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El Concilio de Nicea

Portada: Concilio de Nicea

En nuestra serie sobre si Nicea cambió o no el cristianismo llegamos por fin al concilio en sí. Primero veremos los preparativos del concilio y luego hablaremos de su desarrollo y decisiones. Para acceder a la serie completa vaya al índice:  ¿Fundó Constantino la Iglesia Católica? Es conveniente que lea allí los artículos anteriores de esta serie para poder entender mejor de qué manera se desarrolló este concilio.

Ambiente antes del concilio

El Concilio de Nicea fue el primer concilio ecuménico de la Iglesia y se convocó en el año 325, tan solo doce años después de finalizar las persecuciones, cuando por primera vez la Iglesia podía reunirse en paz y sin ser molestada. Se convocó ante la amenaza que suponía la herejía arriana, que estaba extendiéndose rápidamente por algunas partes de oriente desde el 318, cuando el presbítero y predicador Arrio se enfrentó a su obispo, el de Alejandría, negando que Jesús fuera el mismísimo Dios, sino más bien una creatura divina subsidiaria del Padre. Dicha herejía ya fue condenada en un concilio de todo Egipto, pero Arrio se refugió en Nicomedia, bajo la protección de su amigo el obispo Eusebio, y la herejía siguió extendiéndose por otras zonas de oriente. Por ello se vio la necesidad de un concilio ecuménico* (o sea, que abarcara todo el mundo conocido) y se aprovechó la ocasión también para afrontar en común otros problemas y cuestiones de índole práctico y organizativo, habida cuenta de que tras la legalización de Constantino la Iglesia dejaba ya de ser una comunidad perseguida y pasaba directamente al primer plano de la vida pública con todos los cambios que eso supondría.

Los concilios ecuménicos son aquellos a los que asisten representantes de todas las partes de la Iglesia. La Iglesia Ortodoxa considera que cuando la Iglesia Oriental y Occidental se separaron terminaron los concilios ecuménicos porque nunca han vuelto a reunirse todos. La Iglesia Católica sigue llamando “ecuménicos” a los concilios convocados para todos los obispos del mundo, aunque a partir de entonces ya solo eran obispos católicos.

Aunque algunos lo ponen en duda, es generalmente aceptado que quien aconsejó al emperador sobre la conveniencia de celebrar el concilio fue su amigo y consejero, el obispo hispano Osio de Córdoba. Osio había sido torturado y exiliado durante las persecuciones y tuvo una gran influencia en la conversión al cristianismo de Constantino, así como en la redacción del Edicto de Milán por el que Constantino declaró, junto con Licinio, la tolerancia religiosa y el fin de las persecuciones a los cristianos. El mismo emperador envía a Osio a Egipto para mediar en las disputas entre el obispo de Alejandría, Alejandro, y el herético Arrio. Osio llevó a ambos sendas cartas del emperador que decían, entre otras cosas:

Devolvedme mis días quietos y mis noches tranquilas. Dadme gozo en lugar de lágrimas. ¿Cómo puedo yo estar en paz, mientras el pueblo de Dios, de quien soy siervo, está divi­dido por un irrazonable y pernicioso espíritu de contienda?
controversia arriana

Pero no hubo la esperada reconciliación y la confrontación doctrinal empeoró. Como las posiciones de ambos eran irreductibles, se cree que Osio aconsejó al emperador la convocatoria del concilio para que toda la Iglesia pueda intervenir. El  propio Osio presidió el concilio (aunque el emperador ostentó una presidencia honorífica) y así lo confirmaría su firma, que aparece la primera entre los obispos, justo detrás de los delegados papales.

Puesto que Osio era un obispo occidental y, por tanto, bajo la autoridad del patriarca de Roma, parece también razonable ver la mano del papa detrás de las decisiones de Osio y encaja con los que dicen que Osio acudió al concilio también en calidad de representante del papa, Silvestre I, pero hay que admitir que sobre esto no tenemos pruebas. En cualquier caso el papa no asistió personalmente por motivos de salud (murió diez años después) o por sentir que la polémica arriana era principalmente un problema local oriental y Occidente estaba más preocupado por las amenazas de los pueblos bárbaros (razonamiento menos probable). Sólo podemos hacer suposiciones porque no se conservan documentos que lo expliquen, pero aunque solo fuese por el hecho de ser uno de los cuatro patriarcas de la Iglesia, es de suponer que el emperador (y todos) habría tenido mucho interés en que participara directamente, y con primacía o sin ella, sabemos que a Roma no le resultaban ajenos los problemas de las diócesis orientales.

Motivos poderosos debieron ser los que le sujetasen en Roma porque lo que sí sabemos es que, aparte de Osio, el papa envió en su representación a dos delegados papales: Vito y Vicencio, que actuaron en su nombre. El papa no solo asumió como suyo todo lo salido del concilio sino que se convirtió en uno de sus principales valedores. No olvidemos que incluso si negamos la supremacía papal, aún así el papa sería representante de uno de los cuatro patriarcados en los que se dividía la Iglesia y sin duda el más importante por su prestigio y por haber sido fundado por Pedro y Pablo (Antioquía y Alejandría no habían sido fundados por apóstoles, Jerusalén era ya una ciudad sin apenas influencia ni importancia y Constantinopla no era aún patriarcado). De no haber enviado legados, el concilio no podría haberse considerado ecuménico, pues no estaría completa la jurisdicción de la Iglesia. Por tanto en un concilio de este calibre, tanto al emperador como a la Iglesia en general le interesaba mucho la presencia de Roma, pero no pudo ser.

