ver si al morir Pedro sus sucesores heredaron o no su primado y el liderazgo sobre la Iglesia universal. La cuestión clave aquí es aclarar quién fue el primer papa (= líder de la Iglesia). Los cristianos católicos dicen que fue Pedro, y tras él su sucesor y así hasta hoy. Los protestantes dicen que el primer papa no llegó hasta el siglo VI o incluso más tarde. Esta afirmación, que puede resultar chocante, no lo es tanto si pensamos que cuando hablamos de “papa” nos referimos todos al obispo de Roma considerado como principal líder de la Iglesia por encima del resto de obispos. Según los protestantes antes del siglo VI tenemos un obispo en Roma, pero no un papa porque ni se consideraba ni era considerado líder de los demás. Será cuando el obispo romano empiece a considerarse con jurisdicción sobre los demás obispos de Oriente y Occidente cuando podemos hablar ya de un verdadero “papa” (un obispo con primacía sobre el resto). Por tanto hay que ver si antes del siglo VI tenemos noticias de que un obispo romano tuviera jurisdicción sobre el resto de obispos cristianos o no. Además, esa preeminencia debería remontarse hasta el primer siglo, lo que demostraría que todos los obispos de Roma, desde el sucesor de Pedro, han considerado siempre que de Pedro y Pablo les viene su cátedra episcopal, y además heredan también la primacía de Pedro, lo que les convierte en líderes de la Iglesia de Jesús. Si se despeja este último obstáculo ya quedará demostrado lo que queríamos analizar con esta serie de artículos: que Jesús fundó una Iglesia, que puso a Pedro como cabeza, que el papel de Pedro era hereditario y, ahora, que los papas son los herederos (ver índice de artículos en: ¿Cuál es la verdadera Iglesia de Jesús?)

San Pedro

Algunos piensan que Pedro no era un papa sino mucho más, y que decir que fue el primer papa o el primer obispo de Roma es disminuir su talla y además incorrecto. Cuando la Iglesia dice que Pedro fue el primer papa no se refiere a que Pedro fuese un papa como los demás o simplemente un obispo. Pedro fue el príncipe de los apóstoles, y eso le sitúa en una posición muy por encima de cualquier obispo y cualquier otro papa. Pero si hablamos de “papa” como el líder de toda la Iglesia, entonces, en ese sentido, es lógico decir que Pedro fue el primer papa, porque él fue el primer líder de la Iglesia. El mismo Pedro se define a sí mismo como presbítero (o sea, sacerdote) en su primera carta: “siendo yo presbítero como ellos” (1Pedro 5:1), así que si él se puede definir como sacerdote -porque también lo era- tampoco será muy inadecuado definirlo como obispo o papa -porque también hizo esas funciones. Pero de todas formas a veces consideramos a los papas como los sucesores de Pedro, y por tanto Pedro no entraría en la lista. Por eso se puede oír que Clemente fue el cuarto papa (Pedro, Lino, Anacleto, Clemente) o que fue el tercer sucesor o el tercer papa en sucesión (Lino, Anacleto, Clemente); oficialmente es considerado el cuarto.

En la primera mitad del siglo II ya tenemos el testimonio escrito de Ireneo de Lyon, nacido en Esmirna (en la actual Turquía) diciendo que tras la muerte de Pedro en Roma (circa 64 d.C) le sucedió Lino (desde el 64 al 77), que además identifica como el Lino mencionado en las cartas de Pablo a Timoteo (2 Timoteo 4:21). También cuenta que a Lino le sucedió Anacleto, y a este Clemente (los tres murieron mártires). En su libro “Adversus Haereses”, Ireneo nos dice textualmente:

[

Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los beatos Apóstoles, entregaron el servicio del episcopado a Lino: a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo. Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba […]. A Clemente sucedió Evaristo, a Evaristo Alejandro, y luego, sexto a partir de los Apóstoles, fue constituido Sixto. En seguida Telesforo, el cual también sufrió gloriosamente el martirio; siguió Higinio, después Pío, después Aniceto. Habiendo Sotero sucedido a Aniceto, en este momento Eleuterio tiene el duodécimo lugar desde los Apóstoles. (Ireneo de Lyon, Adversus haereses, III, III, 3.3, año 180)

No sólo nos dice que fue el primer sucesor de Pedro, sino que además el propio Pedro decidió que fuera él su sucesor, así que tendríamos una elección directa de Pedro al primero de los papas (segundo si consideramos a Pedro el primero), aunque probablemente de forma colegiada -por lo pronto nos dicen que también Pablo decidió, y tenemos el precedente de la elección de Matías por votación también organizada por Pedro (Hechos 1: 24-26). Según algunas referencias, parece que Lino empezó a ejercer su cargo incluso antes de morir Pedro. Esto pudiera ser cierto teniendo en cuenta que tanto Pedro como Pablo estuvieron encarcelados antes de ser finalmente ejecutados, así que es muy probable que aún en vida, los encarcelados Pedro y Pablo decidieran de alguna manera nombrar un sucesor que pudiese encargarse de la iglesia romana con más libertad que ellos.

Así pues, en tiempos de Ireneo tendríamos la siguiente sucesión: Pedro, Lino, Anacleto, Clemente, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telesforo, Higinio, Pio, Aniceto, Sotero, Eleuterio. A unos 10 años por papa; comprensible porque todos ellos fueron martirizados por su fe pocos años después de ser elegidos. Justo es decir que de las varias listas de sucesión que conservamos de la Antigüedad no todas son idénticas pues a veces aparece un Kleto, pero más bien parece que se trate de error debido a que “Anacleto” también se puede llamar “Cleto”, pero algunos autores más tardíos pensaron que ese “Cleto” era un papa diferente y lo insertaron en la línea de sucesión como si fuera otro más.

Sobre San Clemente, Ireneo nos dice:

[

vio a los Apóstoles benditos y conversó con ellos y que aún le sonaba en sus oídos la predicación de los Apóstoles, y tenía su tradición ante sus ojos, y no era él solo sino que aún sobrevivían muchos a los que los Apóstoles les habían enseñado. (Adversus haereses, III, 3)
papa Clemente

De este San Clemente, el tercer sucesor, (empezó en en torno al año 88-92 d.C.) ya tenemos testimonio directo, pues se conservan varios escritos suyos, entre ellos una epístola que escribió a los Corintios. En dicha epístola, del año 95-98 o quizá antes, (recordemos que aún estamos en el siglo I) Clemente se dirige a los corintios para mediar en un conflicto que se había formado en la iglesia de dicha ciudad. Parte de la congregación se había sublevado contra sus dirigentes (presbíteros), les habían depuesto de sus cargos y puesto a otros en su lugar. Clemente les hace una llamada a la reconciliación para dirimir sus diferencias y dejar de ser un escándalo para los paganos, y les exige restituir a los cargos originales con el argumento de que esos cargos habían sido nombrados por los apóstoles y por tanto no pueden ser revocados. En esta epístola, pues, vemos claro que ya a finales del siglo I tenemos una Iglesia jerárquica con unos cargos cuya autoridad proviene de la sucesión apostólica, no de la votación popular y menos aún de la autoproclamación. El mismo Clemente deja claro que fueron los apóstoles los que establecieron la sucesión:

[

Y nuestros apóstoles sabían por nuestro Señor Jesucristo que habría contiendas sobre el nombramiento del cargo de obispo. Por cuya causa, habiendo recibido conocimiento completo de antemano, designaron a las personas mencionadas, y después proveyeron a continuación que si éstas durmieran, otros hombres aprobados les sucedieran en su servicio. (Epístola a los Corintios, Clemente)

La trampa de San Ireneo

Hemos visto que la primera lista de papas conservada nos viene de la pluma del obispo oriental Ireneo de Lyon (siglo II). Es frecuente leer escritos que utilizan esta lista de Ireneo como la prueba clara de que Pedro no fue ni el primer papa ni el primer obispo de Roma, pues en esa lista no se menciona a Pedro, sino que empieza con Lino. No suelen copiar el texto de Ireneo porque si citan su fuente el argumento no queda tan claro, pero a veces sí nos dan este texto y coincide con el fragmento arriba transcrito. Recordémoslo con este resumen:

San Ireneo

[

Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los beatos Apóstoles entregaron el servicio del episcopado a Lino… Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó el episcopado. (Adversus Haereses 3, 3, 3)

Ya vemos que los apóstoles entregaron el episcopado a Lino, así que Lino parece un sucesor, no el primero de una “estirpe” como ellos insinúan. De todas formas, lo que ninguno de ellos hace es citar el texto precedente. Citaremos ahora el texto de Ireneo pero empezando antes, por las frases de introducción. Esto es lo que dice:

[

Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y «la fe anunciada»* (Romanos 1:8) a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. Así contradecimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos. Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica. Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los beatos Apóstoles entregaron el servicio del episcopado a Lino: a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo (2 Timoteo 4, 21). Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo, porque aún vivían entonces muchos que de los Apóstoles habían recibido la doctrina. En tiempo de este mismo Clemente suscitándose una disensión no pequeña entre los hermanos que estaban en Corinto, la Iglesia de Roma escribió la carta más autorizada a los Corintios, para congregarlos en la paz y reparar su fe, y para anunciarles la Tradición que poco tiempo antes había recibido de los Apóstoles… (Adversus Haereses 3, 3, 3.)
* La propia referencia que San Ireneo hace de una carta de San Pablo (Romanos 1:8) sugiere que ya desde los inicios Roma no fue una iglesia más: “En primer lugar, doy gracias a mi Dios por medio de Jesucristo, a causa de todos ustedes, porque su fe es alabada en el mundo entero.”

