Trataremos aquí el argumento que frecuentemente escuchamos sobre que una Iglesia pecadora no puede ser la Iglesia verdadera. Este artículo es el final de la serie ¿Fundó Constantino la Iglesia Católica?, en donde hacemos frente al debate que algunos han abierto sobre si fue el emperador Constantino y no Jesús el verdadero fundador de la Iglesia Católica.
Algunos de los artículos que hemos publicado inciden en la cara oscura de la Iglesia, aunque también es cierto que analizando los datos objetivos o comparando con otras denominaciones cristianas o de otro tipo (incluido el ateísmo) vemos que esa cara oscura ni es tan oscura como nos quieren hacer creer ni son problemas privativos de la Iglesia Católica. A veces incluso podemos demostrar la falsedad de las acusaciones, pero otras tenemos que admitir la realidad, total o parcial de ellas, pues en Apologia 2.1 no pretendemos hacer propaganda sin más, sino desvelar los hechos tal como son. Por ejemplo hemos tratado algunas de las partes más conflictivas en estos artículos:
– Escándalo: El Vaticano ¿nido de víboras?
– La Iglesia perseguidora y perseguida
– La Inquisición española: verdades y mitos
– La Iglesia cristiana después del siglo VI: ¿factor de progreso o atraso?
– Pío XII, “el papa de Hitler”: ¿santo o demonio?
– Sacerdotes y pederastas: negro sobre blanco
Esos artículos tratan de la maldad, a veces real, a veces inventada, a menudo exagerada, de la Iglesia, pero en cualquier caso demuestran que la Iglesia no siempre ha sido santa ni fiel al Evangelio en todas sus actuaciones, ni a nivel general, ni institucional ni individual. Sin embargo no queremos en este artículo enfatizar lo malo de la Iglesia, no es ahora nuestro objetivo, lo que queremos es mostrar que los errores y pecados de la Iglesia no pueden usarse como argumento contra su veracidad y legitimidad, y mucho menos si quien los esgrime también se llama a sí mismo cristiano.

Todas las pruebas que hemos ofrecido en los diferentes artículos que componen esta serie parecen demostrar razonablemente que, en efecto, la Iglesia Católica es esa misma Iglesia fundada por Jesús hace 2000 años y sigue siendo fiel a las doctrinas originales. Pero aunque hayamos ofrecido razones de peso dirigidas a la cabeza, hay gente que no podrá evitar sentir una urgencia aún mayor proveniente del corazón y decir casi en un grito ¿Pero de verdad es esta Iglesia, la Católica, la que Jesús quiso tener? Y después añadiría toda una larga lista de errores, atrocidades y maldades que esa misma Iglesia ha ido produciendo a lo largo de los siglos, incluso hoy en día. Podemos fácilmente solidarizarnos con esa gente y decir: ¿qué pensaría Jesús si viera la ostentación o la corrupción del Vaticano? ¿qué pensaría si viera los casos de curas pederastas? ¿qué pensaría si oyera lo que muchos sacerdotes dicen? ¿qué si viera el excesivo fervor que algunos parecen mostrar por las imágenes? ¿qué del ambiente soporífero de algunas comunidades? y la lista se alargaría mucho más, y sería distinta según la hiciera un católico o un no católico. Ciertamente las luces abundan mucho más que las sombras, y eso no lo podemos olvidar, pero cuando uno busca lo negativo puede encontrarlo a raudales.
Ante estos ataques o lamentos (según de dónde vengan) digamos primero una cosa: No tiene sentido preguntarnos qué pensaría Jesús si viera todas estas cosas; Jesús está aquí y las ve. Esto parece una perogrullada pero no está de más recordarlo. A veces la gente se desespera y siente como si Dios hubiera predicado su mensaje, muerto por nosotros y luego nos hubiera abandonado, por eso los hombres, dejados solos, acabamos siempre degenerando. No, Jesús está aquí y vela por su Iglesia, a la que prometió no abandonar jamás.
