Los católicos (romanos y ortodoxos), así como los anglicanos y los luteranos, reconocemos a María como madre de Dios. Así mismo la reconocieron algunos padres de la Ruptura protestante (Lutero y Zuinglio, aunque no Calvino). Que la mayoría de los protestantes tiempo después rechazaran esta doctrina fue debido a evoluciones posteriores. Esas mismas evoluciones doctrinales están haciendo que algunos de entre ellos actualmente estén volviendo a reconocer este título para María. ¿A qué se debe este creciente cambio de postura? A que están mejor informados de qué significa este título y de dónde nos viene.
El argumento tradicional protestante era que María no puede ser madre de Dios porque eso significaría que ella es un ser divino que ha engendrado a Dios y por tanto sería anterior a él en existencia, igual que una madre es anterior a su hijo y es quien le da la vida, algo así como una diosa madre eterna y anterior al mismo Dios. No es de extrañar que la mayoría de ellos considere este título una enorme herejía. Pero veamos aquí cuál es el verdadero sentido de este dogma, por qué se promulgó y dónde en la Biblia encontramos referencias a esta verdad.
La Theotokos
El idioma de la Iglesia primitiva era el griego, y a María la llamaban “la Theotokos”. La palabra “theotokos” viene de “theos” (Dios, como en teología, la ciencia que estudia las cosas de Dios) y “tokos” (parir, como en tocólogo, el médico que atiende los partos), por lo tanto la traducción literal de theotokos sería “la que da a luz a Dios” (o la que pare a Dios).
Ahora bien, si Raquel concibe y da a luz a Felipe, decimos sin dudarlo que Raquel es la madre de Felipe. Por eso mismo en la Iglesia primitiva los títulos “Theotokos” y “Meter Theou” (Madre de Dios) fueron ambos muy usados y siempre considerados hasta hoy perfectos sinónimos, sin matices. En la parte occidental, donde poco a poco se fue imponiendo el latín como lengua de la Iglesia, ambos términos se tradujeron por Dei Genetrix (Deípara) y Mater Dei (Madre de Dios), pero el término que se impuso totalmente fue el de “Mater Dei”, hasta el punto de ser usado para traducir indistintamente ambos términos. Pero para entender mejor los datos que ofreceremos en este artículo tengamos presente que en toda esta controversia que vamos a explicar el término que se discute es específicamente el de Theotokos, siendo el de Meter Theou una simple consecuencia directa de aquél.
Concilio de Éfeso

Como sucede siempre, un dogma se declara no para crear una nueva verdad, sino para declarar oficialmente que una verdad que ya estaba en la Iglesia no puede ser negada. Y eso ocurre cuando surge un sector herético que desafía dicha verdad. Por eso esta creencia católica pasa por los años sin problemas y no es declarada dogma hasta el año 431, en el Concilio de Éfeso, precisamente porque es entonces cuando surgió la voz herética que lo quiso poner en duda.
En el siglo IV apareció la herejía del apolinarismo, que decía que el Verbo (2ª persona de la Trinidad, el Hijo) se habría encarnado tomando sólo cuerpo humano, pero no alma humana. La imagen que usaban era como si Dios se pusiera un traje, donde el traje era el cuerpo humano. Esta idea pasó bastante desapercibida, pero en el siglo V un monje de ideas apolinaristas provocó un tumulto por afirmar públicamente que María no era madre de Dios, sino sólo la hacedora de «el traje» de carne que se puso Dios.
Acudieron al patriarca de Constantinopla, Nestorio, para que interviniera en la cuestión, y el patriarca, tal vez buscando una vía intermedia o por no entender bien la naturaleza de Jesús, explicó que Jesús era 100% Dios y 100% hombre, y como ser hombre supone la unión de cuerpo y alma, María no se limitó a hacer un «traje» sino que dio a luz a un hombre verdadero, con cuerpo y alma… (hasta aquí todo bien) …al que más tarde se uniría el Verbo divino. Y aquí es donde Nestorio se lio, pues cuando le pidieron aclaraciones él explicó que Jesús nació como hombre completo y luego Dios habitó en él. Por eso María sería la Christotokos (madre de Cristo, el hombre), pero de ningún modo sería la Theotokos (madre de Dios), pues ella parió sólo al hombre; el Dios llegaría más tarde. Con eso pretendió zanjar la polémica, dando en parte la razón al monje apolinarista pero de modo que, según él, se respetara la ortodoxia. Grave error.
