Hoy veremos cómo de cierta es la afirmación de que la autoridad del papa no procede de la tradición original de la Iglesia sino que es el resultado de las manipulaciones políticas del emperador, como afirman muchos protestantes y ateos.
Puesto que muchos hoy acusan a la doctrina católica de ser el resultado de la paganización que Constantino hizo del cristianismo en Nicea, estamos investigando qué hay de cierto en todo ello. Este artículo pertenece a la serie CONSTANTINO O LA IGLESIA PRIMITIVA. De los 10 puntos que nos dispusimos a analizar, veremos hoy el 4, el referido al papel del papa:
1- La presencia real de Jesús en la Eucaristía
2- La consideración de que la misa católica es un sacrificio
3- Jerarquización de la Iglesia
4- Refuerzo de la autoridad del obispo de Roma
5- Se da el nombre de “católica” a esta nueva iglesia que él fundó.
6- La veneración a la Virgen y a los santos
7- Divinización de Jesús
8- Celebración del día del Señor en domingo
9- Selección del canon bíblico
10- Creación del rito de la misa católica
En el artículo anterior, La jerarquía en la Iglesia primitiva, vimos cómo la Iglesia primitiva desde tiempos apostólicos ya tenía en lo fundamental la misma estructura jerárquica que la actual (obispos, presbíteros y diáconos). Pero desde el primer momento vemos cómo uno de los obispos, el de Roma, tiene preeminencia sobre los demás, y muy pronto otros tres obispos asumirán una función parecida aunque solo a nivel local y por debajo del de Roma, creando así los tres patriarcados que ya comentamos en nuestro artículo anterior: Occidente (Roma), Alejandría y Antioquía. Pero en lo tocante a la polémica creada en torno a la influencia que pudo tener Constantino en la Iglesia del momento, se dice que por motivos políticos, no religiosos, Constantino decidió que uno de esos tres patriarcas, el de Roma, se viese reforzado hasta el punto de convertir a la Iglesia “federada” en una Iglesia imperial que reflejase la misma organización del Imperio Romano y por tanto fuese fácil de manejar y ser asimilada al poder civil. Según quienes defienden esta teoría, el obispo de Roma era un simple obispo (según unos) o uno más de los patriarcas (según otros), y fue convertido en caudillo de la Iglesia entera (papa) por voluntad de Constantino, que en el Concilio de Nicea reforzó su autoridad hasta situarlo por encima de los demás obispos y patriarcas. En realidad lo que muchos quieren decir con esta afirmación es que el papado es una creación del emperador Constantino en el siglo IV. En el presente artículo analizaremos esa idea y veremos si la historia nos da fundamentos para defenderla.
Origen de los patriarcados
Es necesario aclarar que el papado (el obispo de Roma como cabeza de la Iglesia) no surge por evolución de los patriarcados, sino que es anterior a estos. Además el papado es un concepto que está en la Iglesia desde su fundación, fue instaurado por Jesús, mientras que los patriarcados son un fenómeno institucional que surge posteriormente por motivos puramente organizativos, como manera de facilitar el gobierno de la Iglesia sobre todo de cara a dirimir más fácilmente conflictos locales, por lo tanto el patriarcado es una institución humana y meramente práctica, o sea, una institución “política”.
Ya en los primeros siglos tenemos que algunas iglesias locales tienen más prestigio que otras por motivos políticos, económicos, geográficos, poblacionales, etc. Sus obispos, por lo tanto, eran más respetados y escuchados. Si a eso añadimos un factor muy importante para los cristianos, la sucesión apostólica directa, tenemos que dentro de esas ciudades, si la iglesia había sido fundada directamente por uno de los apóstoles, el prestigio del obispo era aún mayor. Estos obispos, por cuestión de su prestigio, ejercían influencia entre los obispos de la zona. De este modo llegamos al siglo IV, cuando la Iglesia sale de las catacumbas, con una estructura basada en el liderazgo de los obispos (todos a su vez bajo el liderazgo del de Roma), pero en la práctica nos encontramos a su vez con obispados que se han convertido en líderes locales.
