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Las indulgencias

Portada: Las indulgencias

El tema de las indulgencias es, por motivos históricos, uno de los asuntos sobre los que hay, a partes iguales, desinterés y desconocimiento, y quienes sí se interesan por ellas a menudo las entienden mal. Y sin embargo es un asunto de vital importancia para un cristiano y una de las mayores gracias de Dios, así que en este artículo intentaremos explicarlas.

Para empezar, sin conocer a fondo el tema, es comprensible entender la actitud de escepticismo o de clara incredulidad que tienen muchos católicos cuando te dicen cosas como que si rezas el rosario a diario, o si el Año Santo de tal santuario peregrinas allí a oír misa y confesarte, puedes ganar indulgencia plenaria para ti o para sacar a un familiar del purgatorio. ¿Así de fácil? ¿Para qué esforzarse en llevar una vida de santidad si puedo hacer lo que quiera y luego tomar el tren a Santiago de Compostela para oír misa en el año santo y ya quedo totalmente limpio? ¿No va eso en contra de la vida de santidad que nos pide Jesús? Efectivamente, pero es que las cosas no son así.

Qué son las indulgencias

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La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos. La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente. Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias. (Catecismo de la Iglesia Católica 1471)

A algunos les sonará estupendo y a otros les sonará a chino. Esperemos que cuando lleguen al final del artículo todos tengan claro de qué se trata, pero antes necesitamos comprender mínimamente varias doctrinas en las que esto se basa.

Doctrinas en las que se basan las indulgencias

La penitencia

El pecado tiene una doble consecuencia, por un lado nos separa de Dios y por otro lado deja consecuencias en nuestra alma, debilitándola y manchándola, y según la ocasión también puede dejar consecuencias en nuestro entorno (por ejemplo perjudicar a alguien). El sacramento de la penitencia perdona nuestros pecados, de modo que quedamos reconciliados con Dios, pero las consecuencias del pecado en nosotros y en su caso en los demás, persisten. Llamemos a esto la mancha del pecado, para que mejor se entienda (la Iglesia lo llama la «pena temporal«). El perdón del pecado elimina la culpa, pero no la mancha. El sufrimiento -bien entendido y asumido- nos purifica, nos puede hacer mejores personas, madurar, ayudándonos a eliminar estas manchas que en última instancia suelen basarse en el egoísmo. Lo que no lleguemos a limpiar en esta vida, Dios nos deja la oportunidad de limpiarlo tras la muerte, en el purgatorio, si es que no morimos en pecado mortal.

David llora la muerte de su hijo

A primera vista, hablar de penas después del perdón sacramental podría parecer poco coherente. [Muchos protestantes defienden la creencia de que con el perdón de Dios quedamos completamente limpios de nuestro pecado.] Con todo, el Antiguo Testamento nos demuestra que es normal sufrir penas reparadoras después del perdón. En efecto, Dios, después de definirse «Dios misericordioso y clemente, (…) que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado», añade: «pero no los deja impunes» (Ex 34, 6-7). En el segundo libro de Samuel, la humilde confesión del rey David después de su grave pecado le alcanza el perdón de Dios, pero no elimina el castigo anunciado (2 Samuel 12:1-25). El amor paterno de Dios no excluye el castigo, aunque éste se ha de entender dentro de una justicia misericordiosa que restablece el orden violado en función del bien mismo del hombre (Hebreos 12:4-11). (Audiencia Juan Pablo II, miércoles, 29 de septiembre, 1999)

Lo que nos está diciendo Juan Pablo es que el “castigo de Dios” del que nos habla la Biblia en esos casos y en muchos otros, no tiene en realidad como objetivo castigarnos, sino purificarnos. Dios permite ese sufrimiento porque es la manera en la que podemos superar las consecuencias de nuestros pecados y aborrecerlos más. Además, el perdón de Dios no supone y borrón y cuenta nueva como si nada hubiera pasado, sino que una vez eliminada la culpa, hay que lidiar con las consecuencias del pecado.