En vez de terminar con la polémica, Nestorio sólo consiguió crear otra muchísimo mayor. El obispo Cirilo de Alejandría alzó la voz para explicar las consecuencias nefastas que se derivarían de la explicación de Nestorio. Ambos acudieron al papa de Roma para que condenara la postura del otro como herética, y abreviando el tema, se terminó convocando en Éfeso un concilio en donde se condena el nestorianismo y se reafirma la ortodoxia diciendo que Jesús son dos naturalezas (humana + divina) juntas en una sola persona (hypostasis) sin separación, de modo que decir que María era madre de Jesús implicaba necesariamente que era madre de Dios. Pero evidentemente no en el sentido de ser anterior a Dios y haberlo creado, sino en el sentido de haberlo parido, de ahí el tecnicismo de “theotokos” (la que parió a Dios), que es el término usado por el Concilio de Éfeso para reafirmar, ahora dogmáticamente, que María es la madre de Dios. Estas serían, esquemáticamente, las posturas comentadas.
Apolinar:
Jesús = (Verbo + cuerpo humano) =
Dios = 1 persona divina
Nestorio:
Jesús = Cristo [hombre (cuerpo + alma)] … parto … + Verbo =
hombre + Dios = 2 personas
Cirilo (doctrina apostólica):
Jesús = [hombre (cuerpo + alma) + Verbo] … parto y muerte y resurrección =
100% hombre Y 100% Dios = 1 persona divina y humana al mismo tiempo
Veamos ambas posturas con más detalle.

Nestorio contra Cirilo
NESTORIO: Afirmaba que Jesús tenía dos naturalezas (divina y humana) independientes entre sí, aunque juntas y actuando en harmonía. Dios es eterno e impasible, de manera que no puede ser contenido ni nacer ni padecer ni morir, eso son cosas humanas y por tanto las hizo el Jesús hombre (Cristo), pero no el Jesús Dios (el Verbo). Cristo nació de María, y en algún momento el Verbo se infiltró en este hombre pero como un elemento exterior, una especie de iluminación de la conciencia que le inspiraba y le sostenía, pero que no formaba parte de su naturaleza, algo así como un hombre poseído por Dios, de modo que cuando Jesús padeció y murió en la cruz, el Dios que lo habitaba permaneció impasible sin que nada de eso le afectara.
CIRILO: Se dio rápidamente cuenta de que la explicación nestoriana sobre la naturaleza de Jesús suponía que ni Dios nació de María ni Dios murió por nosotros, de modo que ni Dios se hizo hombre ni Dios nos salvó. Eso suponía negar a María el título de “madre de Dios”, pero también suponía negar la Encarnación, pues eso no significa que Dios se metió dentro de un hombre, sino que Dios se hizo hombre, y lo hizo porque el Dios impasible (= que no puede sufrir) necesitaba hacerse hombre para poder sufrir por nosotros y morir en la cruz, y así es como nos salvó. La muerte de un hombre no puede compensar los pecados de toda la humanidad; sólo la muerte de Dios. Como consecuencia, si Jesús es Dios hecho hombre, María es la madre de Dios. Si en Jesús no podemos separar su naturaleza humana de la divina, tampoco en María podemos separar su maternidad humana de la divina.