Cuando en el Concilio de Nicea (año 325) se da forma oficial a la estructura organizativa de la Iglesia, se reconoce esta situación y se la aprovecha para facilitar el funcionamiento de la institución. De este modo se reconoce jurídicamente la figura del Patriarcado, y así esa influencia no será ya simplemente causada por el prestigio, sino que se convierte en jurisdiccional, los obispos de un patriarcado deben obediencia a su patriarca.
Mientras que para todo el Occidente no reconocía más que un Patriarca, Roma, al que estaban sometidas las tres prefecturas de las Galias, de Italia e llírico, el canon 6 distingue tres dominios parciales dentro del ámbito total de la iglesia oriental: el obispo de Alejandría, indicándose su extensión (Egipto, Libia y Tebaida), el de Antioquía cuya extensión no se determina más en concreto, y las restantes provincias eclesiásticas a cuya cabeza hay metropolitas (obispos) con paridad de derecho. Se abarcan en este último las provincias eclesiásticas de Asia Menor y Tracia. Se reconoce además el título de «exarca» (más jurisdicción que un obispo pero por debajo del patriarca) a los obispos metropolitanos de Cesarea de Capadocia (exarcado del Ponto), Éfeso (exarcado de Asia Menor) y Heraclea (exarcado de Tracia). Puede llamar la atención el que Jerusalén no tenga ni patriarcado ni siquiera exarcado, pero no olvidemos que tras la destrucción de la ciudad en el año 70 todos los judíos fueron expulsados (incluidos los judeocristianos) y la ciudad fue reconstruida con fuertes medidas para mantener un carácter secular, así que cuando cesan las persecuciones en el siglo IV Jerusalén era una ciudad sin importancia ni política ni religiosa y con una comunidad cristiana pequeña.
En el Concilio de Constantinopla (año 381) se creará el patriarcado de Constantinopla ocupando el puesto del anterior exarcado de Tracia. Y será el cuarto concilio ecuménico, el de Calcedonia (año 451), el que por fin se decida a crear un patriarcado para la ciudad de Jerusalén por motivos históricos y sentimentales, quedando Palestina y Arabia bajo su jurisdicción. Queda ya de este modo establecida la Pentarquía, que divide el gobierno de la Iglesia en 5 patriarcados: Roma en occidente y Antioquía, Alejandría, Jerusalén y Constantinopla en oriente, todos bajo la preeminencia del obispo de Roma. Simplificando el tema podríamos decir que todo occidente depende de Roma, África oriental de Alejandría, Oriente Medio de Jerusalén, Europa oriental y Anatolia (actual Turquía) de Antioquía, aunque posteriormente tendrá que repartírselas con Constantinopla.
Casi al mismo tiempo iban desarrollándose fuera del territorio del Imperio romano otras instituciones similares en Persia, Armenia y Mesopotamia, que tomaban el nombre de Katholikados, con unos derechos casi iguales a los de los Patriarcas. Pero no se habla de ellos en los Concilios ecuménicos, por la razón de que estos katholikados se proclamaron muy pronto autónomos y luego se adhirieron a las doctrinas heréticas nestoriana y monofisita, quedando por tanto fuera de la Iglesia universal. Luego, en una época no muy bien determinada, comenzó a figurar como autónomo también el katholikado de Georgia. Estos katholikados son designados a veces con el sobrenombre de Patriarcados Menores.
En la actualidad existen en las iglesias orientales separadas hasta 18 patriarcados distintos. Son los siguientes: 1 nestoriano, cuyo titular reside actualmente en Chicago; 7 de las iglesias anticalcedonenses monofisitas, a saber: el copto con residencia en El Cairo, el etíope con residencia en Addis Abeba, el siro-jacobita con residencia en Damasco, y 4 armenios: Etchmiazin, Cilicia, Jerusalén y Constantinopla. Los 9 bizantinos son: Constantinopla, Alejandría, Antioquía, Jerusalén, Moscú, Georgia, Servia, Rumania y Bulgaria. Este último data de 1953.
