Ya hemos visto en el artículo anterior por qué María recibe el título de “madre de Dios”, qué significa eso exactamente y dónde dice eso la Biblia. En este otro artículo vamos a seguir con la maternidad de María y vamos a explicar por qué la Iglesia dice que María es, también, madre nuestra, tanto como colectivo (madre de la Iglesia) como para cada uno de nosotros. Pero no creemos esto por sensiblería, sino porque la Iglesia primitiva desarrolló este concepto a partir de la Tradición recibida y de las Sagradas Escrituras. Aquí veremos dónde dice la Biblia que así sea.
¿Dónde está eso en la Biblia?
Tenemos la inmensa suerte de que María no es sólo Madre de Dios, también es madre nuestra. Fue el mismo Jesús quien la compartió con nosotros como madre, a la Iglesia y a cada uno de nosotros, incorporándonos así del todo a su familia. Los cristianos formamos parte de la familia de Jesús, y por tanto somos hermanos de Cristo, hijos de Dios y también hijos de María. Jesús mismo nos dijo en muchas ocasiones que su Padre del cielo es también nuestro padre, por eso nos enseñó a rezar repitiendo las palabras “Padre nuestro que estás en los Cielos”. Pero también es él quien nos regaló a su madre. Veamos de qué manera.
La crucifixión

En la cruz, luchando desesperadamente por coger aire mientras se asfixiaba, Jesús hizo un enorme esfuerzo para decir unas pocas palabras, todas de fundamental importancia. Una de ellas fue:
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Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. (Juan 19:26-27)
Ya hemos explicado en este otro artículo que cada vez que Juan usa la palabra “Mujer” para referirse a María, la está tratando como la Nueva Eva (a quien Adán puso el nombre de “Mujer”, y así se la menciona siempre antes de la Caída Génesis 2:23, para después llamarla “Eva” tras la Caída Génesis 3:20), por lo tanto en esta escena está presentando a su madre como aquella Eva que era “madre de todos los vivientes” (Génesis 3:20). Pero si Eva era nuestra madre por lo genético, la Nueva Eva es nuestra madre por lo espiritual, por la gracia de Dios; si aquella Eva era madre de todos los vivientes, la Nueva Eva será madre de todos los creyentes.
En esta escena de la cruz, Jesús está haciendo dos cosas. Por un lado no quiere dejar a su madre desamparada (pues no tiene más hijos que puedan cuidar de ella), así que le pide a Juan que se haga cargo de ella. Pero al mismo tiempo está haciendo algo mucho más trascendente. No les llama “madre” y “Juan”, sino que se refiere a ambos como arquetipos: a su madre la llama “Mujer” (representando a la madre de todos los creyentes), y a Juan le llama “el discípulo” (representando a todos los seguidores de Jesús), de modo que lo que está también haciendo Jesús es regalarnos a María como madre de toda la Iglesia, de todos y cada uno de los discípulos de Jesús.
La Mujer del Apocalipsis

