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¿Estuvo Pedro en Roma? Nacimiento de la iglesia romana

Portada: ¿Estuvo Pedro en Roma?

Algunos ponen en duda si realmente Pedro estuvo en Roma y fue obispo de esa ciudad y no falta quien dice que Pedro es una invención alegórica basada en mitológicos guardianes de puertas (por supuesto toda la Biblia también es una invención, según ellos). Este desafío a la idea tradicional apareció en el siglo XIX y fue calando entre muchos protestantes a lo largo del siglo XX. Veamos los hechos.

Dejemos claro que la afirmación de que Pedro nunca estuvo en Roma no es una idea protestante, sino una idea reciente que se ha extendido entre ciertos sectores protestantes, que la han acogido con mucho agrado, pero muchos otros la rechazan porque no tienen pruebas sólidas que ofrecer. Aunque en la Biblia no se habla con claridad de la suerte de Pedro después de los primeros años de predicación, por diversas fuentes históricas sabemos que finalmente se fue a Roma y allí fue martirizado en torno al año 67, muy probablemente crucificado bocabajo (porque no quiso la dignidad de morir igual que su Señor). Los cristianos peregrinaron al Vaticano (la colina Vaticana) para visitar la tumba de San Pedro, ya desde el siglo I, y a finales del siglo primero levantaron sendos monumentos funerarios para honrar a Pedro y Pablo (los llamados «trofeos» romanos). Entonces ¿por qué este nuevo frente revisionista?

Poner en duda que Pedro estuviera en Roma parece más un intento de socavar los cimientos del papado católico que una opinión histórica seria. Al llegar el siglo II vemos ya que los cristianos de Roma y de toda la cristiandad nunca dudaban de que Pedro hubiera muerto en Roma ni de que los obispos romanos fueran descendientes de Pedro y Pablo. Anteriormente no es que se dudara, es que no conservamos datos. Ellos tenían fresco el recuerdo de los acontecimientos; los negacionistas de las últimas décadas se limitan a una fuente: analizar la Biblia. El problema es que la Biblia solo habla de algunas cosas, y la vida de Pedro después de su encarcelamiento en Jerusalén parece ser una de las cosas que a la Biblia “le interesa” muy poco, por decir no decir nada. Tampoco nos dice nada de cómo murió Pablo ni de si finalmente cumplió o no con su proyecto de visitar España, tal como nos había anunciado, pero eso no demuestra que Pablo no murió martirizado o que no pudo visitar España.

Antes de empezar a dar explicaciones no está de más recordar que aunque los negacionistas hagan de este asunto algo fundamental, en realidad no lo es. El primado de la Iglesia Católica no se basa en el hecho de que Pedro estuviera en Roma, sino en la sucesión. Los papas son sucesores de Pedro, eso es lo que hay que demostrar y ese será el tema del próximo artículo. Si se pudiera demostrar que Pedro nunca estuvo en Roma, entonces la línea sucesoria de Pedro habría arrancado en otra ciudad y se trataría de probar si los papas provienen de esa línea sucesoria o de otra diferente. En realidad si la institución del primado (lo que ahora llamamos papado) fue establecida por Jesús, vemos que en una primera etapa esa primacía no tenía ninguna conexión con Roma. El primado estaba ligado a Pedro, no a ninguna ciudad, y allí donde estaba Pedro, allí estaba la cabeza de la Iglesia. Los sucesores de Pedro han estado casi siempre ligados a Roma, pero cuando el papado trasladó su sede a Francia, en Aviñón, fue esa ciudad y no Roma la cabeza de la Iglesia, o mejor dicho, lo siguió siendo el papa. Los negacionistas están aquí disparando en la dirección equivocada, pero de todas formas intentaremos demostrar la veracidad de la tradición sobre Pedro, no por defender a la Iglesia Católica, sino por defender la tradición histórica ante una nueva idea que se está extendiendo en nuestra época.

La fundación de la Iglesia de Roma

La visión que la tradición nos da de la iglesia romana no es que Pedro llegara pronto allí, creara una comunidad de fieles y la liderase hasta su muerte, aunque a menudo parece que es esa la idea que los negacionistas atacan. Por el contrario, con los datos que tenemos podríamos aventurar la siguiente génesis para la iglesia romana:

Desde casi Pentecostés tendríamos cristianos en Roma, pues ese día había muchos judíos romanos entre la multitud a la que bautizó Pedro, así que al regresar a sus casas llevarían consigo la nueva fe. Siendo Roma capital del imperio, enseguida llegarían otros cristianos de otras partes o bien romanos que en sus viajes habían conocido la fe. El cristianismo comenzó extendiéndose por las sinagogas no como una religión nueva, sino como judíos que aceptaban la noticia de que su esperado Mesías había venido, muerto y resucitado en Jerusalén. Dentro y fuera de Palestina, los judíos que aceptaron a Jesús serían el embrión de lo que luego serían las iglesias cristianas. La gran comunidad de judíos de Roma (40.000 a mediados de siglo) estaba muy unida a Jerusalén, y parece ser que también de allí procedieron los misioneros que comenzaron el cristianismo en Roma. Los judíos en Jerusalén se dividieron entre los que aceptaron a Jesús (al principio una minoría) y los que no, e igualmente la comunidad judía de Roma se vio sacudida por esa división, lo que pronto causaría tensiones y conflictos internos.

Con el tiempo los judíos empiezan a considerar a los cristianos una nueva secta hereje o una religión diferente y son expulsados de las sinagogas, lo mismo ocurrirá en la comunidad de Roma. De repente los cristianos se ven expulsados de las instituciones religiosas, sin lugar de reunión y sin comunidad, así que en un primer momento suponemos un período de confusión en el que los cristianos se quedarían sin organización ni lugares de reunión ni dirigentes. Es de suponer que pronto se organizasen en pequeños grupos o comunidades por cercanía y comenzasen, igual que en otras partes, a celebrar sus eucaristías en las casas particulares (domus-ecclesiae), si es que no estaban dichas reuniones funcionando ya de modo paralelo a las de las sinagogas. A esta primitiva comunidad judeo-cristiana se irán poco a poco incorporando inmigrantes cristianos procedentes de Asia y también, en menor medida, paganos locales convertidos al cristianismo.

Si suponemos que Pedro llegó a Roma por primera vez en la década de los 40 o de los 50, se encontraría con una iglesia dividida en comunidades dispersas por toda la urbe. Como apóstol que era sin duda se convertiría rápidamente en el referente pero si Pedro hubiera estado una o dos veces por esos años, habrían sido estancias cortas, sin tiempo para llegar a todas las comunidades de la gran Roma y menos aún para coordinarlas en una sola iglesia cohesionada, aunque sí podría haber creado un «núcleo duro» en el centro de la ciudad, por ejemplo. Así que en la década de los 60, cuando llega Pablo y luego llega (o regresa) Pedro, suponemos que los cristianos de Roma seguían siendo básicamente un conglomerado de comunidades dispersas por la ciudad y sus alrededores. Esta comunidad siguió no obstante considerándose como una extensión de la comunidad de la iglesia de Jerusalén, al igual que la comunidad judía de la que procedían se consideraba una extensión de la sinagoga jerosolimitana. Esto provocó que en el año 70, cuando Jerusalén quedó arrasada, los judíos se quedasen desorientados, perdidos, mientras que los cristianos (tal como les exhorta el autor de la epístola a los hebreos) asumen sin traumas la sustitución del culto judío, dependiente del Templo, por el cristiano, dependiente de la Eucaristía.

Su número debió crecer con mucha rapidez pues unos 15 años después de morir Jesús ya eran un grupo lo suficientemente numeroso como para chocar de frente con los judíos que no aceptaban a Jesús. Esta tensión provocó frecuentes conflictos hasta el punto de que el mismo emperador Claudio tuvo que tomar cartas en el asunto, probablemente a petición de la comunidad judía. El historiador Suetonio nos dice que Claudio expulsó de la ciudad a muchos «judíos» seguidores de un tal Chrestos por provocar frecuentes tumultos:

Iudaeos, impulsore Chrestos, assidue tumultuantes Roma expulit. (año 49)

Pero no se trata de una expulsión en masa de los cristianos, para empezar vemos que los romanos por entonces no diferencian a judíos de cristianos y consideran a los cristianos simplemente judíos seguidores de un tal Cristo, por tanto los expulsados serían básicamente los cabecillas de los tumultos o algo así.

