La Virgen María es Reina de los Cielos. Ese título, que algunos dicen que es pagano, es en realidad el justo título que la mismísima Biblia concede a María. Aquí veremos dónde está eso en la Biblia y qué consecuencias tiene para nosotros.
Los católicos (romanos y ortodoxos), los anglicanos e incluso parte de los luteranos reconocemos a María como Reina de los cielos, y aunque no ha sido declarado como dogma, es verdad aceptada y forma parte del arte y del calendario litúrgico: la coronación de la Virgen se celebra el 22 de agosto. Este es también el motivo por el que tantas imágenes de la virgen están coronadas y/o sentadas sobre un trono.

Los demás protestantes rechazan este título, y algunos radicales van tan lejos como para decir que eso de Reina de los Cielos es herencia pagana o incluso una muestra del satanismo oculto en el catolicismo, pues en la Biblia se condena explícitamente el culto a Aserá o Astarté, que era la diosa que ostentaba en la antigüedad el título de Reina de los Cielos.

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Los hijos juntan leña, los padres encienden el fuego, las mujeres amasan la pasta para hacer tortas a la Reina del cielo, y se derraman libaciones a otros dioses, a fin de agraviarme. (Jeremías 7:18)
Y sin embargo nada más lejos de la realidad. La realeza de María no sólo es una consecuencia lógica de la realeza de Cristo sino que se encuentra mencionada en la propia Biblia. Esta creencia no proviene de influencias paganas ni es un invento medieval, sino que está enraizada en las enseñanzas de la Biblia y es otro concepto profundamente cristiano que no se puede desechar.

El concepto de María como reina estaba presente en la Iglesia primitiva y la primera representación artística de María con atributos de realeza la encontramos ya en el arte de las catacumbas.

El arte católico bizantino en ocasiones representa a María como reina entronizada sobre todo en los temas de «Basilissa» (reina) y “Kyriotissa” (Señora), también llamada “Virgen del trono”. En el catolicismo romano también encontramos al principio la Virgen entronizada, pero pronto tendrá más éxito el tema de la Virgen coronada. A partir del s. XII empezamos a encontrar también la escena de la coronación de María de manos de Jesús, o de la Trinidad o de ángeles, y desde entonces será una iconografía muy popular como una segunda parte de su Ascensión.

Pero esta antigua tradición no fue una antigua elaboración teológica, sino que fue recogida directamente de las Sagradas Escrituras y su fundamento lo encontramos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Veamos de qué manera la Biblia nos dice que María es la Reina del Cielo.
Cristo Rey
Como de costumbre, las doctrinas marianas se derivan de las doctrinas cristológicas y suelen ser la consecuencia lógica de ellas. La realeza de María deriva de la realeza de Cristo, o dicho de otra forma, todo comienza con el hecho de que Jesús es rey.

En el Antiguo Testamento Dios ostenta el título de rey. Dios es el Rey y reinará para siempre (Salmo 10:16), y a menudo es representado como sentado en su trono (Isaías 6:1). En el Nuevo Testamento ese título de rey adquiere un protagonismo mucho mayor, y así vemos que el núcleo central de la predicación de Jesús es el Reino de Dios, algo por lo que seguimos pidiendo cada vez que rezamos el padrenuestro.
Pero a partir de la resurrección de Jesús, el título de rey se concreta sobre todo en el Dios encarnado, en Jesús, aunque lo hace tomando parte de la realeza del Padre. Jesús asciende al cielo y se sienta en un trono a la diestra del Padre (Romanos 8:34). En el Apocalipsis vemos a Jesús como rey y juez, y con poder para gobernar a las naciones con vara (cetro) de hierro (Apocalipsis 12:5). En Apocalipsis 19:16 se nos revela el título que Jesús lleva escrito en su muslo: “Rey de reyes y Señor de señores”.
Cuando empieza su ministerio público la gente le aclama como “el Hijo de David”, es decir, el legítimo sucesor del rey David, llamado a restaurar su reino y cumplir la promesa que le hizo Dios, cuando le dijo a David: “Tu casa y tu reino durarán para siempre delante de mí; tu trono quedará establecido para siempre” (2 Samuel 7:16). Y esa misma figura de rey de la casa de David la asume Jesús, estableciendo paralelismos con el reinado de David en múltiples ocasiones, como cuando entrega las llaves del reino a Pedro (duplicando las palabras con las que David entregó las llaves a su “primer ministro”).
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Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. (Mateo 16:19)
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Y aquel día, llamaré a mi servidor Eliaquím, hijo de Jilquías … pondré sobre sus hombros la llave de la casa de David: lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá. (Isaías 22:20 y 22)