Tras leer este texto vemos claramente cómo el testigo llamado al estrado para condenar al acusado se levanta de su asiento y con dedo firme condena al abogado acusador que lo ha hecho venir al juicio. Lo que está haciendo Ireneo en su texto es afirmar lo contrario de lo que defienden aquellos que lo presentan como prueba ante un público que creen será incapaz de comprobar las evidencias por sí mismos. Según Ireneo, los obispos de Roma son sucesores de Pedro y de Pablo y además, por vía de Pedro, líderes de la Iglesia universal, caudillos de los “fieles de cualquier lugar”. Hubiera sido mejor para ellos olvidarse de Ireneo.

La primacia del obispo de Roma

escritor

El testimonio más temprano conservado sobre la primacía ostentada por un sucesor de Pedro nos viene a finales del siglo primero de la pluma del papa Clemente quien, como ya hemos comentado, escribió una carta con ocasión de una disputa en la iglesia de Corinto (actual Grecia), donde los cristianos rechazaron y depusieron a sus dirigentes. Clemente interviene y les escribe la siguiente carta, en la que se disculpa por tardar tanto en escribir, pues las persecuciones romanas han dificultado su trabajo. Dicha carta comienza con estas palabras:

[

De la Iglesia de Dios que habita como forastera en Roma*, a la Iglesia de Dios que habita como forastera en Corinto. A causa de las repentinas y sucesivas calamidades y tribulaciones que nos han sobrevenido, creemos, hermanos, haber vuelto algo tardíamente nuestra atención a los asuntos discutidos entre vosotros. Nos referimos, carísimos, a la sedición, extraña y ajena a los elegidos de Dios, abominable y sacrílega, que unos cuantos sujetos, gentes arrojadas y arrogantes, han encendido hasta punto tal de insensatez, que vuestro nombre, venerable y celebradísimo y digno del amor de todos los hombres, ha venido a ser gravemente ultrajado.
* La Iglesia se considera forastera en este mundo, pues nuestro verdadero hogar y patria es el cielo.

Y termina diciendo:

[

Mas si algunos desobedecieren a las amonestaciones que por nuestro medio os ha dirigido El [Dios] mismo, sepan que se harán reos de no pequeño pecado y se exponen a grave peligro. Más nosotros seremos inocentes de este pecado… (Epístola de Clemente a los Corintios, LIX)

Con un texto así es difícil comprender que los estudiosos protestantes no vean en esta carta ninguna prueba de la supremacía papal. Es de señalar que esta carta fue considerada por muchas iglesias primitivas como inspirada por Dios, y como tal forma parte de algunas antiguas versiones de la Biblia, como por ejemplo una de las más antiguas conservadas casi entera, el Codex Sinaíticus procedente del Monasterio del Monte Sinaí en Egipto (parte de la Iglesia de Oriente), donde esta carta forma parte de los libros del Nuevo Testamento.

El propio obispo Ignacio de Antioquía, por la misma época (en torno al año 107), escribe una carta a la iglesia de Roma y empezará con una disculpa por atreverse a darles consejos y dejando claro que no es quien para darles ninguna orden (Carta a los Romanos). Pero en la carta de Clemente (finales del siglo primero) vemos algo bien distinto. Empieza también con disculpas, pero no se excusa por entrometerse donde no le corresponde, sino todo lo contrario, se disculpa por haber tardado en ocuparse del asunto de esa iglesia. No está claro si los corintios pidieron ayuda al papa o el papa se sintió obligado a intervenir al enterarse del conflicto, pero en cualquier caso vemos que ambas partes consideran que es responsabilidad del papa resolverlo. Tampoco está Clemente actuando como Ignacio, dando consejos, sino actuando con total autoridad, y recordándoles al final que si no obedecen sus órdenes cometerán un grave pecado. Es evidente que se dirige a ellos con autoridad, aunque a lo largo de su carta intenta suavizar su mandato y mostrar su amor por ellos, pero, como él mismo dice, está seguro de que su decisión ha sido inspirada por el mismo Dios y por tanto es a Dios a quien deben obedecer al cumplir su mandato (probablemente ni los papas actuales se atreverían a decir tanto en un asunto así).

Si la iglesia de Corinto hubiese estado en desacuerdo con esta postura de primacía que ejerce Clemente, al recibir una carta de autoridad tan contundente su reacción normal habría sido romperla e ignorarla o incluso protestar. Por el contrario, los corintios la guardaron, la copiaron y la distribuyeron por otras iglesias como un tesoro, igual que las cartas de los apóstoles, por eso vemos luego que muchas iglesias la consideraban parte de las Escrituras inspiradas por Dios. De hecho, en el año 170 Dionisio de Corinto nos dice que aún es costumbre en la iglesia de Corinto leer la epístola de Clemente los domingos y en el siglo IV Eusebio de Cesárea atestigua que muchas iglesias también la leen.

[

Tengo evidencia de que en muchas iglesias esta carta era leída en voz alta en las asambleas de adoradores [lo que hoy llamaríamos “misa”] en los primeros tiempos, del mismo modo que seguimos haciendo en la actualidad.

Es evidente que tanto Clemente I como la iglesia de Corinto, ya en el siglo I creían firmemente que el obispo de Roma, como sucesor de Pedro, era el jefe supremo de toda la Iglesia de Dios, y no solo de los obispos occidentales.  ¿Por qué se iban si no a someter los corintios al obispo de una lejana iglesia cuando ellos mismos habían desobedecido y rechazado a su propia jerarquía local? Más significativo es el hecho de que cuando ocurre la mencionada revuelta en la iglesia de Corinto, aún estaba vivo el apóstol Juan, que se encontraba no muy lejos de allí, presidiendo la iglesia de Éfeso. Nos lo dice Ireneo:

[

Finalmente la Iglesia de Efeso, que Pablo fundó y en la cual Juan permaneció hasta el tiempo de Trajano, es también testigo de la Tradición apostólica verdadera. (Ireneo de Lyon, Adversus Haereses 3, 3, 4)

Trajano reinó entre los años 98 y 117, Clemente empezó su papado en torno al 88-92 y fue martirizado en el 101. Resulta muy interesante que los corintios no acudieran al mucho más próximo apóstol Juan para resolver sus disputas, sino a Clemente. Una vez muerto Pedro, los papas asumían el liderazgo universal del príncipe de los apóstoles, y por tanto era el papa la persona adecuada para ocuparse de esos asuntos. Los hechos parecen indicar que pocos años después de Pedro su liderazgo sigue siendo ejercitado y reconocido en la persona del papa.