En cualquier caso, un concilio así, al poco de salir la Iglesia de la clandestinidad, solo podía ser convocado directamente por el emperador y bajo su patrocinio. Constantino convocó oficialmente la reunión, cedió la sala de su palacio en Nicea y sufragó los gastos de los obispos que quisieran asistir (de lo contrario muy pocos obispos podría haberse permitido el viaje). También se comprometió a hacer ejecutar las resoluciones que de allí salieran, y aunque puede que el resultado no fuera muy de su agrado (él buscaba un consenso, no una derrota que generara conflictos) cumplió su palabra pues su máximo interés, como hombre de estado, era que una vez conseguida la unificación política del imperio no se produjeran ahora rupturas religiosas.

orante

Al concilio fueron convocados los 1800 obispos cristianos del momento (1000 de oriente y 800 de occidente), pero en el mundo antiguo es comprensible que la mayoría no viajara hasta Nicea, así que el número de obispos asistentes fue de 318. Cada obispo podía llevar dos sacerdotes y tres diáconos de su diócesis, lo cual haría que la cifra real de asistentes pudiera llegar a superar los 1500 miembros, aunque el número de estos acompañantes no está registrado (sí se dice que eran multitud). Es importante recordar que no estamos ante los obispos medievales, llenos de poder y riqueza, sino ante aquellos pastores de su comunidad que habían vivido los duros años de las persecuciones. Gente en su mayoría sencilla, cuyo único poder y riqueza había sido el honor de presidir, con riesgo de su vida, la proscrita minoría cristiana de algún rincón del imperio. Estos son los obispos que van a Nicea, no una representación de las élites sociales, sino miembros de una minoría hasta pocos años antes oprimida y en buena medida despojada. Cierto es que con los nuevos privilegios concedidos por Constantino parte de la jerarquía eclesial empezó a deteriorarse y también apareció la corrupción (lo que solo muestra que los cristianos también eran seres humanos), pero esto ocurre poco a poco, ya a finales del siglo IV, cuando Teodosio I hizo del cristianismo la religión oficial, así que esa situación no afectó para nada a este concilio.

Nicea fue el primer concilio ecuménico (global) de la Iglesia, si exceptuamos el primer concilio de Jerusalén (Hechos 15) con una Iglesia aún minúscula. La primera fila la ocupaban los tres patriarcas presentes: Alejandro de Alejandría, Eustaquio de Antioquía y Macario de Jerusalén, y luego los legados papales. Muchos de los presentes eran “confesores de la fe” (que habiendo sido torturados o atacados habían sobrevivido a la persecución) y mostraban aún las mutilaciones o cicatrices y marcas de sus torturas. Esos confesores tenían un estatus moral especial y por ello jugaron un papel más relevante en las discusiones. Atanasio y Osio estaban entre ellos.

Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea se encuentran también entre los asistentes más conocidos, ambos arrianos y luego amigos del emperador, Leoncio de Cesarea (que había sido heremita), Spyridion de Trimitous (que incluso de obispo seguía llevando vida de pastor de ovejas), Atanasio de Alejandría (diácono acompañante de su obispo y que destacará especialmente en este concilio), y Alejandro de Constantinopla (que también asistió en calidad de presbítero acompañando a su anciano obispo). Los únicos obispos occidentales que acudieron fueron Osio de Córdoba (de Hispania), que presidió el concilio, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria, Nicasio de Dijon (de la Galia), Dono de Estridón, y los dos delegados papales, Victor y Vicentius. De fuera del imperio vinieron el obispo Juan de Persia e India, el godo Teófilo (de los germanos) y Estratófilo de Georgia. Veintidós de los obispos vinieron junto con Arrio como defensores de la causa arriana.

Desarrollo del concilio

El Concilio comenzó el 20 de mayo aproximadamente, con reuniones preparatorias diarias. Hubo largas discusiones en donde los dos bandos recurrían a la Biblia para justificar sus creencias. Las discusiones eran seguidas con mucha dificultad por la minoría de obispos que no hablaban griego como lengua materna porque estaban llenas de conceptos filosóficos muy sutiles y era necesario explicarlos. La minoría arriana defendía que el Hijo había sido creado antes de todas las cosas, la mayoría ortodoxa que Jesús era eterno igual que el Padre, que el Padre siempre había sido Padre y que Padre, Hijo y Espíritu Santo eran un solo Dios. Una de las citas bíblicas más decisivas fue la de Juan 10:30 (“El Padre y yo somos una sola cosa”) o Juan 17:21 (“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti,”) y Juan 1:1-3 (“Al principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios”).

El 14 de junio acudió por fin el emperador Constantino y el concilio se inauguró oficialmente, aunque buena parte del trabajo estaba ya preparado para entonces. Al entrar Constantino en la sala de sesiones, todos se pusieron en pie, pero él no tomó asiento hasta que los obispos le hicieron indicación en este sentido, para dar a entender que no pretendía ocupar oficialmente un lugar en la asamblea. Entonces Constantino inaugura oficialmente el concilio, da un elocuente discurso haciendo ver a los obispos que es mucho lo que estaba en juego y no podían entretenerse en reproches personales o visiones locales. Ahora que no eran comunidades perseguidas y semiaisladas tenían que formar un bloque común y homogéneo, aparcar sus diferencias y procurar limpiar la doctrina original de todos los elementos que se hubieran adherido.

Pero después de su discurso Constantino tuvo que escuchar a los obispos relatarle todos los acuerdos doctrinales que ya se habían alcanzado. Su margen de maniobra, pues, era escaso, pero a Constantino no le interesaba -ni en realidad estaba formado lo suficiente como para entender- las discusiones doctrinales, sólo estaba realmente interesado en que se pusieran de acuerdo. Lo cierto es que, por el análisis de las cartas escritas por Constantino, se evidencia una gran carencia de formación teológica, y los estudiosos descartan la posibilidad de que él pudiese haber influido en la doctrina de la Iglesia debido justamente a este desconocimiento en teología, y menos aún, como le atribuye únicamente su entusiasmado Eusebio, haber discurrido él solito el término clave “homoousios” (consustancial) que recabó el consenso de casi todos, como veremos más adelante.

