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El pesimismo de Lutero, fuente del protestantismo

Portada: El pesimismo de Lutero

Toda la teología protestante tiene su origen en la visión pesimista que Lutero tenía de la naturaleza humana y en sus propios conflictos internos.

Martín Lutero, aunque no fue el único padre de la Ruptura protestante, fue el que la inició y el que sentó sus bases primeras, por eso sus ideas son como los cimientos sobre los que todos los demás construyeron sus edificios aunque estos edificios adquiriesen desde el principio múltiples formas. Estos cimientos que estableció Lutero fueron las tres “solas”:

  1. Sola scriptura= la Verdad está sólo en la Biblia, la cual puede ser interpretada por sí misma.
  2. Sola fide= Dios nos salva sólo por la fe.
  3. Sola gratia= Nos salvamos sólo por la gracia de Dios.

Estas tres doctrinas, a su vez, son el resultado lógico y necesario del modo que tuvo Lutero de entender la naturaleza humana.

Situación de partida

Lutero fue un hombre muy religioso, aunque en absoluto santo, que vivió en una época en la que la Iglesia, en cuanto a su naturaleza humana, se había corrompido y necesitaba urgentemente ser reformada.

Los Borgia
Los 2 papas Borgia del siglo XV sembraron de corrupción el papado

Tras la Edad Media la Iglesia Católica se encontraba en un estado de ruina moral y religiosa, con los fieles pasivizados, sin iniciativa, pastoreados por un clero desorientado y una jerarquía en donde abundaban los abusos y los excesos. Esta jerarquía se había asociado fuertemente al poder secular (al tiempo que éste se había apoderado en parte de ella) y ejercía su poder también por medios seculares. De este modo la autoridad de la Iglesia no era vista ya como una autoridad divina y la obediencia a la Iglesia no se entendía ya como un acto de fe. Los obispos eran considerados aristocracia, casi como señores feudales, y el papa parecía más un emperador que el obispo de Roma. El sentido profundo y misterioso de la Iglesia como Cuerpo de Cristo se oscureció y el concepto de «Iglesia» cada vez más se identificaba con la jerarquía y no con todo el Pueblo de Dios.

Esta situación catastrófica hizo que alguna gente de profunda religiosidad, como Lutero, fueran ya incapaces de ver en la Iglesia el Cuerpo de Cristo que nunca pudo dejar de ser y sin embargo la consideraran una institución humana corrompida. Verdaderamente no debía ser fácil reconocer en aquella Iglesia un instrumento divino de salvación y no era de extrañar que Lutero y otros terminasen por considerarla más bien un obstáculo. Lo que la Iglesia necesitaba era una profunda restauración, una reforma como la que en tiempos hicieron San Francisco y San Benito ante una situación similar. Pero Lutero, si en un primer momento tal vez tuvo la intención de reformar las cosas, rápidamente decidió que el camino más eficaz era el de enfrentarse a la Iglesia y destruirla desde fuera. No asistimos en realidad a ninguna Reforma, sino a una Ruptura en toda regla.

Es posible que el detonante que le pusiera en marcha fuera esa corrupción de la Iglesia, pero Lutero tenía muy claro que sus objeciones no iban tanto dirigidas a los abusos sino a la doctrina católica misma. Denunciar los abusos le dotaba de legitimidad y le proporcionaba apoyos, pero según sus propias palabras la corrupción de la Iglesia no era lo que le preocupaba:

"Yo no impugné las inmoralidades y los abusos, sino la sustancia y la doctrina del Papado”. “La vida es tan mala entre nosotros como entre los mismos papistas; la cuestión es otra: de si enseñan o no la verdad”. “Por eso, aunque el papa fuese tan santo como san Pedro, lo tendríamos por impío y nos rebelaríamos contra él.

Esto puede sorprender pero es en todo coherente con su doctrina de la “Sola fide”, al fin y al cabo si sólo la fe trae la salvación y las obras no importan ¿qué más da si la Iglesia era corrupta? Lo verdaderamente importante es si se había desviado de la auténtica fe, y Lutero pensaba que sí.

Del mismo modo la “reforma” que puso en marcha Lutero no se preocupaba por las obras, no buscaba que la gente fuese más buena o los poderes más justos, sólo buscaba que la gente creyese las doctrinas que él consideraba correctas. En su nuevo esquema de creencias la santidad dejaba de ser un fin para convertirse en algo irrelevante para la salvación, sólo más tarde el protestantismo valorará la santidad y las buenas obras como un signo externo de la salvación, aunque sin influencia en ella. Para Lutero las buenas obras pueden incluso ser perjudiciales si llevan al individuo a creer que sus acciones le hacen obtener algún mérito a ojos de Dios.