La comunión de los santos
San Pablo

Entre todos los miembros de la Iglesia hay un vínculo que nos hermana y nos une en lo que San Pablo llama «el cuerpo místico de Cristo» (Romanos 12:4-8). Esto es lo que hace, por ejemplo, que podamos interceder los unos por los otros, como tantas veces nos anima el Evangelio a hacer, orar por los demás. Este vínculo no se rompe tras la muerte, de modo que todos los cristianos estén vivos en la tierra, en el cielo o en el purgatorio, están formando parte del cuerpo místico de Cristo, incluyendo al mismísimo Cristo como su cabeza, y pueden interceder los unos por los otros. El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra solo. Esto nos permite rezar por las almas del purgatorio, pero también los santos que están ya en el cielo pueden, y con mayor fuerza, rezar por nosotros y por los que están en el purgatorio.

El tesoro de la Iglesia
 La pasión de Dios padre

El sacrificio de Jesús es un gran tesoro adquirido para la Iglesia. Los méritos de Cristo son infinitos (1 Juan 2:2), y a ellos además se añaden los méritos de María y los de todos los justos, lo que permite a San Pablo decir «Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo» (Colosenses 1:24). Este tesoro ha sido encomendado a San Pedro, que posee las llaves para atar y desatar, y a sus sucesores, de modo que la Iglesia tiene el poder de administrar este tesoro.

Para explicar esto de un modo tal vez menos preciso, y ciertamente poco teológico pero más comprensible, imaginemos que la fe, buenas obras, padecimientos, etc. de una persona son como puntos positivos que te hacen mejor persona. El pecado, por el contrario, es como puntos negativos que te hacen peor persona, y me refiero aquí no a la culpa que se puede eliminar con el arrepentimiento y la confesión, sino a esa mancha que deja el pecado en tu alma estropeándola. Pensemos pues que tus pecados restan 10 puntos a tu alma. Para poder estar limpio de nuevo necesitarías 10 puntos positivos. Si al morir mereces la salvación pero tienes un balance de -300 puntos, pues para poder entrar en el cielo, donde sólo entra lo puro (Apocalipsis 21:27), necesitaremos limpiar esos 300 puntos negativos, y el purgatorio es eso, el proceso de purificación donde con devoción y sufrimiento limpiamos nuestra alma.

Pero qué pasa si una persona es tan santa en vida que al morir su balance final no es negativo, como sería lo más normal, sino positivo. Imaginemos que muere con 300 puntos positivos. Ese «exceso» de santidad ¿se pierde? Claro que no, ninguna bondad se pierde, ningún mérito se desaprovecha, pues no somos islas separadas sino partes de un gran cuerpo que es, como vimos, el cuerpo místico de Jesús. Al igual que nuestro mal tiene consecuencias en los demás, nuestro bien también las tiene, y los «saldos positivos» sanean ese cuerpo global. Todos esos puntos positivos que al morir quedan «sobrantes, sin usar», se unen a los infinitos méritos de Cristo en lo que llamamos «el Tesoro de la Iglesia», que para los demás resulta pura gracia.

Así que esto es una gran noticia, y también una cuestión de sentido común. Todos tenemos muy claro que el mal de los demás nos puede afectar no sólo por hacernos la vida más difícil, sino también por poder manchar nuestra alma, por ejemplo creando un entorno lleno de malas influencias y tentaciones. Un mal padre, un mal gobernante, un mal profesor, por ejemplo, pueden generar peores personas. Pero del mismo modo funciona al revés, la santidad de unos puede beneficiar a otros en todos los sentidos. Y al igual que ocurre con la intercesión, esta influencia positiva no termina con la muerte, sus méritos siguen teniendo el poder de ayudar a los demás a ser mejores personas. ¿Y cómo ocurre esto? Siguiendo con la burda analogía de los puntos, digamos que si un santo muere con un saldo positivo de +300 puntos y alguien muere con un saldo negativo de -200 puntos, se puede beneficiar de ese “fondo común” disponible mediante el mecanismo que llamamos “indulgencias”. Y si tenemos en cuenta los infinitos méritos de Cristo, ¡lo estupendo es que ese saldo nunca se agota! Pero no nos emocionemos aún en exceso porque hay que matizar un poquito más, de lo contrario el purgatorio sería absolutamente innecesario. Lo de los puntos nos puede servir para entender el concepto, pero tampoco es que funcione exactamente así.