Cristo

Quizá al emperador le pareció buena idea el término, y así lo expresó, pero no resulta creíble pensar que él fuera quien lo ideó, dada las complicaciones teológicas que supuso aceptarlo. Este término ya se había usado en ocasiones anteriores al discutir sobre la naturaleza de Jesús, pero suscitaba no pocos recelos; el auténtico mérito no fue el uso del término sino justificar lo apropiado de su uso para definir la doctrina cristológica. El acuerdo sobre el término zanjó la postura oficial frente al arrianismo: Jesús era consustancial al Padre (“de la misma naturaleza que el Padre” según nuestra actual traducción). Finalmente, de los 22 obispos que apoyaban el arrianismo quedaron solo 8, pues a medida que avanzaron los debates y que se fueron leyendo textos y más textos de Arriano, muchos de ellos rechazaron esas doctrinas por blasfemas. De los 8, únicamente 2 se negaron a aceptar el credo de Nicea (lo sabemos porque sus firmas no aparecerán entre los que firmaron el credo con su aceptación).

El 19 de junio, alcanzado el consenso, se da forma definitiva al credo de Nicea, que recoge la esencia de todo lo acordado y establece con claridad lo que más tarde se llamará la Santísima Trinidad. El nombre aún no existía como término doctrinal oficial, pero ya en el siglo II vemos usado Τριάς (Trias), Trinidad, o incluso “el divino trío”, en los escritos de algunos pensadores cristianos para explicar la naturaleza de Dios en Orígenes, Policarpo, Ignacio o Justino, aunque la doctrina trinitaria como tal no será explícitamente formulada oficialmente hasta el Concilio de Constantinopla en el 360 (de nuevo vemos que los concilios no se inventan la doctrina sino que la definen, clarifican y expresan).

En total, unos 25 días de preparaciones y conversaciones sin el emperador, y solo 5 días de reuniones oficiales presididas -al menos oficialmente- por el emperador. También hoy en día vemos a los políticos de dos países negociando un acuerdo durante meses, luego va el presidente de un país de visita a otro y a los tres días firman el tratado, pero en realidad todo el trabajo está ya hecho, los presidentes hacen la escenificación final y oficial, pero las negociaciones ya están resueltas, o casi, para cuando los presidentes se reúnen. Parecida situación nos ofrece el Concilio.

Desde el 19 de junio hasta el 25 de agosto tenemos otra serie de reuniones, pero estas ya no afectan al tema doctrinal, que es el que verdaderamente nos interesa, sino a toda una serie de asuntos de tipo formal y práctico que surgieron a la hora de transformar la Iglesia de las catacumbas en una Iglesia pública y protegida. Había que decidir cómo encajar la jerarquía eclesial dentro del aparato del estado, cómo financiarse, qué días celebrar las fiestas religiosas, etc. En este otro tipo de asuntos sí que es creíble que el emperador participara activamente, pues al tratarse de asuntos mundanos y que afectaban directamente al imperio, no podía la propia Iglesia tomar decisiones por su cuenta en muchos de ellos. Sin embargo no tiene ninguna relevancia si la fiesta de Navidad se hizo coincidir con el Día del Sol Invicto o no, o si los obispos adoptaron los ropajes de ciertos cargos civiles o cualquier otra vestidura, por poner un ejemplo.

Las formas externas no hacen que la Iglesia verdadera deje de serlo, solo suponen una adaptación a la nueva situación, dentro de sus propios tiempos. Los cristianos del siglo IV no eran un pueblo aparte, como podía serlo el judío, eran ciudadanos romanos que creían en Jesús, pero su cultura era la romana o griega, no la judía, y por tanto sus formas culturales eran romanas o griegas. Existía una doctrina cristiana pero aún no existía una cultura cristiana o un arte cristiano y el Concilio de Jerusalén que nos narra el libro de Hechos (capítulo 15) deja claro que la cultura judía ya no debía seguir siendo la referencia para los nuevos cristianos, por tanto la inculturación del cristianismo está ya sancionada en la misma Biblia, no es un producto nuevo del Concilio de Nicea.

Jesus dancing

Al terminar el concilio, el emperador dio una fiesta para celebrar el vigésimo aniversario de su ascensión al imperio e invitó a todos los obispos, y tal como era la costumbre de la época, se celebró un gran banquete y se hizo regalos a los presentes. Algunos critican esta escena indecorosa de obispos glotones siendo servidos por sirvientes y recibiendo regalos del emperador como si simbolizara la total corrupción de sus dirigentes. El que tras varios meses de duro trabajo, y tras conseguir un gran éxito final, los obispos estén más que dispuestos a dejarse agasajar como huéspedes del emperador un día en un banquete no parece la prueba definitiva de los obispos cristianos salieron del concilio convertidos en apóstatas paganos. Tampoco parece que hubiera sido adecuado ni aconsejable que le dieran un plantón a su anfitrión negándose a ir a la cena, como si un cristiano no pudiese asistir a una fiesta. El mismo Jesús criticó duramente a aquellos que le criticaban a él y a sus discípulos por aceptar invitaciones a banquetes y fiestas, como la de Zaqueo; también a Jesús, como a estos obispos, le acusaron de glotón. Es bastante probable que muchos obispos no pudieran evitar recordar a Jesús en una situación así; nunca fue requisito del buen cristiano el ayuno y el ascetismo perpetuo.