También hay otra escena bíblica en donde se nos dice, esta vez más explícitamente, que María es madre de todos los cristianos. Se trata de la escena del Apocalipsis llamada “El portento”. La encontramos en el capítulo 12:
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- 1 - Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. (…) La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono. (...) - 2 - Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el Dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del cielo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles. (...) - 3 - El Dragón, al verse precipitado sobre la tierra, se lanzó en persecución de la Mujer que había dado a luz al hijo varón. Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila a fin de que volara de la presencia de la serpiente (...) La Serpiente vomitó detrás de la Mujer como un río de agua, para que la arrastrara. (...) Pero la tierra vino en ayuda de la Mujer: abrió su boca y se tragó el río que el Dragón había vomitado. El Dragón, enfurecido contra la Mujer, se fue a luchar contra el resto de su descendencia, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús
Esta visión de Juan tiene tres partes, de modo que comentemos brevemente cada una de ellas. Trataremos lo justo que aquí nos interesa, pero si quiere profundizar en todo el sentido y simbolismo de esta escena y en las razones de por qué esta mujer es María, y no solamente un símbolo de la Iglesia como afirman los protestantes, vea la segunda parte de nuestro artículo sobre la Nueva Eva.
1- Vemos a una Mujer embarazada y al Dragón (identificado en el Apocalipsis como Satanás) esperando a que el niño nazca para devorarlo. El niño claramente es Jesús, el Mesías, lo vemos sobre todo porque así lo identifica la frase “La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro.” El psalmo 2:7-9, que es un salmo mesiánico, nos dice que el Mesías vendrá a gobernar todas las naciones con cetro de hierro, y el mismo Apocalipsis 19:11-16 identifica a Jesús como el que viene con el cetro de hierro, así que los protestantes también identifican a ese niño varón con Jesús, aunque en una extraña maniobra niegan que la madre del niño varón (Jesús) sea María, pero si leemos el pasaje sin ningún prejuicio no hay motivo alguno para negar lo evidente, y es que la mujer coronada de estrellas que da a luz a Jesús es su madre María. Satanás no logró devorar al niño (es decir, no venció a Jesús), que ascendió al cielo y está sentado junto al trono de Dios (la Ascensión).
2- En la segunda parte se nos hace un flashback, una mirada atrás hacia el origen del conflicto, y vemos la lucha entre ángeles y demonios y la derrota de Satanás y los suyos, que son expulsados del cielo y arrojados a la tierra. Esta escena también trae ecos de Lucas 10:18, cuando Jesús dijo “he visto a Satanás caer del cielo como un rayo”. Pero esa derrota de Satanás no se verá consumada hasta el final de los tiempos, cuando San Miguel lo arroje al lago de fuego (Apocalipsis 20:10).
3- Efectivamente, al ser arrojado sobre la tierra hace que los problemas se trasladen a este nivel. Jesús ya había subido al cielo de modo que en la tierra queda su madre, y sobre ella verterá el Dragón su furia, ya que se le escapó su hijo. Pero de nuevo María le resultará a Satanás un objetivo inalcanzable, pues libre de pecado estaba y permaneció, indicado por esa ayuda divina en forma de alas de águila para escapar del Dragón y ese río que se traga la tierra. De modo que Jesús y María se manifiestan como objetivos imposibles, inalcanzables, así que ¿qué hace Satanás? “El Dragón, enfurecido contra la Mujer, se fue a luchar contra el resto de su descendencia” (v.17), ¿y quién es esa descendencia? El versículo continúa: “contra los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús.”, es decir, los cristianos, la Iglesia.
La escena del portento empieza diciendo que la Mujer estaba embarazada y dio a luz al Mesías, es decir, es la madre de Jesús, y termina diciendo que Jesús no es su única descendencia, pues nos presenta ahora a “el resto de su descendencia”, que son los cristianos. Esto quiere decir que María es madre de Jesús y madre nuestra. No es casualidad que quien nos cuenta esto sea precisamente Juan, el mismo que nos había contado que estando a los pies de la cruz Jesús nos entregó a su madre como madre nuestra llamándola “Mujer”. Ahora en su visión es esa misma “Mujer” de la cruz (y de Caná) quien es ya descrita sin más explicaciones como madre de Jesús y madre nuestra.
Pentecostés

Lucas nos presenta a María como presencia destacada en el momento en que nace Jesús, también en el momento en el que Jesús comienza su magisterio (bodas de Caná), precisamente instigado por María; ahí comienza a construirse el discipulado de Jesús, lo que será más adelante su Iglesia. Pero también vemos a María presente en el grupo de discípulos que se reunían en el cuarto de arriba cuando el Espíritu Santo vino a todos ellos en Pentecostés, y nos la presenta como figura maternal (“María, la madre de Jesús”). De modo que cuando nace la Iglesia, María madre estaba ahí en su nacimiento.
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Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. (Hechos 1:13-14)
Si el papel de María no hubiera sido especialmente relevante entonces se habría limitado a dejarla incluida en el grupo de mujeres que menciona, o en el grupo de sus familiares, pero no, se nos menciona a María en particular. Esta escena por sí misma no bastaría para sacar de ahí la doctrina de que María sea madre de la Iglesia, pero en el contexto de las otras citas bíblicas estudiadas anteriormente, es difícil no ver aquí que cuando nace la Iglesia, María tenía que estar también ahí. No hay parto sin madre.
María, la Nueva Raquel