Y este es el primer documento que conservamos de un papa, pero tenemos muchos más casos en los primeros siglos en los que el obispo de Roma interviene en los asuntos de las iglesias locales de otros obispados. Ningún otro obispo se atreve a hacer semejante cosa si no es como parte de un concilio. El propio Ignacio de Antioquía, como ya hemos mencionado, escribe también a otras iglesias por la misma época pero dejando bien claro que él no puede hablarles con autoridad porque no es su obispo; así por ejemplo en su carta a los romanos les dice que “no os estoy ordenando yo como hicieron Pedro y Pablo” (año 110) y en su carta a los Efesios les dice “no vengo a daros mandados como si yo fuera alguien”. Sin embargo declara que la iglesia de Roma “preside en amor” sobre las demás. Curiosamente, de todas las cartas que escribe a las diferentes iglesias, en todas hace mucho énfasis en los peligros de la herejía excepto en la de Roma, concordando con los demás Padres de la Iglesia en que la iglesia de Roma era la principal garante de la ortodoxia. Este es el saludo inicial con el que Ignacio comienza su carta a los romanos:

[

Ignacio, por sobrenombre Portador de Dios (Teoforo) a la Iglesia que alcanzó misericordia en la magnificencia del Padre altísimo y de Jesucristo su único Hijo; la que es amada y está iluminada por la voluntad de Aquel que ha querido todas las cosas que existen, según la fe y la caridad de Jesucristo Dios nuestro; Iglesia, además, que preside en la capital del territorio de los romanos; digna ella de Dios, digna de todo decoro, digna de toda bienaventuranza, digna de alabanza, digna de alcanzar cuanto desee, digna de toda santidad; y presidiendo en el amor, seguidora que es de la ley de Cristo y adornada con el nombre de Dios: mi saludo en el hombre de Jesucristo, Hijo del Padre…

No es la iglesia que preside la ciudad de Roma, sino la que preside “en Roma”, o sea, allí está la presidencia de la Iglesia. De nuevo repite la idea de su presidencia cuando dice que es la que “preside en el amor”, o sea, la que gobierna la Iglesia universal con amor. La redacción griega original no da lugar a ambigüedades en cuanto al significado de estas dos referencias a la presidencia de la iglesia romana, y aún hoy los ortodoxos, sin conceder al papa autoridad sobre toda la Iglesia, admiten con San Ignacio que tiene una “presidencia en el amor” y por ello han decidido recientemente que si ambas iglesias se unen, el papa sería, como antaño, el protos de los patriarcas y merecedor de los mayores honores (Documento de Rávena, 2007), aunque aún no hay acuerdo en cómo se ejercería esa primacía.

Ignacio no se dirige a esta iglesia romana para darles consejos, como hace en todas sus otras cartas al resto de iglesias, sino todo lo contrario:

[

A nadie jamás tuvisteis envidia; a otros habéis enseñado a no tenerla. Ahora, pues, lo que yo quiero es que lo que a otros mandáis cuando los instruís como a discípulos del Señor, sea también firme respecto de mí. Lo único que para mí habéis de pedir es fuerza, tanto interior como exterior, a fin de que no sólo hable, sino que esté también decidido; para que no solo, digo, me llame cristiano, sino que me muestre como tal.

Y a continuación es cuando añade su famosa frase de:

[

No os doy yo mandatos como Pedro y Pablo. Ellos fueron Apóstoles; yo no soy más que un condenado a muerte; ellos fueron libres; yo, hasta el presente, soy un esclavo…
San Ignacio de Antioquía

San Ignacio de Antioquía escribe todas sus cartas durante su último viaje, de camino al martirio, cuando le llevan las autoridades prisionero para ser arrojado a las fieras. Por tanto, su ciudad se queda por lo pronto sin obispo. Mark Bonocore en su debate con Jason Engwer a este respecto comenta: “Lo más significativo es que mientras Ignacio solicita a todas las Iglesias a las que escribe orar por su iglesia de Siria (Antioquia), él nunca encarga esta al cuidado de otra iglesia, sino solamente a Roma. También la frase que usa es bastante interesante, y se hace eco de la terminología que él invoca en su introducción, donde dice cómo “Roma preside en la caridad (= amor)”. Ahora, en su cierre, San Ignacio dice de Antioquia:

[

Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia de Siria, que tiene ahora, en lugar de mi, por pastor a Dios. Solo Jesucristo y vuestra caridad harán con ella oficio [funciones] de obispo.

Por tanto, mientras a todas las otras iglesias pide orar por la de Antioquía, a la de Roma señala que ella es la que ahora tendrá que hacer allí las funciones de obispo –hasta que se nombre un nuevo obispo allí. Es evidente que, faltando el obispo de la ciudad, debe ser su superior quien tome directamente el gobierno en el ínterin.

70 años más tarde, a finales del s. II, otro obispo, Ireneo de Lyon, nos deja de nuevo bien claro que la iglesia de Roma, a través de su obispo, tiene preeminencia sobre todas las demás, y como por esa época ya han aparecido herejías y por tanto algunos lo niegan, hace especial hincapié en dejar bien claro que quien se separa de Roma no puede considerarse miembro de la verdadera Iglesia fundada por Jesús. Recordemos de nuevo el final de la cita vista anteriormente:

[

Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica. (San Ireneo de Lyon, “Contra los Herejes”, libro III, La tradición apostólica)
Tertuliano

Todavía en el siglo II tenemos otro testimonio especialmente interesante, el del apologeta cristiano Tertuliano, que no es considerado Padre de la Iglesia porque acabó cayendo en la herejía del montanismo y modificó muchas de sus creencias. Pero veamos lo que opina del obispo de Roma cuando aún permanecía fiel a la ortodoxia. En su libro “Prescripciones contra todas las herejías” vemos los siguientes textos:

[

Pero si te encuentras cerca de Italia, tienes Roma, de donde también para nosotros está pronta la autoridad [de los apóstoles]. Qué feliz es esta Iglesia a la que los Apóstoles dieron, con su sangre, toda la doctrina, donde Pedro es igualado a la pasión del Señor [crucifixión], donde Pablo es coronado con la muerte de Juan [Bautista, decapitado], donde el apóstol Juan, después que, echado en aceite rusiente, no sufrió ningún daño, es relegado a una isla*. (capítulo XXXVI)
* Tertuliano parece indicar aquí que el apóstol Juan fue llevado a Roma para ser juzgado o allí arrestado, y desde allí enviado a su destierro a una isla. Esto concuerda con los testimonios que afirman que Juan apóstol es el mismo Juan que se confiesa autor del Apocalipsis, en donde dice escribir desterrado desde la isla de Patmos.

Sigue el libro y vemos a Tertuliano afirmar que Pedro es la piedra sobre la que Jesús edificó su Iglesia (contradiciendo la moderna teoría de muchos protestantes):

[

¿Quién, pues, de mente sana puede creer que ignoraron algo aquellos que el Señor dio como maestros, manteniéndolos inseparables en su comitiva, en su discipulado, en su convivencia, a quienes exponía aparte todas las cosas oscuras, diciéndoles que a ellos era dado conocer aquellos misterios que al pueblo no era permitido entender? ¿Se le ocultó algo a Pedro, que fue llamado piedra de la Iglesia que iba a ser edificada, que obtuvo las llaves del reino de los cielos y la potestad de desatar y atar en los cielos y en la tierra? (capítulo XXII)

Aquí vemos de dónde le viene a Roma esa autoridad de la que antes nos hablaba. En este capítulo 22 de su libro nos dice que Jesús ha dado a Pedro la autoridad sobre la Iglesia que sobre él fundará. Más tarde, en el capítulo 32 dirá que los obispos de Roma son sucesores de Pedro, y luego, en el 36, vimos cómo hablaba de la autoridad de Roma. Está claro de dónde viene esa autoridad romana.

Pero una vez que Tertuliano apostató y se hizo discípulo del hereje Montano, se vio incapaz de mantener su idea anterior, pues o Roma tenía razón, o la tenía Montano, y por tanto no tenía más remedio que defender lo contrario que antes. Los seguidores de Montano eran muy rigoristas y decían que los pecados de adulterio y fornicación no podían ser perdonados por nadie. Al parecer tuvo un choque con un obispo que afirmaba que él y todos los obispos en comunión con Roma podían perdonar ese pecado y cualquier otro, pues Pedro había recibido las llaves del Reino para atar y desatar, y esas llaves habían pasado a sus sucesores en Roma y también a los obispos en comunión con él. Tertuliano le escribe una respuesta negando su capacidad de perdonar esos pecados, y para ello tiene que defender la misma postura que tienen ahora muchos protestantes: que la facultad de atar y desatar fue entregada a Pedro pero no heredada por sus sucesores, y mucho menos por los demás obispos en comunión con ellos. Esta postura es justo la contraria a la que había antes sostenido en su libro “De Paenitentia” (Sobre la penitencia) cuando aún no había caído en la herejía. Y así, ya hereje, escribe lo siguiente:

[

Si porque el Señor dijo a Pedro: “Edificaré mi Iglesia sobre esta piedra; te he dado las llaves del reino de los cielos”, o bien: “Todo lo que atares o desatares en la tierra, será atado o desatado en el cielo” presumes que el poder de atar y de desatar ha llegado hasta ti, es decir, a toda la Iglesia que esté en comunión con Pedro, ¿Qué clase de hombre eres? Te atreves a pervertir y cambiar totalmente la intención manifiesta del Señor, que no confirió este privilegio más que a la persona de Pedro. “Sobre ti edificaré mi Iglesia”, le dijo El, “A ti te daré las llaves”, no a la Iglesia. “Todo lo que atares o desatares”, etc. Y no todo lo que ataren o desataren… Por consiguiente, el poder de atar o desatar, concedido a Pedro, no tiene nada que ver con la remisión de los pecados capitales cometidos por los fieles… Este poder, en efecto, de acuerdo con la persona de Pedro, no debía pertenecer más que a los hombres espirituales, bien sea apóstol, bien sea profeta. (De puditicia, XXI)