[

¿A qué, entonces, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? Son semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza y se llaman unos a otros, y dicen: ”Os tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos endechas, y no llorasteis. Porque ha venido Juan el Bautista, que no come pan, ni bebe vino, y vosotros decís: ”Tiene un demonio”. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”. Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos. (Lucas 7:34)

Actas del concilio

Desgraciadamente, las actas originales del concilio no se han conservado, lo cual tampoco es de extrañar en medio del turbulento mundo de la época. Únicamente se han conservado tres fragmentos de ellas referentes al famoso credo, los cánones y el decreto sinodial. Sin embargo sí tenemos noticias del concilio transmitidas a través de varios personajes que asistieron al concilio o que conocieron las actas originales: Eusebio de Cesarea, Atanasio de Alejandría, Sócrates, Sozomenes, Teodoreto, Rufino y una historia del Concilio de Nicea escrita en el siglo V por Gelasio de Cícico. Esto nos permite reconstruir lo que fue el concilio razonablemente bien.

Si atendemos a todo lo que se dicen en Internet, en revistas y en libros recientes, pareciera que toda la doctrina católica –o al menos las partes que no les gustan a ellos– se hubiera debatido y decidido en este concilio, pero siendo tremendamente importante como fue, casi nada de eso es verdad. El concilio no se convocó para decidir la fe, sino para combatir una herejía concreta, el arrianismo, y por eso casi todo el debate doctrinal giró en torno a ese tema cristológico. Según la única reconstrucción histórica que podemos hacer, se trataron en total 5 asuntos y se dictaron 20 cánones eclesiásticos:

  1. La cuestión arriana sobre cuál era la verdadera relación entre el Padre y el Hijo, o sea, sobre si el Padre y el Hijo tenían una única voluntad o si además eran un solo ser. La secta arriana consideraba que Jesús había sido creado antes de todo, pero hubo un tiempo anterior a su creación donde existía el Padre pero no el Hijo.
  2. Decidir el día de la celebración de la Pascua de Resurrección.
  3. Qué hacer con el cisma Meleciano (una secta herética en la ciudad egipcia de Lycopolis)
  4. Sobre si el bautismo realizado por los herejes era o no válido.
  5. Qué hacer con los que cedieron ante la persecución de Licinio y quemaron incienso ante la estatua del emperador.

Y los 20 cánones promulgados fueron:

  1. Sobre la admisión, ayuda o expulsión de los eclesiásticos mutilados voluntaria o violentamente.
  2. Reglas a tener en cuenta para la ordenación, la evitación de precipitaciones indebidas y la deposición de quienes son culpables de faltas graves.
  3. Se prohíbe a todos los clérigos tener relaciones con cualquier mujer, excepto con su madre, una hermana o una tía.
  4. Relativo a las elecciones episcopales.
  5. Relativo a la excomunión.
  6. Relativo a los patriarcas y su jurisdicción.
  7. Confirma el derecho de los obispos de Jerusalén a disfrutar de determinados honores.
  8. Se refiere a la secta de los novacianos.
  9. Ciertos pecados conocidos después de la ordenación implican su invalidez.
  10. Quienes hayan sido ordenados maliciosa o fraudulentamente, deben ser excluidos tan pronto como se conozca la irregularidad.
  11. Penitencia que debe ser impuesta a los apóstatas en la persecución de Licinio.
  12. Penitencia que debe ser impuesta a quienes apoyaron a Licinio en su guerra contra los Cristianos.
  13. Indulgencia que debe ser otorgada a las personas excomulgadas que se encuentran en peligro de muerte.
  14. Penitencia que debe ser impuesta a los catecúmenos que desfallecieron durante la persecución.
  15. Obispos, sacerdotes y diáconos no pueden pasar de una iglesia local a otra.
  16. Se prohíbe a todos los clérigos abandonar su iglesia. Se prohíbe formalmente a los obispos que ordenen para su diócesis a un clérigo que pertenece a una diócesis distinta.
  17. Se prohíbe a los clérigos que presten dinero con interés.
  18. Se recuerda a los diáconos su posición subordinada respecto a los sacerdotes y obispos.
  19. Reglas a tener en cuenta respecto a los partidarios de Pablo de Samosata que deseaban retornar a la Iglesia.
  20. Los domingos y durante la Pascua las oraciones deben rezarse en pie.

Vemos que, aparte de la resolución de la cuestión doctrinal que fue el punto central del concilio (el arrianismo), los 20 puntos que se discuten son principalmente cuestiones prácticas y de organización, lejos de toda la enorme cantidad de decisiones de todo tipo que se achacan a este concilio y no son cuestión de doctrina. Por ejemplo vemos que el punto 20 se mantiene en uso en la Iglesia Ortodoxa pero no en la Católica, y eso no supone rechazar Nicea, sino cambiar una norma de usos. En realidad, para los que afirman que aquí “se fundó la iglesia paganizada que llamamos Católica”, este concilio se ha convertido en un cubo de la basura donde sistemáticamente se puede arrojar todo aquello de la Iglesia que no les gusta.

Trinidad

Lo más curioso de todo es que si fuera cierto que el Concilio de Nicea pervirtió la verdadera doctrina, entonces casi todas las iglesias protestantes serían hoy tan falsas como la católica. A nivel doctrinal, el concilio clarificó la teología sobre Jesús, dejando claro que era “de la misma naturaleza que el Padre” y por tanto que Dios era uno y trino. No se inventó esta doctrina, sino que la clarificó debido a las pequeñas y no tan pequeñas herejías que por la época estaban expresando opiniones diferentes sobre Jesús. Si lo que hizo Nicea fue pervertir la doctrina, si como algunos dicen Nicea fue obra de Satanás, entonces todas las iglesias cristianas que defendemos la Trinidad de Dios están equivocadas, incluidas las evangélicas. Eso es precisamente lo que dicen algunos paraprotestantes, que la Trinidad es un invento de Nicea, pero ya vimos que no, que la gran mayoría de Oriente y todo Occidente conservaron intacta la antigua creencia trinitaria.