Pero es el mismo Dios, por boca del ángel de la Anunciación, quien declara a Jesús como el nuevo rey David:
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Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin. (Lucas 1:31)
Jesús no sólo es el Nuevo Adán y el Nuevo Moisés. También es el Nuevo David. Por lo tanto el reino de David es la prefiguración del reino de Cristo (lo que llamamos typos, explicado más abajo). Así como David nombró a un mayordomo real (primer ministro) que en su reino ataba y desataba (tomaba decisiones) en su ausencia, igualmente Jesús nombró a Pedro primer ministro (ahora lo llamamos papa) para que en su reino (la Iglesia) tomara decisiones en su ausencia cuando Él volviera al Padre.
Pero donde hay un rey también hay una reina…
La reina en la monarquía de Israel
En toda monarquía, si nada va mal, si tenemos un rey también tendremos una reina. Actualmente pensaremos siempre que la reina es la esposa del rey, y como Jesús no estaba casado pues en su reino no puede haber reina. Pero en las monarquías de Oriente Medio en la Antigüedad, la reina no era la esposa del rey (que además solía tener muchas esposas), aunque en ocasiones también ostenta un papel influyente, sino su madre, que sólo era una y que recibía el título de “Gebirah” (la gran señora).
En la obra épica más antigua del mundo, la Epopeya de Gilgamesh —escrita por los acadios en torno al 2.500 a.C. recopilando poemas sumerios muchísimo más antiguos— ya vemos la figura de la gebirah o reina madre, que ejerce principalmente un papel de intercesora o abogada del pueblo ante el rey, y así lo encontraremos en todas las culturas originarias de Mesopotamia. También en la monarquía de Israel.