En más de una ocasión se puede encontrar este fragmento citado como prueba de que ya en el siglo II se negaba claramente que el poder de Pedro se pudiera heredar, aunque para ello tienen que silenciar los anteriores escritos citados. Al contrario, en Tertuliano vemos lo que cualquier católico esperaría encontrar, que cuando es un cristiano dentro de la ortodoxia defiende la creencia de que los papas son herederos del primado de Pedro, y es cuando se vuelve hereje cuando defiende la postura contraria. Ningún protestantes actual se atrevería a defender la fase hereje de Tertuliano pues el Montanismo no está en absoluto en sintonía con el protestantismo, así que en su segunda etapa Tertuliano es tan hereje para los católicos como para los protestantes. Pero aún así nos resulta muy revelador porque su respuesta indica que un obispo contemporáneo suyo está utilizando, como nosotros ahora, el pasaje de Mateo 16, 18-19, para afirmar que las iglesias en comunión con Roma tenían, igual que Pedro, autoridad para perdonar todos los pecados, incluso los graves. El monje Tertuliano, tanto en su ortodoxia como luego en su herejía, nos está confirmando que también en el siglo II se aceptaba la autoridad y primacía de Roma y se justificaba por ser el obispo de Roma heredero de la primacía de Pedro.

A lo largo del siglo III ciertas sedes episcopales claves van adquiriendo preeminencia sobre otros obispados de su zona y se irán configurando los cuatro patriarcados: Roma, Jerusalén, Antioquía y Alejandría. Roma será cabeza del patriarcado de Occidente, pero al mismo tiempo sigue teniendo preeminencia sobre los demás obispos y patriarcas.

En el siglo IV, con Constantino, se inicia un largo camino que terminará poniendo en cuestión este liderazgo inicial y culminará con el Cisma Oriental. Constantino trasladó el peso político del Imperio Romano a Bizancio, donde fundó su nueva capital, Constantinopolis. Sin embargo, el Patriarcado de Roma mantuvo su primacía sobre los demás patriarcas, pues Constantinopla no tuvo su propio Patriarcado hasta el siglo siguiente, y aún así no llegó a tener el mismo peso de Roma. Está claro que la Iglesia primitiva veía al Patriarca de Roma (lo que luego se llamaría “el papa”) como el principal entre los patriarcas y en diversos documentos de oriente y occidente se le reconoce como “sucesor de Pedro”.

San Atanasio

En ese mismo siglo vemos, por ejemplo, el testimonio de San Atanasio, obispo de Alejandría desde el año 328. En uno de sus escritos intenta defenderse de las acusaciones de sus enemigos arrianos y para ello cita parte de una carta que el papa Julio envió a los obispos egipcios en defensa de Atanasio y recriminándoles su falta de respeto a los acuerdos del Concilio de Nicea y a la misma sede de Roma. Los términos de la misiva papal en lo referente a la primacía romana no pueden ser más claros:

[

¿No sabéis que la costumbre ha sido que se nos escriba primeramente a nosotros y que la decisión justa salga luego de este lugar? Si recaía alguna sospecha de este género sobre el obispo de esta ciudad [Alejandría], se debía haber notificado a la Iglesia de aquí [Roma]. Ahora bien, no obstante no haber cumplido con nosotros y después de haber actuado por propia autoridad, como les place, quieren ahora obtener nuestro apoyo en sus decisiones, a pesar de que nosotros nunca le hayamos condenado [a Atanasio]. No es esto lo que ordenan las constituciones de Pablo ni las tradiciones de los Padres; ésta es una nueva forma de proceder, una práctica nueva. Os pido que seáis indulgentes conmigo: lo que os escribo es para el bien de todos. Porque os comunico lo que hemos recibido del bienaventurado apóstol Pedro. (Apología contra los arrianos, capítulo 35)

La trampa de San Agustín

San Agustín

Y a caballo entre el siglo IV y el V tenemos al obispo San Agustín de Hipona. Aunque ya es tardío comparado con los testimonios citados anteriormente, el testimonio de San Agustín es importante porque frecuentemente es usado por los protestantes como prueba de que defendía su misma interpretación de Mateo 16 (o más bien ellos usan la misma que San Agustín), según la cual la roca sobre la que Jesús fundó su Iglesia no fue Pedro sino su testimonio de fe. Esta interpretación ya la hemos desmontado en nuestro artículo anterior (ver El primado de Pedro) pero vamos a demostrar también que San Agustín, a pesar de su peculiar explicación sobre la roca, en realidad defiende igualmente la idea católica de que San Pedro recibió el primado y que este primado fue heredado por los papas.

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San Pedro, el primero de los apóstoles, que amaba ardientemente a Cristo, y que llegó a oír de él estas palabras: 'Ahora te digo yo: Tú eres Pedro'. Él había dicho antes: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo'. Y Cristo le replicó: 'Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Sobre esta piedra edificaré esta misma fe que profesas. Sobre esta afirmación que tú has hecho: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Porque tú eres Pedro. ' 'Pedro' es una palabra que se deriva de 'piedra', y no al revés. 'Pedro' viene de 'piedra', del mismo modo que 'cristiano' viene de 'Cristo'. El Señor Jesús, antes de su Pasión, como sabéis, eligió a sus discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el único que representó la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello, en cuanto que él solo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia, pudo escuchar estas palabras: Te daré las llaves del reino de los cielos. Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto que él representaba la universalidad (catolicidad) y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego, tratándose de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos. En este mismo sentido, el Señor, después de su resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las apacentara. No es que él fuera el único de los discípulos que tuviera el encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que Cristo, por el hecho de referirse a uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y, si se dirige a Pedro con preferencia a los demás, es porque Pedro es el primero entre los apóstoles. No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías ligado por el temor. A pesar de su debilidad, por primera, por segunda y por tercera vez encomendó el Señor sus ovejas a Pedro. (Sermones de San Agustín, 295)

Así vemos que aunque San Agustín cometer un error al interpretar cuál es la piedra de fundación, sin embargo acepta que Pedro es el cabeza de la Iglesia. Pero si alguien quiere citar a San Agustín para atacar al papado tendrá que silenciar también muchos otros textos agustinos donde vemos cómo expresa con claridad su reconocimiento de la autoridad del papa. Por ejemplo, en este texto vemos cómo considera a los papas sucesores directos de Pedro:

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Si la sucesión de obispos es tomada en cuenta, cuanto más cierta y beneficiosa la Iglesia que nosotros reconocemos llega hasta Pedro mismo, aquel quien portó la figura de la Iglesia entera, el Señor le dijo: “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella!”. El sucesor de Pedro fue Linus, y sus sucesores en orden de sucesión ininterrumpida fueron estos: Clemente*, Anacleto, Evaristo, Alejandro, Sixto […] y Siricius, cuyo sucesor es el presente obispo Anastasio. En esta orden de sucesión, ningún obispo donatista es encontrado (Contra Epistolae Mani, 4,5)
Su error de poner a Clemente segundo y no tercero se debe probablemente a la confusión en algunas listas entre Anacleto y Cleto, que en realidad eran el mismo nombre pero algunos creyeron ser dos distintos y no tenían claro si iba antes o después de Clemente.