Tan solo 15 o 20 años más tarde, ya estando en Roma Pedro y Pablo, volvemos a tener noticias de la situación y no nos encontramos con una comunidad disminuida, sino enormemente aumentada. Ya resulta evidente para todo el mundo que los cristianos son una nueva religión que nació entre los judíos (no se persigue a los judíos, solo a los cristianos), y además vemos que eran miles (una ingente muchedumbre). Citemos aquí la alusión que hizo el historiador romano Tácito de los cristianos al hablar sobre el incendio de Roma provocado por Nerón en el 64 (el hecho de que Tácito desprecie a los cristianos hace aún más creíble la certeza de su testimonio):

Nerón y el incendio de Roma
Con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilato durante el Imperio de Tiberio y, reprimida de pronto la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no solo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma [Roma], donde confluye y celebra sino de atroz y vergonzoso hay por donde quiera. Así, pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego, por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, sino de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así, unos cubiertos de pieles de animales eran desgarrados por los dientes de los perros; otros clavados en cruces eran quemados al caer el día a guisa de luminarias nocturnas… De ahí que, aun castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública utilidad, sino por satisfacer la crueldad de uno solo. (Anales 15.44)
Maqueta de Roma

Tres años antes del incendio había llegado Pablo, y Pedro debió encontrarse allí como máximo un año más tarde. La situación que describe Tácito por esas fechas es la de una ciudad con multitud de cristianos, y probablemente no estaban aún organizados en una sola comunidad, aunque no es imposible que ya existiera el germen de una o varias de ellas. Roma no era una ciudad pequeña como las demás, en donde puede llegar un apóstol y fundar una pequeña comunidad que se encargaría de coordinar y agrupar a todos los cristianos de esa ciudad. Roma era una inmensa urbe de un millón de habitantes que además carecía de líder global hasta la década de los 60. A la llegada de Pedro o Pablo habría miles de cristianos diseminados por toda la ciudad. Algunos testimonios (como el de Clemente a los corintios, año 98) nos hablan de enfrentamientos entre bandos y señalan que Pedro y Pablo murieron a causa de «celos y contiendas«, pero esto no implica que las distintas comunidades cristianas estuvieran enfrentadas entre sí, tras ver el testimonio de Suetonio es más fácil pensar que los enfrentamientos eran entre cristianos y judíos, que serían los que delataron a los apóstoles. Por tanto decir que Pedro es el fundador de la iglesia romana no quiere decir que fuera él quien llegara allí y fundase una iglesia donde no había nada. Tanto Pedro como Pablo se encuentran con una, o mejor dicho muchas comunidades de cristianos (y quizá otros sin comunidad) y trabajan para crear una sola iglesia local. La mayoría de los cristianos son de clases pobres, en las primeras décadas provienen mayoritariamente del judaísmo, en las últimas abundan ya los procedentes de ciudades griegas orientales carentes de la ciudadanía romana y por tanto fácil presa de la represión. Tanto los inmigrantes de oriente como muchos ex-judíos son de habla griega, así que la mayoría de los cristianos romanos del siglo I hablan el griego. Eso explica que los primeros papas fueran todos de habla griega a pesar de residir en la capital del latín. También los apóstoles que se dirigen a los cristianos romanos lo hacen en griego, igual que a los de Asia.

En las primeras décadas del cristianismo aún no tenemos comunidades cristianas sólidamente establecidas en torno a un obispo en cada ciudad, como sí encontraremos a finales del siglo I, sino que los obispos eran supervisores de la comunidad, algo así como extensiones de los apóstoles, que ya no podían llegar a todas partes, e incluso podían viajar a varios sitios en sus labores de supervisión. No sería extraño suponer que en estos primeros años de la iglesia romana pudo también haber varios obispos (supervisores) en la ciudad, de hecho los apóstoles allí fueron dos. En ese caso los primeros papas mencionados en la lista de sucesión habrían sido los más famosos, pero quizá cumplieran sus funciones junto con otros obispos menos conocidos. De todas formas esto son solo suposiciones sin prueba alguna y para lo que nos interesa no cambiaría nada, pues todos ellos serían sucesores de los dos apóstoles, Pedro y Pablo, tal como siempre se afirmó, y una vez cohesionada la iglesia romana bajo un solo director, ese único obispo reuniría toda la herencia de Pedro.

La llegada de Pedro a Roma antes del año 62 es posible pero incierta, y si visitó la ciudad con antelación probablemente trabajó en alguna zona y dejó su impacto en cierto sector, no en la comunidad romana entera porque por entonces no había comunidad romana, sino cristianos y comunidades. En el 58 Pablo escribe una carta a los romanos y habla como si esos cristianos no tuviesen nada que ver con Pedro, así que o Pedro no había ido aún a Roma o se trataba de una comunidad de gente que no tenía relación con los que habían conocido a Pedro. Cuando Pablo llega a Roma en el 61 tampoco da ninguna indicación de encontrarse con discípulos de Pedro. Sin embargo ya Lactancio nos dice que Pedro llegó a Roma bien entrado el reinado de Nerón, lo que encaja con el primer indicio bíblico sobre la presencia de Pedro en Roma un año después de llegar Pablo, tal como veremos en la primera carta de Pedro. En el 62 -por primera vez o repitiendo visita- llega Pedro y ya tenemos a los dos apóstoles intentando crear una comunidad unificada para toda la ciudad, lo que se consideraría “fundar la iglesia romana”, una sola. Tampoco sabemos si trabajaron juntos, coordinadamente, o cada uno por su lado (como si en Nueva York uno se dedicase a Brooklyn y otro a la zona del Bronx).

Finalmente en los años 67-68 Pedro fue localizado, arrestado y crucificado bocabajo en el nuevo circo construido sobre la colina vaticana y posteriormente Pablo fue decapitado fuera de las murallas de la ciudad. Los obispos de Roma son por tanto los únicos que poseen una doble sucesión apostólica y además heredan la primacía de Pedro.

Carta de Pablo a los romanos

Una de las principales «pruebas» que presentan quienes niegan la presencia de Pedro es que Pablo, cuando escribió su carta a los romanos, saluda a 29 personas y ninguna de ellas es Pedro (16:1-16). Esto no demuestra nada en contra de que Pedro pudiera ya estar o haber estado allí y veremos por qué.

Cuando escribe su carta (año 58), Pablo nunca había estado en Roma, pero a todas esas personas a quien saluda las conoce muy bien y les reconoce como colaboradores suyos: a unos los llama «mis colaboradores», a otros «mis parientes y compañeros de cárcel», etc. Por eso les manda saludos individualizados en lugar de un saludo genérico para una comunidad desconocida. ¿Por qué se encuentra en Roma un grupo de sus íntimos colaboradores?

Por entonces Pablo está haciendo planes para evangelizar la parte occidental del Imperio, desde Roma hasta España. En este contexto es fácil suponer que pensase en Roma como su base de operaciones (como Jerusalén lo fue para Oriente) y por tanto enviase allí a un grupo de sus íntimos para ir preparando el terreno. Si en esa época sabemos que los cristianos romanos eran ya miles, no parece esta carta dirigida a la comunidad romana entera, sino al grupo de cristianos que se reunían en torno a su grupo de colaboradores. Pablo empieza su carta dirigiéndose «a todos los que están en Roma«, pero en la situación del momento dirigirse a todos los cristianos de Roma es algo más simbólico que literal. En su despedida no hace generalizaciones sino que menciona a sus destinatarios concretos. Parece evidente que la carta ha sido enviada a una comunidad concreta, la que dirigen sus colaboradores, y lo deja muy claro cuando dice: «Saluden, igualmente, a la Iglesia que se reúne en su casa«. No se refiere a toda la Iglesia en Roma, sino a la asamblea (domus-ecclesia) que se reúne en casa de Priscila y Aquila, que además eran colaboradores de Pablo.