Jesús se acercó y les dijo:
— Dios me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a los habitantes de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Mateo 28:18-20
Los defensores de la idea de la Gran Apostasía llegan aún más lejos y afirman que la Iglesia fundada por Jesús apostató en masa y se alejó de Él, siendo necesario que, muchos siglos después, la verdadera Iglesia fuese reinstaurada, fundada de nuevo, pero en ese caso la afirmación de Jesús de “estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” sería una promesa incumplida y Jesús o la Biblia nos estarían engañando. Si su Iglesia no es todo lo perfecta y santa que Jesús querría es simplemente porque los hombres somos todos pecadores, limitados, imperfectos, y no damos más de sí. Intentamos seguir sus pasos pero nos desviamos, nos perdemos, retrocedemos, nos olvidamos, nos cansamos, y aún así, queremos seguir sus pasos y lo intentamos.
Bien sabe Dios, que es nuestro creador, la clase de “barro” de la que estamos hechos, y al contrario de lo que muchos piensan, es probable que no se escandalice tanto por nuestros defectos y debilidades, que ya sabe Él lo imperfecto que somos. De todas formas, si queremos ver desde un punto de vista más palpable qué es lo que haría Jesús si estuviera aquí, físicamente con nosotros en cuerpo y alma y viera su Iglesia y pudiera hacernos comentarios sobre ella, no necesitamos hacer un ejercicio de imaginación, basta con ver qué hizo en el pasado cuando estuvo aquí de ese modo y pudo hablarnos. Veamos.
EL PUEBLO DE DIOS
Dios eligió y guió a su pueblo israelita desde Abraham hasta la llegada de Jesús, y la Biblia está llena de ejemplos de lo desastroso que fue ese pueblo y las barbaridades que cometió, y aún así fue siempre el pueblo elegido de Dios, no por sus virtudes, sino porque Dios estaba con él. Una y otra vez el pueblo elegido transgrede las leyes de Dios, cae numerosas veces en la idolatría, le desobedece, le traiciona, pero Dios nunca se aparta de su lado. Muchas veces tiene palabras muy duras contra ellos, pero sigue amándolos y acompañándolos y consolándolos con la promesa del Mesías.

Uno de los casos más sangrantes es cuando Dios les libera de la esclavitud de Egipto con mano fuerte y les conduce a la Tierra Prometida, y entonces ¿cómo se lo agradece su pueblo? olvidándose de Él y adorando al becerro de oro, deidad del país que les había esclavizado. ¿Y cuál es la reacción de Dios? No les abandona, sino que sigue con ellos. Podía haber decidido dejarles y buscarse otro pueblo para sí, pero Dios no es un dios voluble y caprichoso que vuelve la espalda a los suyos cuando no están a la altura, sino que permanece fiel y lucha por conducirlos por el buen camino, enviándoles líderes, jueces y profetas que constantemente les recuerde cuál es el camino correcto. Si alguien piensa que la Iglesia de Jesús, los primeros cristianos, en algún momento (sea el siglo I o el III o el IV o más tarde, según opiniones) se descarriaron y por ello Dios les abandonó y luego siglos después (el XVI, XVIII, XIX o XX, según opiniones) eligió una nueva Iglesia, entonces es que no prestan suficiente atención a cómo la Biblia nos describe la relación entre Dios y su Pueblo. Y quienes defienden la otra posibilidad, la existencia de dos iglesias paralelas, una verdadera y otra, la católica, falsa, pues pueden leerse nuestro artículo sobre la imposibilidad de tal teoría: en El mito de las dos iglesias. Lo que la Biblia nos enseña es que Dios elige a su Pueblo y lo guía como Buen Pastor a pesar de que sus ovejas estén continuamente descarriándose, y si comparamos el comportamiento del Pueblo de la Nueva Alianza (la Iglesia) con el del de la Antigua Alianza (Israel), parece que la Iglesia, con todos sus defectos, lo está haciendo mejor de lo que el antiguo Israel lo hizo, algo lógico si partimos de la base de que el pastoreo de Dios va siglo tras siglo calando en su rebaño y mejorándolo. Así que cuando alguien critique a la Iglesia y diga que no puede ser digna de Dios, que se lea el Antiguo Testamento y observe la relación con Dios que mostraba el Pueblo Elegido en aquella época, así pondremos las cosas en contexto, y contexto bíblico nada menos.