San Agustín ve en la Iglesia de Roma aquella “in qua semper apostolicae cathedrae viguit principatus”, “aquella en la que siempre ha estado vigente el principado de la cátedra apostólica” (Epístolas 43,7), afirmación que es un reconocimiento claro del primado de la Iglesia de Roma. Cuando San Agustín dice que las llaves las recibió no solo Pedro, sino toda la Iglesia, está defendiendo el primado no solo de él, sino de sus sucesores: “Sicut enim quaedam dicuntur quae ad apostolum Petrum propriae pertinere videantur, nec tamen habent illustrem intellectum, nisi cum referuntur ad Ecclesiam, cuius ille agnoscitur in figura gestasse personam, propter primatum quem in discipulis habuit”, “Algunas cosas, se dice, parecen pertenecer propiamente al apóstol Pedro, sin embargo quienes así piensan no tienen un entendimiento iluminado, pues se las ha de referir a la Iglesia de la que se confiesa, representó la figura en su persona a causa del primado que tuvo entre los discípulos”. Es por esto que considera adecuado presentar sus obras al papa para su aprobación o incluso, si lo considerara conveniente, para su censura, como garantía de que así quedarían limpias de toda posible herejía:

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Estas cosas que. . . respondo, he decidido dirigir de modo especial a tu santidad no para instruir sino para que sean examinadas, y donde tal vez haya algo que displiciera, sea enmendado. (Contra duas epistolae Peliagae)

Así pues, el estudio en profundidad de la obra de San Agustín, lejos de probar las tesis protestantes, como ellos afirman, no hace sino rebatirlas y proclamar la primacía del papa sobre todos los obispos. No parece descabellado pensar también en los protestantes cuando leemos estas palabras de San Agustín dedicadas a los maniqueos:

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Aún prescindiendo de la sincera y genuina sabiduría…, que en vuestra opinión no se halla en la Iglesia Católica, muchas otras razones me mantienen en su seno: el consentimiento de los pueblos y de las gentes; la autoridad, erigida con milagros, nutrida con la esperanza, aumentada con la caridad, confirmada por la antigüedad; la sucesión de los obispos desde la sede misma del apóstol Pedro, a quien el Señor encomendó, después de la resurrección, apacentar sus ovejas, hasta el episcopado de hoy; y en fin, el apelativo mismo de Católica (universal), que sólo la Iglesia ha alcanzado . . . Estos vínculos del nombre cristiano – tantos, tan grandes y dulcísimos- mantienen al creyente en el seno de la Iglesia católica, a pesar de que la verdad, a causa de la torpeza de nuestra mente e indignidad de nuestra vida, aún no se exhibe (San Agustín, Contra epistolae Mani 4, 5)

Entonces, si Jesús creó una sola Iglesia y esa Iglesia es santa, católica y apostólica, ¿cómo hemos llegado a separar el rebaño en tantas iglesias diferentes? La ruptura del rebaño es obra de quien es experto en crear divisiones y enfrentamientos para nuestra propia perdición. Es paradójico y bochornoso que en nombre del amor a Cristo Jesús nos hayamos enfrentado y atacado, y aún hoy en día hay algunos grupos que persisten en esa dinámica. Veamos muy brevemente cómo ocurrió.

El Cisma de Oriente

División Imperio Romano

En el año 330, cinco años después de Nicea, el emperador funda su nueva capital, Constantinopla, sobre la pequeña y antigua ciudad de Bizancio. El obispo subsidiario que había en esa ciudad, sucesor de San Andrés, automáticamente es elevado por decisión imperial al cargo de arzobispo, dentro del patriarcado de Antioquía. En el primer Concilio de Constantinopla, en el 381, el emperador presiona para incluir un canon (norma eclesiástica de funcionamiento) en el que se declara:

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El Obispo de Constantinopla gozará de primacía y honor solo por detrás del Obispo de Roma, pues es la Nueva Roma. (Primer Concilio de Constantinopla, canon III)

Sin embargo, a pesar de las presiones imperiales, el canon no es subscrito por ninguno de los cuatro patriarcas existentes, que rechazan modificar la estructura tradicional de la Iglesia por decisión imperial. Si el papa de Roma no hubiera gozado tradicionalmente de una primacía asumida por los demás patriarcas, habría dado la bienvenida a esta disposición, pues claramente establecía al obispo de Roma como el principal de todos los obispos, por encima incluso de este nuevo patriarcado que con el tiempo se convertiría en su único “competidor” desde oriente. Pero la reacción de Roma no fue esa, sino que al igual que los demás patriarcas, se opuso al canon y no lo firmó. Es evidente que no necesitaba ningún apoyo imperial para defender su autoridad. Más aún, durante décadas Roma se opuso repetidamente a la decisión imperial, rechazando el nuevo patriarcado, hasta que con el tiempo los hechos consumados y la influencia de la nueva capital terminaron por imponerse. En el año 451, en el Concilio de Calcedonia, se establece el arzobispado de Constantinopla como patriarcado con jurisdicción sobre Asia Menor y Tracia y los pueblos bárbaros orientales, estableciéndose así la Pentarquía, con cinco patriarcados: Jerusalén, Roma, Antioquía, Alejandría y la recién llegada Constantinopla (canon XXVIII). Se la iguala en honores con Roma, por encima de los otros tres patriarcados, pero se mantiene la primacía superior de Roma. Cuando Roma y todo Occidente se vayan sumiendo en la barbarie de las invasiones germánicas, Bizancio aumentará su brillo. Constantinopla estará en el centro del mundo “civilizado” y Roma justo en su periferia. Esto hará que el patriarca de Constantinopla vaya ganando peso y consideración en el Imperio Bizantino y cada vez se sienta más molesta su subordinación a Roma.

Sería, pues, ya más tarde, por cuestiones políticas, cuando Constantinopla empiece a desafiar el poder de Roma hasta terminar con la ruptura de la que surgiría la Iglesia Ortodoxa. Los motivos políticos del cisma ortodoxo se hacen más evidentes cuando la situación cambia. Ante la amenaza de la invasión otomana, la Iglesia Ortodoxa decide que sus desavenencias doctrinales con Roma carecen de importancia y no son suficiente motivo para justificar una ruptura de la Iglesia. De este modo aceptan de nuevo la autoridad de Roma con la esperanza de conseguir el apoyo de Occidente en su lucha contra los turcos. Como desafortunadamente no recibieron el apoyo esperado, pronto volvieron a romper con Roma y a reivindicar sus pequeñas diferencias doctrinales como demasiado importantes como para permanecer unidos. En la actualidad, el nuevo movimiento ecuménico que está acercando a ambas iglesias hermanas vuelve a reflexionar sobre la primacía de Roma por imperativo histórico.

Benedicto XVI con patriarca ortodoxo

Resulta pues muy significativo que tras el cisma los ortodoxos aceptaran de nuevo, aunque fuera brevemente, la preeminencia de Roma. Es una prueba más de que toda las iglesias de Oriente y Occidente aceptaron siempre esa preeminencia del obispo de Roma, por eso cuando deciden volver a la Iglesia católica saben que esa re-unión implica necesariamente aceptar la autoridad papal. El papel del papa sólo lo discuten cuando están fuera de la Iglesia. Y a pesar de todo siempre han considerado al papa como “primus inter pares” (el principal entre iguales) y poseedor de una “primacía de honra” (ya comentamos que en el 2007 el “Documento de Rávena” reconoce al papa como “protos”, el primero entre los patriarcas de todo el mundo).

Más tarde, ya bajo el poder turco, será el propio gobierno otomano el que se esfuerce mucho en impedir cualquier relación o reconciliación entre ambas iglesias por temor a que una Iglesia unificada implicara a los países cristianos occidentales en la defensa de sus hermanos cristianos. La conquista turca de Constantinopla, en el 1453 puso fin al patriarcado constantinopolitano, pero al año siguiente Mehmed II lo reinstaura reclamando que su nuevo imperio es heredero de Bizancio. Como nuevo patriarca coloca a Genadio II, una de cuyas principales virtudes, a ojos del Gran Turco, era la de oponerse radicalmente a la unión con la Iglesia Occidental. Y desde entonces, el poder turco se aseguró de que Constantinopla fuera hostil a Roma, y el patriarca ortodoxo tuvo que sobrevivir bajo el control del estado musulmán. Incluso hoy en día, con la democrática y laica Turquía, el gobierno ejerce control sobre el patriarca y exige que sea de nacionalidad turca, lo que limita enormemente la elección de un candidato adecuado teniendo en cuenta el escaso número de cristianos que quedan en ese país. Esto ha hecho que se refuercen las iglesias ortodoxas autocéfalas (nacionales) en detrimento de la primacía de Constantinopla.

Es de señalar, no obstante, que la separación de la Iglesia Oriental y la Occidental no supuso en lo esencial ninguna separación de doctrina y aun hoy, mil años después, apenas podemos acumular un puñado de divergencias. Por esto ambas iglesias pueden considerarse justamente herederas de la verdadera Iglesia de Jesús, los sacramentos ortodoxos son reconocidos como válidos por la Iglesia Católica, que también reconoce su sucesión apostólica. Lo que le falta a los ortodoxos, desde el punto de vista católico, es la comunión con Roma para ser todos un solo rebaño y vivir la plenitud de la gracia.

Cisma en Occidente: la Ruptura Protestante

Martín Lutero

Y en el siglo XVI, seis siglos más tarde del cisma oriental, viene la siguiente ruptura, en 1517. Esta vez no está motivada por motivos políticos sino religiosos, aunque inmediatamente la política se involucrará en el conflicto religioso y las diferencias doctrinales se convertirán en excusa para que ciertos territorios y países luchen por desprenderse del poder de Roma y del Sacro Imperio, degenerando la situación en sangrientas guerras donde no faltaban reyes y países que según sus intereses apoyaban a un bando y luego al contrario.