Aún así, algunos historiadores piensan que no parece demasiado probable que Pablo tuviera en Roma a tanta gente de su círculo más íntimo y sostienen la teoría de que la sección final de saludos no es parte de la carta a los romanos sino un anexo dirigido a la Iglesia de Éfeso o Filipos, donde sí tenía muchos colaboradores. Pablo escribió la carta en Corinto y la envió a Roma por medio de Febe. De camino a Roma Febe tenía que pasar por ambas ciudades así que Pablo bien pudo aprovechar y escribirles a ellos sus saludos. En cualquiera de los casos, las 29 personas que Pablo menciona no son los dirigentes de la iglesia de Roma sino simplemente un grupo de sus colaboradores que podían o no estar ya asentados en Roma. Esto explicaría fácilmente que no se dirigiera a Pedro.

Es difícil con nuestra mentalidad imaginarse lo que era Roma entonces. Si fuéramos uno de los líderes de un partido político y otro líder amigo nuestro estuviera creando una comunidad en la inmensa Nueva York, si escribimos a gente de ese partido podríamos fácilmente mandar saludos para nuestro amigo, porque esa comunidad tendría contactos entre sí y se conocerían o fácilmente se podrían contactar. De hecho estarían todos organizados de algún modo. Pero por entonces la gente no se organizaba tan fácilmente, los cristianos allí estaban aún sin organizar a nivel global, sin lugares o instituciones comunes y Roma era, bajo cualquier concepto de la Antigüedad, una ciudad inabarcable. Para que un occidental moderno lo entienda quizá fuera útil compararlo en el presente a la India, en vez de a Nueva York o cualquier otra ciudad. Imagina que eras muy amigo de Teresa de Calcuta; escribes una carta a un grupo de amigos tuyo que se ha ido a Nueva Deli de misiones; no se te ocurriría mandarles saludos para la Madre Teresa, aunque también esté trabajando en la India. Quizá la comparación sea un poco extrema pero sirve para ilustrar la idea, Roma era inmensa (1 millón de personas comparadas con las 50.000 de la gran ciudad de Jerusalén), los cristianos dispersos sin organización central y sin teléfonos ni coches ni línea de metro.

Llegada de Pablo a Roma

Junto con la carta de Pablo a los romanos, también se presenta como «prueba» de que Pedro no estaba en Roma el hecho de que cuando en el libro de Hechos se nos cuenta la llegada de Pablo a Roma como prisionero (28:15-31) dice que le salen a recibir los cristianos y no menciona a Pedro («Luego llegamos a Roma. Los hermanos de esta ciudad, informamos de nuestra llegada, nos salieron al encuentro y nos alcanzaron a la altura del Foro de Apio y en las Tres Tabernas» 14-15), y al día siguiente convoca a las autoridades judías para hablarles y ellos muestran mucha curiosidad por conocer cosas sobre Jesús (17-25), pues han oído hablar de él pero no conocían su doctrina. Entonces arguyen que si Pedro hubiera estado antes predicando en Roma las autoridades judías ya habrían hablado con él primero.

Una vez más, parece que la imagen que dan Pablo y Lucas de «la iglesia romana» como una comunidad compacta es más una figura literaria que una visión descriptiva de la realidad. Ya vimos que cuando escribe a la iglesia de Roma en realidad está enviando su carta a la comunidad de un grupo de amigos suyos y que la ciudad era demasiado grande como para que todos los cristianos formaran parte de una misma comunidad en esa fase inicial. En este pasaje de Hechos Lucas se refiere a «los hermanos de esta ciudad» como si toda la iglesia hubiera ido a recibirlos, pero ya vimos que en ese año los cristianos en Roma eran ya muchos miles, así que se trataría de un grupito pequeño de ellos, tal vez esos colaboradores a los que escribió en su carta anterior. Lo que sí parece fácil de suponer es que si Pedro estuviera en Roma habría ido a recibir a Pablo, pero quizá entonces había marchado a otro de sus viajes, o aún no había llegado él a Roma, o simplemente se ocultaba. Si Pedro temía por su seguridad (y buenas razones tenía), no parecía cosa sensata presentarse públicamente en el puerto a recibir delante de todo el mundo a un Pablo que llegaba como prisionero escoltado por la guardia romana. Sería tanto como si un líder de la resistencia francesa fuese al cuartel general nazi en París a saludar a un detenido amigo suyo al que traen a París para juzgarle. La ausencia de Pedro en el recibimiento, aunque sí estuviera en Roma, no es nada de extrañar. Sí es de extrañar que Lucas no haga nunca ninguna alusión a Pedro, pero eso lo veremos luego.

El otro argumento que vemos en ese fragmento final del libro de Hechos es la mención a que las autoridades judías de Roma se informaron del cristianismo por medio de Pablo. Eso parece más bien una exageración por parte de Lucas o una nueva figura literaria. Así como Marcos resalta la figura de Pedro, con quien estaba, Lucas resalta mucho la figura de Pablo, pues le acompañaba a él. No hace falta poner en duda que Pablo se reuniera con autoridades judías y les hablara de Jesús, pero cuando esto ocurre Roma lleva ya varias décadas de conflictos entre los judíos que siguen fieles a la ortodoxia judía y los cristianos, que han aceptado al Mesías. Ya comentamos que el mismo emperador tuvo que intervenir. En unas circunstancias así no resulta nada creíble que las autoridades judías romanas desconocieran en qué consistía el cristianismo y escucharan a Pablo con inocencia y curiosidad como si les trajera una novedad. Los mismos que dicen que esas autoridades no conocían el cristianismo porque Pedro no había estado en Roma, tendrían que explicar cómo se encontraban en la ignorancia y el desconocimiento después de violentos enfrentamientos con los cristianos durante años. Bien pudiera ser que cuando Pablo llegó Pedro aún no había estado nunca en Roma, pero también es perfectamente posible que Pedro estaba o había estado anteriormente y sin embargo Lucas se centra por completo en la figura de su amigo Pablo a quien da todo el protagonismo.

Pedro y Pablo en Roma

Medallón de Pedro y Pablo

Todos los argumentos que utilizan textos de Hechos y de Pablo para justificar que Pedro no estaba en Roma podrían tal vez tener la sencilla explicación de que antes del año 62 Pedro quizá no estuvo en Roma, o si había estado en algún viaje anterior los cristianos que le conocieron no fueron los mismos que Pablo conoció tras su llegada en el 61, siendo Roma una metrópolis tan superpoblada.

Otras críticas frecuentes provienen de la segunda carta a Timoteo, cuando Pablo, encarcelado y condenado a muerte, se queja de que todos le han abandonado excepto Lucas. Dicen que si Pedro estuviera en Roma con él no le habría abandonado. Según la tradición, Pedro fue martirizado más o menos por la misma época que Pablo, así que cuando Pablo se lamenta de que está solo, Pedro podría estar ya muerto, o encarcelado, u oculto en otra zona de la ciudad, nos encontramos en lo más duro de las persecuciones de Nerón. Muy probablemente Pablo escribió muchas más cartas de las que se han conservado, quizá en alguna de las desaparecidas sí habla de Pedro, pero tenemos solo lo que tenemos y es bien poco.

El único momento en el que el silencio de Pablo podría resultar extraño es entre el año 62 y el 67. Si en esos 5 años Pedro y Pablo estaban juntos en Roma ¿por qué Pablo no lo menciona en ninguna de las 4 cartas que escribió por entonces? Imaginemos que solo conservamos unas pocas cartas escritas por Napoleón y en ninguna de ellas menciona que estuviera casado con Josefina. No pensaríamos que eso prueba que Napoleón nunca se casó o que odiaba a su mujer, simplemente que en ninguna de sus cartas habló de su matrimonio sino de otras cosas.

De las 4 cartas que tal vez escribió Pablo desde Roma, la de Filemón es un asunto personal acerca de Onésimo y mencionar a Pedro no vendría a cuento. La de Efesios tampoco da a pie a ninguna mención a Pedro. Solo dos cartas romanas de Pablo (Colosenses y Timoteo 2) podrían haber mencionado a Pedro con naturalidad, pues las escribe desde prisión y menciona a otros compañeros que están con él, pero las dos son consideradas por la mayoría de los exegetas como no escritas por el mismo Pablo. Y aunque aceptemos la autoría de Pablo, solo demostrarían que en ese tiempo Pedro no estaba trabajando con él, o que aún no había llegado a Roma o que ya había sido encarcelado en otro sitio o incluso muerto. Todo el silencio en lo referente a Pablo se reduce a que no menciona a Pedro en esas dos cartas. Pero de todas formas mencionaremos también un argumento que explicaría por qué Pablo pudo quizá evitar el tema conscientemente.