Lutero rezando

Las intenciones primarias de Lutero fueron loables y sinceras, pero los acontecimientos rápidamente le desbordaron y en vez de impulsar una reforma desató la lucha y la ruptura de la Iglesia. Por otra parte, aún a riesgo de ofender a algunos, lo cual sinceramente lamentamos, nos vemos obligados a presentar un retrato personal de Lutero muy poco halagüeño, pues sin mostrar esta otra cara suya, menos conocida pero más clarificadora sobre sus auténticas motivaciones, sería imposible entender por qué ocurrió lo que ocurrió. No obstante, porque no es aquí nuestro interés denigrarlo sino entenderlo, nos limitaremos a hablar solamente de sus ideas sobre la naturaleza humana y la suya propia, y cómo esas ideas condicionaron en gran medida toda la evolución de sus doctrinas.

Pesimismo humanista de Lutero

El fundamento de la Teología de Lutero estaba en su propia experiencia vital, la de un hombre pesimista y atormentado, aterrorizado ante el progresivo convencimiento de que su alma estaba condenada. Al leer sus escritos comprobamos que Lutero padece una psicología enfermiza, neurótica, que le conduce a una vivencia religiosa atormentadamente morbosa, que queda expresada en confesiones personales como éstas:

«Yo, aunque mi vida fuese la de un monje irreprochable, me sentía pecador ante Dios, con una conciencia muy turbada, y con mi penitencia no me podría creer en paz; y no amaba, incluso detestaba a Dios como justo y castigador de los pecadores; me indignaba secretamente, si no hasta la blasfemia, al menos con un inmenso resentimiento respecto a Dios». «Al solo nombre de Jesucristo, nuestro Salvador, temblaba yo de pies a cabeza». «Yo recuerdo muy bien qué horriblemente me amedrentaba el juicio divino y la vista de Cristo como juez y tirano».

Dejando a un lado la idea de Dios-Amor se centraba en el Dios-Juez, y sintiéndose él totalmente indigno e incapaz de mejorar, sentía terror, más que amor o respeto, por ese Dios que ya parecía estar condenándolo.

hombre pecador

Es evidente que la experiencia neurótica que Lutero tenía de su vida espiritual cristiana no podía continuar así de forma indefinida. Podría haberle conducido al suicidio, o al menos al suicidio espiritual de la apostasía. ¿Qué salida podría encontrar para escapar de esta captación falsa de Dios y de sí mismo? Parecía encontrarse en un callejón sin salida. Lutero escribió acerca del pecado original lo siguiente:

No es meramente una insuficiencia de cualidad en la voluntad, o una mera insuficiencia de iluminación en su intelecto, o de fuerza en la memoria. Por el contrario, es una completa depravación de toda la rectitud y la habilidad de todo poder del cuerpo, al igual que del alma, y del interior y exterior entero del hombre. En adición a esto, es una inclinación al mal, una repugnancia a lo bueno, una inclinación opuesta hacia la luz y la sabiduría; es el amor al error y las tinieblas, un escape de las buenas obras, y un aborrecimiento de ellas, un correr hacia el mal..

Note que la Iglesia Católica dice que el pecado original hace que el hombre haya perdido su conexión con Dios, pero el bautismo puede borrar totalmente ese pecado y por ello nos hace de nuevo hijos de Dios, imagen y semejanza suya. La visión de Lutero por el contrario es totalmente negativa: el hombre es absoluta y totalmente depravado, odia el bien y desea el mal y no hay nada que se pueda hacer para cambiar eso. Puesto que él estaba bautizado pero sentía que permanecía en él una fuerte inclinación al mal (lo cual él erróneamente identificaba con el pecado original), eso demostraba que el bautismo no cambiaba en nada la naturaleza malvada del hombre. Incluso cuando parece hacer el bien en realidad no es tal, pues todas sus obras son fruto del pecado y una buena acción aparente estará siempre motivada por el orgullo, el egoísmo, el puro interés, etc. Por eso las buenas obras no pueden influir en la salvación, porque en cierto modo no existen. De ahí que Lutero rechace vigorosamente la creencia en las buenas obras, o dicho en lenguaje cotidiano, la idea de que “para ir al cielo hay que ser buenos”. En sus propias palabras:

«El hombre peca siempre, aun cuando intente obrar el bien. El hombre está tan corrompido que ni siquiera Dios puede rescatarle de su podredumbre: lo único que es posible a Dios es no tener en cuenta sus pecados, no imputárselos legalmente»

La justificación cristiana, por tanto, será solamente declarativa, pasiva; pero la gracia no producirá una renovación real de la naturaleza caída de la persona de modo que incluso el justo, el salvado, sigue siendo por siempre un sucio pecador. De esa idea viene la imagen que utiliza Lutero para explicar la salvación: una vez justificados, es el manto de Cristo el que nos cubre y permite, corruptos como somos, presentarnos ante Dios en el cielo, pues la corrupción humana queda oculta por ese manto de salvación.