Como síntesis de todo ello tenemos la figura más importante del Antiguo Testamento. Moisés fue elegido por Dios para guiar a su pueblo a pesar de haber asesinado poco antes, pero no es él. Abraham, padre de todo el Pueblo de Dios, mintió en Egipto para protegerse a pesar de que con ello ponía en peligro a su mujer, pero tampoco es él. La figura más importante de la antigua alianza no es otro que el rey David. David es elegido por Dios para guiar a su pueblo, pero el nuevo rey comete asesinato, adulterio, desobediencia y un montón de pecados más… y sin embargo parece que nadie en el Antiguo Testamento es más especial para Dios que David, no por sus errores, sino a pesar de sus errores. David le falla a Dios una y otra vez, pero cada vez que cae se levanta y vuelve a intentarlo, y eso agrada a Dios, que sabe de las limitaciones humanas y sabe que nunca seremos perfectos, pero desea que aspiremos a la perfección, que lo intentemos. Y David se convirtió en el recipiente de la alianza por la cual Dios se compromete a traernos la salvación, el Hijo de Dios será entonces también «el Hijo de David». No puede haber más honor. Si en algo se caracteriza Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento es que exige santidad, pero nunca retira su amor y protección de aquellos que no la alcanzan. Nunca rechaza a su Pueblo por no ser santo.
Cuando viene Jesús nos trae una nueva alianza (= testamento), pero esa alianza se consumará en el momento de su muerte; hasta ese momento, el pueblo de Dios sigue siendo Israel, los judíos, y sus dirigentes religiosos siguen siendo la autoridad reconocida ante Dios. Pero en el siglo primero la jerarquía religiosa no era del agrado de Jesús, se había alejado de la verdadera voluntad de Dios. Jesús los critica duramente, muy duramente, los llama hipócritas y cosas peores, los acusa de confundir al pueblo y sobrecargarlo con cargas inútiles. Y a pesar de todo, Jesús les sigue reconociendo como la autoridad religiosa legítima. Les pide que cambien, que mejoren, que regresen al espíritu de la Ley, que se reformen, que se acerquen más al pueblo; pero nunca reniega de ellos y los sigue reconociendo como la autoridad religiosa legítima:
Entonces Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos: Los escribas y fariseos se sientan en la cátedra de Moisés; vosotros haced y cumplid todo lo que ellos os digan, pero no os guiéis por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. (Mateo 23:1-4)
Jesús reconoce la autoridad de los escribas y fariseos ante el pueblo y pide que sean debidamente obedecidos porque son los verdaderos custodios de la Ley de Moisés y porque son los legítimos jerarcas del Pueblo Elegido. Pero al mismo tiempo critica muy duramente su perversión y su maldad, diciéndoles entre otras muchas cosas:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis los bienes de las viudas y fingís hacer largas oraciones! Por eso seréis juzgados con más severidad.” (Mateo 23:14)
“¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro?”(v. 17)
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidáis lo esencial de la Ley; la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro estáis llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que parecéis sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también sois vosotros: por fuera parecéis justos delante de los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.” (v. 23-28)
Pero a pesar de eso, incluso el mismo Caifás, el Sumo Sacerdote que condenó a Jesús, habla inspirado por el Espíritu Santo, y además lo hace, nos dice la Biblia, precisamente por ser el sumo sacerdote, y así profetiza:
Uno de ellos, llamado Caifás, que era Sumo Sacerdote ese año, les dijo: «Vosotros no comprendéis nada. ¿No os parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca la nación entera?». No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación (Juan 11: 49-51)
Tal como lo redactan los evangelios, no es que Caifás dijera algo acertado, ni siquiera que sin darse cuenta resultara que sus palabras fueron proféticas. No, Juan nos dice claramente que “profetizó como Sumo Sacerdote”, o sea, está reconociendo su autoridad como el sumo representante de Dios en el pueblo de Israel, a pesar de que en esa misma conversación Caifás estaba convenciendo a los demás de que debían matar a Jesús. Era malvado, pero ante Dios seguía siendo la autoridad religiosa legítima y por eso pudo profetizar.