El argumento de la clandestinidad

Primeros cristianos muertos en las catacumbas, por Giuseppe Mancinelli

En cuanto al supuesto silencio bíblico sobre la estancia romana de Pedro, los católicos recurren a un argumento que, sin ser definitivo, es bastante creíble dada la situación histórica del momento. En los años 50 la Iglesia está experimentando una rápida expansión y las autoridades romanas han pasado de ignorar a la nueva secta considerándola una rareza interna de los judíos a rechazarla y perseguirla. La persecución de Nerón empezó en el año 64 pero la animadversión contra los cristianos venía gestándose desde tiempo antes y eran despreciados por los judíos, por las autoridades romanas y por el pueblo en general, que les consideraba ateos, incestuosos y caníbales entre otras lindezas. La persecución fue el estallido final de todo ese rechazo a la «nuvea secta» cristiana. No sabemos seguro cuándo llegó Pedro a Roma, si fue varias veces, o cuántos años estuvo, lo único que la tradición tiene claro es que se encontraba allí durante la persecución de Nerón, que fue encarcelado y luego crucificado en torno al año 67, probablemente el mismo año que Pablo fue ejecutado.

Los cristianos de casi todas partes, pero muy especial en el centro del imperio, Roma, vivían su fe en la clandestinidad o al menos con cierto secreto, especialmente en cuanto comenzaron las persecuciones. Celebraban sus reuniones a escondidas, bien en casas bien en las catacumbas subterráneas y se comunicaban con símbolos crípticos como el pez para identificarse. Si temían por su vida, mayor era aún el peligro para los dirigentes. Ante un grupo sedicioso el proceder normal de Roma y de cualquiera era intentar acabar con sus líderes, como hicieron con Jesús, incluso mucho antes de decidir atacar directamente al grupo en general. Si hubieran sabido que Pedro estaba en Roma habrían ido a por él, y los cristianos sabían bien eso igual que hoy lo sabríamos nosotros. En tales circunstancias el comportamiento lógico de los cristianos sería mantener la estancia de Pedro en secreto para que no llegase a oídos indebidos. Este secreto también afectaría al correo, incluido el propio correo de Pedro y de Pablo. Un viajero que traslada una carta entrando o saliendo de Roma no tenía ninguna garantía de privacidad, los soldados fácilmente revisaban lo que entraba y salía de ella, incluidas cartas o documentos portados. Por el contrario, Pablo no necesitaba ocultar nada, cuando llega a Roma lo hace como prisionero del imperio y allí vivirá sus días arrestado o custodiado por las autoridades. Esa pudiera ser tal vez la causa de que Pedro no use la palabra “Roma” en su carta y también quizá la causa de que Pablo no hable nunca de Pedro.

El silencio de Lucas

El silencio de Lucas en el fragmento final de Hechos (cuando cuenta la llegada de Pablo a Roma) tampoco resulta sorprendente habida cuenta que desde el Concilio de Jerusalén se ha centrado exclusivamente en narrarnos las aventuras de Pablo, olvidándose de Pedro y los demás. En realidad Lucas nos da muchos detalles de lo que hizo Pablo en cada ciudad, pero cuando llega a Roma se limita a comentar que llegó, que habló con las autoridades judías tres días más tarde y a continuación termina el libro de Hechos con estas palabras:

[

Pablo vivió dos años enteros por sus propios medios, recibiendo a todos los que querían verlo, proclamando el Reino de Dios, y enseñando con toda libertad y sin encontrar ningún obstáculo, lo concerniente al Señor Jesucristo. (Hechos 28:30-31)
San Lucas

Lucas terminó de escribir su libro en torno al año 65, por eso no sabe nada de la muerte de Pablo pero nos cuenta que tras llegar a Roma «vivió dos años enteros» «sin encontrar ningún obstáculo». De esos dos años no nos cuenta nada, tan solo que proclamó el Reino de Dios. Por tanto Lucas considera que su historia termina con la llegada de Pablo a Roma y con tres pinceladas remata su libro sin más. No es de extrañar en absoluto que no se ocupe de contarnos nada de la iglesia de Roma ni de Pedro aunque ya estuviera allí. En realidad ni siquiera hace mención al inicio de la persecución de Nerón, con lo cual el libro debió terminarlo antes del año 64, lo que encaja con la fecha del año 61 (+2= 64) como llegada de Pablo a Roma. Pero este abrupto final no es algo nuevo en Lucas. Miremos el final de su primer libro, el Evangelio según San Lucas. Tras describirnos la Ascensión de Jesús al cielo simplemente añade:

[

Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios. (Lucas 24:52-53)

El lector se podría quedar extrañado de que no nos dijera nada más ni contase nada de qué hicieron esos discípulos, pero Lucas terminó su libro con la intención de escribir otro libro entero precisamente para contarnos eso que nos deja tan oculto aquí: el libro de Hechos de los Apóstoles, que empieza justo donde el otro terminó:

[

En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo... (Hechos 1:1-2)

Y a continuación nos cuenta lo que hicieron los apóstoles, aunque pronto se centra ya solo en Pablo. Es muy posible que cuando Lucas finalizó su libro de Hechos de un plumazo tras narrar la llegada a Roma, estuviera igualmente pensando en escribir otro libro contando la labor de Pablo en Roma y probablemente en otras ciudades (sabemos que Pablo tenía intención de ir a España). Pero ese tercer tomo nunca se escribió, quizá porque la muerte de Pablo le sorprendió inesperada o incluso porque él mismo perdiera la vida. De haber escrito un tercer tomo sin duda tendríamos respuestas a muchos de nuestros actuales interrogantes.

Para terminar con Lucas digamos que tampoco es la primera vez que silencia a Pedro. Cuando narra el primer viaje que hizo Pablo a Jerusalén tras su conversión, sabemos por el propio Pablo que fue allí porque quería conocer a Pedro, y pasó tres días con él (Gálatas 1:18), pero Lucas cuando nos narra ese viaje en Hechos dice solo que Bernabé le defendió ante los demás, y ni siquiera menciona a Pedro ni al hecho de que Pablo fue a Jerusalén precisamente para conocerlo (Hechos 9:26). Este silencio sobre Pedro es aún más extraño que el de Roma, pues Pablo fue a Jerusalén con la finalidad expresa de conocer a Pedro y Lucas no dice nada de él (más fácil pues sería no hablar de Pedro en Roma porque Pablo no fue a Roma para verle a él). En este caso sabemos que Pedro sí estuvo con Pablo porque una de las dos fuentes lo menciona, aunque la otra no. Ahora en Roma digamos que solo conservamos la fuente que no. Igualmente Hechos nos describe cinco visitas de Pablo a Jerusalén, mientras que por la información que Pablo da en sus propias cartas solo vemos cuatro visitas, así que Pablo está silenciando una de ellas (que no negando). Baste solo esos dos casos (hay muchos más) como ejemplo de que Lucas a veces silencia cosas, y que Pablo a veces silencia cosas, y lo silenciado podría ser negado de no ser porque tenemos otra fuente que lo afirma. También la presencia de Pedro en Roma podría perfectamente ser uno de estos casos silenciados, aunque no se conserva una fuente que lo afirme… hasta varias décadas después, ya fuera de la Biblia.

Otros argumentos en contra

Hay otros dos testimonios bíblicos que frecuentemente se utilizan para decir que Pedro no predicó en Roma:

1- Pedro fue comisionado para los judíos, no los gentiles.