Aunque no tenía poder por sí misma, el rey a menudo la escuchaba y cedía a sus ruegos, no sólo por la influencia que a nivel humano tiene una madre sobre su hijo (pensemos en las madres de entonces, no tanto las de ahora), sino porque además de ser su madre era la reina, y su papel estaba institucionalizado.
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...después que partieron de Jerusalén el rey Jeconías, la reina madre, los eunucos, los príncipes de Judá y de Jerusalén... (Jeremías 29:2)
Que hablamos de un verdadero cargo, y no simplemente de una relación sentimental madre-hijo, lo vemos más claro en este otro pasaje. El rey Asá había perdido a su madre, así que el cargo de reina madre siguió en manos de su abuela (hasta que la destituyó por idolatra):
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Incluso despojó del rango de reina madre a su abuela Maacá, por haber dedicado un horrendo fetiche, quemándolo en el torrente Cedrón. (1 Reyes 15:13)
En los evangelios encontramos otra pista. En las genealogías israelitas siempre se menciona la línea paterna, pero hay una excepción, en las genealogías reales se menciona también a la madre, la reina (por eso Mateo al dar la genealogía humana de Jesús termina nombrando a José pero también a María), como vemos en esta otra cita:
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El año decimoctavo del reinado de Jeroboán, hijo de Nabat, Abián comenzó a reinar sobre Judá. El reinó tres años en Jerusalén. Su madre se llamaba Maacá, y era nieta* de Absalón. (1 Reyes 15:1-2)
*Nota: Aclaremos las dos confusiones que genera esta cita.
1- No se nos está diciendo que Jeroboán sea el padre de Abián, sino contrastando los reinados en los dos reinos en los que se dividió Israel: Jeroboán, hijo de Nabat, era rey de Israel cuando Abián, nieto de Salomón, subió al trono de Judá.
2- En hebreo “hija” y “nieta” se dicen igual, por eso hay traducciones que equivocadamente dicen "hija". Absalón, hermano de Salomón, sólo tuvo a una hija, Tamar. Además, si Maacá fuera hija de Absalón, entonces sería prima hermana de su marido, Roboán, hijo de Salomón. En cualquier caso, Maacá fue madre de Abián y abuela del rey Asá, como ahora veremos.
Note en la cita anterior que del rey Abián no se da el nombre de su padre (Roboán), sino el de su madre (Maacá). En el caso de ella sin embargo vemos lo normal, se da la línea paterna (nieta de Absalón). En realidad no es que en la genealogía de los reyes se mencione a su madre, sino a su reina (la gebirah). Recordemos que Abián perdió a su madre, de modo que al dar su genealogía no nos dicen quién fue su madre, sino quién era su abuela, pues era ella quien ostentaba el título de gebirah:
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El vigésimo año de Jeroboam, rey de Israel, comenzó a reinar Asá como rey de Judá. Él reinó cuarenta y un años en Jerusalén. Su abuela se llamaba Maacá, y era nieta de Absalón. (1 Reyes 15:9-10)
Características y funciones de la reina
Fijémonos en el caso de Betsabé. Mientras fue la esposa del rey David se sometía a él como súbdita, postrándose en su presencia y honrándole:
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Betsabé se presentó ante el rey en su habitación privada ... Betsabé se inclinó profundamente ante el rey, y este le preguntó: «¿Qué quieres?». Ella le dijo: «Mi señor,… (1 Reyes 1:15 y 17)
Note ahora la diferencia de trato cuando quien está sentado en el trono es su hijo. Ahora es también el rey quien honra a su madre, que ahora es la gebirah:
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Betsabé fue a presentarse al rey Salomón para hablarle de Adonías. El rey se levantó, fue a su encuentro y le hizo una inclinación. Luego se sentó en su trono, mandó poner un trono para la madre del rey, y ella se sentó a su derecha. Entonces ella dijo: «Tengo que hacerte un pequeño pedido; no me lo niegues». El rey respondió: «Pide, madre mía, porque no te lo voy a negar» (1 Reyes 2:19-20)
Y el modo de honrar a su madre incluye sentarla a su derecha en un trono real, lo que indica explícitamente que ella es la reina.
*Nota: hay traducciones que en vez de “trono” lo traducen por “silla”, pero es una mala traducción pues esa misma palabra (kese= asiento de honor) que usa aquí la Biblia para el trono de la gebirah es la que ha usado unas palabras antes para referirse al trono de Salomón.