Como vemos, la reacción de Jesús ante una Iglesia corrupta o ante ciertos dirigentes corruptos podría perfectamente ser la misma que ante los escribas y fariseos de su época: desprecia su comportamiento pero sigue considerándoles dirigentes legítimos, los considera guardianes de la doctrina pero critica que ellos mismos no la cumplan. Esa habría sido su postura por ejemplo ante la corrupción de la Iglesia en el siglo XV (antes de Lutero), y esa sería también su postura ante los malos sacerdotes, obispos, cardenales o papas que ha podido haber ayer y hoy. Pero eso no le quita a la Iglesia su legitimidad, igual que los continuos pecados y caídas en la idolatría de Israel en ningún momento les hizo dejar de ser el Pueblo Elegido de Dios. La Iglesia no es de Dios porque sus méritos la eleven al cielo, sino porque Dios la ha creado y elegido y, tal como hizo en el Antiguo Testamento, tal como prometió en el Nuevo Testamento que siempre haría, siempre será fiel a ella. No es la Iglesia quien ha elegido a Dios, es Dios quien ha elegido a la Iglesia y tal como vemos repetidamente en la Biblia, los errores e incluso la maldad humana nunca consiguen que Dios se aparte de su Pueblo, de su Iglesia. El pecado y la imperfección pueden hacer que el hombre se aparte de Dios, pero no hacen que Dios se aparte de nosotros, si algo vemos claro en la Biblia es que Dios, a pesar de todos los pesares, es eterna y perfectamente fiel, y por si alguien lo duda puede volver a leer la cita anterior en la que promete (junto con muchas otras citas) que nunca nos abandonaría.

No faltará quien piense que los errores de la Iglesia Católica no son solamente achacables a la naturaleza humana, sino que también lo son a la específica naturaleza corrupta de esa Iglesia, sin duda pensando que si fuera su iglesia concreta la que hubiera dominado el panorama cristiano durante estos 2000 años lo habría hecho muchísimo mejor. Pero si ese fuera el caso, si se tratara simplemente, como ellos parecen creer, de suministrar las enseñanzas adecuadas y elegir a los dirigentes adecuados, no creo que nadie piense que se podría haber hecho mejor de lo que hizo el mismo Jesús. Jesús tenía las enseñanzas adecuadas, las explicaba de la manera adecuada, instruía a sus propios seguidores, y eligió él mismo a los 12 dirigentes principales que se encargarían de esa asamblea, y además ¡era Dios! Y aún así, lo que vemos es, una vez más, que incluso en las mejores condiciones, la naturaleza humana se muestra defectuosa y limitada: Pedro a veces era cobarde, agresivo y mentiroso, Juan y Santiago engreídos y vanidosos, Judas traidor, y otros se muestran a veces codiciosos, violentos, faltos de fe, etc. Lo que vemos entre los apóstoles es toda una gama de defectos y debilidades humanas.
Es cuando el Espíritu los llena cuando se fortalecen, pero incluso después de Pentecostés seguimos viendo defectos. Pablo recrimina a Pedro que critique a los demás por hacer algo que él mismo hace (comer con gentiles, Gálatas 2:11-14), y también se critica sus propias debilidades y se acusa de hacer “lo que no quiere hacer”.