Frente al énfasis que los negacionistas ponen en que Pablo es el apóstol de los gentiles y no Pedro, tenemos en el discurso de Pedro en el concilio: “Pedro se levantó y les dijo: hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y creyeran” (Hechos 15:7). Es de notar que es el propio Pablo el que insiste mucho en que él es el apóstol de los gentiles, pero no implica esto que ningún otro apóstol pudiese predicar a los no judíos sino solo que Pablo “se especializó” en los gentiles igual que Pedro en los circuncisos. Igual que vemos a Pablo predicando también a los judíos, no hay razones para pensar que Pedro tenía prohibido predicar a los paganos, y de hecho lo hizo.

2- Pablo dice en su carta a los romanos (antes de ir a Roma) que prefiere no predicar en donde otros están predicando “para no edificar sobre fundamento ajeno” (15:20).

Frente a esto podemos decir que Pablo no fue a Roma por decisión personal ni para fundar allí una iglesia, sino porque luego le llevaron allí arrestado, así que esto no es ninguna prueba que demuestre que Pedro no pudo haber predicado en Roma antes de su llegada, fuera o no fuera ese el caso. También habría podido elegir ir a Roma como base de operaciones para sus viajes por Occidente, como ya comentamos. Y también, siendo Roma tan enorme, había sitio de sobra para que dos e incluso más apóstoles predicasen sin estorbarse mutuamente, por así decirlo. O bien Pedro llegó después de Pablo, o sencillamente Pablo cambió de opinión al respecto.

Veamos ahora testimonios bíblicos y extrabíblicos que apoyan la idea de que Pedro fue el primer líder de la Iglesia Romana (junto con Pablo).

Carta de Pedro en Babilonia

El primer testimonio que podemos utilizar nos viene del mismo Pedro que dice así en una de sus cartas (año 62):

[

La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan. (1 Pedro 5:13)
Murallas de Babilonia

En el siglo I tanto judíos como cristianos se refieren a veces a Roma con el epíteto de “Babilonia” cuando la consideran la ciudad que los ha conquistado, así que sería natural considerar que Pedro está escribiendo la carta desde Roma, no desde la auténtica Babilonia. Algunos dicen que en realidad se refería a la ciudad de Jerusalén, pero eso chocaría de plano con el uso que los judíos hacían de la palabra “Babilonia”, símbolo de toda iniquidad, frente a Jerusalén, símbolo de toda santidad. El débil argumento de “si Pedro hubiese querido decir ‘Roma’ habría dicho ‘Roma’” no se sostiene ni encuentra ningún apoyo bíblico. Querer interpretar esta “Babilonia” como Jerusalén o como la Babilonia original solo resulta atractivo si tu verdadera motivación es evitar la idea de que Pedro estuvo en Roma. Este uso alegórico de Babilonia como forma frecuente de referirse a Roma como enemiga está también atestiguado fuera de la Biblia en obras judías del siglo I como “Apocalipsis de Baruc”, pero veamos una de las citas bíblicas:

[

¡Ay, ay! ¡La gran Ciudad, Babilonia, la ciudad poderosa! Bastó una hora para que recibieras tu castigo. (Apocalipsis 18:10)

Varias veces en el Apocalipsis se hace referencia a esa ciudad que persigue a los santos de Dios y que será castigada al final de los tiempos. En medio de las persecuciones del siglo I es evidente que se está hablando de Roma, y así lo suelen interpretar también muchos los protestantes encantados de poder añadir que esa Roma no es la Roma imperial sino la de los papas. Sin embargo a la hora de aplicar la misma vara para medir la cita de San Pedro algunos prefieren desechar esa misma idea y así poder decir que Pedro nunca estuvo en Roma, sobre todo si consideran que ningún documento fuera de la Biblia tiene validez (en cuyo caso habría que creer que Pedro, tras varios años predicando, sencillamente desapareció de este mundo). El mismo Nuevo Testamento nos ofrece testimonio explícito del uso de nombres simbólicos para referirse a ciertas ciudades:

[

Sus cadáveres yacerán en la plaza de la gran Ciudad –llamada simbólicamente Sodoma y también Egipto– allí mismo donde el Señor fue crucificado. (Apocalipsis 11:8)

En época de San Pedro la Babilonia original estaba abandonada o, en el mejor de los casos, era ya poco más que un villorrio sin importancia con beduinos viviendo entre sus ruinas, lejos de poder ser llamada “La gran ciudad” o “Babilonia la Grande”. La decadencia de la antigua Babilonia había empezado tras la muerte de Alejandro Mago. En torno al 300 a.C. los habitantes de la ciudad fueron en buena parte trasladados a la nueva capital, Seleucia, y ya en el año 141 a.C., cuando los partos conquistan la zona, Babilonia es una pequeña ciudad sin importancia. A partir del año 10 a.C. la ciudad cesa de darnos información alguna y solo nos quedan algunos comentarios dejados por historiadores extranjeros. A principios del siglo primero el historiador griego Diodoro Siculo dice que solo una pequeña parte de la ciudad permanece aún habitada y el también griego Estrabón, geógrafo, describe la ciudad como “en su mayor parte abandonada”; y bien poco habitada estaría porque entrando ya en el siglo II tenemos el testimonio de otro geógrafo griego, Pausanías, que dice que entre las ruinas de la ciudad solo queda ya en pie un templo y las murallas y Luciano, sofista griego, dice a mediados del II que pronto la gente se pondrá a buscar cuál pudo ser el paradero de Babilonia al igual que ocurría con la desaparecida Nínive. Parece pues que en tiempos de Pedro Babilonia es una ciudad en ruinas, como mucho con algún pequeño barrio aún habitado o probablemente ya ni eso.

Es frecuente oír, sin embargo, que en época de Pedro había una importante comunidad judía en Babilonia y que fue esa comunidad la que escribió o compiló más tarde el famoso “Talmud de Babilonia”. Esto es un error. El Talmud de Babilonia se compiló entre los siglos III y V pero no en Babilonia, sino en varias ciudades mesopotámicas. Se llama “de Babilonia” porque recoge la tradición rabínica heredera de la antigua escuela de Babilonia gestada durante el Exilio. También se puede encontrar a veces el argumento de que el lenguaje original de la carta de Pedro es el arameo, idioma hablado en Babilonia. Esto no es problema de protestantes o negacionistas, sino de gente poco informada. El arameo no era solo el idioma “de Babilonia” sino también el de Jesús y Pedro, pues hacía siglos que en Palestina se hablaba también arameo. Pero resulta que la carta de Pedro no fue redactada en arameo, sino en griego.

En ninguna fuente encontramos a Pedro asociado a dicha ciudad salvo por esta enigmática referencia. Ninguna tradición conserva lo que habría sido un gran honor para los cristianos de la zona ni nadie nunca da muestras de haber oído nada semejante. Tampoco (por si alguien riza el rizo) la pequeña Babilonia que existía en Egipto reclamó nunca conexión con Pedro, aunque tenía la excusa perfecta y hubiera logrado con ello la fama que nunca tuvo. La Iglesia Oriental no reclamó ninguna conexión con Pedro hasta mucho más tarde, pero nunca rechazó la conexión de Pedro con Roma. No fue hasta la ruptura protestante del XVI cuando por primera vez surge la idea de que la Babilonia de la epístola petrina pudiera verdaderamente referirse a la ciudad del Éufrates. Para entonces ya habían olvidado que la Babilonia del siglo I era solo un montón de ruinas (un ejemplo más de lo que puede ocurrir cuando se estudia la Biblia ignorando por completo la tradición).

Pero en esta carta se encuentra también un dato, de nuevo ambiguo pero interesante. El comienzo de la carta nos dice que va dirigido a los extranjeros dispersos por Ponto, Galacia, etc. Así suele traducirse, pero si leemos el texto original veremos que la frase griega es ambigua y admite dos interpretaciones:

Texto original: Πέτρος ἀπόστολος Ἰησοῦ Χριστοῦ ἐκλεκτοῖς παρεπιδήμοις διασπορᾶς Πόντου, Γαλατίας, Καππαδοκίας (1 Pedro 1:1)
Traducción posible Nº1: Pedro, apóstol de Jesucristo: A los forasteros de la diáspora de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia.
Traducción posible Nº2: A los forasteros procedentes de Ponto, Galacia…

La expresión griega διασπορᾶς Πόντου (diasporas Ponton, procedentes de la diáspora de Ponto) puede significar «(romanos) forasteros en Ponto» o «forasteros (en Roma) procedentes de Ponto» igual que «el turismo de España» pude referirse a los turistas extranjeros que visitan España o a los españoles que hacen turismo en el extranjero.