Santo Domingo de Guzmán

Compare esto con el cristianismo católico, que dice que el hombre puede y debe aspirar a la perfección, a la santidad (Mateo 5:48, 1 Pedro 1:16), y como al cielo no puede entrar nada imperfecto (Apocalipsis 21:27), el purgatorio es el proceso mediante el cual Dios nos purifica por completo antes de entrar a su presencia (1 Corintios 3:13-15).

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Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. (1 Corintios 15:42-43)

Así según la teología católica los santos del cielo son puros y perfectos, mientras que para la teología de Lutero los santos del cielo serán pecadores cuya corrupción será soportada por Dios solo porque estará oculta bajo “el manto” de Cristo. En ese caso no es a nosotros a quien Dios ama, sino a la visión de Cristo que nos recubre. Pero si llevamos esta idea hasta sus últimas consecuencias nos veríamos obligados a afirmar que Dios estaría despreciando al ser humano y amándose sólo a sí mismo. ¿Es ese el Dios en el que creen los protestantes? Evidentemente no, pero esa es la noción de Lutero y sobre esa noción construyó él los pilares sobre los que aún hoy se asienta todo el protestantismo.

El libre albedrío

Para empeorar la situación terminó por llegar a la conclusión de que el hombre carecía de libre albedrío en temas morales y era un sujeto pasivo que o bien se dejaba arrastrar por la fuerza de Dios o bien por la fuerza de Satanás, sin que él nada pudiera hacer por evitarlo.

Erasmo de Rotterdam
Erasmo de Rotterdam

Cuando su amigo, el católico Erasmo de Rotterdam, publica “Sobre la diatriba del libre albedrío”, comienza con él un debate epistolar que empieza siendo respetuoso. Erasmo argumenta, entre otras cosas, que si Dios nos da unos mandamientos que cumplir y nosotros no tuviéramos libre albedrío, sería cruel e injusto hacerlo; Lutero le replica que tal cosa es “una estrategia divina para hacerle ver a su criatura impotente su propia impotencia”. Finalmente Lutero pierde la paciencia y compara el tratado de Erasmo con una fina bandeja de plata usada para remover estiércol. La amistad entre ambos estaba terminada.

El enfado de Lutero se debía a que si admitiera el libre albedrío se volvería a ver obligado a hacerse responsable de sus pecados y eso supondría regresar al tormento en el que su alma se movía en un principio. Por eso como respuesta al libro de Erasmo Lutero publicó su propia obra, «De Servo Arbitrio«, glorificando y enfatizando la impotencia y esclavitud del hombre. Esto lo explicitaría aún más Calvino, quien directamente promulgó la predestinación de las almas, o sea, la creencia de que aún antes de nacer Dios ya ha decidido si seremos salvos o condenados.

El razonamiento que hacía Lutero es que el hombre no puede resistir la gracia de Dios, así que si Dios le salva, el hombre nada puede hacer para no ser salvado, y si Dios no le salva, tampoco puede el hombre hacer nada por salvarse, lo que además implica que Dios derrama su gracia sobre algunos elegidos. Pero esa idea de que “el hombre no puede resistir la gracia de Dios” es un razonamiento circular, pues para que tal afirmación tenga sentido tenemos que presuponer como cierto la idea misma que pretende demostrar, o sea, que el hombre no tiene albedrío.

La doctrina cristiana católica, por el contrario, parte de la base de que Dios ha decidido dotarnos de libre albedrío y respetarlo escrupulosamente, por lo cual su gracia es un don que nos concede gratuitamente a todos (Tito 2:11 o 1 Timoteo 2:3-4) pero no nos obliga a aceptarlo (Deuteronomio 30:19). Tal como lo expresa Santo Tomás Moro: No podemos creer que con buenas obras conquistaremos nuestra salvación, pero cuando la gracia de Dios viene en nuestra ayuda, nuestro libre albedrío debe cooperar con ella mediante nuestras buenas obras. De igual parecer eran los primeros cristianos. Por ejemplo San Ignacio de Antioquía, que murió mártir entre en torno al año 100 y fue discípulo de los apóstoles Pedro y Juan, nos dice claramente:

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"Si alguien es verdaderamente religioso es hombre de Dios, pero si es irreligioso es hombre del demonio, hecho tal no por naturaleza sino por su propia elección".