Sabemos, pues, que la ley pertenece a la esfera del espíritu. En cambio, yo no soy más que un simple mortal vendido como esclavo al pecado. Realmente no acabo de entender lo que me pasa ya que no hago lo que de veras deseo, sino lo que detesto. Pero si hago lo que detesto, estoy reconociendo que la ley es buena y que no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí, pues soy consciente de que, en lo que respecta a mis desordenados apetitos, no es el bien lo que prevalece en mí; y es que, estando a mi alcance querer lo bueno, me resulta imposible realizarlo. Quisiera hacer el bien que deseo y, sin embargo, hago el mal que detesto. (Romanos 7:14-19)
Por las epístolas vemos también cómo Pablo y los apóstoles se quejan una y otra vez de la falta de caridad y fe que muestran muchos cristianos e incluso congregaciones enteras.
¿Cómo es que después de haber sido llamados por nuestro Señor os volvéis de nuevo a los débiles y pobres principios elementales? ¿Queréis volver a servirlos otra vez? Me da la sensación de haber trabajado en vano por vosotros. Os ruego que me imitéis tal como yo me hice a vosotros. Os anuncié el evangelio la primera vez y me recibisteis como a un ángel de Dios. ¿Resulta que ahora me he hecho vuestro enemigo por deciros la verdad? Yo quisiera estar ahora con vosotros y cambiar el tono de mi voz, porque estoy perplejo en cuanto a vosotros. Decidme, los que queréis estar bajo la ley: ¿No escucháis la ley? (Gálatas 4,8-21)
En el Apocalipsis, las cartas que Dios dirige a 7 de las más importantes asambleas locales de finales del siglo I (o sea, creadas bajo la tutela de los mismos apóstoles) nos dan toda una lista de reproches y críticas severas por sus deslealtades y defectos (Apocalipsis capítulos 2 y 3). Veamos por ejemplo las acusaciones que lanza contra la iglesia de Laodicea:
Escribe al ángel de la Iglesia de Laodicea: El que es Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, afirma: Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca. Tú andas diciendo: Soy rico, estoy lleno de bienes y no me falta nada. Y no sabes que eres desdichado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. (Apocalipsis 3:14-17)
Pudiera parecer que con estas palabras Jesús está renegando de esa iglesia por no ser fiel al evangelio: “te vomitaré de mi boca”. Duras palabras que suenan a rechazo. Pero ya sabemos que Dios siempre es fiel aunque su pueblo no lo sea y la reprimenda citada continúa con las siguientes palabras:
Por eso, te aconsejo: cómprame oro purificado en el fuego para enriquecerte, vestidos blancos para revestirte y cubrir tu vergonzosa desnudez, y un colirio para ungir tus ojos y recobrar la vista. Yo corrijo y comprendo a los que amo. ¡Reanima tu fervor y arrepiéntete! (Apocalipsis 3:16-19)
Una vez más vemos a Dios llamando a su pueblo al arrepentimiento, y al mismo tiempo reafirmando su amor por él: “yo corrijo y comprendo a los que amo”, Él sabe que somos débiles y fallamos, pero su amor no depende de nuestras obras, es incondicional. En esas 7 cartas del Apocalipsis hace duros reproches a las comunidades fundadas por los apóstoles, pero no reniega de ellas, y a pesar de sus muchos fallos nadie podría decir que esas iglesias no eran verdaderamente cristianas, pues en el Apocalipsis aparecen claramente como la representación de la Iglesia de Cristo. Ahí vemos claramente que su perversión no impidió en ningún momento que siguieran siendo el Pueblo de Dios.