Así pues, existe el tesoro de la Iglesia, que se «distribuye» a través de las indulgencias. Esa «distribución» no ha de entenderse a manera de transferencia automática, como si se tratara de «cosas». Más bien, es expresión de la plena confianza que la Iglesia tiene de ser escuchada por el Padre cuando, -en consideración de los méritos de Cristo y, por su don, también de los de la Virgen y los santos- le pide que mitigue o anule el aspecto doloroso de la pena, desarrollando su sentido medicinal a través de otros itinerarios de gracia. En el misterio insondable de la sabiduría divina, este don de intercesión puede beneficiar también a los fieles difuntos, que reciben sus frutos del modo propio de su condición. (Audiencia Juan Pablo II, miércoles, 29 de septiembre, 1999)

Las indulgencias en la Iglesia Primitiva

Jesús entrega las llaves a Pedro

La doctrina de las indulgencias fue desarrollándose en la Iglesia a lo largo de los primeros siglos a medida que fue comprendiendo mejor las implicaciones de las diferentes doctrinas, pero en realidad el concepto básico en el que se basan las indulgencias ya estaba activo y en uso en las primeras comunidades cristianas.

La Escritura dice que Dios dio la autoridad de perdonar los pecados «a los hombres» (Mateo 9:8) y a los ministros de Cristo en particular. Jesús les dijo:

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Como el padre me envió, también yo os envío. ... Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. (Juan 20, 21-23).

Si Cristo dio a sus ministros, y sobre todo a Pedro, la capacidad de perdonar las penas eternas del pecado, ¡cuánto más tendrían la capacidad de remitir las penas temporales del pecado! Cristo también prometió a su Iglesia el poder para atar y desatar en la tierra, diciendo: «Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mateo 18, 18). Como queda claro por el contexto, el atar y desatar cubren la disciplina de la Iglesia, y la disciplina de la Iglesia involucra el administrar y remover penas temporales (tales como separar de y readmitir a los sacramentos). Por lo tanto, el poder de atar y desatar incluye la administración de las penas temporales.

En la Iglesia primitiva las penitencias a veces eran severas. Por pecados serios, como la apostasía, el asesinato, y el aborto, las penitencias podían extenderse por años, pero la Iglesia reconoció que los pecadores arrepentidos podían acortar sus penitencias agradando a Dios mediante actos piadosos o caritativos que expresaban el arrepentimiento y el deseo de compensar su pecado.

La Iglesia de entonces también reconoció que la duración de las penas temporales podía ser acortada mediante la intervención de otras personas que hubieran agradado a Dios. A veces un confesor o alguien próximo a ser martirizado intervenía y pedía, como recompensa para el confesor o el mártir, que el penitente viera disminuido su tiempo de disciplina. Fue así como la Iglesia reconoció su función de administrar las penas temporales; esta función era simplemente parte del ministerio del perdón que Dios había dado a la Iglesia en general.

Las indulgencias aplicadas a los difuntos

Rezando por los difuntos

Desde el principio la Iglesia reconoció la validez de la oración por los difuntos para que su transición al cielo (a través del purgatorio) fuera rápida y suave. Esto significaba orar para la disminución o remisión de las penas temporales que les impedían la gloria plena del cielo.

Si es razonable pedir que esas penas sean remitidas en general, entonces sería razonable pedir que sean remitidas en un caso particular como una recompensa. Un viudo podría orar a Dios y pedir que, si él ha agradado a Dios, la transición de su esposa a la gloria sea acelerada. Por esta razón la Iglesia enseña que «las indulgencias siempre pueden ser aplicadas a los difuntos por vía de oración».