El pensamiento disyuntivo

Pensamiento disyuntivo

Ante esta visión tan negativa del ser humano, corrompido y sin voluntad moral, tanto Lutero como los demás reformadores no tuvieron más remedio que llegar a la conclusión de que “Sólo por Cristo”, “Sólo por Gracia” y “Sólo por la Fe” el hombre puede ser salvo, sin que el ser humano pueda intervenir en ello de ningún modo, ni a nivel individual (con sus buenas obras) ni a nivel comunitario (a través de la Iglesia). Por eso también interpretan en términos excluyentes las palabras de Pablo: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes sino que es el regalo de Dios.” (Efesios 2:8). Sin prestar demasiada atención a otras citas que resaltan la importancia de las obras, como la de Jesús en el Juicio (“venid a mí, benditos de mi padre, porque tuve hambre y me disteis de comer”, etc. Mateo 25:31-46) o Santiago diciendo “Resulta, pues, que las obras, y no solamente la fe, intervienen en que Dios restablezca al ser humano en su amistad… la fe sin obras está muerta en su raíz” (Santiago 2:14-20).

Lo que ocurre aquí es un ejemplo típico del protestantismo centrándose en la idea de “A o B” mientras que la Iglesia ve claramente que lo que tenemos es “A y B”: es Dios quien nos abre la puerta, pero el hombre tiene que esforzarse en cruzarla (cooperación humana en la obra de salvación). Las “solas” protestantes les obligan a ver la doctrina católica como si defendiera que el hombre pudiera “asaltar el cielo” por la fuerza de sus obras y conquistar su propia salvación, pero esa errónea interpretación se basa en el falso dilema “A o B”, que es la base última de todas sus doctrinas; precisamente por eso las tres bases del protestantismo se pueden definir como “solas” (entre A o B sólo A es válida).

Sólo por la fe

San Justino Martir

San Justino mártir

Así es como nació la doctrina de la “Sola fe”, la cual liberaba a Lutero de todos sus escrúpulos morales por el momento, pero ni Lutero ni ningún otro padre de la “Reforma” pudieron encontrar apoyo claro para esta doctrina en la Iglesia primitiva, pues tan pronto como hallaban un texto que parecía apoyarla, ese mismo autor tenía otro que la contradecía (siempre el problema de querer ver “A o B” en lugar de admitir el “A y B”). Por ejemplo citan a San Justino mártir (nacido en el año 100) diciendo:

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no ya por la sangre de machos cabríos y de ovejas, ni por la ceniza de los novillos (...) sino por la fe, gracias a la sangre de Cristo y de su muerte. Para este fin murió Él.

Pero los católicos le citaban también sus palabras en Apología 1ª:

[

Todo hombre recibirá el castigo eterno o recompensa que sus acciones merecen. De lo contrario todo ocurriría según el destino y nada estaría en nuestras manos. Si el destino dicta que este hombre sea bueno y ese otro malvado, ni el primero tendría mérito alguno ni el segundo merecería culpa.

Y hay muchos más textos de la Iglesia primitiva que deslegitiman la Sola fides (vea una recopilación de citas sobre la Sola fides y los padres de la Iglesia). El mismo Calvino reconoce también que los primeros padres tenían una posición distinta a la suya, pero achaca eso a la gran influencia de los filósofos paganos, lo que equivale a decir que tras la muerte de los apóstoles los cristianos cayeron en el error y no fue hasta un milenio y medio más tarde que el Evangelio pudo de nuevo entenderse correctamente.

La reacción de Lutero y los reformadores por tanto fue rechazar también la Tradición y el Magisterio de la Iglesia como depositarias de la verdad, pues éstos entraban en contradicción con “su verdad” y por lo tanto en su opinión no eran fiables en absoluto. La Iglesia queda así deslegitimada y carece de autoridad. De este modo Lutero tenía ya las manos libres para forjar sus propias doctrinas sin tener más límite que las Escrituras y lo que su propio intelecto le fuese sugiriendo en torno a ellas. Nace la “Sola scriptura”. La Ruptura estaba así consumada.