Tal como Jesús afirma en esas cartas, el amor por su Iglesia no se ve afectado por los defectos de ésta, aunque a nivel individual será cada persona quien tenga que responder por su propio comportamiento. La carta a los laodiceos que estamos citando continúa con este otro versículo: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos.” (Apocalipsis 3:20). Cada uno es responsable antes Dios, pero no porque Dios le vaya a rechazar, no, Él llama a la puerta de todos, justos y pecadores, es cada uno de nosotros el que, con su comportamiento y actitud, le abrirá o no la puerta, siendo él mismo en el peor de los casos la causa de su propia condenación. Bien diferente es este Jesús que vemos en la Biblia, que reprende los pecados pero reafirma su amor, de aquellos que atacan a la Iglesia convencidos de que sus imperfecciones y delitos necesariamente demuestran que Dios no puede habitar en ella. Ya vemos que Dios ama a su pueblo por encima de todo y no rechaza a los pecadores, sino todo lo contrario, les busca:
Al ver los escribas pertenecientes al partido de los fariseos que Él comía con pecadores y recaudadores de impuestos, decían a sus discípulos: ¿Por qué Él come y bebe con recaudadores de impuestos y pecadores? Al oír esto, Jesús les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores. (Marcos 2:16-17)
Así que criticar los errores y depravaciones que haya podido cometer la Iglesia Católica de antes y de ahora o del futuro, tal como hacen los fariseos de la cita anterior, no es ningún argumento válido en contra de que esa Iglesia, tan imperfecta como pueda ser, sea la Iglesia verdadera fundada por Dios y protegida por Él. Si somos tan imperfectos es porque somos humanos, y tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo tenemos sobrados ejemplos de que cuando Dios siembra trigo, siempre nacerá también cizaña. Pero obcecarnos con los errores de la Iglesia y olvidarnos de sus muchísimas y superiores virtudes sería negar la evidencia, sería como negar que el Pueblo Elegido también fue el que conoció y amó a Dios más que ningún otro pueblo, como negar que los apóstoles a pesar de sus defectos fueron los que extendieron eficazmente el evangelio y dieron su vida por él, como negar que las primeras comunidades cristianas a pesar de sus disensiones y defectos fueron los que transformaron su sociedad e incluso al precio de su vida extendieron el nombre de Jesús por todos los confines conocidos, como negar que la Iglesia Católica, durante 2000 años, no solo ha extendido el cristianismo por el mundo entero, sino que nadie antes en la historia de la humanidad se ha ocupado tanto por los pobres y necesitados como ella.
Por cada clérigo corrupto o malvado podemos encontrar miles de clérigos y laicos ejemplares, por cada obispo que vive como un príncipe en su palacio podemos encontrar miles de misioneros que lo han abandonado todo para irse a vivir con los pobres, para llevarles el evangelio y ayudarles a salir de su pobreza. Si hay católicos hipócritas y torcidos, también hay muchos que se esfuerzan de corazón por seguir el modelo del Evangelio. Atacar solo a las ovejas negras y negarse a ver el blancor del resto del rebaño es la postura de quien se niega a ver la realidad por miedo a que esa realidad les descubra su propio error. Los católicos tenemos que asumir las sombras de nuestro presente y nuestro pasado, pero al mismo tiempo tenemos que sentirnos muy orgullosos de 2000 años en los que hemos conseguido transformar el mundo incluso más allá de la cristiandad, orgullosos de los miles de santos excepcionales que han florecido en el seno de nuestra Iglesia, orgullosos de los grandes valores que, aunque ahora hayan sido en buena parte apropiados por otros, son fruto del cristianismo, de la siembra paciente que ha ido haciendo la Iglesia Católica y que con los siglos ha cristalizado en conceptos hoy considerados universales como son la democracia, la igualdad, la fraternidad, la dignidad de todos, pobres y ricos, la paz y muchos otros valores que hemos logrado propagar, y dejar de pensar que la Iglesia son solo la jerarquía eclesial, porque la Iglesia somos todos los cristianos que hemos permanecido en su seno.