Que ambos, madre e hijo, son reyes y participan del gobierno del reino lo vemos claramente en este pasaje de Isaías, donde nos dice que el poder se les retira a ambos:
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Digan al rey y a la reina madre: Sentaos en el suelo, porque a vosotros se os ha caído de la cabeza la corona de gloria. (Jeremías 13:18)
La reina madre ocupaba en el reino israelita una posición de poder sólo por debajo del rey. Esto en la Biblia se expresa con la figura de “sentado a la derecha”. Al igual que se nos dice de Jesús que está “sentado a la derecha del Padre”, igualmente se nos dice que la reina (que es la gebirah) está situada a la derecha del rey.
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Tu trono, como el de Dios, permanece para siempre, el cetro de tu realeza es un cetro justiciero ... una hija de reyes está de pie a tu derecha: es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Ofir. (Salmo 45:7,10)
El poder de la reina madre no se ejerce directamente, sino a través del rey. La madre influye e intercede ante su hijo, que la escucha con todo el cariño de un hijo y con todo el respeto que merece un primer ministro. Veamos cómo Adonías, en lugar de acudir a pedir un favor al rey, acude a la reina madre para que ella interceda por él ante el rey:
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Adonías, hijo de Jaguit, fue a ver a Betsabé, la madre de Salomón. «¿Vienes en son de paz?», preguntó ella. «Sí», respondió él. Y añadió: «Tengo algo que decirte». «Habla», replicó ella ... Ahora tengo que hacerte un solo pedido; no me lo niegues». Ella le dijo: «Habla». El prosiguió: «Pídele por favor al rey Salomón, que me dé por esposa a Abisag, la sunamita. Seguramente no te lo va a negar». Está bien, respondió Betsabé, yo misma le hablaré de ti al rey». Betsabé fue a presentarse al rey Salomón para hablarle de Adonías. El rey se levantó, fue a su encuentro y le hizo una inclinación. Luego se sentó en su trono, mandó poner un trono para la madre del rey, y ella se sentó a su derecha. Entonces ella dijo: «Tengo que hacerte un pequeño pedido; no me lo niegues». El rey respondió: «Pide, madre mía, porque no te lo voy a negar». (1 Reyes 2:13-20)
En esta escena en concreto el rey finalmente no hace caso de su madre, pero es que la reina madre no tiene poder sobre el rey, sólo tiene influencia, aunque poderosa, y aunque en esta ocasión veremos luego que el rey considera imposible acceder a la petición de su madre, igualmente vemos aquí el mecanismo de la intercesión de la reina.
María, la nueva gebirah
Si Jesús, hijo de David, viene a ser el nuevo rey de Israel y del mundo entero, como las profecías anunciaban para el Mesías, entonces no hace falta buscar mucho para hallar quién es la reina madre de su reinado. Evidentemente, su madre, María.

María es la nueva gebirah, la reina de ese nuevo reinado eterno que Jesús ha venido a crear, y como tal podemos trasladar a ella —siguiendo la lógica de la typología neotestamentaria que nos muestra San Pablo— los principales atributos que en el Antiguo Testamento tenían las reinas madres: influyente y poderosa intercesora sentada en su trono a la derecha de su hijo, Cristo Rey, y al igual que él, coronada.
¿Y dónde nos encontramos a esa María reina coronada?
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Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. (Apocalipsis 12:1)

La escena de la Mujer del Apocalipsis (el Portento) ya la hemos discutido al detalle en nuestro anterior artículo sobre María como la Nueva Eva, así que les remitimos allí si quieren más detalles. Allí demostramos que esta mujer que aparece en el cielo es claramente la Virgen María, aunque probablemente pueda también representar a la Iglesia, pues casi todas las grandes imágenes del Apocalipsis representan dos o más cosas. Pero aquí nos interesa sobre todo el detalle de que esta Mujer revestida de sol lleva sobre su cabeza una corona.

Los cristianos actuales estamos habituados, por siglos de arte sacro, a ver a muchas representaciones de la Virgen con una corona de 12 estrellas situadas al modo de un halo de santidad, pero cuando un judío del siglo primero leía “una corona de doce estrellas” no pensaba en halos ni en santos, pensaba en una sola cosa: un monarca. En su imaginación vería las estrellas formando una diadema real alrededor de su cabeza, cruzando su frente. La imagen en todo caso es clara y definitiva: esa mujer es una reina.

Casi como anécdota, podemos comentar el caso de la representación de la Virgen de Guadalupe, considerada en sí misma un milagro, pues la imagen apareció milagrosamente sobre la tela de la tilma del indio Juan Diego sin que manos humanas intervinieran. Una de las muchas maravillas que los estudiosos han descubierto en esta representación es que las estrellas del manto no son aleatorias, sino que representan las constelaciones que había en el cielo en el día de la aparición —no como se verían desde la tierra sino como se verían desde más arriba de las estrellas. Se han podido identificar las constelaciones que aparecen en el manto, pero según el mapa estelar que forman, también se puede saber dónde estarían las demás constelaciones. Hay que señalar que la representación de la Virgen de Guadalupe no es otra que la de la Mujer del Apocalipsis, embarazada, sobre la luna y vestida de sol. Pues bien, si situamos las demás constelaciones vemos dos cosas bien significativas que ayudan a identificar a esta mujer de la representación: justamente en su vientre se situaría la constelación de Leo, es decir, esa mujer lleva en su seno al León de Judá (Jesús, según Apocalipsis 5:5); y sobre su frente se situaría la constelación Corona Borealis, lo que explica por qué no aparece en esta Virgen la típica corona de estrellas que siempre tiene esta iconografía, pues ya tiene una verdadera corona de verdaderas estrellas no alrededor de su cabeza, sino sobre su frente (tal como hemos indicado anteriormente), aunque al no estar sobre el manto dichas estrellas quedan implícitas pero no a la vista.