Interpretación privada de las escrituras

Pero esto traía otro gran problema, si Lutero eliminaba la autoridad de la Iglesia para interpretar las Escrituras ¿con qué autoridad podría defender su propia interpretación? Pues aunque él considerase a la Iglesia sólo humana, no era menos cierto que él también lo era. De nuevo los escrúpulos le atormentaron y nos dejó escritos como este:

“Apenas he podido asegurar o aquietar mi conciencia con las muchas y poderosas evidencias de la Escritura, para poder contradecir yo solo al Papa, y para creerle anticristo, a los obispos sus apóstoles;  a las universidades sus burdeles. ¿Cuántas veces tembló mi corazón, y me reprendió objetándome su argumento más fuerte y único? ¿Eres tú solo el sabio y los demás yerran?”

Y sin embargo de algún modo extraño consigue tranquilizar su conciencia convenciéndose de que esas dudas proceden del demonio y que sus interpretaciones, por algún motivo desconocido, son las infaliblemente correctas, situando sus interpretaciones personales al mismo nivel que la propia Palabra de Dios. En 1535 escribe:

Los apóstoles, los Santos Padres y sus sucesores nos dejaron estas enseñanzas; tal es el pensamiento y la fe de la Iglesia. Ahora bien, es imposible que Cristo haya dejado errar a su Iglesia por tantos siglos. Tú solo no sabes más que tantos varones santos y que toda la Iglesia... ¿Quién eres tú para atreverte a disentir de todos ellos y para encajarnos violentamente un dogma diverso? –Cuando Satán urge este argumento y casi conspira con la carne y con la razón, la conciencia se aterroriza y desespera, y es preciso entrar continuamente dentro de sí mismo y decir: Aunque los santos Cipriano, Ambrosio y Agustín; aunque San Pedro, San Pablo y San Juan; aunque los ángeles del cielo te enseñen otra cosa, esto es lo que sé de cierto: que no enseño cosas humanas, sino divinas; o sea, que (en el negocio de la salvación) todo lo atribuyo a Dios, a los hombres nada.
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Sigue insistiendo en que la naturaleza humana, podrida sin remedio, no puede en modo alguno cooperar en la salvación ni “aunque San Pedro, San Pablo y San Juan… enseñen otra cosa”. Si tomamos literalmente estas palabras tendríamos que suponer que Lutero se sentía incluso por encima de la misma Biblia, y en cualquier caso esa visión mesiánica y revestida de infalibilidad no ayudaría mucho a ser cuidadoso en sus interpretaciones. Pero esto es ir demasiado lejos, así que de nuevo se ve impulsado a calmar su conciencia con una curiosa explicación: “yo no valgo nada; el infalible es Cristo, cuya palabra yo defiendo contra todos”. Extraña humildad la que reivindica para sí mismo ser el único capaz de interpretar infaliblemente la palabra de Cristo tras negárselo a su Iglesia.

interpretación privada de las Escrituras

Es en este contexto donde surge otra nueva doctrina, el juicio privado, para justificar esa nueva creencia suya en la infalibilidad de su interpretación de las Escrituras. El Espíritu Santo, que vela por librar a la Iglesia del error, no está en la Iglesia católica, que no es la verdadera Iglesia, sino en cada cristiano verdadero (otro razonamiento circular, pues “cristiano verdadero” sería sólo aquel que interpreta la Biblia igual que Lutero). Esto explicaría la infalibilidad de Lutero. Y se sintió infalible hasta el punto de atreverse a modificar en un caso la Palabra de Dios para explicar mejor algo que, al parecer, Dios no había sabido aclarar suficientemente. Lo hizo en la cita de Romanos 3:28:

Sostengo, en efecto, que Dios restablece en su amistad al ser humano solamente por la fe y no por las obras de la ley.

Primero se puede observar que no habla de buenas obras, sino de “las obras de la ley”, que suele traducirse mejor como “la observancia de la ley”, o sea, actos y ritos externos que pueden estar vacíos de contenido si no hay fe. Pero lo sorprendente es que Lutero en su traducción de la Biblia se atreve a añadir la palabra “solamente” delante de fe. De este modo ya tiene la cita perfecta para justificar sin dudas el sentido que él quiere dar al aparente dilema entre fe y obras. Su explicación es que algunos autores antiguos habían ya interpolado esta palabra, pero sobre todo que dicha interpolación, según él, no cambiaba el sentido del texto sino que, a la luz del espíritu de la enseñanza bíblica, aclaraba mejor su significado. Imagínense si cada iglesia empezara a cambiar los textos bíblicos para así “aclarar mejor su significado”. Pero es que Lutero se sentía legitimado para hacerlo ¿con qué autoridad? Con la que él mismo se confirió, la misma que le permitió rechazar siete libros del canon del Antiguo Testamento.