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EL QUE SE ENALTECE…
Pero si el hombre supone una decepción constante para Dios, Él, que conoce nuestra debilidad, nos ama igualmente. No abandonó a su Pueblo y ahora tampoco abandona a su Iglesia, por muy imperfecta que pueda ser.
Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí; ofrecían sacrificios a los Baales y quemaban incienso a los ídolos. ¡Y yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba. Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer. Efraím volverá a Egipto y Asiria será su rey, porque rehusaron volver a mí. La espada hará estragos en sus ciudades, destrozará los barrotes de sus puertas y los devorará a causa de sus intrigas. Mi pueblo está aferrado a su apostasía: se los llama hacia lo alto, pero ni uno solo se levanta. ¿Cómo voy a abandonarte, Efraím? ¿Cómo voy a entregarte, Israel? ¿Cómo voy a tratarte como a Admá o a dejarte igual que Seboím? Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura: No daré libre curso al ardor de mi ira, no destruiré otra vez a Efraím. Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti, y no vendré con furor. Ellos irán detrás del Señor; él rugirá como un león, y cuando se ponga a rugir, sus hijos vendrán temblando del Occidente. Vendrán temblando desde Egipto como un pájaro, y como una paloma, desde el país de Asiria; y yo los haré habitar en sus casas –oráculo del Señor–. (Oseas cap. 11)
Y de paso dejamos aquí un mensaje para los defensores de la Gran Apostasía, para quienes piensan que la Iglesia apostató y por tanto dejó de ser la Iglesia legítima. En esta cita hemos visto que el mismo Dios dice: “Mi pueblo está aferrado a su apostasía: se los llama hacia lo alto, pero ni uno solo se levanta. ¿Cómo voy a abandonarte? … Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura: No daré libre curso al ardor de mi ira, no destruiré otra vez a Efraím. Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti, y no vendré con furor.” Así que ahí está clara la respuesta. Incluso si ellos tuvieran razón y la Iglesia hubiera apostatado, la reacción de Dios habría sido la misma que cuando Israel apostató, su corazón se habría llenado de ternura y habría redoblado sus esfuerzos por guiarla, y no, como estos ahora dicen, la habría despreciado y rechazado, buscándose otros líderes capaces de refundar por segunda vez la Iglesia que al parecer Él falló en fundar. Si Lutero (y muchos otros posteriores) hubiera comprendido esto, jamás habría pensando en romper con la Iglesia como lo hizo, pues al romper con ella creyó que Dios la abandonaría para irse con él, pero la Biblia nos dice una y otra vez que la opción de Dios es la contraria, quien quiera es libre de salirse de ella pero Dios nunca abandona a su Iglesia bajo ninguna circunstancia, ni siquiera en el caso extremo de una apostasía que nunca se ha llegado a producir en su seno pero que sí se dio en Israel.
Quienes desprecian a la Iglesia Católica por sus pecados desde la creencia de que ellos o su propia iglesia son mucho mejores, son como el fariseo y el publicano de los que nos habló Jesús en Lucas 18:9-14
Si algo tienen que tener claro todos los cristianos (y todos los seres humanos en general) es que todos somos pecadores, todos somos débiles, todos somos imperfectos. Tampoco debe un católico pensar que si su Iglesia es la verdadera entonces los católicos son mejores que los metodistas o los baptistas, por poner un ejemplo. No se trata de eso, se trata de qué Iglesia es la que ha mantenido la doctrina de Jesús intacta, la que goza de Su protección para no caer en el error, no qué Iglesia es la mejor y la más buena y virtuosa. Hablamos de la Verdad, no de la bondad. La bondad y la virtud no son patrimonio de ninguna iglesia, son cualidades que cultiva cada ser humano con mejor o peor acierto. Israel también fue el Pueblo Elegido y podían presumir de conocer a Dios mejor que nadie, pero sería absurdo que el Israel del Antiguo Testamento presumiera ante las demás naciones de ser la mejor gente del mundo y la más buena; muchos otros pueblos de la época eran más pacíficos y bondadosos que ellos (también porque no tenían que sobrevivir en un ambiente geográfico y político tan hostil como los israelitas).