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Me asombra que haya algunos que dudan totalmente si la Santa Virgen debería llamarse o no Theotokos. Pero si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿Cómo sería posible que la Santa Virgen que le parió no fuera la que parió a Dios (=la Theotokos)? (Cirilo de Alejandría, epístola 1 a los monjes de Egipto, PG 77:13B, siglo V)
El concilio de Éfeso se reunió principalmente para discutir cuál debería ser el título de María, Theotokos (madre de Dios) o Christotokos (madre del Mesías), pero paradójicamente esta discusión no tenía a María como centro de atención, sino que se enfocaba en la cristología que ese título suponía, es decir, a través de definir a María, el concilio estaba discutiendo cuál era la verdadera naturaleza de Jesús, si una persona con dos naturalezas o dos personas unidas circunstancialmente ¿era Jesús Dios hecho hombre o era Dios dentro de un hombre? En su declaración final, el concilio dice:
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Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional [...] unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne. (Concilio de Éfeso)
Nestorio había intentado racionalizar el modo en el que Jesús podía ser al mismo tiempo Dios y hombre verdadero. Cirilo reafirma el misterio: igual que la Trinidad son 3 personas pero un solo e indivisible Dios, Jesús son 2 naturalezas pero un solo e indivisible Cristo. Ciertamente esto es un enorme misterio, y así lo reconoce la Iglesia en este antiguo himno bizantino que dice: «Él a quien todo el universo no podía contener, fue contenido en tu matriz, oh Theotokos» (Menaion, proprium fiesta de la Presentación de María). Por eso mismo el ángel Gabriel añade “para Dios nada es imposible.” (Lucas 1:37).
Desde el instante de la Anunciación, el Jesús que aparece en el vientre de María es ya el Dios-Hijo encarnado, y ese Dios hecho hombre seguirá siendo Dios y hombre para siempre, sufriendo y muriendo en la cruz por nosotros. Dios no puede nacer, sufrir ni morir, pero precisamente por eso se encarnó en María, para añadir a su ser una naturaleza humana que le permitiera sufrir por nosotros, para hacerse accesible, para demostrarnos su infinito amor, y morir por nosotros, para traernos a todos la salvación. Esta declaración del Concilio de Éfeso es algo que todos los cristianos (católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes) aceptamos, de modo que si aceptamos la declaración, también hemos de aceptar lo que ello implica: si María no es la madre de Dios, entonces Jesús fue un hombre poseído por Dios, no el Verbo encarnado.
Por supuesto esto tiene grandes consecuencias sobre los dones que Dios derrama sobre María y que discutimos en otros artículos, pero sin mezclar cosas, decir que María es la madre de Dios no puede ser negado por ningún cristiano que realmente lo sea, a menos que nieguen la Encarnación, que es la base de todo el cristianismo. Y es por este motivo que muchos protestantes en la actualidad están aceptando este dogma, aunque suelen aclarar que aceptan el título de madre de Dios “sólo en el sentido de que Jesús se encarnó en su interior”, como si haciendo esa aclaración estuvieran marcando distancias con la fe católica, siendo que eso mismo es lo que los cristianos católicos hemos defendido ininterrumpidamente durante 2000 años hasta hoy.
Pero el hecho de que María sea madre de Dios no sólo se infiere del hecho de que Jesús sea Dios y hombre verdadero. Esta creencia también la encontramos en la Biblia y en la Tradición, así que sigamos ahora el rastro de esta doctrina en ambos sitios.
En la Iglesia Primitiva

Como hemos dicho, el dogma no se inventa en Éfeso, sino que simplemente se declara su inviolabilidad. Los cristianos desde siempre habían entendido el concepto de que Jesús era al mismo tiempo y sin división posible Dios y hombre, tal como ya lo había definido el Concilio de Nicea un siglo antes:
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Deum de Deo, lumen de lumine, Deum vero de Deo vero … et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est. (Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero … y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre.)