Un paralelo cercano a esta aplicación se encuentra en 2 Macabeos. Judas Macabeo encuentra los cuerpos de soldados que murieron portando amuletos supersticiosos durante una de las batallas del Señor. Judas y sus hombres «pasaron a la súplica, rogando que quedara completamente borrado el pecado cometido» (2 Macabeos 12:42). La referencia a que el pecado «quedara completamente borrado» atañe a sus penas temporales. El autor de 2 Macabeos nos relata que para esos hombres Judas «consideraba que una magnífica recompensa está reservada a los que duermen piadosamente» (v.45); él creía que aquellos hombres dormían piadosamente, lo cual no hubiera sido el caso si estuvieran en pecado mortal. Si no estaban en pecado mortal, entonces no habrían tenido penas eternas a sufrir, y por lo tanto el borrado completo de su pecado tiene que referirse a las penas temporales por sus acciones supersticiosas [dicho de otro modo, no podían estar en el infierno, sino en el purgatorio]. Judas, «después de haber reunido entre sus hombres cerca de dos mil dracmas, las mandó a Jerusalén para ofrecer un sacrificio por el pecado, obrando … en favor de los muertos, para que quedaran librados del pecado» (v. 43.45).

Judas no solamente oró por los muertos, sino que proveyó para ellos la entonces apropiada acción eclesial para disminuir sus penas temporales: un sacrificio por el pecado. Concordantemente, podemos tomar la ahora apropiada acción eclesial para disminuir las penas temporales –las indulgencias– y aplicarlas a los difuntos por vía de oración.

Hay una diferencia entre la manera en la cual obtenemos las indulgencias para nosotros en esta vida y la manera en la cual son aplicadas a los difuntos. Los documentos oficiales de la Iglesia, como la constitución apostólica sobre las indulgencias del Papa Pablo VI, el Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica, todos hacen notar que las indulgencias son aplicadas a los difuntos por vía de oración.

Esto es así, porque los cristianos en el más allá ya no están bajo la jurisdicción de la Iglesia terrena. Ya no pueden recibir sacramentos, incluyendo la penitencia, y la Iglesia no tiene autoridad para liberarlos de sus penas temporales. Todo lo que puede hacer es dirigirse a Dios y orar para que disminuya esas penas. Ésta es una forma válida de oración, como indica 2 Macabeos. Podemos confiar en que Dios aplicará las indulgencias a los difuntos de alguna manera.

De dónde viene la mala fama

Las indulgencias se ganan con oraciones o actos piadosos. En el siglo XV pasa a considerarse, no sin lógica, que un donativo caritativo, por ser un acto piadoso, podía igualmente servir para ganar indulgencias; al fin y al cabo en Macabeos se ofrecen 2000 dracmas como sacrificio por las almas de los difuntos, y eso lo dice la Biblia. Pero la carne es débil y en cuanto el dinero entró en la ecuación, ahí se desataron todos los males -con la ayuda del clima de corrupción que reinaba en parte de la Iglesia, todo hay que decirlo. Rápidamente se convirtió en un negocio, donde las indulgencias se compraban y se vendían, a más dinero más perdón. Este escándalo fue una de las cosas que más ayudó a la sublevación que supuso la Ruptura protestante. El problema es que el abuso y mal uso de una doctrina no prueba su falsedad, sino sólo su abuso.  El Concilio de Trento prohibió la compra de indulgencias y así se puso fin a los excesos, volviendo a su sentido original.

Explicando la doctrina de las indulgencias

Dios ayuda

Pues ya que tenemos las bases bíblicas, históricas y doctrinales sobre las que se apoya la actual doctrina de las indulgencias, estamos en condiciones de explicarla de forma más comprensible. Empezaremos, no obstante, desde cero para enlazar todas las ideas expuestas con las nuevas explicaciones.

Imaginemos que un niño, jugando o como sea, rompe una ventana del vecino con el balón. Tiene un problema con el vecino porque éste le exigirá (a su padre en este caso) que le pague la ventana rota, pero además de eso tiene un problema de convivencia, pues la relación con el vecino ha quedado también muy dañada.