El día del Nacimiento de Jesús no se sabía ni tampoco importaba, si por deseo del emperador (si fuese así como algunos ahora dicen) se eligió la fecha del 25 de diciembre, ¿qué más da? Cualquier otra hubiera sido igual de buena y esta además tenía la ventaja de marcar el momento del año en el que el avance de la oscuridad se ha detenido y empieza a vencer la luz (los días comienzan a alargarse), lo cual dota a la fecha de un alto contenido simbólico. La única fecha cuya celebración tenía significancia era la Pascua de Resurrección, porque ahí se intentaba seguir la tradición bíblica (aunque Oriente y Occidente nunca lograron ponerse de acuerdo en qué forma era la más bíblica de las dos), pero el resto de las fiestas se podían poner en cualquier día que se acordase porque no se basaban en ninguna fecha bíblica.

El Símbolo de Nicea: el credo

La inmensa mayoría de los obispos estaban ya de entrada de acuerdo con la ortodoxia y en contra del arrianismo. Los obispos arrianos fueron poco a poco cediendo a lo largo de los debates, pero si estar de acuerdo fue relativamente fácil, lo que sí resultó tremendamente complicado fue ponerse de acuerdo en cómo redactar un credo de manera que no fuese posible variar su interpretación de forma sutil y así poder acatarlo pero al mismo tiempo acabar generando otra herejía. Esa complicación es lo que causó tanto debate en torno a la forma que finalmente adoptaría el credo y lo que explica también por qué la palabra “homo-ousios” resultó tan decisiva y bienvenida.

Muchos obispos rechazaban usar en el credo ninguna palabra que no estuviera ya en las Escrituras porque precisamente pretendían imponer el peso de la herencia doctrinal frente a las innovaciones arrianas. Esto alargó los debates, porque al principio se buscaba la manera de defender la ortodoxia mediante conceptos existentes en la Biblia. El problema era que los arrianos tenían su propio modo de interpretar esos pasajes y contextos bíblicos según su nueva visión, así que la Biblia se convirtió en razonamiento circular, pues presentaba los textos pero no se podía explicar a sí misma, y cada uno presentaba su propio razonamiento. La mayoría ortodoxa se apoyaba en las enseñanzas de los apóstoles para contextualizar esos textos, pero necesitaban encontrar la manera de expresar esa doctrina tradicional en términos que no pudieran dar lugar a interpretaciones distintas, como ocurría con la propia Biblia. La nueva situación necesitaba una palabra fácil de entender para todo el mundo y al mismo tiempo absolutamente clara e imposible de tergiversar y que resultara absolutamente incompatible con la doctrina arriana por mucho que se intentase retorcer su sentido.

Finalmente se tuvo que admitir que ninguna palabra bíblica serviría para clarificar de este modo el asunto y todos acabaron por aceptar la búsqueda de otra palabra, aunque no fuera de tradición bíblica, que lo lograra. La palabra que finalmente causó el consenso fue la mencionada “homoousios” (= de la misma naturaleza). Fácil cuando ya se sabe pero al parecer harto difícil hasta dar con ella. El propio Atanasio defendió el uso de esta palabra diciendo “La palabra pertenece a la metafísica griega, pero el Dios expresado con estas palabras es el Dios de la Biblia”. Además, mientras el arrianismo defiende que Dios creó al Hijo, que por tanto es un ser diferente, la ortodoxia definida con este nuevo término, mantiene la idea Bíblica de que Dios, y sólo él, es el salvador de su pueblo, no otra deidad creada por él. Esto es importante porque en el Antiguo Testamento siempre se dice que Dios es el salvador del mundo, y si luego resulta que Jesús no es el mismo Dios del A.T. sino otra divinidad secundaria, entonces el A.T. estaría en falta.

El llamado símbolo o credo de Nicea fue el principal resultado del Concilio y pretendía ser un minicompendio de la doctrina esencial de la Iglesia cristiana para protegerse de herejías presentes y futuras, de forma que quien no aceptara este credo en su integridad no podría ser considerado cristiano. Podríamos considerarlo algo así como un acuerdo de mínimos. Con alguna modificación posterior en el Concilio de Constantinopla (de nuevo para aclarar cosas, no para cambiarlas) este credo es el que aún profesan las Iglesias Católica, Ortodoxa, Luterana, Anglicana y buena parte de las protestantes. No fue una invención doctrinal, sino un compendio que intentaba fijar en un credo sencillo pero claro lo que la gran mayoría de los cristianos habían creído desde el principio.

Símbolo de Nicea

La novedad teológica, pues, fue introducir la palabra “homo-ousios” (consustancial, de la misma naturaleza/sustancia) para comparar la naturaleza del Padre y la del Hijo. Pero esa novedad no es doctrinal, sino léxica. Se buscó una manera de expresar lo más acertadamente posible lo que los cristianos creían, que Jesús era Dios igual que el Padre era Dios, y “homoousios” resultó ser la palabra que buscaban para que el pueblo llano, que ya no tenía mentalidad judía sino griega, pudiera entender bien la idea. Según Eusebio la palabra fue propuesta por Constantino, pero como hemos visto antes, no resulta creíble, la sutileza filosófica y doctrinal que encierra esta palabra está a años luz de las escasas capacidades e interés demostrados por Constantino en cuanto a los matices doctrinales. Insistimos en que lo que hizo Nicea no fue inventarse el concepto de que Jesús era de la misma naturaleza que el Padre, sino que ideó la fórmula perfecta para expresarlo. Pero esa misma idea, expresada de forma más llana la encontramos ya en un texto anterior al concilio. Los únicos textos conservados hoy en día de esa época anterior atacando el arrianismo son los de Alejandro de Alejandría. En uno de ellos nos dice:

[

¿Cómo puede ser Él distinto de la substancia del Padre (πώς ανόμοιος τη ούσία του πατρός), el que es la imagen perfecta y el resplandor del Padre, y dice: "El que me ve a mí ve al Padre"? (Juan 14,9). Y si el Hijo es el Verbo y la Sabiduría y la Razón de Dios, ¿cómo hubo un tiempo en que no era? Es como si dijeran que hubo un tiempo en que Dios estaba sin razón y sin sabiduría.