Esta idea de reina madre queda aún más clara porque se nos dice que esta mujer del cielo está embarazada, y finalmente da a luz… no un hijo sin más, sino un hijo-rey que ha de reinar sobre toda la humanidad:
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La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. (Apocalipsis 12:5)
Ese hijo no es otro que el Mesías, pues ya estaba profetizado que el Mesías reinaría sobre todas las naciones con vara de hierro y su reino no tendría fin:
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Yo mismo establecí a mi Rey en Sión, mi santa Montaña. Voy a proclamar el decreto del Señor: El me ha dicho: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré las naciones como herencia, y como propiedad, los confines de la tierra. Los quebrarás con un cetro de hierro, los destrozarás como a un vaso de arcilla» (Salmo 2:6-9)
En el Apocalipsis, cuando Jesús aparece en los cielos para la batalla final, se nos dice ya sin metáforas que él es ese rey de la profecía que gobernará con cetro de hierro:
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Su nombre es: «La Palabra de Dios». Lo siguen los ejércitos celestiales, vestidos con lino fino de blancura inmaculada y montados en caballos blancos. De su boca sale una espada afilada, para herir a los pueblos paganos. El los regirá con un cetro de hierro y pisará los racimos en la cuba de la ardiente ira del Dios todopoderoso. En su manto y en su muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores. (Apocalipsis 19:13-16)