El niño se arrepiente de la acción y va al vecino a pedirle perdón. El vecino le perdona, y eso restaura la relación, pero la ventana sigue rota y hay que arreglar eso también. No sería justo que el vecino pague el arreglo, pues no es culpa suya; lo justo es que sea el niño (o su padre en este caso) quien pague el arreglo. Además, no sería muy sincero el arrepentimiento de quien pide perdón pero no está dispuesto a arreglar los destrozos causados.

Algo semejante podríamos dibujar para la relación del cristiano con Dios. Al pecar se estropea la relación, pero eso se puede arreglar con la reconciliación (sacramento de la penitencia) en donde el cristiano, verdaderamente arrepentido, obtiene el perdón de Dios, siempre dispuesto a darlo cuando se lo piden sinceramente. Sin embargo todo pecado tiene consecuencias (para el pecador, para los demás o como sea) y aunque salgamos de la confesión perdonados, «la ventana sigue rota». Nuestros desórdenes morales, apetitos descontrolados, malos deseos o pensamientos, etc. siguen ahí, y las consecuencias negativas del pecado siguen también ahí. Eso es lo que se llama «pena temporal», y no desaparece del todo con la confesión. Por eso Dios nos concede formas de purificarnos para compensar ese mal que hemos dejado. Las obras buenas, las oraciones y otras cosas pueden ayudarnos a purificarnos de ese mal, y también el sufrimiento nos sirve para purificarnos (si lo aceptamos como forma de purificación). Es más, incluso después de muertos Dios nos sigue dando la oportunidad de purificarnos de esa «pena temporal» en lo que llamamos purgatorio, que es un auténtico regalo de Dios para evitar que la muerte pueda dejar nuestra purificación sin terminar, lo cual nos impediría entrar en el cielo.

Unidos en la oración

Pero hay también otra manera de ayudarnos en esa purificación, y es la indulgencia. La indulgencia se basa en una doctrina que parte de la Comunión de los Santos. La relación entre los cristianos no se detiene con la muerte, de modo que los vivos, las almas del purgatorio y los santos del cielo (incluida María) estamos todos unidos espiritualmente en un sólo cuerpo místico que nos une a Jesús, y todos podemos interceder por todos. La santidad, oraciones y buenas obras de todos nosotros, vivos y muertos, unidas a los infinitos méritos de Jesús, forman lo que se llama «el tesoro de la Iglesia», y la Iglesia, con su poder de atar y desatar, puede administrar ese tesoro, y lo hace en lo que llamamos indulgencias. Igual que la oración de otro cristiano puede ayudar a purificar tu alma, del mismo modo y usando ese mismo mecanismo, la Iglesia puede usar los méritos de unos para compensar las deficiencias de otros, pues ante Dios nada se pierde y todos formamos un mismo Cuerpo donde todo repercute en todos. Para ello la Iglesia decide soberanamente (por el poder recibido) las condiciones en las que eso será posible, y en verdad debemos decir que en este respecto la Iglesia actúa como una auténtica madraza, pues lejos de imponer condiciones durísimas y penosas para tener acceso a las gracias de este tesoro común, nos ha puesto unas condiciones tan blandas que a más de uno podrían causarle indignación, aunque veremos que tampoco es para eso.

Primero, la indulgencia es sólo para aquellas personas que verdaderamente lo quieren de corazón, no simplemente de boquilla o como quien rellena un trámite sin más. Entienden muy mal quienes piensan que “si tal año vas a tal iglesia te dan indulgencia plenaria”, como si equivaliese a rellenar una instancia y ya está. Para que una persona sea digna de una indulgencia primero tiene que desearlo expresamente (nadie gana indulgencias «sin darse cuenta»), y además tiene que estar en gracia de Dios, lo que implica una confesión válida, un pleno y sincero arrepentimiento y propósito de no volver a pecar más, ni siquiera pecados veniales (algo fácil de decir pero difícil de sentir con total sinceridad), y además de eso cumplir la penitencia, recibir la eucaristía con devoción y rezar con piedad sincera. Estos requisitos aseguran que la persona que puede recibir la indulgencia va muy en serio en su amor a Dios y su deseo de purificarse. No es un trámite, es una conversión.