Pero la expresión concreta de “theotokos” no se había popularizado probablemente hasta el siglo III, que es cuando empezamos a encontrarla por escrito. De este siglo es una cita de Orígenes en su “Comentario a Romanos”, aunque algunos ponen la corrección de esta cita en duda, y sobre todo la oración mariana más antigua que conservamos, y que maravillosamente los católicos seguimos recitando a María tantos siglos después: Sub tuum praesidium (bajo tu amparo), que traducida dice:
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Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendi
Por esos mismos años, en el 250, Dionisio de Alejandría utiliza la palabra “Theotokos” en una carta que escribe a Pablo de Samosata. También en el siglo III es ya frecuente ese término en la liturgia siríaca, y unas décadas más tarde también en la liturgia bizantina de Santiago. Poco a poco el término va haciendo fortuna y extendiéndose su uso. En algún momento entre los años 336 y 361, San Atanasio escribió su apología “Contra los Arrianos”, donde dice:
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Fue por nosotros que Cristo se hizo hombre, tomando su carne de la Virgen María, Madre de Dios (Theotokos).
Esta mención es de especial importancia porque Atanasio, obispo líder en la lucha contra el arrianismo, no sólo es venerado por los católicos, sino que también es muy respetado por la mayoría de los protestantes, que le consideran también un campeón de la ortodoxia.
Un siglo más tarde, en el 431, el Concilio de Éfeso pone fin a las polémicas que se estaban levantando declarando que Cristo era verdaderamente Dios, y por lo tanto María era no sólo la madre de Cristo, sino igualmente la madre de Dios. Veamos el texto principal de la resolución final del concilio, una resolución que habla de la naturaleza de Jesús, pero al final y como coletilla necesaria es donde se menciona que si Jesús fue verdaderamente Dios, entonces su madre dio a luz a Dios:
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Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen. (Concilio de Éfeso, Denzinger 111ª)
Lo dicho, lo que el concilio dice de María se deriva lógicamente de lo que el concilio ha dicho de Jesús. Los protestantes mayoritariamente aceptan también esta resolución de Éfeso, aunque sólo en lo que se refiere a la naturaleza de Jesús, sin llegar a captar la lógica de esa conclusión final que se refiere a María (lo que hemos marcado en negrita), aunque probablemente no porque rechacen esa lógica, sino por la confusión ya comentada anteriormente.
Dónde está eso en la Biblia

Las Anunciaciones
Aunque el término theotokos tardó años en surgir (al menos que sepamos) y el dogma no fue oficialmente declarado sino más tarde aún, la creencia de que María es madre de Dios está en la Iglesia desde el principio, y así lo vemos reflejado también en la Biblia. Para comprobarlo vayamos al momento en el que María se convierte en la Theotokos, el momento de la encarnación.
En el capítulo primero de Lucas se nos presentan dos anunciaciones. En la primera, el ángel San Gabriel se le aparece a Zacarías y le anuncia que tendrá un hijo; en la segunda el mismo ángel se aparece a María y le anuncia también que tendrá un hijo. Fijémonos la enorme diferencia que hay entre la actitud del ángel en ambos casos:
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a) ZACARÍAS: Entonces se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Angel le dijo: «No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan [...]» Pero Zacarías dijo al Angel: «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada». El Angel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo». (Lucas 1: 11-20)
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b) MARÍA: El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús [...]». María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios [...] porque no hay nada imposible para Dios». (Lucas 1:28-37)
Ambas escenas tienen un gran paralelismo:
1- Ante la aparición del ángel Gabriel, se asustan.
a) Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo.
b) Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
2- El ángel les tranquiliza.
a) No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada.
b) No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
3- y anuncia la concepción de un niño en circunstancias milagrosas.
a) tu esposa te dará un hijo al que llamarás Juan.
b) Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
4- La persona aludida, asustada, se maravilla de que tal cosa sea posible:
a) «¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada»
b) «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
La naturaleza del niño que vendrá, según lo explica el ángel, es de gran diferencia, por supuesto, pero el diálogo entre el ángel y el oyente (Zacarías / María) es básicamente el mismo. La reacción de los oyentes hasta este momento del esquema va muy paralela. Sin embargo para ver la diferencia de actitud que muestra el ángel con uno y con otro tenemos que mirar el principio y el final de cada diálogo, ahí está la gran diferencia y la prueba de que el ángel siente que se está dirigiendo a dos tipos de personas enormemente diferentes, a pesar de que ambas reaccionan aparentemente igual.