Si suponemos que Pedro se dirigía a los inmigrantes asiáticos que vivían desarraigados en las llamadas «ínsulas» (como ciudades satélite o arrabales pobres rodeando Roma), entonces se ve desde otro punto de vista algunas palabras de Pedro, ellos son «gente de paso y extranjeros» (2:11) que residen en un país extranjero, «paroikía» (1:17), no en el sentido figurado de que los cristianos somos ciudadanos del cielo que estamos en la tierra como extranjeros de paso, sino en el sentido literal. Su referencia a que les escribe desde Babilonia sería hablando de Roma no como la ciudad-imperio que oprime a los cristianos, sino la gran urbe que oprime a los inmigrantes marginados que viven en sus arrabales. Desde este enfoque se entendería mejor que la carta les habla a estos cristianos de la Iglesia como la madre, el hogar, que se preocupa y quiere velar por ellos. Eso es precisamente lo que necesitan esos expatriados de las «favelas», una comunidad que les acoja y les de cobijo.

Por tanto, si la traducción segunda fuera la correcta, sería aún más evidente que Pedro estaba escribiendo desde Roma, y saluda a los cristianos de los suburbios en nombre de la Iglesia de Roma, la del centro de la ciudad, por decirlo de alguna forma. Eso encajaría también con la idea comentada de que la numerosa comunidad de cristianos en Roma estaba dispersa y fragmentada, al menos a mediados del siglo primero.

La conexión con Marcos

Pero además de la referencia a Babilonia, la despedida de la primera carta de Pedro nos da otro dato importante:

[

La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan. (1 Pedro 5:13)
El evangelista San Marcos

La mención que hace a Marcos, que está con él, podría ser igualmente reveladora. Esto nos permite compararlo con otra carta que escribe por entonces Pablo a los colosenses. Es el año 60-61 y Pablo ha llegado ya a Roma, en su carta también dice que está con él Marcos:

[

Os saludan Aristarco, mi compañero de cautiverio, y Marcos, primo de Bernabé, acerca del cual recibisteis ya instrucciones. Si va a vosotros, dadle buena acogida. (Colosenses 4,10)

Vemos que por la misma época tanto Pedro como Pablo afirman estar con Marcos, y por Pablo sabemos que Marcos estaba en Roma, por tanto Pedro también. Este Marcos parece ser San Marcos, quien luego será el evangelista, y cuando Pedro lo llama “mi hijo Marcos” no se refiere a que sea hijo suyo, pues esa es una forma frecuente usada por hombres mayores para referirse a un joven por quien siente gran amistad y afecto (lo mismo hace Pablo cuando dice «te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión» en Filemón 1:10, siendo Onésimo un esclavo converso). La tradición lo identifica con el “Juan, llamado Marcos” que aparece varias veces en el libro de Hechos y parece que Pedro tenía buena relación con su familia, pues se refugia en casa de su madre cuando escapa de la cárcel (Hechos 12:12).

Los negacionistas argumentan que la Biblia no nos permite encontrar una época en la que Pedro pudiera haber marchado a Roma, pero si consulta el Anexo B al final de este artículo verá que tuvo muchas ocasiones. Y ya nada más podemos deducir de Pedro a partir de la Biblia. Vemos que sabemos bien poco de sus viajes, pero también vemos que hay un amplio margen para suponer que estuvo en Roma incluso en más de una ocasión. Teniendo en cuenta que su muerte se cree que fue en torno al año 67, nada en la Biblia impide que sus últimos años hubieran transcurrido en Roma, o también otras épocas anteriores.

Testimonios extrabíblicos

Quizás la evidencia más antigua sobre el martirio de Pedro (en el 67-68) fuera de la Biblia nos llega de un escrito apócrifo llamado la “Ascensión de Isaías”, escrito a finales del siglo primero o principios del segundo:

Entonces surgirá Beliar, el gran príncipe, el rey de este mundo, que ha gobernado desde sus orígenes, y descenderá de su firmamento en forma humana el rey de la maldad, asesino de su madre, quien a su vez es el rey de este mundo, y él perseguirá la planta que los 12 apóstoles del Amado han plantado, uno de los 12 será entregado en sus manos. (La ascensión de Isaías Cap. 4:2)

Esta es una referencia clara al emperador Nerón, que asesinó a su madre Agripina y crucificó a Pedro, aunque envuelto en los misterios del lenguaje de la profecía. No puede referirse a Pablo porque aunque lo consideremos un apóstol, ciertamente no es «uno de los doce», Pedro sí. También a finales del siglo primero (año 98) tenemos la Carta a los Corintios, de San Clemente, donde hablando de la iglesia de Roma nos hace referencia a la muerte de Pedro y de Pablo:

San Clemente Romano

[

Pero, dejando los ejemplos de los días de antaño, vengamos a los campeones que han vivido más cerca de nuestro tiempo. Pongámonos delante los nobles ejemplos que pertenecen a nuestra generación. Por causa de celos y envidia fueron perseguidos y acosados hasta la muerte las mayores y más íntegras columnas de la Iglesia. Miremos a los buenos apóstoles. Estaba Pedro, que, por causa de unos celos injustos, tuvo que sufrir, no uno o dos, sino muchos trabajos y fatigas, y habiendo dado su testimonio, se fue a su lugar de gloria designado. Por razón de celos y contiendas Pablo, con su ejemplo, señaló el premio de la resistencia paciente.

De entre los textos históricos que conservamos del siglo II citaremos los más reconocidos.

Ignacio de Antioquía en su carta a los romanos (año 107) recuerda expresamente a Pedro y Pablo como líderes en la Iglesia romana: «No os mando yo como Pedro y Pablo«, dice.

Tertuliano, en su libro “Prescripción contra los Herejes” nos hace dos menciones:

[

Pero si estás cerca de Italia, ahí está Roma, donde la autoridad está a nuestro alcance también. Qué feliz iglesia aquella en la que los apóstoles derramaron toda su doctrina con su sangre; donde Pedro tuvo una pasión semejante a la del Señor [= crucifixión], donde Pablo fue coronado con la muerte de Juan [el Bautista, o sea, cortaron su cabeza]. (Prescripción contra los Herejes, 36)

[

Esta es la manera en que las iglesias apostólicas transmiten sus listas: como la iglesia de Esmirna, que registra que Policarpo fue colocado allí por Juan; como la iglesia de Roma, donde Clemente fue ordenado* por Pedro.

(*ordenado sacerdote, pero nombrado obispo lo sería más tarde, pues el primer sucesor de Pedro fue Lino)

Y por esa misma época nos dice Dionisio de Corinto en una carta dirigida al papa Soter:

[

Tú, por tu propia admonición, has unido en una sola la simiente hecha por Pedro y  por Pablo en Roma y en Corinto; pues los dos de igual modo sembraron también en nuestra Corinto y nos enseñaron, y los dos, enseñando del mismo modo en Italia, sufrieron el martirio a la vez.

O estos otros textos de finales del II:

[

Está atestiguado que Pablo murió decapitado en la propia Roma, y Pedro, de igual manera, fue crucificado, durante el reinado de Nerón. El acontecimiento está confirmado por los nombres de Pedro y Pablo en los cementerios de allí, donde permanecen hasta este momento. También es confirmado por uno de los principales de la Iglesia, de nombre Cayo, que vivió en tiempos de Zósimo, Obispo de Roma. (Cayo, "Controversia con Próculo", año 198)

[

Las circunstancias que ocasionaron los escritos de Marcos fueron estas: Cuando Pedro predicó públicamente la Palabra en Roma y declaró el evangelio por el Espíritu, muchos de los presentes pidieron que Marcos, que había sido durante largo tiempo su seguidor y que recordaba sus dichos, escribiera lo que había sido proclamado. (Clemente de Alejandría, “Bosquejos”, año 200)

En el año 190 Ireneo, en “Contra los Herejes”, dijo que Mateo escribió su Evangelio «mientras Pedro y Pablo estaban evangelizando en Roma y echando los cimientos de la Iglesia«. Algunas líneas más abajo hace notar que Lino fue nombrado sucesor de Pedro y que los siguientes de la lista fueron Anacleto (conocido también como Cleto) y Clemente Romano.