Finalmente, tomando como bases varias fórmulas de fe anteriores recitadas por la Iglesia antigua, el Concilio aprueba casi por unanimidad (excepto por dos obispos arrianos) esta fórmula de fe (el Credo o Símbolo de Nicea) en donde se define la naturaleza de Dios del siguiente modo:

[

Creemos en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador de todo lo visible e invisible.

Y en un solo Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, es decir, de la misma sustancia del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado;  consubstancial al Padre [homoousion* to patri], por quien todo fue hecho, en el cielo y en la tierra; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre; padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y vendrá para juzgar a vivos y a muertos.

Y en el Espíritu Santo.

A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a estos anatematiza la Iglesia Católica.
Este término griego “homoousion” es extrabíblico, no aparece en ningún sitio de la Biblia, por eso algunos consideran que esta palabra, que fue la principal innovación del concilio, es una doctrina antibíblica. Ese razonamiento es absurdo, los padres conciliares buscaban una palabra que explicase lo más claramente posible la verdad en la que ellos creían, y finalmente dieron con este concepto y por tanto lo usaron. Tampoco la palabra “Trinidad” aparece en la Biblia ni una sola vez y ningún protestante se atrevería a decir que es una palabra antibíblica, aunque ciertamente es extrabíblica. Los paraprotestantes, sin embargo, sí que dicen que “Trinidad” es una palabra antibíblica por ser extrabíblica, pero así se meten en un razonamiento que fácilmente desmontaría muchas de sus creencias más firmes, incluido el famoso “rapto”.
Nicea y Arrio

La redacción final del credo, que fue un trabajo arduo, fue recibida con entusiasmo generalizado porque consideraban que recogía de forma sencilla y elegante la esencia de la fe de los apóstoles y garantizaba así la preservación de la ortodoxia.

Vemos que este credo afirma la creencia en las tres personas de la Santísima Trinidad pero se centra en definir la naturaleza exacta del Hijo porque ese era el aspecto en el que los gnósticos y los arrianos presentaban doctrinas diferentes a la ortodoxia. Más tarde, al surgir herejías nuevas se convocará un nuevo Concilio en Constantinopla (381) y el credo niceno será ampliado para aclarar también algunos puntos más, sobre todo la naturaleza del Espíritu Santo y de la Iglesia. Esta versión final del credo, ampliada para aclarar las nuevas herejías aparecidas unos años antes, es la versión del credo de Nicea tal como se usa hoy (también llamado credo niceno-constantinopolitano). Dice así:

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María La virgen y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre [y del Hijo*], que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Reconozco que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados, espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

* La iglesia occidental conserva este credo intacto en su versión griega, pero en la versión latina añade “filoque” (= y del hijo) porque la traducción al latín perdía cierto matiz original y no quedaba clara la relación del Espíritu Santo con el Hijo. Pero incluso esta mínima variación fue a partir de entonces causa de conflicto entre la iglesia oriental y occidental y siglos más tarde sería invocada por la Iglesia Ortodoxa para justificar su separación alegando que Roma había modificado la doctrina inmutable de la Iglesia universal recogida en este credo. Esto nos puede dar una idea de hasta qué punto cada pequeño detalle doctrinal era considerado de enorme importancia, todo lo contrario a las acusaciones de que Constantino les cambió toda la doctrina y los obispos lo aceptaron encantados.

También vemos que se suprimió la parte final de anatema para dejarlo exclusivamente como confesión esencial de fe más que como acta de acuerdo. Es ese credo niceno reformado el que hoy aceptamos la mayoría de los cristianos y el Acuerdo de Lausana de 1974 lo incluyó también como base para los evangélicos. Aún hoy, tal como pretendían los obispos católicos de Nicea, quien rechaza el credo niceno no es considerado cristiano, de ahí que los llamados “grupos paraprotestantes”, surgidos de los protestantes pero que rechazan una o más cosas de este credo (mormones, testigos de Jehová, unitaristas, etc.), no sean considerados cristianos ni por católicos ni por ortodoxos ni por protestantes ni evangélicos.

El donatismo

San Agustin y los donatistas

Ese supuesto poder omnímodo de Constantino sobre la Iglesia, capaz de obligarles a acatar su voluntad, parece muy lejos de lo que nos dice la historia. Unos años antes del Concilio de Nicea, en el 320, Constantino había estado luchando por resolver otro conflicto herético: el donatismo. Esta herejía, también del norte de África, decía que la Iglesia Católica debía ser una Iglesia de santos, no de santos y pecadores, y que los cristianos que habían sucumbido a las persecuciones y habían quemado incienso ante el altar del emperador para salvar su vida no deberían ser readmitidos a la Iglesia, y si eran sacerdotes sus sacramentos no serían ya válidos.