Está claro que para Lutero lo que cuenta es la fe, por lo tanto le basta con creer que su fe le ha elevado al papel de oráculo de Dios y no ve necesidad alguna de además obedecer esas palabras. Frente a un Jesús que nos pide amar a nuestros enemigos y bendecir a quienes nos maldicen, Lutero no tiene reparos en hacer lo contrario, incluso alardea de ello:

Quiero en adelante maldecir a estos bribones [católicos] y denostarlos hasta el día de mi muerte, sin que jamás oigan de mí una sola palabra buena. Estos truenos y rayos quiero que me acompañen hasta la sepultura. Yo no puedo orar sin que a la vez maldiga.

Comienzan las divisiones

Sin embargo los católicos dejarían pronto de ser el único enemigo, los enemigos se multiplicarían también dentro de la propia casa. Una vez que los reformadores trasladaron la autoridad para interpretar de forma definitiva las Escrituras a cada individuo, negando Magisterio y Tradición, se encontraron con un problema aún mayor que antes: el mismo principio que ellos usaron para justificar su rechazo a la autoridad de la Iglesia podía ser ahora usado contra ellos por sus propios seguidores.

Ramas protestantes.png
Esquema simplificado de las principales divisiones del protestantismo

Es aquí donde comienza a verse la gran contradicción entre los principios y la práctica de los reformadores, porque aunque continuaron enseñando que Solo la Biblia es la única regla de fe y que Dios ilumina a cada creyente para poder interpretar las Escrituras en su verdadero sentido, al mismo tiempo no cesaron de perseguir a todos aquellos que usando ese mismo principio llegaban a conclusiones diferentes. Lutero, al igual que los otros reformadores, intentó imponer su propia ortodoxia a los demás, pero cualquier escrito o decisión de los reformadores carecía por completo de autoridad ya que sus doctrinas podían ser calificadas por los disidentes como “palabra de hombres”. Rota la autoridad de la Iglesia, las divisiones internas eran ya imparables, pues los mismos recursos que Lutero creó para justificar su rebelión contra Roma podían igualmente utilizarse para cualquier otro tipo de rebelión y ruptura.

Esto supuso un enorme problema para Lutero, que conocía bien los muchos pasajes bíblicos previniendo contra estas divisiones:

[

Os ruego, hermanos, que os guardéis de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido; apartaos de ellos. (Romanos 16:17)

Y también la Biblia ponía el dedo en la llaga del problema en pasajes como este:

[

Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia. (2 Pedro 1:20)

Por eso Lutero en más de una ocasión expresó su gran preocupación sobre esto, llegando incluso a decirle al reformador Zuinglio:

Si dura mucho el mundo, será de nuevo necesario, a causa de las varias interpretaciones de la Escritura que ahora circulan, para conservar la unidad de la fe, recibir los decretos de los concilios y refugiarnos en ellos.

Ahora se da cuenta Lutero del papel fundamental de la Tradición y el Magisterio para preservar la unidad de la fe, pero ya es demasiado tarde. Cada vez que crea una doctrina para arreglar un conflicto acaba creando por otro lado un problema igual o mayor. Al final, desesperado, escribe cosas como esta:

Anteriormente, cuando fueron seducidos por el Papa, los hombres de buena gana siguieron las buenas obras, pero ahora todo su estudio es para conseguir todo para ellos mismos, por exacciones, el saqueo, el robo, la mentira y la usura.

Las divisiones iniciales no fueron circunstanciales, sino parte de la esencia del protestantismo, por eso son imparables. Veamos aquí como ejemplo a los presbiterianos, que son una de las ramas surgidas del calvinismo, que a su vez es una de las ramas en las que se dividió el protestantismo. Este diagrama muestra sólo las múltiples divisiones surgidas entre los presbiterianos de un solo país (Estados Unidos), cada una con sus propias diferencias doctrinales.

Árbol genealógico de las iglesias presbiterianas

En total el número de iglesias o denominaciones e incluso sectas y religiones pseudocristianas y hasta anticristianas (que también las hay) surgidas a través de esta maquinaria de división es tan elevado que nadie se pone de acuerdo en cuántas hay, fluctuando las cifras dadas entre 8.000 y 30.000, y creciendo.