Y es una vez conseguido ese estado de gracia cuando la Iglesia se permite ser una madraza y dictar unas condiciones a menudo suavísimas para conceder indulgencias, como puede ser peregrinar a ciertos santuarios, rezar un rosario, orar por los difuntos en el Día de los Difuntos, etc. En realidad esas condiciones son ya casi «simbólicas», si atendemos a la magnitud de sus resultados. Unas se especifican para conseguir indulgencias parciales y otras para indulgencias plenarias, que pueden aplicarse por uno mismo o por las almas del purgatorio (pero no por otra persona viva, que necesita crear sus propios méritos para purificarse).

Arrepentido

Las indulgencias parciales te purifican en parte, y las indulgencia plenarias te purifican totalmente, limpiando toda tu pena temporal hasta ese momento (lo que no quita para que vuelvas a pecar y mancharte en el futuro). Y en el caso de dedicar esas indulgencias a un alma del purgatorio, las parciales le ayudarán en su purificación y las totales tienen el gran poder de sacarles del purgatorio y enviarles directamente al cielo.

Por tanto, si logramos ponernos en ese estado de arrepentimiento sincero y amor por Dios y conseguimos, por el sacramento de la reconciliación, la reunión con Dios, basta con cumplir los laxos requisitos que nos pide la Iglesia para tener acceso al enorme don de las indulgencias para nosotros o para nuestros difuntos. Es una muestra más de que Dios no desea nuestro castigo ni es de su agrado vernos sufrir, sino que nos ha dado medios para limpiarnos, incluyendo grandes ayudas que podemos aprovechar si realmente estamos en actitud espiritual de aceptar ese don y hacerlo efectivo.

Ahora supongamos un católico que piense que una purificación así es excesivamente sencilla y que no parece muy justo que el sufrimiento del purgatorio pueda ser conmutado con tanta facilidad. Para empezar, por desgracia, buena parte de los católicos no son conscientes de que la confesión (si es sincera) te perdona la culpa, pero no la pena temporal. Estos suelen creer que la confesión te perdona todo y quedas del todo limpio. Eso equivaldría a que cada confesión válida tendría indulgencia plenaria sólo por el hecho de confesarte, así que añadir algunos requisitos más no debería suponer para ellos disminuir las exigencias, sino aumentarlas. Por otro lado, en cuanto al purgatorio en sí, recordemos que las almas que están en el purgatorio son almas que han obtenido ya la salvación, aunque primero necesiten purificarse. Sería injusto que con una indulgencia plenaria pudiera yo sacar un alma del infierno, pero si está en el purgatorio es porque ya se ha salvado, sólo estamos hablando de ayudar en su limpieza. El hecho de que sacar un alma del purgatorio sea relativamente simple y sencillo no es ningún acto de injusticia, sino una expresión más de la gran misericordia divina que desea que aquellos que han optado por Él tengan las mayores facilidades posibles para llegar a Él, y que se complace además en los mecanismos que permiten a las personas poder ayudar al prójimo e interceder por él, pues toda ocasión para mostrar amor va en su gloria y nuestro beneficio.

Consideremos ahora el purgatorio como una cárcel temporal a donde van los criminales (pecadores) a pagar por su crimen, a ser castigados. A causa de la responsabilidad individual, cada uno debe pagar por sus culpas y redimirse de esa manera, así que si alguien tiene, digamos, 7 años de prisión como justo castigo por sus delitos, no sería justo que su hijo le sacase a los 4 días de allí alegando que ha pagado 50 $ de fianza. No, su padre tiene que pagar por lo que ha hecho.