Constantino intervino para arreglar la disputa, primero favoreciendo las tesis ortodoxas a favor de admitir a los cristianos “traidores”, luego presionando fuertemente a los herejes para erradicarlos, incluso persiguiendo y matando a algunos en Cartago. Finalmente tuvo que rendirse ante la evidencia de que los cristianos no iban a cambiar sus creencias por presión del emperador. Lo único que pudo lograr finalmente fue obligar a la Iglesia que tolerase a los donatistas en su seno, pero siguieron considerándolos herejes. Cuando cinco años más tarde decide afrontar la escisión que estaba provocando otra herejía africana, el arrianismo, Constantino ya había aprendido que si quería conseguir algo era mejor dejar que los obispos resolvieran el problema por sí mismos.

Constantino y el arrianismo

Como hemos dicho, el mismo Constantino no parecía especialmente inclinado ni por la ortodoxia ni en principio por el arrianismo y un resultado tan abrumadoramente unánime le resultó plenamente satisfactorio. Más tarde, sin embargo, empezó a simpatizar con las tesis arrianas, o al menos con sus excomulgados dirigentes, y decidió presionar a la Iglesia para levantarles la excomunión. Convocó un nuevo concilio en Tiro (año 335) y luego en Jerusalén (336) y logró que readmitieran a los excomulgados y considerasen su opinión de que Jesús era un ser tipo divino pero no igual a Dios como una postura alternativa válida. Ahora sí que vemos al emperador convocando concilios amañados y presionando a obispos para aprobar sus tesis, pero la Iglesia universal rechazó esos concilios y no aceptó ninguna decisión doctrinal allí tomada. De ningún modo logró que los demás obispos declarasen que Jesús no era igual a Dios, simplemente logró mediante presión que readmitieran a los que así pensaban.

Pero ni la presión imperial logró que la Iglesia Católica soportara mucho tiempo convivir con la herejía a pesar de que el emperador impuso obispos arrianos en muchas sedes orientales para dar más fuerza al movimiento. La Iglesia siguió luchando y finalmente se convocó el Concilio de Constantinopla en el 381, tras la muerte de Constantino, donde definitivamente se declara otra vez al arrianismo herejía incompatible con la fe cristiana. Si los obispos hubieran sucumbido a la presión del emperador en el concilio anterior, ahora hubieran tenido la oportunidad de rechazarlo. Lo único que consiguieron las presiones imperiales es que la Iglesia aceptase obligatoriamente dentro de su seno a los herejes arrianos durante 46 años, pero en ningún caso, ni en Nicea ni después, logró que esa Iglesia recién bañada en la sangre de los mártires modificase ni un ápice su doctrina oficial. Si Constantino hubiera podido moldear la Iglesia cristiana a su gusto, hoy la Iglesia sería arriana, no católica.

En nuestro próximo artículo veremos lo que ocurrió después de Nicea:

Después del Concilio de Nicea

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Comentarios

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11 respuestas a “El Concilio de Nicea”

  1. Avatar de Patrick G.
    Patrick G.

    Tengo una pregunta al respecto. He leído y escuchado lo siguiente:

    «El emperador Constantino declaró que aquellos que NO ACEPTASEN este símbolo (Niceno) serían desterrados». Por lo anterior se habla que Arrio y Eusebio fueron CONDENADOS AL EXILIO Y LA QUEMA DE TODOS SUS LIBROS.

    Mi pregunta es: Lo anterior ¿es verdad?¿Fue Constantino el que declaró el destierro por negar el Símbolo niceno?

    espero me respondan y hasta luego.

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      Efectivamente. El emperador quería un imperio tranquilo e hizo lo posible por conseguirlo a todos los niveles, incluida una Iglesia tranquila y sin conflictos. La Iglesia no tenía poder para desterrar ni ordenar persecuciones ni quema de libros ni nada, pero el emperador sí lo hizo pensando que así conseguiría pacificar las cosas. Las cosas no funcionan así de sencillo, así que las aguas no se pacificaron sin más. Entonces Constantino probó lo contrario y presionó a la Iglesia para que llegara a un acuerdo con los herejes, algo así como que cada uno cediera un poco y llegasen a una nueva doctrina intermedia. Evidentemente eso tampoco funciona así. Constantino pasó de favorecer a los católicos a favorecer a los arrianos y así trajo a los obispos arrianos del destierro otra vez (incluidos Arrio y Eusebio de Nicodemia) y en su lugar, tras muchas presiones, terminó por desterrar al obispo San Atanasio, el más firme opositor a Arrio. Los siguientes emperadores se pusieron totalmente del lado arriano y comenzaron a perseguir otra vez a los católicos. Si los emperadores hubieran dejado a la Iglesia en paz, a lo mejor las cosas habrían sido más pacíficas. Para más detalles puede leer el artículo siguiente a este: https://apologia21.com/2012/12/26/despues-del-concilio-de-nicea-2/

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      1. Avatar de Patrick G.
        Patrick G.

        Sera que se puede tener acceso a la traducción en español del «edicto» en el que se aprecie lo declarado por Constantino, específicamente el punto de «aquellos que no aceptasen el Símbolo».

        Y si lo hay, gracias a quien o quienes nos llega dicha información. El motivo es porque hasta lo que yo he leído ninguna fuente presenta el edicto, sino solo lo mencionan de manera superficial sin dar más detalles. ¿Se conservará alguna copia escrita en latín? ¿o solo los llega porque alguien se esforzó por transcribirlo?

        Gracias Christian.

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      2. Avatar de Christian M. Valparaíso

        No la he encontrado en español en internet, pero te voy a pasar una traducción al inglés (usa el traductor de Google si no lo entiendes) que te dará igualmente una idea del contenido. https://web.archive.org/web/20110819215807/http://www.fourthcentury.com:80/index.php/urkunde-33
        Este fragmento está sacado de la obra de San Atanasio «De Decretis».