CONCLUSIÓN
Por todo lo dicho en este artículo y en todos los anteriores artículos que forman parte de esta serie, podemos decir que nuestra legitimidad no nos viene de ser o no ser santos, pues todos somos pecadores, sino que nos viene de ser la Iglesia que Jesús fundó hace 2000 años, cuando nos adoptó como hermanos suyos, y a partir de ahí, el que lo hagamos mejor o peor no nos deslegitima ni nos separa de Dios, pues suyos somos por los siglos de los siglos hasta el fin de los tiempos, como Él nos prometió, y Dios nunca rompe sus promesas. Por eso podemos afirmar con claridad y rotundidad que nosotros somos los auténticos cristianos, que los católicos somos la verdadera Iglesia, la que custodia la verdad protegida por el Espíritu Santo, y ello supone un privilegio, pero también una responsabilidad, y parte de ella es la de extender nuestra mano a todos los hermanos cristianos no católicos en busca de la unidad, sin complejos pero con respeto y siempre desde la caridad.
– FIN DE LA SUBSERIE –
¿Fundó Constantino la Iglesia Católica?
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Postscriptum:
PARA QUE SEAMOS UNO

Y como epílogo a este artículo y cierre de toda la serie, un último comentario. Hemos visto la severa reacción de Yahvé (AT) y de Jesús (NT) ante las imperfecciones de sus elegidos. Pero también sería conveniente preguntarse ¿Qué diría Jesús “si viera” la desunión de los cristianos, la cantidad de “iglesias” diferentes que han creado? De nuevo no necesitamos imaginación, podemos citar estas palabras del Evangelio y estar seguros de que hoy estará repitiendo algo muy parecido a esto y de nuevo llorando con el mismo pesar:
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas y no quisiste! (Lucas 13:34)
Pero Jesús sabe lo que sus seguidores harían con el tiempo y por eso dirige su ruego de unidad no solo a sus discípulos contemporáneos, sino a todos nosotros, cristianos del futuro, que creeremos gracias a ellos. Jesús está pensando en nosotros ahora cuando dice:
No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí: Que todos sean uno. (Juan 17:20-21)
En lugar de atacarnos unos a otros y tirarnos citas bíblicas como si fueran piedras, todos los cristianos de la Iglesia y de todas las denominaciones deberíamos agachar la cabeza avergonzados recordando cuánto le hemos fallado a Jesús y qué lejos estamos aún de cumplir con uno de sus grandes anhelos:
Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y Tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que Tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste. (Juan 17:22-23)

Y aún así, reconociendo nuestras imperfecciones, nos queda la esperanza de que si eso era lo que Jesús quería, que todos fuéramos uno en Cristo, podemos estar seguros de que algún día llegará el momento en que su deseo se haga realidad y la Iglesia sea de nuevo solo Una. No se trata de aproximar ideas o mezclar doctrinas, porque la verdad no se puede torcer, sino de rogar a Jesús que haga Él mismo el milagro de reunirnos, a su manera, confiando en que Él sabrá cómo hacerlo si nosotros nos dejamos llevar por su deseo. Tal vez eso nos estaba diciendo cuando Juan nos cita sus palabras:
Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, del mismo modo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también me es necesario traerlas, y oirán mi voz, y serán un solo rebaño con un solo pastor. (Juan 10:14-16)
Y mientras tanto nosotros debemos intentar llevarnos como hermanos que somos en lugar de como enemigos, conviviendo en paz y con respeto y fijándonos más en lo mucho que nos une que en lo que nos separa. Entonces «conocerá el mundo que Tú me has enviado” y los cristianos seremos, por fin, la luz en la oscuridad que Jesús siempre quiso que fuésemos.
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– FIN DE LA SERIE –
¿Cuál es la verdadera Iglesia de Jesús?
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