El apologista Brant Pitre nos ofrece una nueva dimensión en la cual la Biblia nos presenta a María como madre de los creyentes; veamos sus argumentos. Jacob es el padre de todo el Pueblo Elegido, pues de sus 12 hijos salieron las 12 tribus de Israel, y aunque Raquel sólo fue madre de los dos últimos (José y Benjamín), los judíos la han considerado siempre madre también de todo Israel, pues fue la esposa amada de Jacob. Pero para entender el paralelismo entre Raquel y María primero tenemos que entender que Jesús no sólo es el nuevo Adán, el nuevo Moisés y el nuevo David, sino también, y tal vez por encima de todo, el nuevo José.
Efectivamente, los paralelismos entre Jesús y José, el hijo de Jacob, son numerosos y sorprendentes, y no pasaron desapercibidos para la Iglesia primitiva. Veamos resumidamente algunos:
José fue el primogénito de Raquel (Jesús el primogénito de María); José fue condenado junto con dos criminales, uno de los cuales salvó la vida gracias a José (Jesús fue crucificado junto con dos criminales, uno de los cuales salvó su alma gracias a Jesús); José entró al servicio del faraón al cumplir los 30 años (Jesús empezó su ministerio al cumplir los 30 años), José, en su gloria de poder, se revela a sus hermanos, que no le reconocen (Jesús, en su gloria de resucitado, se aparece a sus apóstoles, que no le reconocen); Judá, uno de los 12 hermanos, vendió a José por 20 monedas de plata (Judas, uno de los 12 apóstoles, vendió a Jesús por 30 monedas de plata*) etc. etc. etc.
*Nota: en hebreo Judá y Judas son el mismo nombre, Yehuda. Judá vendió a José por 20 monedas de plata porque ese era el precio de un esclavo menor de 20 años (Levítico 27:5), y Judas vendió a Jesús por 30 monedas porque eso vale la compensación por un esclavo muerto (Éxodo 21:32).
De nuevo nos encontramos con un typos (prefiguración) de Jesús, y de ese typos sale también el typos de María. Si la madre de José fue Raquel, la madre de Jesús, el nuevo José, es María, la nueva Raquel. Veamos por qué esto es así y cuáles son las implicaciones.
Raquel, Mater Dolorosa de Israel
La Biblia nos muestra a Raquel como adornada de gran belleza y gracias encantadoras, pero su vida estuvo cargada de sufrimiento. Sufrió porque enamorada de Jacob tuvo que padecer el que su padre lo casase primero con su hermana Lía. Más aún sufrió porque Lía le daba hijos y ella se vio estéril. Sufrió cuando la hicieron creer que su único hijo, José, había sido despedazado por las fieras, sin llegar nunca a saber que no era cierto. Y sufrió también enormemente en el parto de su segundo y último hijo, Benjamín, hasta el punto de morir en ello.
La tradición judía antigua la consideraba la gran madre de Israel (del mismo modo que Abraham es el padre de todos), y la dota de un papel intercesor ante Dios para su pueblo. Parte del judaísmo siempre ha creído en la intercesión de los santos (ver aquí), y este papel de intercesión de Raquel no sólo se le adjudicaba en el judaísmo antiguo, sino que ha logrado mantenerse vivo incluso a la actualidad, y no son pocos los judíos que rezan a Raquel pidiendo su intercesión o que peregrinan a su tumba y encienden velas suplicando que ruegue a Dios por ellos. Todas estas cosas suenan muy católicas, así que no es de extrañar que el rabino y académico Jacob Neusner llegara a escribir:
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Por eso puedo ver en María una Raquel cristiana, católica, cuyas oraciones son escuchadas [por Dios] allí donde las de los grandes hombres, patriarcas del mundo, caen por los suelos… No es de extrañar que cuando Raquel llora, Dios escuche. Por eso no me cuesta trabajo hallar en María esa amiga comprensiva y especial que los católicos han visto en ella durante 2.000 años. No me cuesta nada. Así que, sí, si es así con Raquel, ¿por qué no con María?
Este rabino en realidad está haciendo referencia a una antigua tradición judía extrabíblica, ya conocida en tiempos de Jesús, según la cual cuando se llevaron a los judíos al exilio Abraham y Jacob rogaron a Dios que se apiadase de su pueblo, pero Dios no quiso ceder en su castigo… hasta que Raquel, con su llanto, le conmovió al punto de ceder y prometer que el exilio a Babilonia sería limitado.
La matanza de los inocentes