Principio del diálogo:
1- con Zacarías: Entonces se le apareció el Angel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso.
Gabriel no dice nada, simplemente se aparece, y hasta que Zacarías no muestra pavor no interviene diciéndole “no temas”. Esto es lo habitual de los ángeles que vemos en la Biblia, el ángel simplemente se aparece y tranquiliza con su “no temas”, antes de pasar a dar su mensaje.
2- con María: El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».
Al contrario de lo que es normal en las apariciones angélicas, y tal como vimos poco antes con Zacarías, Gabriel en este caso comienza con un saludo, ¡y menudo saludo! Dedica a María un epíteto que no encontraremos en la Biblia en nadie más: κεχαριτωμενη (kejaritomene), “llena de gracia”, o más literalmente “la que ha sido dada la gracia”, pues procede de un pasado pasivo. Es decir, no se trata de que al concebir a Jesús Dios va a llenarla de gracia, sino que Dios ya la llenó de gracia en el pasado, lo que encaja con la doctrina católica de que María nació sin pecado, de modo que fue en su concepción cuando Dios la llenó de gracia salvándola del pecado. Además esa palabra no es usada como un descriptor (adjetivo), sino como un título (sustantivo), lo cual es lo habitual detrás del saludo χαιρε (Ave), saludo normalmente reservado a gente importante —en la Biblia sólo encontramos este saludo dirigiéndose al rey, a Jesús y a María. Del mismo modo que se dice ¡Ave César!, el ángel dijo literalmente χαιρε κεχαριτωμενη (Ave, la que ha sido llena de gracia), pero no nos desviemos del tema que nos ocupa.
Veamos ahora el final de ambos diálogos. Hasta donde hemos analizado, Zacarías y María reaccionan ambos sorprendiéndose ante algo imposible. Pero la reacción del ángel ante esa sorpresa es totalmente diferente:
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1- Con Zacarías: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo»
El ángel, airado por no ser creído a la primera, deja muy claro que Zacarías no es nadie para poner en duda sus palabras, y le recuerda quién es él: “Gabriel, el que está delante de Dios”, dejando implícita, pero clara, la idea de ¿quién eres tú, gusano, para dudar de lo que te digo yo, que soy el mensajero principal de Dios?. Es la reacción de un poderoso ministro ante la vacilación de un pordiosero necio. Si perdonan la metáfora.
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2- Con María: El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios [...] porque no hay nada imposible para Dios».
El fiat de María (“Hágase en mí según tu palabra”) vendrá más tarde, por ahora María, al igual que Zacarías se muestra desconcertada por una noticia tan difícil de creer. Pero si ante la duda de Zacarías Gabriel reacciona airado y prepotente e incluso le castiga dejándolo mudo por haber dudado, con María no vemos nada de eso, sino que todo dulce y cortés pasa a explicarle con detalle quién es ese que nacerá y de qué modo sucederá: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.”, y hasta da a María las explicaciones que no dio a Zacarías: “También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios”.
Teniendo en cuenta que los ángeles son enviados de Dios para dar un mensaje, y que actúan en nombre de Dios, podemos ver que la diferencia de trato en ambos casos no sólo es una reacción diferente del ángel, sino una acción diferente del mismo Dios que le envía. Con Zacarías vemos a un Dios Todopoderoso hablándole a un súbdito asustado con toda su autoridad. Con María vemos a un Dios tierno y complaciente, cuyas primeras palabras son emocionales (“¡Alégrate!”), y que con dulzura tranquiliza su temor y aclara sus dudas. No es un poderoso tratándose con un súbdito, es un Dios-hijo hablando amoroso con su futura mamá. Y Gabriel, como enviado, parece ser muy consciente de esa diferencia.