Por su parte, las iglesias católicas orientales tienen otros 8, a saber: el doble de Alejandría para coptos y melkitas; 3 en Antioquía para maronitas, melkitas y sirios; el de los melkitas de Jerusalén; el de los caldeos de Babilonia y el de los armenios de Cilicia.
Los patriarcados latinos de Occidente, meramente honoríficos, son los siguientes: el de Venecia, antiguo de Aquileya y luego de Grado, trasladado a Venecia por Nicolás V en 1451; el de las Indias Occidentales, erigido por Paulo III en 1540 para la América hispana, con sede en Madrid; el de Lisboa, erigido por Clemente XI en 1716; el de las Indias Orientales, con sede en Goa, erigido por León XIII en 1886 y el de Jerusalén latino, creado en la primera cruzada y restaurado en 1847 por Pío IX. Pero queda abierta la puerta, por lo que a las iglesias orientales católicas toca, para instituir nuevos patriarcados jurisdiccionales, como lo sanciona el citado Decreto del Concilio Vaticano II:
[
Siendo la institución patriarcal una forma tradicional de gobierno en las Iglesias orientales, desea el Concilio Santo y Ecuménico que, donde haga falta, se erijan nuevos patriarcados, cuya institución se reserva al Consejo Ecuménico o al Romano Pontífice.
Así pues, los patriarcados forman parte de la estructura jurisdiccional de la Iglesia desde el siglo IV hasta el día de hoy. Los ortodoxos afirman que el papa de Roma es un patriarca más, sin más preeminencia que la honorífica, y muchos protestantes afirman que el mismo emperador Constantino fue el culpable de situar al patriarca de Roma por encima de los demás por motivos políticos, algo que los ortodoxos niegan.
¿Refuerza Constantino la autoridad del obispo de Roma?
Quienes afirman que Constantino reforzó la autoridad del obispo de Roma lo que quieren decir es que el concepto de la supremacía romana es una creación del emperador, no algo que estuviera presente en la Iglesia anteriormente. Dicho de otro modo, afirman que el cargo del papa es una invención de Constantino.
Este punto ya lo tratamos extensamente en el artículo sobre si los papas eran sucesores de Pedro (puede leerlo aquí). Recordaremos solamente que el papa Clemente I, muy probablemente ordenado por Pedro y también Pablo, en el siglo primero ya escribe desde Roma una carta a los cristianos sublevados de la iglesia de Corinto exigiéndoles obediencia a sus autoridades religiosas, y lo hace con la autoridad de quien sabe que puede hacerlo:
[
Les escribimos para amonestarlos. Ustedes los que fueron causa de sedición sométanse a sus presbíteros y reciban su corrección con arrepentimiento. Mas si alguno desobedeciere las amonestaciones que yo les envío, sepan que se harán reos de un gran pecado y se expondrán a un gran peligro.
Corinto estaba en el imperio oriental, por lo tanto supuestamente fuera de la jurisdicción del obispo de Roma, y sin embargo el papa Clemente actúa como si ese problema fuese también de su incumbencia, y lo que es más, el obispo San Ireneo (siglo II) nos cuenta que dicha carta fue recibida con gozo por la iglesia de Corinto y considerada durante siglos como parte de la Biblia –algo históricamente constatado– , lo que quiere decir que los amonestados aceptaban que el obispo de Roma tenía jurisdicción sobre toda la Iglesia cristiana, y no solo sobre su patriarcado occidental. Si el obispo de Antioquía, por ejemplo, hubiera interferido de la misma forma en un conflicto de la iglesia de Toledo o de Lyon, ni los afectados habrían reconocido su autoridad ni el obispo de Roma habría permitido la injerencia. No olvidemos que lo que está haciendo Clemente no es opinar o aconsejar, que eso es libre, sino actuar con autoridad amenazando incluso con sanciones.