La situación de la Iglesia católica había degenerado, se producían continuos abusos y excesos y cada vez era más evidente que había que dar un gran cambio. La doctrina no cambió ni se corrompió, pero a menudo era utilizada como arma de explotación y poder. La corrupción y la relajación de costumbres entre el clero estaba por todas partes, y el mismo papado se había convertido en el objeto por el que competían las familias más poderosas de Roma. El espectáculo, en general, era lamentable. Se necesitaba una reforma.

También en el s. XIII se había producido una época de degeneración en la Iglesia. Entonces la figura que se alzó para denunciar los excesos fue la de San Francisco de Asís, que con su vida y con la orden religiosa que creó logró reformar la Iglesia desde dentro.

Pero esta vez, en el s. XVI, la situación fue bien distinta. La figura que se alzó fue la de Lutero, y en lugar de buscar la reforma lo que hizo fue provocar la ruptura. Puede que no fuese esa su intención inicial, pero en cuanto alzó la voz para protestar contra el papa rápidamente se le sumaron príncipes germanos deseosos de lograr mayor poder e independencia, y antes de que supiera qué estaba pasando, Lutero se vio liderando un bloque que rechazaba la autoridad de Roma. A partir de ahí ya se vio libre para modificar toda la doctrina según le pareció conveniente y es entonces cuando surge una nueva rama del cristianismo: el protestantismo. El protestantismo no es, como muchos de ellos defienden, la doctrina original que logró sobrevivir durante siglos al margen de la doctrina romana oficial, el protestantismo surge a partir de las doctrinas que el propio Lutero (y luego Calvino y otros) va perfilando a lo largo de su vida basándose en sus propias conclusiones, en sus conocimientos y en su situación. Ni él mismo afirma haber recibido una revelación divina al estilo del fundador de los mormones, simplemente él cree que las cosas no son como durante siglos ha dicho la Iglesia de Roma, sino como él las ve.

Afortunadamente, la ruptura protestante provocó el enorme terremoto interno que la Iglesia Católica necesitaba y comenzó una profunda reforma interna que logró enderezar la situación y acabar con la mayoría de los excesos. Es paradójico que haya pasado a la historia general los conceptos vistos desde el punto de vista protestante de “Reforma” (la protestante) y “Contrarreforma” (la católica). Si nos atenemos a los hechos habría que calificarlos de “Ruptura protestante” y “Reforma católica”, porque los protestantes no reformaron la Iglesia sino que rompieron con la que había para crear una nueva (que a su vez siguió la mala costumbre de seguir rompiéndose indefinidamente hasta el día de hoy), y los católicos no hicieron una reforma en contra de los protestantes, sino para arreglar su propia situación interior. Es de señalar que los católicos no cambian la doctrina, que siempre ha sido la misma, sino que cambian su manera de aplicarla, su manera de verla, y sobre todo, cambian su manera de funcionar, que es en lo que realmente habían degenerado. Por tanto, los acontecimientos del s. XVI supusieron un profundo saneamiento y purificación de la Iglesia de Jesús, aunque el precio que hubo que pagar fue verdaderamente muy alto: la división doctrinal.

Pasados los siglos, y en buena parte gracias a los nuevos aires ecuménicos promovidos por Vaticano II, la brecha entre las iglesias católica, ortodoxa, anglicana e incluso luterana y algunas más, se va estrechando día a día. Por desgracia, en estos momentos la brecha con algunas de las iglesias protestantes y muy especialmente con las iglesias evangélicas parece tan grande como siempre, si no más. Es de señalar que las iglesias separadas más ferozmente anticatólicas son aquellas que han surgido o se han refundado en Estados Unidos en torno al siglo XIX. Veamos cuál fue su génesis.

Despertares («Awakenings» o «Christian Revivals»)

Evangélicos en éxtasis

Entre el 1750 y el 1850 aproximadamente, se dieron en Estados Unidos dos oleadas de movimientos de renovación espiritual, llamados «awakenings» (despertares). Estos movimientos dieron un impulso renovado a la fe de los protestantes, que se hizo más viva y más comprometida, pero también más individualista aún y con una enorme libertad para interpretar doctrinas. Esta libertad e individualismo propició la aparición de personas de profunda religiosidad que, según su circunstancia y conocimiento, estudiaron la Biblia con detenimiento (invocando la ayuda del Espíritu Santo) y descubrieron doctrinas nuevas que nadie parecía haber reconocido antes. Uno de ellos, Joseph Smith, incluso afirmó haber tenido visiones y revelaciones de Dios a través del ángel Moroni, y recibió un libro sagrado escrito según él por un profeta llamado Mormón en el año 344,  que pasaría a “completar” la Biblia y narra, entre otras cosas, la estancia de Jesús en Estados Unidos. En la primera ola de despertares se reformaron profundamente las diferentes iglesias protestantes, adquiriendo un carácter mucho más americano (de EEUU). En la segunda ola se rompió con las iglesias tradicionales y se crearon iglesias nuevas, fundándose las iglesias que llamamos evangélicas* y paraprotestantes**. Sin embargo rechazan enérgicamente que las consideren un producto norteamericano o que las asocien al predominio cultural del imperio a nivel internacional, pues ellas mismas se consideran todas la restauración de la verdadera doctrina de Jesús.

* Las iglesias evangélicas tienen sus raíces en movimientos europeos y americanos de la primera ola, pero será en EEUU y en esta segunda ola cuando adquieran su carácter actual y se constituyan como un nuevo movimiento claramente diferenciado, aun dentro del protestantismo general.
** Las iglesias paraprotestantes son las de origen protestante que tanto se alejaron de la doctrina tradicional que ya ni siquiera pueden considerarse cristianas, pues no creen en verdades fundamentales como que Dios uno y trino: mormones, testigos de Jehová, adventistas, ejército de salvación, cristadelfianistas...

Por alguna razón, esa nueva oleada de jóvenes iglesias estadounidenses han formado una parte importante (si bien no fundamental) de su identidad como oposición a la Iglesia Católica y no pocos de sus libros y sermones tienen como finalidad atacar las doctrinas católicas, lo que dificulta grandemente el diálogo con ellas. En muchos casos podemos incluso hablar claramente de anticatolicismo, pero afortunadamente, las antes frecuentes acusaciones, incluso a nivel oficial, de que la Iglesia Católica era la iglesia de Satanás, la Gran Ramera de Babilonia y la encargada de llevar a los cristianos a la perdición, poco a poco van remitiendo y hoy muchos de ellos las consideran de mal gusto o incluso falsas.

Además, esta segunda oleada ha resultado desde el principio muy conflictiva dentro del cristianismo porque han convertido a los demás cristianos en el principal objetivo de su evangelización. Siempre hubo cristianos que predicaban sus creencias entre otras iglesias, pero las iglesias cristianas consideraban que la tarea de evangelización consistía fundamentalmente en llevar a Jesús a quienes no lo conocían. Evangelistas y paraprotestantes dedican sus principales esfuerzos misioneros a captar cristianos que ya conocen a Jesús. Sin duda es tarea mucho más sencilla, pero ello les ha llevado al enfrentamiento con otras iglesias, lo cual se ve agravado por el poco respeto que suelen mostrar ante las otras creencias cristianas. Su proselitismo intracristiano hace que en vez de contribuir a la causa global del cristianismo se conviertan en un elemento de conflicto y división, aunque al mismo tiempo suelen mostrar una profundidad de vivencia admirable (lo cual no tiene nada que ver con estar en la verdad o en el error).

Pero en general, aparte de estas iglesias de origen estadounidense, los vientos del siglo XXI están soplando a favor de un mayor entendimiento e incluso acercamiento entre todos los cristianos, revirtiendo la tendencia de siglos a atacarnos mutuamente como si los otros fueran poco menos que demonios malignos. Ahora nos consideramos hermanos en Cristo y aunque no sabemos muy bien cómo lograrlo, sabemos que deberíamos estar todos unidos y esa es la dirección en la que tendríamos que movernos: más cerca, nunca más lejos. La Iglesia empezó siendo una y ese debe ser también su fin, una sola. A pesar de todos los pesares, tenemos que confiar en Jesús y pensar que si su deseo es que “todos seamos uno”, es nuestra esperanza y obligación esforzarnos en la unión y rezar para que él haga la proeza, pues la voluntad de Dios siempre es la que triunfa.

Y ahora, en nuestra serie de artículos para determinar si la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia fundada por Jesús, nos falta aún probar un punto más: que esa Iglesia fundada por Jesús no fue luego pervertida y paganizada por Constantino en el siglo IV como algunos dicen. Ese punto es tan amplio que necesitaremos una nueva serie para aclararlo, la cual comenzará con nuestra próxima publicación: ¿Fundó Constantino la Iglesia Católica?