Si viajas de Jerusalén hacia Belén, en lo alto de una colina hay un jardín con una estatua de Raquel llorando. Dicen que allí es donde lloró Raquel al ver cómo se llevaban a su pueblo a Babilonia. Esta tradición dejó rastros también en la Biblia. Lo vemos en Jeremías:
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Así habla el Señor: ¡Escuchen! En Ramá se oyen lamentos, llantos de amargura: es Raquel que llora a sus hijos; ella no quiere ser consolada, porque ya no están. Así habla el Señor: Reprime tus sollozos, ahoga tus lágrimas, porque tu obra recibirá su recompensa –oráculo del Señor– y ellos volverán del país enemigo. (Jeremías 31:15-16)
Estos versos consagraron a Raquel como Mater Dolorosa e intercesora de su pueblo. Noten además que Jeremías nos está presentando claramente a Raquel como intercesora y como madre de todo Israel, pues llora “a sus hijos”, y esos hijos aquí no son sus 2 hijos biológicos, ni siquiera los 12 hijos de Jacob, sino todo el pueblo de Israel, que muchos siglos después va camino del Exilio. Un motivo más para ver que la maternidad espiritual de María (y la intercesión de los santos) es un concepto perfectamente bíblico.
La conexión entre Raquel y María no es sólo pensamiento moderno, ya en la Biblia lo encontramos de manera explícita. En esos mismos parajes donde lloró Raquel, muchos siglos después, una nueva tragedia cae sobre el pueblo de Dios.
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Al verse engañado por los magos, Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, de acuerdo con la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Jeremías: "En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no están". Cuando murió Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José, que estaba en Egipto, y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». José se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel. (Mateo 2:16-21)
Ante la matanza de los inocentes, mientras José huye con su familia a Egipto para poner a salvo a Jesús, Raquel se levanta una vez más para llorar por sus hijos. Pero esa Raquel que da cumplimiento a la antigua profecía no es la esposa de Jacob, es la Nueva Raquel, María, que no puede permanecer impasible ante desgracia tan atroz. Y al igual que el llanto de Raquel dio sus frutos, haciendo que años más tarde su pueblo regresara del exilio, también el llanto de la Nueva Raquel augura que pasados unos años el Mesías retornará de su exilio, y efectivamente unos años más tarde: José “se levantó, tomó al niño y a su madre, y entró en la tierra de Israel.” Tal cual había ocurrido antes.
La Mujer del Apocalipsis y II

Otro episodio en el que vemos a María como la Nueva Raquel es de nuevo en la escena del Portento, en Apocalipsis. Además de toda la simbología mariana que hemos desgranado sobre esa escena más arriba y en anteriores artículos, tenemos también el hecho de que los elementos de esa visión están sacados ni más ni menos que del sueño de José (el hijo de Raquel) en el que vio que «El sol, la luna y once estrellas se postraban delante de mí.» (Génesis 37:9), en referencia a su padre, su madre y sus 11 hermanos, comparado con “Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.” (Apocalipsis 12:1).
Pero hay más aún, el Apocalipsis continúa diciendo “Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz.” (v.2). Los católicos afirman que María dio a luz sin dolores de parto, tal como leemos en la profecía de Isaías 66:7. Pero esta Mujer vestida de sol, que claramente es María porque luego dará a luz al Mesías, sí está sufriendo dolores de parto. La explicación es que al igual que el sol, la luna y las estrellas que la adornan simbolizan cosas, también los dolores del parto simbolizan algo. Esos dolores de parto no hacen sino reforzar la conexión de esta Mujer del Apocalipsis y Raquel, que tanto sufrió en el parto que murió en él. Esta conexión sería fácil de ver para los judíos del siglo primero.
La crucifixión y II

Pero hay otra escena bíblica donde podemos ver ecos de Raquel en María. A los pies de la cruz María sufrió tanto que sintió como si una espada atravesara su corazón, tal como se lo había profetizado Simeón en el templo (Lucas 2:33-35). Ahí tenemos a la nueva Mater Dolorosa sufriendo lo inimaginable, y si el propio San Pablo dijo que sus sufrimientos cooperaban con los de Jesús en la redención (Colosenses 1:24) ¿cómo no reconocer también ese mismo papel de co-redentora a María, que sufrió lo indecible a los pies de la mismísima cruz? Esta madre sufriente es en el Nuevo Testamento la culminación de lo que aquella otra madre sufriente fue en el Antiguo. Incluso el nombre las relaciona: Raquel significa “oveja”, y María es “la madre del Cordero” (= la oveja).
Y allí mismo, a los pies de la cruz, vemos otro eco, Benjamín, el más joven de los 12 hermanos, era “el hijo amado” de Jacob (así lo describen sus hermanos en Egipto), y Juan, el más joven de los 12 apóstoles, era “el discípulo amado” de Jesús. Jesús, al igual que el patriarca José, tuvo sólo un hermano por parte de madre, y ese hermano fue Juan, pues como ya hemos visto, se lo entregó a María como hijo suyo (Juan 19:26-27), por eso Juan, como Nuevo Benjamín, se autodefinirá siempre en su evangelio como “el discípulo amado”, no por vanidad, sino porque Jesús había hecho de él su hermano, el Nuevo Benjamín (el “hijo amado” de Jacob), el hijo de la Nueva Raquel. Y como ya dijimos, al convertir a Juan y María en prototipos, esa naturaleza de hermanos entre el Nuevo José y el Nuevo Benjamín se extendió también a todos los cristianos. Al igual que Raquel era la madre del pueblo de la antigua alianza, la Nueva Raquel, María, se convertía en madre del pueblo de la nueva, la Iglesia. Los dolores de María a los pies de la cruz no sólo fueron dolores de co-redención, también fueron dolores de parto.
Raquel, bella, amorosa, llena de gracias, intercesora… y madre del Pueblo de Dios. Así es también María.
Madre de la Iglesia