Una nueva religión

Los protestantes pueden decir que también los católicos estamos divididos, y desgraciadamente es cierto. Roma y Constantinopla se separaron por motivos principalmente políticos, las iglesias orientales que no están en plena comunión con Roma o con Constantinopla (solo un puñado) se separaron por problemas de interpretación de las doctrinas, no por las doctrinas mismas (el griego era un idioma con muchos más matices que el siríaco o el copto o incluso el latín y al traducirlo generó muchos problemas de interpretación). Pero todas las iglesias católicas, aunque obedezcan a patriarcas diferentes, mantienen en lo esencial la unidad de la fe y todas se basan en las Escrituras, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia, por lo que pueden ser consideradas una sola Iglesia, aunque dividida. La Iglesia debe «respirar con sus dos pulmones, Oriente y Occidente«, afirmó el papa Juan Pablo II. Esto explica por qué desde el siglo XVII y más aún desde el XX hasta hoy, las diferentes iglesias católicas se hayan ido acercando e incluso uniendo, mientras las protestantes siguen un proceso imparable de división.

Hasta el siglo XVI, las divisiones en la Iglesia ocurrían cuando un concilio proclamaba un dogma y una comunidad (por no comprenderlo) no aceptaba su formulación, quedando por ello fuera y organizándose de modo autónomo, reconociendo su pasado común pero rechazando lo que consideran un cambio desafortunado. El caso de los protestantes, al igual que gnósticos y otras desaparecidas herejías de la antigüedad, es diferente. No son cristianos que piden permanecer sin cambios, son cristianos que por su propia voluntad deciden en un momento dado abandonar la Iglesia y luchar contra ella rechazando no sólo su presente sino incluso su pasado, o sea, declarando que ni son ni habrían sido nunca parte de ella. Esto no había ocurrido nunca y se trata de una verdadera ruptura: no se crea una división dentro de la Iglesia, se crea una nueva religión cristiana que lo único que mantiene de la Iglesia es poco más que sus Escrituras, y aún así reinterpretándolas de forma novedosa. Lutero no tenía ni idea de lo que su nuevo sistema iba a producir, pero de haberlo podido saber no es probable que hubiera querido contrariar el profundo deseo de unidad repetido tantas veces en el Nuevo Testamento.

[

Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de una misma opinión, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros. (2 Corintios 13, 11)

[

Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo y un espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo. (Efesios 4, 3-5)

[

Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefás; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? (1 Corintios 1:12-13)

[

[dijo Jesús orando al Padre] Y no te ruego sólo por ellos [los apóstoles]; te ruego también por todos los que han de creer en mí por medio de su mensaje. Te pido que todos vivan unidos. (Juan 17:20–21)

[

¡No salgo de mi asombro! ¡Hay que ver con qué rapidez habéis desertado de aquel que os llamó mediante la gracia de Cristo y os habéis pasado a otro mensaje! ¿Qué digo otro? Lo que pasa es que algunos os desconciertan intentando deformar el mensaje evangélico de Cristo. Pero sea quien sea —yo mismo o incluso un ángel venido del cielo— el que os anuncie un mensaje diferente del que yo os anuncié, ¡caiga sobre él la maldición! Os lo dije en otra ocasión y os lo repito ahora: si alguien os anuncia un mensaje distinto al que habéis recibido, ¡caiga sobre él la maldición! (Gálatas 1:6-9)

Resumiendo

El alma atormentada de Lutero le llevó a una visión pesimista de toda la humanidad, donde el hombre es corrupto en esencia y sin remisión posible. Esto hizo que Lutero apartara todo elemento humano de la salvación, tanto al individuo como a la Iglesia. Esto, llevado a sus últimas consecuencias, nos deja con un cristianismo mutilado que en buena parte es un cascarón vacío. El hombre, en vez de reivindicado, amado y dignificado por Dios, es un ser corrompido e indigno que sólo logra ser tolerado por Dios gracias al recubrimiento de Cristo que así lo oculta. Pero en el pecado lleva la penitencia, los mismos principios que justifican su ruptura con la Iglesia serán usados desde entonces hasta hoy por sus seguidores para separarse entre sí en un bucle sin fin, y esa es la demostración más palpable del fracaso de sus doctrinas, que afirman que sólo mediante la aceptación de la verdad llega la salvación y al mismo tiempo es incapaz de lograr un consenso sobre qué verdad es esa.

Conclusión

La Iglesia siempre está necesitada de reforma, pero la solución no estaba en el camino tomado por los reformadores. El ejemplo de santos como San Francisco de Asís o San Ignacio de Loyola renovó con más fuerza la Iglesia que todos los reformadores protestantes juntos, porque aquellos, dóciles, como  verdaderos instrumentos de Dios, entendían que es desde dentro de la Iglesia, y bajo la autoridad instituida por Jesucristo, donde podemos realmente hacer la diferencia con la gracia de Dios. Tal como dijo Jesús, “por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16), y la santidad da buenos frutos.