La crucifixión de San Pedro, por Filippino Lippi

También hacia finales del siglo II se escribió en Asia Menor el evangelio apócrifo de San Pedro, donde se recoge toda la información que por entonces circulaba sobre la vida de este. En ella se dan ya detalles sobre predicaciones de Pedro, su época en Roma y ahí es donde por primera vez se nos detalla cómo fue esa crucifixión: bocabajo (el historiador Flavio Josefo en el s. I nos cuenta que a veces, por diversión, se crucificaba a los condenados en diferentes posiciones, así que resulta creíble). Este evangelio no es reconocido como canónico, pero como documento histórico resulta igualmente valioso y en cualquier caso muestra lo que los cristianos contaban sobre Pedro un siglo después de su muerte. La muerte de Pedro por crucifixión también aparece en el evangelio de Juan, escrito poco después de morir Pedro:

[

[dijo Jesús a Pedro:] Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras». De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios.  (Juan 21, 18-19)

Estos son solo algunos testimonios del siglo II de entre los muchos que hay, y muchos más aún encontraremos en el siglo III. La tradición (y la Biblia) nos sitúa a Pedro en Antioquía y desde allí se trasladó a Roma, probablemente ya en tiempos de la persecución de Nerón tal como nos dice Lactancio:

Cuando Nerón aún reinaba, Pedro llegó a Roma, donde, en virtud de ciertos milagros que obró por el poder de Dios que le había sido conferido, convirtió a muchos a la virtud y estableció un firme y tenaz templo a Dios. (Lactancio, “La muerte de los perseguidores”)

Y a pesar de todos estos testimonios históricos, el famoso teólogo presbiteriano Loraine Boettner afirma que sobre la conexión de Pedro con Roma “no hay prueba histórica de ninguna clase” y que “todo se basa en la leyenda». Él, como muchos correligionarios suyos, a menudo consideran pruebas históricas solo lo que aparece en la Biblia, y todo los demás son leyenda a menos que confirmen sus propias tesis. Pero veamos también qué puede aportarnos la arqueología.

La tumba de San Pedro

La tradición señala la colina Vaticana como lugar de enterramiento de Pedro, precisamente por ese motivo se construyó a finales del siglo primero o principios del segundo una especie de oratorio. Allí levantó Constantino una basílica que finalmente fue sustituida por la actual Basílica de San Pedro, con el baldaquino de Bernini colocado justo encima del punto sobre el que se suponía que estaba enterrado el apóstol. Durante la primera mitad del siglo XX se iniciaron excavaciones arqueológicas para determinar si realmente se encontrarían los restos de Pedro debajo de la basílica. Finalmente, en 1950, el papa Pío XII pudo anunciar que los arqueólogos habían encontrado la tumba de Pedro y la habían identificado claramente como tal. No fue “unos cuantos huesos de dudoso origen” lo que allí abajo encontraron (como dice un libro), sino algo mucho más significativo.

Catacumba de San Pedro

Cuando al hacer la excavación para enterrar a Pío XI apareció un mosaico, Pío XII mandó que siguieran excavando, y 6 metros bajo el suelo de la basílica actual apareció la necrópolis (= ciudad de los muertos), un importante cementerio del siglo I con sus calles y casas mortuorias. En él aparecen mau­soleos de familias importantes de Roma, como los Flavios, los Valerios. La necrópolis se fue excavando cuidadosamente para no dañar la basílica actual. Ahora el visitante puede caminar por las mismas calles por las que pisaron los cristianos del siglo I de camino a la tumba de Pedro, con panteones y tumbas a los lados. Finalmente se llega a una tumba sobre la cual quedan los restos de una pequeña iglesia construida encima. Allí, en una pequeña cámara, se encontró una tumba vacía (?). Por las paredes encontramos grafiti de los peregrinos alusivos a Pedro, como es normal en los sitios de peregrinación de la época, hechos con un punzón sobre el enlucido de los muros. Pero no vemos varios grafiti,  sino una autentica maraña de ellos, como por ejemplo: “Pedro, ruega por los cristianos que estamos sepultados junto a tu cuerpo”. Otra inscripción es el logotipo de Pedro, que era como una P y en el palo vertical tres rayas horizontales imitando una llave con el significado de “Pedro el de las llaves” (aún hoy la cruz papal tiene tres tramos horizontales). También aparecen monedas de la época y posteriores, imperiales y de diferentes procedencias de Europa, supuestamente arrojadas a la tumba como ofrenda. Esta tumba tiene un añadido a su alrededor, un muro que la protege de las frecuentes filtraciones de agua que se producen en la ladera vaticana, las demás tumbas no cuentan con esa protección.

Tumba de San Pedro

En una de las paredes, pintada de rojo (el resto son blancas) se ve otro grafiti con las siguientes palabras, simples pero claras: Hic est Petrvs (aquí está Pedro). Dentro de la pared se descubrió un nicho forrado de mármol. En su interior, envuelto en restos de tela púrpura y oro, estaban los huesos de Pedro, teñidos de rojo por el efecto de la tela. Los huesos contienen restos de tierra de esa tumba vacía cercana y corresponden a un varón de complexión robusta de unos 65-70 años de edad. Parece que los primeros cristianos enterraron a Pedro allí tras la crucifixión y allí mismo iban a venerarlo. Unos treinta años después, el papa Anacleto construyó allí un oratorio. Más tarde, quizá en tiempos de Constantino, se construyó el nicho de mármol, sacaron los huesos de esa tumba que ahora aparece vacía, y los colocaron envueltos en el rico paño dentro del actual osario (todavía están los hilos de oro intactos). Encima, sobre una gran explanada de tierra echada para nivelar la cuesta y que sepultó la necrópolis original, se construyó la basílica constantiniana, que sería el mosaico que los obreros descubrieron, y posteriormente, derribada esta, la basílica de San Pedro. Las ridículas descripciones de la tumba que se pueden leer en ciertas páginas de Internet se pueden desmontar muy fácilmente: vaya al Vaticano y visite la necrópolis y la tumba, y entonces haga caso de lo que ven sus ojos y no de lo que describen personas que, evidentemente, no saben de lo que hablan o, peor aún, sí lo saben.

Conclusión

Si hoy sabemos mucho de Pablo y poco de Pedro es porque el libro de Hechos nos cuenta mucho del primero y muy poco del segundo. Pero para la iglesia del siglo primero Pedro era mucho más importante que Pablo. Si Pedro no hubiera estado en Roma sino en otra ciudad, no es creíble que una generación después nadie recordase nada sobre la verdadera historia de Pedro, ni siquiera los de esa otra ciudad donde supuestamente predicó y murió, y de repente en todas partes aceptasen una historia inventada por Roma como auténtica. Poca gente podía leer la Biblia (o cualquier otra cosa) pero sin duda las comunidades cristianas aún bullían con noticias sobre lo que padres y abuelos vivieron de primera mano. Cuando un texto es ambiguo debemos preguntar a los testigos, pues la Biblia nunca podrá explicarse a sí misma, pero los cristianos de entonces sabían bien de qué hablaban; no dependían de la interpretación de un texto, sino del testimonio de mucha gente diferente. Los católicos no tenemos que preguntarnos qué pudo pasar en el siglo I, tenemos una memoria histórica que se remonta a los cristianos de entonces y no tenemos motivos para dudar de sus recuerdos a menos que la evidencia fuera contundente. Tampoco es aquí el caso.

Se puede utilizar la historia como apoyo a los textos bíblicos, pero cuando pretendemos utilizar los textos bíblicos para enseñar historia, la Biblia es solo un libro antiguo más, no el que decide qué fue o no fue. La revelación se limita a las verdades de fe, Dios nunca utilizó la Biblia para enseñarnos historia ni geografía ni ciencia, esos conocimientos pertenecen únicamente al esfuerzo del hombre y pueden contener error. Cierto que en este caso los textos bíblicos son en principio más fiables porque son más antiguos que los textos extrabíblicos, pero vemos que su testimonio es compatible con la creencia de que Pedro sí hubiera estado en Roma. La Biblia no demuestra que esto sea falso, simplemente no dan ninguna información clara al respecto, y algunos pasajes se pueden interpretar fácilmente como a favor de las tesis tradicionales.