No parece que nadie necesitase reforzar la autoridad el obispo de Roma. El mismo San Ignacio y San Ireneo, padres apostólicos del siglo I, reconocen explícitamente esa autoridad presidiendo sobre toda la Iglesia de Jesús. Es más, Constantino intentó más bien lo contrario, disminuir la influencia romana trasladando la capital del Imperio a Bizancio, rebautizada como Nova Roma y posteriormente Constantinopla (hoy Estambul), haciendo de Roma una ciudad de segundo orden. Utilizó su poder político para que el Obispo de Roma se trasladara a su nueva capital y así tenerlo cerca para controlarlo mejor, a lo cual el papa se negó. Como no consiguió traer al papa a su nueva capital, fue progresivamente aumentando las prerrogativas del obispo de Constantinopla de modo que a finales de siglo ya era un patriarcado rival de Roma, situado incluso por encima de los otros tres orientales, aunque aún sometido a Roma. Los emperadores bizantinos, empezando por el mismo Constantino, son los principales responsables de que Roma fuese perdiendo influencia en Oriente, y no al contrario como algunos ahora pretenden. Fue la política, y no la doctrina, la que terminará partiendo a la Iglesia de Cristo en dos. Y aún así, todo esto es ya posterior al concilio de Nicea.
En el año 330, cinco años después de Nicea, el emperador funda su nueva capital, Constantinopla, sobre la pequeña y antigua ciudad de Bizancio. El obispo subsidiario que había en esa ciudad, sucesor de San Andrés, automáticamente es elevado por decisión imperial al cargo de arzobispo, dentro del patriarcado de Antioquía. En el primer Concilio de Constantinopla, en el 381, el emperador sucesor presiona para incluir un canon (norma eclesiástica de funcionamiento) en el que se declara:
[
El Obispo de Constantinopla gozará de primacía y honor solo por detrás del Obispo de Roma, pues es la Nueva Roma. (Primer Concilio de Constantinopla, canon III)
Esto sí que es claramente una injerencia imperial en la Iglesia, inventarse un nuevo patriarcado y elevarlo incluso por encima de los otros tres orientales*. El emperador quería tener cerca a una máxima autoridad eclesiástica, y como no pudo tener al lado al papa de Roma, se creó una especie de vicepapa en su misma ciudad. Algo así no hubiera podido hacerlo Constantino en Nicea, con una Iglesia heroica recién salida de las persecuciones, pero a finales del siglo Teodosio consideró que al convertir al cristianismo en religión oficial, tendría algún derecho de decidir sobre la organización de la Iglesia (que no sobre su doctrina).
* Resulta paradójico que tras el Cisma de Oriente, que separó a las iglesias católica y ortodoxa en el año 1054, los patriarcas orientales rechazaran el liderazgo del patriarca de Roma (heredero de San Pedro) y sin embargo siguieran aceptando el liderazgo del patriarca de Constantinopla, siendo este patriarcado una creación política del emperador. No hay ninguna justificación bíblica o doctrinal para rechazar la autoridad del papa y aceptar a cambio el liderazgo constantinopolitano.
Sin embargo, a pesar de las presiones imperiales, este canon levanta una gran polémica y no es subscrito en aquel entonces por ninguno de los patriarcas existentes, que rechazan modificar la estructura tradicional de la Iglesia por decisión imperial. Si el papa de Roma no hubiera gozado tradicionalmente de una primacía asumida por los demás patriarcas, habría dado la bienvenida a esta disposición, pues claramente establecía al obispo de Roma como el principal de todos los obispos, por encima incluso de este nuevo patriarcado que con el tiempo se convertiría en su único “competidor” desde oriente. Pero la reacción de Roma no fue esa, sino que al igual que los demás patriarcas, se opuso al canon y no lo firmó. Más aún, durante mucho tiempo Roma se opuso repetidamente contra la decisión imperial, rechazando el nuevo patriarcado, hasta que con el tiempo los hechos consumados y la influencia de la nueva capital terminaron por imponerse.