        No viene esa frase de «aquellos que no aceptasen el Símbolo», no sé dónde la encontraste. Y por si acaso te comento que el emperador no ordenó perseguir a los que no aceptasen el resultado de Nicea, sino sólo a los obispos arrianos que no lo aceptasen (de 300 obispos sólo 2 se negaron a aceptarlo) y especialmente a Arrio, al que más tarde perdonará e incluso adoptará como consejero. El paganismo siguió siendo aceptado durante la vida de Constantino, en ningún momento fue perseguido. Lo digo por si hay alguna confusión al respecto.

        La copia es del original de Atanasio, por tanto está escrito en griego. Yo no sé que pueda existir copias del documento original en latín, no creo.

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      3. Avatar de Patrick G.
        Patrick G.

        Christian, me dices que el fragmento en ingles que me compartes fue obtenido del «original en griego» escrito por Atanasio, con lo que me quedo un poco extrañado en el sentido de que nunca había escuchado que existiera un «original» de Atanasio.
        Se que muchos escritos de la tradición nos llegan por otros escritores del siglo V que posiblemente ellos pudieron haber tenido contacto con copias de los originales.
        El fragmento en ingles tampoco habla de un destierro hacia Arrio y sus seguidores (se habla de muchos).

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      4. Avatar de Christian M. Valparaíso

        Sospecho que tienes información que compartir. Me interesa.

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      5. Avatar de Patrick G.
        Patrick G.

        Pues no lo se, hay tanto material que se ha producido solo del estudio y análisis del CONTENIDO de dichos documentos, pero casi nada de los documentos en sí, su existencia, datación, si es original o copia, que institución los tiene en propiedad, como es el caso del codex vaticanus o el codex sinaitico, el Peshitta por decir algo.

        Si te fijas no es así con la Sagrada Escritura, pues en este sentido no se tienen originales pero si copias de copias con datación muy cercana al tiempo de sus autores.

        Por el momento se maneja una hipótesis en la que se dice que los documentos que llegan hasta hoy a nosotros es, porque se reescribieron en muchas ocasiones debido a su importancia y que los que no porque no fueron importantes en su momento o porque pasaron desapercibidos estos documentos.

        Eusebio el historiador escribe ser poseedor de una gran lista de libros y documentos que al tratar de buscarlos pues no existen, y dichos documentos pues él los reprodujo en su historia, talvéz por que hubo mucha quema de documentos. Lamentable.

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      6. Avatar de Christian M. Valparaíso

        Cierto, no es fácil acceder a los documentos originales. Pero hay colecciones de documentos publicados, lo que pasa es que los documentos antiguos están dispersos en muchos libros y es imposible acceder a todos, aunque poco a poco va siendo más fácil encontrarlos en internet, todo llegará.

        Los documentos que han desaparecido no suele ser porque los mandasen quemar sino porque guerras posteriores han destruido muchas bibliotecas, archivos, conventos, etc. y los documentos han sido destruidos con ellos. Y muchos otros simplemente porque se dejaron de copiar, como bien dices.

        Era muy caro y laborioso copiar libros, y sólo se copiaban los que tenían interés en su momento. Si no eran de interés no se copiaban y el tiempo terminaba por hacerlos desaparecer. Por ejemplo los emperadores romanos al principio organizaron muchas quemas de biblias y documentos cristianos, pero no se puede hacer desaparecer todos, y luego se seguían copiando y nos han llegado. Libros como los de Arrio no creo yo que Constantino lograra quemarlos todos ni mucho menos, pero cuando el arrianismo desaparece ya no hay nadie interesado en seguir copiándolos y terminan por desaparecer.

        La inmensa mayoría de los libros y documentos del pasado han desaparecido, y mucha suerte es conservar todavía tantos como tenemos. Ojalá se hubieran conservado todos. Aún así no dejan de ir apareciendo libros y documentos antiguos. Piensa en las miles y miles de tablillas cunneiformes que se han encontrado en los últimos cien años, muchas con libros e historias, o en los rollos del Mar Muerto, o en la biblioteca de Nag Mahadi, o en antiguas bibliotecas, que no dejan de aparecer libros y documentos que llevaban siglos «desaparecidos». Así que todavía queda esperanza para recuperar parte del patrimonio perdido y conocer algo mejor el pasado gracias a ello.

        En cuanto a lo de Arrio, en esa carta que copia San Atanasio, y que al parecer también ha sido copiada en varios sitios más: Gelasius, Historia ecclesiastica 2.36.1 y Syriac: Schulthess, pp. 1-2. Aunque en ese documento no aparezca la orden de destierro pudiera ser que aparezca en otro, y de todas formas esa carta de Constantino es un fragmento, falta parte del contenido así que a lo mejor el destierro está en la parte que falta. No podría asegurarte ese punto pero es posible que incluso no teniendo constancia del texto original de la expulsión, tengamos no osbstante constancia por testimonios indirectos que nos dicen que así ocurrió. De Constantino conservamos muchas cartas y documentos, pero eso es sólo una pequeña parte de todo lo que él escribió.

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  2. Avatar de Giovanna
    Giovanna

    Este artículo me dejó mucho más claro lo que sucedió en el Concilio de Nicea. Muchas gracias!! 🙂

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  3. Avatar de
    Anónimo

    ESTO LE FALTA LOS RESULTADOS

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    1. Avatar de Christian

      En realidad no, este artículo es parte de una serie mucho más extensa y las consecuencias y resultados se ven en artículos posteriores a este. El índice de la serie completa lo tienes aquí: https://apologia21.wordpress.com/2012/11/24/fundo-constantino-la-iglesia-catolica/

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