Purificación

Pero es que así no es el purgatorio. No es una cárcel donde cada uno tiene que pagar por sus pecados, no es un castigo que Dios nos impone por nuestros defectos. Es la antesala del cielo en donde Dios nos permite lavarnos para poder entrar limpios. Cuando llegamos al purgatorio Dios ya nos ha juzgado y nos ha hallado dignos del cielo, aunque necesitados de una limpieza. Por tanto el purgatorio no es un castigo, aunque se sufra, sino una gracia en donde se nos purifica. Es como si nos dijeran, estás muy sucio, tienes suciedad de muchos años incrustada en tu piel y ropa andrajosa. Entra en esos baños y frótate bien hasta que estés limpio, y ahí tienes tela para hacerte una túnica digna, y cuando estés limpio podrás entrar a la fiesta. Pero entonces llega tu hijo con una túnica cortada y un detergente maravilloso que ha conseguido a cambio de su esfuerzo, y en un momento te limpia y te viste para que puedas entrar a la fiesta. Si el objetivo del anfitrión hubiera sido castigarte por venir sucio, entonces impediría que tu hijo te ayudase de ese modo, porque quiere que sufras por haberle ofendido, que pagues por tu error. Pero tu anfitrión no quiere castigarte, te ha invitado a la fiesta y lo único que pretende es que entres de manera digna, así que tú tienes que adecentarte para entrar, pero si llega tu hijo y te adecenta en un suspiro, tu anfitrión no se sentirá contrariado, sino al revés, estará encantado.

Pues cuando alguien consigue una indulgencia plenaria por su padre fallecido, por ejemplo, sería el mismo caso. Y la Iglesia, consciente de este hecho, no pide grandes sacrificios para conseguir indulgencias plenarias, porque Dios no usa el purgatorio para castigarnos, sino para limpiarnos. La Iglesia se pone en sintonía con Dios y tampoco busca el castigo, sino sólo la purificación, pero evidentemente para que un alma se purifique tiene que abrirse con total sinceridad a la gracia purificadora de Dios, por eso las indulgencias tampoco se regalan, se ofrecen, pero hay que ganárselas y hacerlo con total sinceridad. El Tesoro de la Iglesia es una gracia que Dios ofrece a todos los miembros de la Iglesia, pero como todas las gracias divinas, se necesita el deseo de recibirlas. Cuando Dios reparte pan espera que tú te acerques y alargues tu mano para cogerlo; si te quedas tumbado en el sofá de casa viendo la tele no esperes que Dios vaya a tu casa y te ponga el pan en la cesta, pues tan claramente lo desprecias. Por así decirlo.

Gracia de Dios

Recordemos que en el fondo algo así es lo que hizo Dios por nosotros, muriendo en la cruz nos hizo, inmerecidamente, dignos del cielo, así que si nos concede a nosotros la gracia de sacar “inmerecidamente” a nuestros seres queridos del purgatorio, nosotros estaríamos simplemente imitando, a escala pequeñita, lo mismo que antes ha hecho Él. No podríamos criticar a la Iglesia (como hizo Lutero e incluso hacen algunos católicos) ni tacharla de injusta por usar un mecanismo similar al que Dios mismo ha usado ya con nosotros.

Cuando San Pablo habla de que con sus sufrimientos completa lo que falta a los padecimientos de Cristo no quería decir que Jesús no sufrió lo suficiente por nosotros, sino que Dios ha dispuesto que también nosotros podamos cooperar con Jesús en la salvación de los hombres. Esa es una de las razones por las que Dios, por medio de la Iglesia, nos ofrece la posibilidad de dar a nuestros hermanos el último empujoncito que necesitan para entrar en el cielo. El asunto de las indulgencias no entra dentro del tema de la Justicia divina, sino de la Gracia. Si Jesús murió por nosotros para traernos la salvación, no fue por justicia, sino por pura gracia, y por gracia se nos permite acceder, mediante las indulgencias, al Tesoro de la Iglesia, colmado sobre todo por ese mismo sacrificio de Jesús.

Por nosotros, por nuestros difuntos, las indulgencias son todo un lujo que no podemos desaprovechar.