A partir del siglo V los emperadores comienzan a otorgar esporádicamente a algunos patriarcas de la capital, Constantinopla, un título que en principio era eminentemente honorífico: Patriarca Ecuménico, o sea, “obispo universal”. Era solo un título honorífico sin consecuencias jurisdiccionales, pero el patriarca de Roma es consciente de que ese título es un claro atentado contra la jurisdicción universal que tenía sobre la Iglesia solo el Patriarca de Occidente (lo que hoy llamamos “papa”), o sea, el obispo de Roma. El papa S. Gregorio Magno (años 590-604) trabajó intensamente para eliminar este título, por lo que implicaba de lesión a la unidad de la Iglesia, saliendo en defensa del Primado de Roma sobre la Iglesia universal, aunque no obtuvo resultados positivos. A pesar de que bajo el corto pontificado de Bonifacio III (año 607) un decreto del emperador Focas prohibía el citado título para el Patriarca de Constantinopla, de hecho se siguió utilizando, sobre todo a partir de la ruptura con Roma (año 1054), momento en el que el patriarca de Constantinopla se convierte no solo de forma honorífica sino también de facto en el Patriarca «Ecuménico» o autoridad suprema para toda la Iglesia Oriental, estableciéndose como cabeza de la Iglesia Ortodoxa, aunque su papel no sea equivalente al del papa en la Iglesia Occidental, entre otras cosas porque en Occidente el papa era el único patriarca, mientras que en Oriente el Patriarca de Constantinopla tenía que convivir con otros patriarcas que tenían, y conservan, un gran margen de autonomía en la gestión de sus asuntos. Esta importante diferencia motivó que la estructura jerárquica de la Iglesia Occidental fuera fuertemente piramidal, con una cúspide indiscutible (el papa), mientras la Iglesia Oriental actúa más bien como un grupo de iglesias autónomas coordinadas por el Patriarca de Constantinopla.
El emperador Focas
El episodio comentado sobre el emperador Focas también ha dado pie a que muchos lo consideren como el creador de la primacía del papado, por ejemplo vean este fragmento de un artículo de Wikipedia sobre la Pentarquía en la que se dice que los cinco patriarcados actuaban en pie de igualdad hasta que este emperador interfirió, y continúa:
En 607 dc, el obispo de Roma, Bonifacio III, recibió de Focas, emperador de Oriente, el título de Obispo Universal, título que fue rechazado por los otros patriarcados, generando el cisma de Oriente, dando origen a la formación de la Iglesia Ortodoxa. Hubo varios esfuerzos por volver a unir a las iglesias, pero la negativa del obispo romano de rechazar la posición de jefatura dada por Focas, impidió tal reunión. (Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Pentarqu%C3%ADa a 18/10/2013)
La supuesta actuación de todos en pie de igualdad no se corresponde con los testimonios históricos que tenemos, y el título de “Obispo Universal”, o sea, “Patriarca Ecuménico”, no fue creado por Focas para investir al obispo de Roma, sino que como hemos comentado fue creado por los emperadores bizantinos para investir a los patriarcas de Constantinopla, y tenemos testimonios de algunos patriarcas constantinopolitanos haciendo uso de ese título en el siglo anterior. Lo que Focas hizo fue quitarle ese título a los patriarcas de Constantinopla porque solo el obispo de Roma tenía derecho a llamarse obispo universal de toda la Iglesia. El obispo de Roma no es que aceptara ese nuevo título de Focas, es que siempre había ostentado esa posición; lo que consiguió del emperador es que el patriarca de Constantinopla dejara de usarlo porque no le correspondía. Y afirmar que ese incidente en concreto fue lo que causó el Cisma de Oriente es ya ignorar o retorcer la historia del todo. Es de esperar que no tardando mucho algún historiador entendido actuará modificando este artículo de Wikipedia, pero en estos momentos eso es lo que se puede leer en él.