Algunos dicen que el título de Mater Ecclesiae (madre de la Iglesia) es un título muy moderno aparecido en el s. XIX y aprobado por Pablo VI a mediados del s. XX. Pero no se trata de una idea nueva. Una vez más, se confunde la declaración oficial con la idea, de hecho Vaticano II apela a San Ambrosio para justificar su uso. Pero esa idea de que María no es sólo madre nuestra sino madre del conjunto de los cristianos (la Iglesia) ha circulado por la Iglesia a través de los siglos desde su origen, aunque con diferentes terminologías. Veamos algunos ejemplos.
San Ireneo en el siglo II dice que María «se ha convertido en causa de salvación para todo el género humano» (Adv. haer., III, 22, 4: PG 7, 959), lo que encaja con su concepto de Nueva Eva, madre de todos los vivientes, pero también establece de manera más específica su maternidad espiritual sobre los creyentes: «[María] vuelve a engendrar a los hombres en Dios» (Adv. haer., IV, 33, 11: PG 7, 1.080), es decir, es madre espiritual de los cristianos. Vemos también otros títulos que aun teniendo relación con ese mismo concepto son menos evidentes, junto con otros que aunque diferentes son muy explícitos, como San Anselmo en el s. XII: «Tú eres la madre de la justificación y de los justificados, la madre de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los salvados» (Or. 52, 8: PL 158, 957), o sea, eres la madre de Jesús y de los cristianos. Lo mismo dice, con otras palabras, Sto Tomás de Aquino en el año 1274: “Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, toda llena de misericordia, hija del Rey supremo, Señora de los Ángeles, Madre de todos los creyentes”.
Esa misma dicotomía entre madre física y madre espiritual la vemos en la Biblia sobre la paternidad de Abraham. Pablo nos lo presenta como padre genético de todos los judíos (Romanos 4:1), pero también como padre de todos los creyentes por el espíritu (Romanos 4:11), pues la Iglesia incluye tanto a descendientes de Abraham como a gentiles que son hijos suyos pero según la fe, por el espíritu, no por la carne. Si la Antigua Alianza comienza cuando Abraham obedece el deseo de Dios y abandona su tierra para ir a Canaán, la Nueva Alianza comienza cuando María obedece el deseo de Dios y acepta ser la madre del Mesías.
Justificación
Que Jesús nos entregara a su madre a los pies de la cruz no tiene nada de extraño teniendo en cuenta que Jesús ya nos había llamado hermanos y nos había dicho que su Padre era también nuestro padre, así que decir ahora que su madre es también nuestra madre ya es totalmente natural. Igualmente, en el Apocalipsis vemos que la madre del Mesías es también madre de “el resto de su descendencia”, que somos nosotros. Las escenas de la crucifixión y Pentecostés también necesitan interpretarse correctamente para ver en ellas que María es la madre de la Iglesia. Y la visión de Jesús como el Nuevo José (de donde sale María como Nueva Raquel), aunque es más que evidente, tampoco está explicitada en la Biblia, hay que hacer una interpretación.
Pero no es que los católicos nos hayamos sentado a reflexionar sobre estos textos y hayamos llegado ahora a la hermosa conclusión de que María es madre nuestra. Un protestante puede decirnos que esa forma de interpretar esos textos puede tener sentido, pero que no hay nada que garantice que esa interpretación es la correcta y ellos ofrecen su propia interpretación. Nuestra interpretación tendría pues el mismo grado de credibilidad que cualquier interpretación bíblica que pueda hacer un protestante en este pasaje o en cualquier otro. Pero si los católicos creemos que esta no es simplemente una conclusión teológica interesante y plausible, sino que además es correcta, no es por lo que nosotros veamos en este texto, sino por lo que la Iglesia fundada por Jesús ha visto en María durante unos 2000 años.

En las citas anteriores, sobre todo en la cruz y en el Portento, vemos que la frontera entre “madre de cada cristiano” y “madre de todos los cristianos” (= de la Iglesia) es borrosa y arbitraria. En realidad no hay ninguna necesidad de hacer esa diferencia, ni tampoco hizo diferencia alguna la Iglesia primitiva.
Así como creía la Iglesia primitiva, así creemos los católicos.

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