La Visitación
Para quienes no se sienten impresionados por deducciones, por muy claras que puedan ser, e insisten en eso de ¿sí, sí, pero dónde pone en la Biblia que sea “madre de Dios”? También tenemos la respuesta, y está apenas unas líneas más adelante, cuando María va a visitar a su prima Isabel, la esposa de Zacarías:
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Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? (Lucas 1:40-43)
Las palabras de Isabel, como las que antes dijo el ángel, son igualmente admirables, pero hay que notar que según la Biblia esas palabras no son una reacción espontánea de Isabel, sino que es el mismo Dios quien pone en labios de Isabel esas palabras (e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó…), así que prestemos mucha atención a qué palabras son esas porque vienen de Dios. Además de declararla “bendita entre todas las mujeres”, situándola por encima de cualquier otra mujer de la creación (no por encima de todos los hombres porque no supera a Jesús), nos dice:
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¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitar
La clave aquí está en la palabra “Señor”, que en el original griego dice “Kyriou” (“de mi Señor”, genitivo de “Kyrios”). En la versión griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta), “Kyrios” es un término que se usa muy frecuentemente para referirse a Dios, pero en el Nuevo Testamento, que se escribió en Griego, es mucho más frecuente. Esto es porque por respeto al nombre de Dios, los judíos posteriores al Exilio dejaron de leer en voz alta la palabra “Yahvé”, sustituyéndola siempre por “Adonai”, que en hebreo significa “mi Señor” y que en griego se traduce como Kyrios, y esa es la forma que encontramos habitualmente en el Nuevo Testamento, escrito en griego, nunca Yahvé, sino Kyrios, mi Señor. Y esa misma fórmula, usada por Isabel, la encontramos también usada por Tomás en su famosa confesión:
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Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe». Tomas respondió: «¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!». (Juan 20:27-29)
“¡Señor mío y Dios mío!”, el momento en el que Tomás reconoce que quien tiene delante es su Señor, su Dios y salvador, igual que los cristianos seguimos llamando a Jesús “el Señor”. Del mismo modo, cuando Isabel llama a María (por inspiración del Espíritu Santo) “la madre de mi Señor”, está diciendo exactamente “la madre de Dios”. Esta revelación divina es la misma que vemos en la confesión de fe de Pedro:
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Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. (Mateo 16:16-17)
En el caso de Tomás, es el mismo Tomás quien declara que Jesús es Señor, es decir, es Dios, porque él mismo ha comprobado con sus dedos que Jesús ha resucitado, gracias a la ayuda que le da Jesús (el Hijo). En el caso de Pedro es Dios (el Padre) quien se lo ha dado a conocer. Y en el caso de Isabel, también es Dios (el Espíritu Santo) quien se lo ha revelado. Por supuesto la declaración de Isabel, como las de Tomás y Pedro, se refieren a Jesús, Isabel está reconociendo que el niño que lleva María dentro no es otro que Dios, igual que en su seno Juan salta de alegría por la presencia de Dios, pero precisamente la manera que tiene Isabel de decir que el niño Jesús, aún en el vientre de María, es Dios, es diciendo que María es madre de Dios. Y exactamente eso mismo es lo que hacemos los católicos, al decir que María es madre de Dios estamos afirmando que ya desde su gestación en el vientre de María, el niño Jesús era Dios, y no un simple humano a la espera de que a los 30 años fuese bautizado y Dios lo poseyera. Nestorio se equivoca.
Ese título no significa que María sea la madre del Dios uno y trino, por supuesto que no. María no fue madre de Dios-Padre, ni de Dios-Espíritu Santo, ella fue la madre de Dios-Hijo porque lo concibió en su seno cuando se encarnó (no antes). Por eso la Iglesia define a María como hija del Padre, esposa del Espíritu Santo y madre del Hijo.
Quizás por eso en la teología católica María es considerada más específicamente intercesora ante su hijo Jesús, no ante el Dios trino, aunque por otra parte es lógico que las diferencias entre Dios-Hijo y Dios-Trinidad sean difusas y borrosas, pues el Hijo es Dios, no simplemente una parte de Dios, y no podemos tratar todo esto como si hubiera tres dioses diferentes, aunque para aclarar mejor este dogma hayamos tenido que explicar a veces las cosas casi somo si así fuera. Es por eso que no es necesario decir “madre de Dios-Hijo” para ser precisos, pues igual que afirmamos con toda veracidad que Jesús es Dios, sin que sea necesario especificar que es Dios-Hijo, del mismo modo María es madre de Dios y no es necesario ser más específicos. Al fin y al cabo la Trinidad es un misterio, y Dios es uno y sólo uno e indivisible.