Por tanto la Mujer coronada de estrellas da a luz al niño varón que “regirá a todas las naciones con un cetro de hierro”, y ese no es otro que el Mesías, Jesús, el hijo de David, a quien luego vemos en el cielo como “Rey de reyes”. Así que esa mujer es la reina madre del reino mesiánico del cual el reino davídico era typos. En el Apocalipsis, donde se nos cuenta el triunfo pleno de ese Reino, que “ya está pero aún no” (como nos dice la teología), se nos muestra con imágenes escatológicas y triunfantes al rey (Rey de reyes) y a la reina (la Mujer coronada vestida de sol) como señal de que ese Reino por el que tanto rezamos (venga a nosotros tu reino) alcanzará su plenitud en el fin de los tiempos.
Hay otra indicación clara de que esa Mujer vestida de sol es María, la madre del Mesías. El profeta Isaías anunció que el Mesías nacería de una virgen:
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el Señor mismo 1 os dará un signo: He aquí, 2 una virgen 3 concebirá y 4 dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. (Isaías 7:14)
La Mujer del Apocalipsis responde a esa misma profecía mostrando claramente que ella es la madre del Mesías, es decir, María.
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Y apareció en el cielo 1 un gran signo: 2 una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. 3 Estaba embarazada y gritaba de dolor porque 4 iba a dar a luz ... La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. (Apocalipsis 12:1-5)
Esta es la manera que tiene Juan de decirnos que Jesús es el Mesías anunciado por Isaías casi 8 siglos antes, igual que lo hizo de un modo más directo Mateo: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel«, que traducido significa: «Dios con nosotros».” (Mateo 1:22-23). Pero también es su forma de decirnos que María es la reina-madre, la madre del «hijo varón que debía regir a todas las naciones«.
Hemos añadido números para localizar 4 unidades de información que se repiten con exactitud en ambos pasajes, mostrando que esa Mujer del Apocalipsis es el signo que Isaías anunció, y por tanto se trata de la misma virgen que dio a luz al Mesías en Belén tal y como Mateo nos confirma. Al igual que Jesús nació humilde y pobre pero ahora en el cielo reina con gloria como Rey de reyes, María fue una pobre doncella pero ahora en el cielo reina con su hijo como reina-madre, y así nos la muestra el Apocalipsis, coronada y vestida de sol.
Pero Jesús no vino a ser un rey político gobernando Israel, como muchos esperaban, él mismo lo deja claro cuando habla con Pilatos:
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Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí. Pilato entonces le dijo: ¡Así que tú eres rey! (Juan 18:36-37)
Su reino no es de este mundo… por ahora, como él mismo aclara (“ahora mi reino no es de aquí”). Pero tras su ascensión a los cielos Jesús está sentado a la derecha del Padre, es decir, reina en el cielo, es Rey de los Cielos. Del mismo modo su reina-madre puede igualmente portar el título de Reina de los Cielos. Y así nos la presenta Juan en su visión del Apocalipsis, coronada con 12 estrellas —cada estrella representa una tribu de Israel, es decir, ella es la reina del nuevo reino de David, el cual había unificado las 12 tribus. Y aparece en el ámbito del sol y por encima de la luna:
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Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. (Apocalipsis 12:1)
En la Antigüedad se consideraba que la Creación se dividía en dos ámbitos, el reino de lo imperfecto y cambiante (la tierra), y el reino de lo perfecto e inmutable (el cielo), y la luna era justo la frontera entre ambos reinos, porque es una esfera celeste, como lo que hay en el reino de lo perfecto e inmutable (como el sol), pero es imperfecta (las manchas de su cara) y cambiante (las fases de la luna). Así que al situar a María por encima de la luna, no sólo nos está diciendo que ella no tiene mancha (es Inmaculada), sino también que su reinado está en los cielos, con lo que es legítimo que usemos para ella el título de “Reina de los Cielos”, reconociendo con ello su poderoso papel de intercesión muy por encima del de los ángeles y los demás santos, pero al mismo tiempo dejando claro que su realeza no proviene de su propia naturaleza, sino que se deriva de la auténtica fuente de realeza, Cristo Rey, que se extiende subsidiariamente a ella por ser su madre.