Plaza de San Pedro en el Vaticano

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Anexo

Lista de papas

1. Pedro ?-64/67(?) 2. Lino 67-76(?) 3. Anacleto 79-90(?) 4. Clemente 92-101(?) 5. Evaristo 99-107(?) 6. Alejandro I 107-116(?) 7. Sixto I 116-125(?) 8. Telesforo 125-136/138(?) 9. Iginio 136/38-140/42(?) 10. Pió I 140/42-154/55(?) 11. Aniceto 154/55-166(?) 12. Solero 166-174(?) 13. Eleuterio 174-189(?) 14. Víctor I 189-198/99(?) 15. Ceferino 199-217(?) 16. Calixto I 217-222 17. Urbano I 222-230 18. Ponciano I 230-235 19. Antero 235-236 20. Fabián 236-250 21. Cornelio 251-253 22. Lucio I 253-254 23. Esteban I 254-257 24. Sixto II 257-258 25. Dionisio 259/60-267/68(7) 26. Félix I 268/69-273/74(7) 27. Eutiquiano 274/75-282/83(7) 28. Cayo 282/83-295/96(7) 29. Marcelino 295/96-304 30. Marcelo I 307-308(7) 31. Eusebio 308-310(7) 32. Miliciades 310/11-314(7) 33. Silvestre I 314-335 34. Marcos 336 35. Julio I 337-352 36. Liberio 352-366 37. Dámaso I 366-384 38. Siricio 384-399 39. Anastasio I 399-402 40. Inocencio I 402-417 41. Zósimo 417-419 42. Bonifacio I 418-422 43. Celestino I 422-432 44. Sixto III 432-440 45. León I 440-461 46. Hilario 461-468 47. Simplicio 468-483 48. Félix II 483-492 49. Gelasio I 492-496 50. Anastasio II 496-498 51. Símaco 498-514 52. Ormisda 514-523 53. Juan I 523-526 54. Félix III 526-530 55. Bonifacio II 530-532 56. Juan II 533-535 57. Agapito I 535-536 58. Silverio 536-537 59. Virgilio 537-555 60. Pelagio I 556-561 61. Juan III 561-574 62. Benedicto I 575-579 63. Pelagio II 579-590 64. Gregorio I 590-604 65. Sabiniano 604-606 66. Bonifacio III 607 67. Bonifacio IV 608-615 68. Adeodato I 615-618 69. Bonifacio V 619-625 70. Honorio I 625-638 71. Severino 640 72. Juan IV 640-642 73. Teodoro I 642-649 74. Martín I 649-653 75. Eugenio I 654-657 76. Vitaliano 657-672 77. Adeodato II 672-676 78. Dono 676-678 79. Agatón 678-681 80. León II 682-683 81. Benedicto II 684-685 82. Juan V 685-686 83. Conón 686-687 84. Sergio I 687-701 85. Juan VI 701-705 86. Juan VII 705-707 87. Sisinio 708 88. Constantino I 708-715 89. Gregorio II 715-731 90. Gregorio III 731-741 91. Zacarías 741-752 92. Esteban II 752-757 93. Pablo I 757-767 94. Esteban III 768-772 95. Adriano I 772-795 96. León III 795-816 97. Esteban IV 816-817 98. Pascual I 817-824 99. Eugenio II 824-827 100. Valentino 827 101. Gregorio IV 827-844 102. Sergio II 844-847 103. León IV 847-855 104. Benedicto III 855-858 105. Nicolás I 858-867 106. Adriano II 867-872 107. Juan VIII 872-882 108. Marino I 882-884 109. Adriano III 884-885 110. Esteban IV 885-891 111. Formoso 891-896 112. Bonifacio VI 896 113. Esteban VI (VII) 896-897 114. Romano 897 115. Teodoro II 897 116. Juan IX 898-900 117. Benedicto IV 900-903 118. León V 903 119. Sergio III 904-911 120. Anastasio III 911 -913 121. Landón 913-914 122. Juan X 914-928 123. León VI 928 124. Esteban VII (VIII) 928-931 125. Juan XI 931-935/36 126. León VII 936-939 127. Esteban VIII 939-942 128. Marino II (Martín III) 942-946 129. Agapito II 946-955 130. Juan XII 955-963 131. León VIII 963-965 132. Benedicto V 965-966 133. Juan XIII 966-972 134. Benedicto VI 973-974 135. Benedicto VII 974-983 136. Juan XIV 983-984 137. Juan XV 985-996 138. Gregorio V 996-999 139. Silvestre II 999-1003 140. Juan XVII 1003 141. Juan XVIII 1003/4-1009 142. Sergio IV 1009-1012 143. Benedicto VIII 1012-1024 144. Juan XIX 1024-1032 145. Benedicto IX 1032-1045 146. Silvestre III 1045-1046 147. Benedicto IX (2a vez) 1045 148. Gregorio VI 1045-1046 149. Clemente II 1046-1047 150. Benedicto IX (3a vez) 1047-1048 151. Dámaso U 1048 152. León IX 1049-1054 153. Víctor II 1055-1057 154. Esteban IX 1057-1058 155. Nicolás II 1059-1061 156. Alejandro II 1061-1073 157. Gregorio VII 1073-1085 158. Víctor III 1086-1087 159. Urbano II 1088-1099 160. Pascual II 1099-1118 161. Gelasio II 1118-1119 162. Calixto II 1119-1124 163. Honorio II 1124-1130 164. Inocencio II 1130-1143 165. Celestino II 1143-1144 166. Lucio II 1144-1145 167. Eugenio III 1145-1153 168. Anastasio IV 1153-1154 169. Adriano IV 1154-1159 170. Alejandro III 1159-1181 171. Lucio III 1181-1185 172. Urbano III 1185-1187 173. Gregorio VIII 1187 174. Clemente III 1187-1191 175. Celestino III 1191-1198 176. Inocencio III 1198-1216 177. Honorio III 1216-1227 178. Gregorio IX 1227-1241 179. Celestino IV 1241 180. Inocencio IV 1243-1254 181. Alejandro IV 1254-1261 182. Urbano IV 1261-1264 183. Clemente IV 1265-1268 184. Gregorio X 1271-1276 185. Inocencio V 1276 186. Adriano V 1276 187. Juan XXI 1276-1277 188. Nicolás III 1277-1280 189. Martin IV 1281-1285 190. Honorio IV 1285-1287 191. Nicolás IV 1288-1292 192. Celestino V 1294 193. Bonifacio VIII 1294-1303 194. Benedicto XI 1303-1304 195. Clemente V 1305-1314 196. Juan XXII 1316-1334 197. Benedicto XII 1334-1342 198. Clemente VI 1342-1352 199. Inocencio VI 1352-1362 200. Urbano V 1362-1370 201. Gregorio XI 1370-1378 202. Urbano VI 1378-1389 203. Bonifacio IX 1389-1404 204. Inocencio VII 1404-1406 205. Gregorio XII 1406-1415 206. Martín V 1417-1431 207. Eugenio IV 1431-1447 208. Nicolás V 1447-1455 209. Calixto III 1455-1458 210. Pío II 1458-1464 211. Pablo II 1464-1471 212. Sixto IV 1471-1484 213. Inocencio VIII 1484-1492 214. Alejandro VI 1492-1503 215. Pío III 1503 216. Julio II 1503-1513 217. León X 1513-1521 218. Adriano VI 1522-1523 219. Clemente VII 1523-1534 220. Pablo III 1534-1549 221. Julio III 1550-1555 222. Marcelo II 1555 223. Pablo IV 1555-1559 224. Pío IV 1559-1565 225. Pío V 1566-1572 226. Gregorio XIII 1572-1585 227. Sixto V 1585-1590 228. Urbano VII 1590 229. Gregorio XIV 1590-1591 230. Inocencio IX 1591 231. Clemente VIH 1592-1605 232. León XI 1605 233. Pablo V 1605-1621 234. Gregorio XV 1621-1623 235. Urbano VIH 1623-1644 236. Inocencio X 1644-1655 237. Alejandro VII 1655-1667 238. Clemente IX 1667-1669 239. Clemente X 1670-1676 240. Inocencio XI 1676-1689 241. Alejandro VIII 1689-1691 242. Inocencio XII 1691-1700 243. Clemente XI 1700-1721 244. Inocencio XII 1721-1724 245. Benedicto XIII 1724-1730 246. Clemente XII 1730-1740 247. Benedicto XIV 1740-1758 248. Clemente XIII 1758-1769 249. Clemente XIV 1769-1774 250. Pío VI 1775-1799 251. Pió VII 1800-1823 252. León XII 1823-1829 253. Pío VIII 1829-1830 254. Gregorio XVI 1831-1846 255. Pío IX 1846-1878 256. León XIII 1878-1903 257. Pío X 1903-1914 258. Benedicto XV 1914-1922 259. Pío XI 1922-1939 260. Pío XII 1939-1958 261. Juan XXIII 1958-1963 262. Pablo VI 1963-1978 263. Juan Pablo I 1978 264. Juan Pablo II 1978- 2005 265. Benedicto XVI 2005 (hasta hoy, 2012)


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25 respuestas a “¿Son los papas auténticos sucesores de Pedro?”