El término Theotokos ¿es antibíblico?
Ya hemos visto que el concepto de “madre de Dios” está sacado de la Biblia, y con eso basta. Pero para algunos protestantes con poca formación eso no basta, si la palabra en sí no aparece expresamente en la Biblia dirán que es antibíblica (a menos que sea una palabra que usen ellos, como “trinidad” o “sola scriptura”). En el Concilio de Éfeso el dogma se registra con el nombre de “Theotokos”, como ya hemos visto, así que veamos de dónde sacaron dicha palabra los primeros cristianos.
Vimos que “La Theotokos” en griego es en realidad una frase: “la (mujer) que da a luz (tokos) a Dios (Theos)”, así que vamos a buscar esa frase en la Biblia, y la encontramos, en los dos testamentos:
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Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta [Isaías]: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros». (Mateo 1:22-23)
María es “la Virgen que dará a luz a Dios”, es decir, la Theotokos. Ese término griego no es una invención diseñada para nombrar un concepto bíblico, sino que es en sí mismo una frase bíblica compactada y condensada a sus términos básicos. Es la profecía de Isaías resumida a su mínima expresión.
¿Adorar a María?

Es frecuente entre parte de los protestantes el bulo o el malentendido de que los católicos adoramos a María. Ya hemos visto que considerar a María madre de Dios no significa que la consideremos divina, sino que creemos en la Encarnación. Pero los protestantes tienen una forma de cristianismo muy simplificada, habiendo eliminado del cristianismo primitivo muchísimos elementos: varios libros de la Biblia, la mayoría de los sacramentos, los santos, las imágenes, las obras de misericordia, las reliquias, etc. etc. En su relación con el mundo espiritual han eliminado todo elemento material y además su única relación es con Dios, de modo que les resultará muy difícil asimilar que nosotros tengamos relación con Dios pero también con los ángeles y santos (incluida María), y que además de adorar a Dios, también podamos venerar a los ángeles y santos. Como ellos sólo tienen adoración a Dios, cualquier otra relación que tengamos con el mundo espiritual es, según su mentalidad, adoración, pues no conocen más posibilidades de relacionarse con ese ámbito que adorando a Dios, y todo lo que hacen en su relación con Dios (por ejemplo rezar, arrodillarse, etc.) lo consideran lógicamente expresiones de adoración.
No vamos a entrar aquí a fondo en el tema de la diferencia entre adorar y venerar porque nos salimos del artículo (y ya lo hemos explicado en este otro), pero daremos una breve pincelada de la enorme diferencia que para nosotros existe entre ambas cosas. Desde la Antigüedad, en todo el mundo, también en el Israel del Antiguo Testamento, el elemento principal de la adoración a Dios o a los dioses era el ofrecimiento de sacrificios. Lo vemos ya desde el relato de Caín y Abel. Los israelitas sacrificaban y quemaban animales, pero también ofrecían a Yahvé el llamado “pan de las ofrendas”. Los cristianos ya desde el primer momento continuaron ofreciendo a Dios sacrificios, pero ya no eran animales, sino un nuevo “pan de las ofrendas”, la eucaristía. Un sacrificio implica necesariamente derramamiento de sangre (por eso la ofrenda de Caín no fue aceptada por Dios), y este nuevo pan, junto con el vino, no es una simple ofrenda, sino verdadero sacrificio porque es el cuerpo del Cordero de Dios cuya sangre se derrama (en un eterno presente) por nosotros para el perdón de nuestros pecados, como el mismo Jesús explicó en la Última Cena.