La typología bíblica o cómo funciona la Historia de Salvación
Hemos visto que la Biblia claramente identifica a María con la reina, no por ser ella misma, sino por ser la madre de Jesús, el rey del Universo, el Nuevo David. Y no se trata simplemente de sobrevalorar una coincidencia que para algunos podría ser anecdótica. Alguien podría decir que el hecho de que Jesús sea el nuevo rey de la Casa de David (algo bíblicamente indiscutible), no implica necesariamente que su madre tenga que ser la reina-madre, del mismo modo que el hecho de que David tuviera un primer ministro no implica que Jesús tenga que nombrar también a un primer ministro suyo. Ah perdón, Jesús sí que nombró a un primer ministro, llamémoslo “papa”. Pero eso no quiere decir que como David tocaba el harpa Jesús también tendría que dedicarse necesariamente a tocar el harpa, porque cada uno vivió sus circunstancias.
Para aclarar esto, primero recordemos el concepto bíblico de typos tal como lo usa San Pablo (a menudo se traduce por “figura”). Él usa esa palabra cuando nos explica que Jesús es el Nuevo Adán:
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Sin embargo, desde el tiempo de Adán hasta el de Moisés, la muerte reinó sobre los que pecaron, aunque el pecado de éstos no consistió en desobedecer un mandato, como hizo Adán, el cual fue figura (typos) de aquel que había de venir. (Romanos 5:14)
Y nos explica mejor el concepto cuando nos recuerda las cosas que el Antiguo Testamento nos cuenta sobre el Pueblo de Israel, y añade:
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Todo esto les sucedió “como figura” (“typikos”), y quedó escrito como enseñanza para nosotros, los que vivimos en los últimos tiempos. (1 Corintios 10:11)
La lógica de San Pablo es frecuentemente usada explícitamente también por los evangelistas, recordándonos que en tal o cual personaje o escena se está actualizando a alguien o algo del Antiguo Testamento, por ejemplo cuando Juan Bautista es identificado como el Nuevo Elías:
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Los discípulos le preguntaron: "¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elías tiene que venir primero?" Jesús les contestó: "Es cierto que Elías ha de venir y ha de ponerlo todo en orden. Pero yo os aseguro que Elías ya vino, aunque ellos no lo reconocieron, sino que lo maltrataron a su antojo. Y el Hijo del hombre va a sufrir de la misma manera a manos de ellos." Entonces los discípulos cayeron en la cuenta de que Jesús estaba refiriéndose a Juan el Bautista. (Mateo 17:10-13)
Pero el mismo Jesús también usa esta lógica de la typología en ocasiones, como cuando se compara con la Serpiente de Bronce, por lo que decimos que esa serpiente es typos de Jesús, y su alzamiento en el desierto es typos de la crucifixión:
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Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. (Juan 3:14-16)
Pero sobre todo es necesario el concepto tipológico para entender por qué Jesús en el Sermón de la Montaña, al tiempo que deroga la ley de Moisés deja muy claro:
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No penséis que he venido para anular la Ley y los Profetas [=El Antiguo Testamento]. No he venido para anularlo, sino para darle justo cumplimiento. Y os aseguro que, mientras existan el cielo y la tierra, la ley no perderá ni un punto ni una coma de su valor. Todo se cumplirá cabalmente. (Mateo 5:17-18)
Esta afirmación tan categórica resultaría contradictoria si no tenemos en mente el concepto de typología. El Nuevo Testamento no repite lo sucedido y enseñado en el Antiguo, sino que lo lleva a su “justo cumplimiento”, o como vemos en otras traducciones, a su “verdadero significado”, de modo que lo que en el Antiguo Testamento hallamos en forma de typos, de semilla, en el Nuevo encontramos ya desarrollado en toda su plenitud y verdad en las personas y sucesos que llamamos antitypos, el fruto de aquellas antiguas semillas. David es el typos de Jesús, Jesús es el antitypos de David. El fruto no es igual que la semilla, pero tampoco es algo distinto, sino el desarrollo y la culminación lógica y necesaria de esa semilla. Del mismo modo en el Antiguo Testamento vemos imágenes que en el Nuevo veremos están ya plenamente desarrolladas y culminadas, siendo una regla lógica que el typos es meramente una sombra de lo que será el antitypos, y el antitypos es muy superior al typos, igual que el fruto es muy superior a la semilla.