  1. Avatar de MARIA OSUNA RIVERA
    MARIA OSUNA RIVERA

    MUCHAS GRACIAS MIS HERMANOS… estoy aprendiendo mucho con este estudio solo que encuentro que, cuando se menciona sobre la elección de Lino ya que estaban presos Pedro y Pablo, se habla sobre que …»Pedro tomó la palabra…» en Hc 1. 15… haciendo la observación que nuestro Maestro JHS había elegido a 12… «tenemos que elegir a otro que ocupe su lugar (de Judas)… se refiere a Matías no a Bernabé (Hc 1,26).
    Saludos y bendiciones

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      Caray María, qué fallo tan tonto. Muchísima gente habrá visto el error pero hasta ahora nadie había dicho nada. Muchísimas gracias por señalarlo, ya está corregido. DTB

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  2. Avatar de abraham
    abraham

    El papa no es sucesor de Pedro, en el major de los casos seria sucesor de Neron y de los emperadores romanos.. Solo hay que mirar la vida de Pedro en el libro de los Hechos y en sus cartas. Pedro nunca fue Obispo de Roma y mucho menos tuvo un poder politico. Hagamos la comparacion entre Pedro, el papa y el emperador romano y saquemos conclusiones.

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso
              Saludos Abraham. El sucesor de Nerón fue el emperador Galba, y los sucesores de los emperadores romanos fueron los emperadores bizantinos. Fueron un puñado los papas que murieron en las persecuciones de los emperadores romanos contra los cristianos, así que esa afirmación tuya resulta bastante... chocante. Dices que Pedro nunca fue obispo de Roma. Los obispos son los descendientes de los apóstoles (no por la sangre sino por sucesión apostólica), de modo que Pedro, que fue el líder de la comunidad cristiana de Roma, ordenó como sucesor a Lino, y Lino ordenó como sucesor a Anacleto, y Anacleto a Clemente I, y así sucesivamente y sin interrupción hasta el actual papa Francisco. Eso sí es sucesión histórica, tu conextión entre papas y emperadores no tiene nada de lógica ni de histórica.
      

      Pedro nunca tuvo poder político, cierto. El poder político del papa no le viene por ser sucesor de Pedro, sino por las circunstancias históricas que se dieron en la Edad Media. Cuando las invasiones bárbaras el poder político establecido desaparece y la única autoridad que permanece en la zona es la del papa, el cual se convierte en referente y empieza a asumir funciones de protección y administración, lo que acabaría cuajando en un poder feudal efectivo que será oficialmente reconocido por el padre de Carlomagno. Hoy ese poder político se reduce al Vaticano, una basílica y un conjunto de edificios a su alrededor. Eso ni quita ni pone al papa en cuantoa papa, simplemente es una circunstancia histórica.

      Sinceramente, si comparando a Pedro, el papa y el emperador romano (¿Nerón?) tú sacas la conclusión de que el papa se parece mucho más a Nerón que a Pedro entonces es que o no conoces nada de los papas o tu capacidad de análisis ante el catolicismo es cero. Pero por si acaso, que es muy probable, tu opinión se debe a una falta de información, te ayudaré si lo deseas ofreciéndote datos bíblicos e históricos que demuestran por qué jesús fundó una Iglesia dirigida por un papa, pues ese fue su deseo. Estos enlaces te ayudarán:

      1– Jesús realmente fundó una Iglesia
      2– Puso a Pedro como cabeza de esa Iglesia
      3– Ese primado (primacía) de Pedro era por su naturaleza un cargo hereditario
      4– Los papas católicos son los sucesores por línea directa e ininterrumpida de Pedro

      Intenta seguir el consejo de Gamaliel:

      no os metáis con estos hombres y dejadlos en paz, porque si este plan o acción es de los hombres, perecerá; pero si es de Dios, no podréis destruirlos; no sea que os halléis luchando contra Dios. (Hechos 5:38-39)

      No rechaces a la ligera algo que ha sido establecido por Dios. Si lo investigas con mente serena y búsqueda sincera al menos tendrás ante Él la disculpa de que lo intentaste pero no pudiste verlo, pero si rechazas a la Iglesia de Jesús sólo porque te han dicho que es la sinagoga de Satanás o algo por el estilo y tú lo has creído sin más, ¿qué disculpa tendrás? Esos artículos que te paso al menos te servirán para conocer mejor la Biblia, no te hará ningún mal meditar sus citas.

      Dios te bendiga

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  3. Avatar de Ángel Sánchez Ayala
    Ángel Sánchez Ayala

    No nos engañemos, creyendo que la verdadera iglesia es la que cada uno defiende, o que la llamemos con el nombre con el que la hemos bautizado.
    Cristo afirmó que el vendrá por su iglesia:
    1- Santa, sin Mancha, y sin arrugas
    2- la va seleccionar entre todos los
    convertidos al Evangelio de Cristo
    3- imprescindible practicar la santidad
    sin la cual nadie verá al Señor
    4- en esto conocerán que son mis discípulos
    en que se ámen unos a otros, Palabras
    textuales de Jesús
    5- no tener un concepto más alto de si mismo
    al comparános con los demás
    Y podría seguir con otros muchos requisitos que Dios pone como condición para que el nos acepte como su Iglesia a la que el vendrá a levantar en su segunda venida.
    Pero el mismo nos dijo, todos los mandamientos se cumplen en estos dos principales; amar a Dios por encima de todo y de todos, y a tu prójimo como a ti mismo.
    Personalmente, creo que deberíamos estar más enfocados en estar evaluando nuestra vida delante de Dios, todos los días y proponernos en nuestro corazón andar en integridad perseverando en el camino del Evangelio, antes de estar debatiendo cuál grupo es al que Dios dará su visto bueno. Si al mío o al de el otro. Dios diseño su plan de salvación de manera personal con cada individuo, que una vez llenado todos los requisitos y haber los encontrado justos, vienen a formar un colectivo, llamado Iglesia de Cristo.
    Se que más de uno, no estará de acuerdo con migo, y lo acepto; porque yo se que sólo Dios tiene la verdad absoluta, después ningún mortal. Lo que nosotros tenemos es fé, y bien hacemos en poner nuestra confianza sólo en El Dios que hizo los cielos y la tierra el mar y todo lo que en ellos hay.
    De corazón que Dios me los vendiga a todos, los amo con el amor de Cristo.

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      La Iglesia de Jesús es santa, pero los miembros de esa Iglesia somos todos pecadores, desde el papa hasta el último fiel, porque sólo Dios es santo. Otra cosa es que todos debemos aspirar a la santidad, pero incluso aspirando siempre seremos imperfectos. Si sólo aquél que alcanza la santidad perfecta puede ser considerado miembro de la Iglesia, entonces sería una Iglesia muy vacía.

      Por supuesto que es más importante esforzarnos en la santidad que discutir sobre doctrinas y dogmas, pero una cosa no quita la otra. Es como si decimos que debemos esforzarnos más en amar a nuestros hijos que en procurarles una buena educación, pero no creo que nadie piense que deberíamos limitarnos a amarles y dejar de educarles.

      Jesús fundó una Iglesia y sólo una, y no era un concepto abstracto sino una organización real, tangible y con una cabeza, que fue Pedro. Quienes desde fuera de esa Iglesia afirman que la verdadera Iglesia es esta otra o aquella, lo hacen por su cuenta y riesgo. Decir que yo estoy en la Iglesia verdadera no es ningún acto de engreimiento (tu punto 5). Lo sería si fuera un club exclusivo al que los demás no pueden acceder y por ello nos considerásemos superiores, pero no, la Iglesia de Jesús tiene las puertas abiertas a todos, yo estoy en ella por propia voluntad, también tú o cualquiera puede entrar en ella si lo desea de corazón, y ojalá toda la humanidad entrara.

      Verdad es, como dices, que debemos poner nuestra confianza en Dios. Bendiciones a ti también, un abrazo

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