Los cristianos se reunían para partir el pan, y antes de comerlo se lo ofrecían a Dios. Sin entrar tampoco en mucho detalle sobre lo que la eucaristía es para católicos y protestantes (puede informarse en este otro artículo), dejemos claro simplemente que para un católico, el acto supremo de adoración es la eucaristía, la santa misa, donde consagramos el pan y el vino y se los ofrecemos a Dios como una actualización del sacrificio de Jesús en la cruz (actualización, no repetición). Se entienda o no, los católicos adoramos a Dios sobre todo ofreciéndole en sacrificio el pan y el vino, y eso sólo se lo ofrecemos a Dios. Si adorásemos a María, también le haríamos sacrificios, tal vez también le ofreceríamos el pan y el vino, pero eso nunca ocurre porque a María la veneramos (la respetamos enormemente), pero no la adoramos porque no es divina, sólo humana. Incluso cuando hacemos una misa en honor de María (o algún santo), el sacrificio igualmente va dirigido únicamente a Dios, pues sólo a él adoramos.
Esto lo vemos muy claro en la Iglesia antigua. San Epifanio de Salamina, en el siglo IV, condena como herejes a una secta en Arabia, los llamados “coliridianos” (del griego “collyris” = pan, torta). Según él, en esta secta las mujeres cocían bollos de pan y se los ofrecían a María como se ofrece un sacrificio a los dioses, para después comérselos ellas mismas después, tal vez ofrecieran también el vino, pero no tenemos detalles, sólo una corta mención. Como vemos, recuerda mucho a la eucaristía, ofrecer pan a Dios y comérselo después. Distinto sería si le ofrecieran a María panes, tartas o lo que sea como un regalo simbólico pidiendo su intercesión a Dios, pero nunca como un sacrificio dirigido a ella misma como objetivo final. San Epifanio lo explica muy bien en esta crítica a los coliridianos:
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Es ridícula y, en la opinión de los sabios, totalmente absurda, pues aquellos que, con una actitud insolente hacia María, son sospechosos de hacer estas cosas, han estado perjudicando la mente de la gente (...) las personas que se inclinan en esa dirección son culpables de hacer el peor daño. (...) Sea María honrada. Sean Padre, Hijo, y Espíritu Santo adorados, pero que ninguno adore a María. (Epifanio, Panarión, año 374)
Idea que poco antes había sido resumida por San Ambrosio de Milán con esta glosa: “María es templo de Dios y no es el Dios del templo” (San Ambrosio, s.IV). Esa misma doctrina es la que sigue defendiendo la Iglesia católica, y así lo podemos leer en el Catecismo:
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“Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48): “La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano” (MC 56). La Santísima Virgen “es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de `Madre de Dios’, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades… Este culto… aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente” (LG 66). (Catecismo de la Iglesia Católica 971)
A María, como a los santos, se la venera (o se la honra, como dice Epifanio) con todo tipo de honores que igualmente pueden dispensarse a humanos vivos insignes: con ofrendas (regalos), postraciones o genuflexiones (como tantas veces vemos en la Biblia ante reyes y otros personajes importantes), con súplicas (peticiones), con oraciones (conversaciones), etc. Lo que nunca se puede hacer con los santos, María o los humanos vivos insignes es ofrecerles un sacrificio, que es sólo para Dios. Esa diferencia entre adorar y venerar existía en Israel, existía en todo el mundo antiguo, y sigue existiendo entre los católicos de hoy como de ayer.
Nosotros no tenemos libertad para interpretar los textos bíblicos como queramos (y esto va dirigido también a más de un teólogo católico moderno), nosotros sólo somos los herederos de las doctrinas en las que creían aquellos primeros cristianos que salieron de las catacumbas. Ellos decían que María era Madre de Dios, y nosotros, que somos sus herederos, sólo podemos confesar que creemos en lo mismo que ellos creían, pues ellos son, sin discusión posible, la Iglesia que fundó Jesús. Lo que ellos creían, nosotros creemos y para nosotros no hace falta más justificación que esa, por eso nuestras doctrinas a veces se refinan, bajo la autoridad de la Iglesia, pero nunca cambian, porque la Verdad es inmutable.


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