A pesar de sus muchos errores hay que reconocer también que Lutero buscó de corazón el mensaje del Evangelio y sus ataques a la Iglesia estuvieron motivados por una honesta y justa indignación cristiana. El mérito de Lutero, y de todo el movimiento llamado de la Reforma, estuvo en reivindicar el centro del mensaje evangélico: que por la gracia y la fe nos abrimos a la acción salvadora de Dios. El problema es que se quedaron con el centro y rechazaron lo demás. Esto es una simplificación del Evangelio que equivale a una amputación y por tanto el Evangelio entero queda desvirtuado.

Al negar la cooperación humana en la salvación se tuvo que rechazar también el papel de la Iglesia y así tuvo que construir un nuevo concepto de “Iglesia espiritual” (formada por todos los verdaderos creyentes que escucharon y aceptaron el Evangelio puro) y una “iglesia visible” (una organización puramente humana creada por los hombres por razones prácticas). De este modo ninguna “iglesia” en la tierra tiene nada de sobrenatural, al tiempo que la verdadera Iglesia de Jesús se espiritualizaba y quedaba así sin función alguna, convirtiéndose más bien en un concepto abstracto. Pero esta visión de la Iglesia no se corresponde con la visión global que de ella nos dan los evangelios ni tampoco encaja con la Tradición Apostólica ni los escritos primitivos. En última instancia, esta interpretación que deja al hombre y a la Iglesia fuera del plan de salvación, es la base última de casi todas, o tal vez todas, las diferencias entre católicos y protestantes.

El asunto es de extrema importancia pues Dios diseñó su plan de salvación de modo que el hombre y la Iglesia de Cristo son actores principales en el drama. Es cierto que la salvación sólo proviene de Dios, pero despojar al hombre de toda posibilidad de colaborar en su propia salvación y privar a la Iglesia de toda autoridad divina para canalizarla supone desmontar el plan de Dios y dejar a las personas indefensas. Mientras Jesús y los apóstoles nos advierten repetidas veces contra aquellos que pondrán en peligro la unidad de la Iglesia, el protestantismo surge como un sistema basado en la doctrina de la «Sola scriptura» con interpretación privada, lo cual lleva en sí mismo la semilla de la división permanente

Si usted pertenece a la Iglesia de Cristo, si es fiel al cristianismo católico, siéntase enormemente afortunado y no desperdicie la suerte de conocer el camino de salvación, permanezca en la doctrina de Jesús y no haga oídos a las doctrinas humanas. Si usted pertenece a la tradición protestante, que el Señor le bendiga y le ilumine. Algún día Él, de forma misteriosa, nos devolverá la unidad, pues es ese su deseo.

Fin

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14 respuestas a “El pesimismo de Lutero, fuente del protestantismo”

  1. Avatar de Sonia
    Sonia

    y en que lugar de la biblia dice que Jesucristo fundo la iglesia católica,dejo cristianos,pero católicos nunca,católico significa universal,primero dijeron que Pedro era el primer papa,y fue Constantino el que la fundo,si esta fuera la iglesia de Cristo,no estuviera corrupta,iglesia de homosexuales,pederastas,criminales etc y no hubiera idolatria, realmente cuando Cristo venga el va a escoger su iglesia,pero la gran ramera del apocalipsis es la iglesia católica, Cristo la dejo descrita con Juan

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      en la Biblia Jesús fundó su Iglesia, no la llamó católica ni cristiana ni protestante ni nada, simplemente fundó su Iglesia, y esa iglesia desde ese momento hasta hoy ha seguido sin interrupción. Nosotros no somos el producto de una fundación humana de hace 5 siglos, somo la fundación de Jesús. Los adjetivos son sólo una forma de diferenciar a los verdaderos cristianos (católicos) de los cristianos herejes. No tiene sentido intentar dialogar con alguien que cuando mira a nuestra Iglesia sólo es capaz de ver «homosexuales, pederastas, criminales, etc.», hay que ser muy radical para pensar que los católicos, que somos más de un millón cien mil habitantes (el 18% de la población mundial), entramos todos en esa descripción. Si tu modelo de vida es el de Jesús, temo decirte que aparentas estar a años luz de ese modelo. Pero nunca es tarde, Dios siempre está dispuesto a acoger al que se regenera.

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