Fin

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Comentarios

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10 respuestas a “Las indulgencias”

  1. Avatar de Juan Pablo
    Juan Pablo

    Muchas gracias por este artículo Christian. Cuando me dijiste que ibáis a poner uno sobre las indulgencias me pareció muy buena idea y aunque con tu explicación me quedó todo muy bien aclarado con este artículo aun más.
    Solo quería comentarte algo que se me había ocurrido para que completéis este artículo, si os parece bien claro. Como habláis sobre los pecados mortales y veniales es para que explicarais los pecados cometidos contra el Espíritu Santo, ya que Jesús dijo que todos los pecados serían perdonados, excepto los cometidos contra el Espíritu. Bueno es sólo una idea que se me había ocurrido para aclarar eso.
    Un saludo.

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      Gracias Juan Pablo, pero eso del pecado contra el Espíritu Santo es la pregunta del millón. Jesús lo menciona pero no explica a qué se refiere, y unos dicen una cosa, otros otra, pero son todo especulaciones, así que ante el no saber es mejor callar. La verdad es que es una faena incomprensible que nos digan que ese pecado no tiene perdón y nos dejen con las ganas de saber qué pecado tan terrible es ese, pero… es lo que hay.

      Lo que a mí me parece más probable es que Jesús se esté refiriendo al que se cierra del todo a la gracia salvadora de Dios y a su perdón, es decir, niega a Dios en su vida, de modo que cuando alguien llega a ese punto, ya no puede ser perdonado, no porque su pecado sea tan grande que Dios no lo puede perdonar, sino porque esa persona precisamente se ha cerrado al perdón de Dios, y Él, que respecta siempre el libre albedrío, no podría perdonarlo a menos que le forzara a arrepentirse y quererlo, pero como él ya no lo hará, pues no se puede perdonar.

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      1. Avatar de Juan Pablo
        Juan Pablo

        Yo había escuchado también algunas cosas, sobre lo que has dicho de cerrarse a la gracia salvadora (que supuestamente es lo que le ocurrió a Judas), y otra sobre abusar de la misericordia de Dios, pensando que haga lo que haga siempre será perdonado. Supongo que debe ser algo de eso pero no lo sabemos seguro. Que pena que no lo dejara mejor explicado Jesús en algo tan importante.
        Gracias de todas formas por la respuesta.
        Un saludo y bendiciones

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      2. Avatar de Christian M. Valparaíso

        Sí, una pena, pero piensa que precisamente por ser algo tan importante no puede ser que nos dejara en la oscuridad en tal asunto, lo que ocurre es que no sabemos exactamente a qué pecado se refiere en esa cita concreta, pero el pecado en sí tenemos que saberlo por otra forma. Es por eso que deducimos que debe de ser el cerrarse a la gracia salvadora, pues en ese caso ya sabemos que no hay perdón para el que no quiere ser perdonado. El otro caso que comentas, el de abusar de la misericordia divina, viene a ser parecido, pues en ese caso no es que no se quiera ser perdonado, pero uno da tan por descontado el perdón que ni se molesta en pedirlo (con sinceridad y arrepentimiento), así que el resultado viene a ser el mismo, aunque por vía opuesta.

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  2. Avatar de El purgatorio ¿realidad o mito? | Apología 2.1

    […] El purgatorio no se entiende completamente sin tener en cuenta las indulgencias. Lea sobre esta doctrina aquí. […]

    Me gusta

  3. Avatar de Juan Pablo
    Juan Pablo

    Excelente artículo y ejemplos muy sencillos pero claros. Estoy seguro que quitará muchas dudas a mis jóvenes de confirmación. Gracias!

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      Encantado de que te sea útil Juan Pablo. Saludos

      Me gusta

  4. […] a través de Las indulgencias […]

    Me gusta

  5. Avatar de Francisco Morillas Marquez
    Francisco Morillas Marquez

    Muchas gracias por el envío. No tengáis duda que lo leeré con sumo interés, y seguro que resulta muy interesante como tantos otros artículos.

    Un cordial saludo,

    F. Morillas Márquez

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