Origen de la división de la Iglesia
Cuando el emperador Diocleciano a finales del siglo III decidió dividir el Imperio Romano en dos mitades semiautónomas para mejorar su gestión: el Imperio Romano de Oriente y el Imperio Romano de Occidente, ningún cristiano de la época podía imaginar que dicha división política marcaría irremediablemente el curso futuro de la Iglesia cristiana. Cuando Constantino decide en el 330 trasladar la capital del Imperio desde Roma (occidente) hasta Constantinopla (oriente), comienza toda una serie de maniobras a todos los niveles para ir trasladando el poder a la nueva capital, mientras Occidente va cayendo en el abandono hasta ser definitivamente devastado y devorado por las invasiones bárbaras en el siglo V. Con un Oriente rico y poderoso y un Occidente destrozado, fragmentado y arruinado económica y culturalmente, no era fácil digerir que la Iglesia oriental permaneciera sujeta a la autoridad del obispo de Roma, una ciudad que había degenerado hasta convertirse en poco más que una remota capital de provincias fuera del imperio, bajo dominio bárbaro. La presión venida de todas direcciones para librarse de la tutela occidental también en un tema tan importante como el religioso, parecía hacer casi inevitable que con el paso de los siglos Oriente se negase cada vez más fuertemente a seguir sometida a la autoridad de Roma, cuestionando cada vez más el papel de liderazgo de su obispo. La división política fue alimentando todo el fuego que terminaría por romper a la Iglesia única en dos mitades. No fue la doctrina la que causó la ruptura (como sí ocurrió con los protestantes), sino pura y llanamente la política. Fueron los emperadores romanos, empezando por Constantino, quienes a veces con intención y otras sin ella fueron generando y aumentando la tensión en el interior de la Iglesia que la llevaría a partirse en dos, terminando con el rechazo total de los orientales a la obediencia al papa de Roma. Es justo admitir que la inflexibilidad romana tampoco ayudó.
Conclusión: relación entre Constantino y la autoridad del papa
Después de un rápido repaso a la evolución de la estructura de la Iglesia hasta la ruptura de la Iglesia Oriental con el papado, hay que señalar que la historia no nos ofrece ningún dato para suponer que Constantino “movió hilos” para aumentar la autoridad del obispo de Roma, y sin embargo sí tenemos datos muy claros para saber que hizo todo lo contrario: como no logró llevárselo a Oriente, intentó reducir su autoridad, al menos en la parte oriental del imperio, y sentó las bases para la creación de un patriarcado en Constantinopla que rivalizaría con él. De hecho esta maniobra de Constantino (continuada por sus seguidores) tuvo a largo plazo tanto éxito que varios siglos más tarde consiguió partir la Iglesia en dos, separando a la Iglesia Oriental (Ortodoxa) de la Occidental (Católica), y colocando a la creación de Constantino (el patriarca de Constantinopla) como cabeza de la Iglesia Ortodoxa.
En definitiva, los antiguos cristianos de Oriente aceptaban la autoridad del papa de Roma porque era el descendiente de Pedro y el obispo de la Iglesia más importante de la cristiandad, y siglos más tarde terminaron por rechazar al papa por motivos derivados de las tensiones políticas causadas por la separación del Imperio Romano Oriental y las invasiones bárbaras que acabaron con el Imperio Romano Occidental. Si alguien sentó las bases para esa separación a nivel de la Iglesia, ese fue precisamente el emperador Constantino, así que fue su actuación la que inició el movimiento de la Iglesia Oriental hacia un rechazo cada vez mayor de la autoridad del papa. Su intención era trasladar el poder político y también el religioso hacia Oriente, pero el papado estaba demasiado unido a Roma y en vez de un traslado de poder se comenzó a producir una división de poder que reflejaba en la estructura de la Iglesia los acontecimientos políticos que se producían en la estructura del Estado. Por tanto fue Constantino quien conscientemente socavó la autoridad del papa y sin pretenderlo empujó a la Iglesia cristiana en una dirección que acabaría por provocar su división, lo cual paradójicamente era lo que Constantino siempre intentó evitar. El obispo de Roma no es papa gracias a Constantino, sino a pesar de Constantino.
Y desde aquí, una esperanzada oración por la cada vez más cercana reunificación de ambas Iglesias, unidas en la doctrina y separadas en la jerarquía, para que encuentren la fórmula que permita reunir satisfactoriamente lo que nunca debió ser separado. En esta futura reunificación, los patriarcados, sin duda, jugarán un papel determinante en la estructura de la Iglesia universal.
[Haga clic sobre este banner para acceder al índice de la serie completa]
Deje su comentario (será publicado aquí tras ser revisado)