Y sobre este modelo bíblico igualmente discurrieron los primeros cristianos, asumiendo que las coincidencias entre personajes y hechos del Antiguo Testamento y del Nuevo no son meras coincidencias, sino que en el plan de Dios ambos Testamentos están interconectados y en cierto modo el Antiguo anuncia lo que será, y el Nuevo lleva al Antiguo a su perfección. Por eso para entender el sacrificio de Jesús en la cruz tenemos que entender cómo eran los sacrificios en el Antiguo Testamento, y para entender el milagro de la multiplicación de los peces tenemos que entender la escena del maná del desierto, y para entender quién era Juan Bautista tenemos que saber quién fue Elías… y para entender quién es María tenemos que entender cómo funcionaba la realeza en la monarquía davídica. No se trata de agarrarse a coincidencias peregrinas, se trata de saber leer los signos del Antiguo Testamento para descifrar lo que vemos en el Nuevo, pues así lo ha organizado Dios.
Pero no todo lo que vemos en el Antiguo Testamento es un typos de lo que aparecerá en el Nuevo. El harpa de David no es typos de nada. Entonces, ¿por qué sabemos que el papel de la reina-madre en el Antiguo Testamento sí es verdaderamente un typos que alcanzará con María su culminación en el Nuevo?
Cuando nos encontramos ante un antitypos, el Nuevo Testamento siempre da pistas claras que apuntan hacia el typos que lo anuncia (y que ayuda a explicar su significado). En el caso de la reina-madre de la monarquía davídica como typos de una futura reina-madre que acompañará al Nuevo rey David, esa pista no puede ser más clara y directa: a Juan se le da una visión en donde la madre de ese Mesías-rey, María, aparece en el cielo coronada. En aquellos tiempos ninguna mujer usaba coronas ni diademas para asistir a la ópera o por ser nombrada reina de las fiestas; las coronas no se usaban como adorno de belleza, si llevabas corona eras el rey o la reina, punto, no había más significado que ese.
Conclusión
Siguiendo la lógica de la typología bíblica, el identificar a María como reina-madre no sólo nos está diciendo que María es reina, y Reina de los Cielos, por aparecer en el Apocalipsis por encima de la luna, sino que además el typos original nos ayuda a entender el significado más profundo del antitypos, así que la gebirah del Antiguo Testamento nos ayuda a entender qué significa exactamente eso de ser Reina de los Cielos. Y como ya vimos más arriba, la gebirah presenta tres características principales:
- Su poder sólo está por debajo del rey.
- No tiene poder propio, su poder se ejerce a través de la gran influencia que tiene sobre el rey, lo que la permite interceder por los demás ante él.
- A causa de ser la reina y la madre del rey, es digna de gran veneración, sólo por debajo de la que merece el rey.
Y esas son las tres características que ya la Iglesia Primitiva reconoció en la Virgen María, reina e intercesora digna de gran veneración. Podríamos añadir una característica más, pues si María es la reina madre y el rey, Jesús, es Dios, entonces necesariamente María es la madre de Dios, pero para ese otro dogma ya tenemos otro artículo así que dejémoslo ahí por ahora.
Pero hay aún otra conclusión. Jesús vivió en la tierra como hombre pobre y sin poder. Como él mismo dijo a Pilatos, “mi reino no es de este mundo”. Tras la Ascensión, Jesús se sienta a la derecha de Dios Padre, y de ese modo pasa a ser Rey poderoso, que es como se nos describe en el Apocalipsis. Del mismo modo su madre, María, durante su vida en la tierra fue pobre y sin poder, y para los apóstoles y quienes la conocieron no debió parecer más excepcional que por su sublime santidad. Pero cuando sube al cielo ya no es solamente la madre del Jesús de Galilea, es la madre del Rey de reyes, y por lo tanto es coronada y pasa a ocupar su lugar a la derecha de Cristo, convirtiéndose a partir de ese momento (no antes) en la Reina del Cielo, abogada poderosa por nosotros.
Es por eso que el nuevo rol de María no fue inmediatamente evidente para los primeros discípulos, y fue necesario ir meditando la Biblia más profundamente para darse cuenta de hasta qué punto María era mucho más de lo que ya parecía, un proceso que fue gradual pero muy rápido y, por ser de raíz bíblica, resultó natural y no encontró ninguna oposición en una Iglesia con una sensibilidad tremenda para cualquier herejía. Darse cuenta de quién era verdaderamente María fue como ir viendo al capullo abrirse hasta formar una esplendorosa rosa, y nadie, ni siquiera los diversos herejes que pronto aparecieron, se negó a aceptar estas evidencias. A medida que las doctrinas cristológicas se fueron asentando, igualmente se fueron asentando las doctrinas marianas, pues ambas iban de la mano y cristalizaron de forma paralela, pero curiosamente si las doctrinas sobre Cristo no estuvieron exentas de polémica y los herejes intentaron deformar su naturaleza de muchas maneras, las doctrinas sobre María no tuvieron detractores ni resultaron conflictivas, al menos no hasta tiempo después de Lutero, cuando los herederos de la Ruptura protestante empezaron poco a poco a cuestionarlas, perdiendo así a la mejor madre y abogada que Dios nos ha dado. Los católicos tenemos que ser muy conscientes de la gran suerte que tenemos.
Salve, Regina, mater misericordiae, vita, dulcedo et spes nostra, salve !

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