La Edad Antigua no era muy pródiga en dejar documentos escritos, y menos aún en el caso de una comunidad por entonces clandestina como la cristiana; muchos de sus textos y libros no han llegado a la actualidad. Esa falta de noticias directas es aún más patente en el caso que nos ocupa. Por la razón que sea, lo cierto es que es muy poco lo que sabemos de la iglesia de Roma en el siglo I, mucho menos que de las otras primeras comunidades, tal vez porque siendo el epicentro de las persecuciones casi todos sus textos hayan sido destruidos antes o después. Sabemos más de Antioquía, Éfeso o Corintio que de Roma, y sin embargo a finales del siglo I teníamos en Roma la comunidad cristiana más numerosa de todas (el historiador pagano Suetonio la califica de «ingente muchedumbre» en una ciudad de un millón de habitantes). Hasta mediados del siglo II los testimonios de esta comunidad romana son, a pesar de su tamaño, apenas unos cuantos. Es sobre todo a mediados del II cuando tenemos comentarios de dentro y fuera de Roma dándonos detalles de esa comunidad primitiva.

A este silencio sobre Roma se une el silencio bíblico sobre Pedro a partir del Concilio de Jerusalén, con solo unas cuantas alusiones y una carta (la segunda se cree que es ya de un discípulo suyo). La Iglesia Católica puede rellenar en parte ese hueco con los testimonios conservados del siglo II, pero los protestantes suelen centrarse solo en lo que tenemos del siglo I, y algunos se limitan solo al testimonio bíblico, que en la época que nos concierne se limitaría a lo poco que nos dice Pablo y Lucas, que en realidad son el mismo testimonio pues estaban juntos. Este vacío de información se ha visto, a ojos de estos negacionistas, como una buena oportunidad para negar la presencia de Pedro en Roma, y la han aprovechado. Si tuviéramos mucha información sobre la iglesia romana de los años 60-70 y por ningún lado se mencionara a Pedro entonces sería más complicado afirmar que sin embargo estuvo allí, pero si lo único que sabemos es lo poco que nos dice Pablo y de esa información lo único que sabemos de Pedro es que Pablo no lo menciona, entonces la tesis de esos negacionistas consiste básicamente en rellenar el vacío utilizando sus deseos y su imaginación. La Iglesia Católica también rellena ese vacío, pero lo hace utilizando datos de la etapa siguiente, cuando ya sí tenemos testimonios sobre Pedro que comienzan a partir de los años 90 y siempre se dice que Pedro dirigió la iglesia romana junto con Pablo, y que ambos murieron allí martirizados. Ni uno solo de esos testimonios contradice tales noticias. El silencio del siglo I sobre Pedro no se puede utilizar como la prueba de que los testimonios del siglo II son falsos.

«La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia». Y es que los argumentos del silencio puede funcionar en ambos sentidos. Por ejemplo, mientras que se podría tratar de negar que Pedro no fue a Roma (porque la Biblia no lo dice), se pude también decir que la Biblia no niega tampoco que Pedro si fue a Roma (porque la Biblia no lo niega). Pero este argumento por sí mismo sería muy pobre de no ser por la temprana evidencia extrabíblica con la que contamos. Si la Biblia no lo niega (incluso lo sugiere) y los testimonio históricos posteriores lo afirman, el resultado debe ser afirmativo.

Estatua de San Pedro en Roma

ANEXO A: Cronología del siglo I

(algunas fechas son aproximadas o discutidas)
33- Muerte y Resurrección de Jesús. Pentecostés
35-50- Marcos escribe su evangelio
50- Concilio de Jerusalén (Hechos ya no vuelve a mencionar a Pedro)
50- Por esta época se escribe la Didaché, el más antiguo texto cristiano extrabíblico conservado*
58- Carta de Pablo a los romanos
59- Lucas escribe su evangelio
60- Pablo es detenido y enviado a Roma
61- Silencio bíblico sobre Pedro. Ya no se vuelve a mencionar a Pedro ni siquiera en alguna epístola
61- Pablo llega a Roma.
62- Carta 1 Pedro. Pedro está en Roma (¿cuándo llegó?)
63- Lucas termina Hechos de los Apóstoles
63- Pablo es puesto en libertad
63-67- Pablo probablemente hizo varios viajes (¿viajó a España?)
64- Inicio de la persecución de Nerón
66- Mateo escribe su evangelio.
67-68- Pedro y Pablo son encarcelados y ejecutados
60-70- Mateo escribe su evangelio
68- Fin de la persecución de Nerón
70- Destrucción de Jerusalén y del Templo
65-98- Juan escribe su evangelio
95- Juan desterrado a Patmos y escribe el Apocalipsis
95- Por estos años se escribe El Pastor de Hermas, segundo escrito cristiano extrabíblico más antiguo conservado*
98- Muere Juan. Fin de la era apostólica.
98- Carta de Clemente I a los coríntios. Era de los Padres Apostólicos.*

* Estos 3 libros eran considerados canónicos por muchas iglesias del siglo II-IV


ANEXO B: Los viajes de Pedro según la Biblia

Veamos muy resumidamente lo poco que la Biblia nos cuenta sobre los viajes de Pedro para demostrar que Pedro pudo haber viajado a Roma en varias ocasiones sin contradecir con ello los escasos datos bíblicos:
 
Año 36
Pedro y Juan van a organizar la Iglesia de Samaria. San Pablo se convierte camino a Damasco. Pedro hace numerosos viajes misioneros que incluyen Lida, Joppe y Cesárea y otras ciudades que no se especifican. Entre esas ciudades pudo haber estado Roma, o no (Hechos 9:32).
Año 40
Pablo viaja a Jerusalén a visitar a Pedro.
Año 42-44
Herodes comienza la persecución contra los cristianos. Muere Santiago, Pedro es apresado y liberado milagrosamente. Al salir, “marchó a otro lugar” (Hechos 12:17). La tradición suele situar la primera visita de Pedro a Roma en este punto.
A partir del año 46
Pablo hace varios viajes apostólicos. Nada se dice sobre dónde está Pedro ni qué está haciendo, podría estar en Roma.
A partir del año 48
Pablo regresa a Jerusalén. Seguimos sin saber nada de Pedro.
A partir del año 50
Pedro y Pablo regresan con motivo de la celebración del Concilio de Jerusalén.

Y después del concilio el libro de Hechos no vuelve a hablar de Pedro, pero todavía podemos sacar algún dato suelto de las epístolas:
 
A partir del año 51
Pablo escribe la carta a los tesalonicenses. En su posterior carta a los Gálatas menciona una discusión que tuvo con Pedro en Antioquía, lo que confirma la tradición de que Pedro estuvo en aquella ciudad antes de ir a Roma. Esta estancia en Antioquía pudo ser antes o después del concilio de Jerusalén, pero muy probablemente después.
A partir del 54
Pablo escribe a los corintios desde Éfeso y hace referencia a un grupo de seguidores de Pedro, con lo cual sabemos que antes de esta fecha Pedro estuvo una o más veces en Éfeso.
A partir del 57-58
Pablo escribe 2 Corintios, Filipenses y Gálatas. Escribe luego su Carta a los Romanos. Se dirige a una comunidad de cristianos ya establecida allí pero en sus saludos no menciona a Pedro.
A partir del 58-60
Pablo vuelve a Jerusalén. Los judíos de Antioquía le acusan y el tribunal romano le encarcela durante dos años. Desde la cárcel escribe su carta a Filemón.
A partir del 61-62
Pablo es enviado preso a Roma. Allí escribe su carta a los colosenses (año 62). Más o menos por entonces tenemos ya a Pedro en Roma, pues ambos mencionan la compañía de Marcos, Pablo en Colosenses 4:10 y Pedro en 1 Pedro 5:13.

Fin

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Comentarios

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25 respuestas a “¿Estuvo Pedro en Roma? Nacimiento de la iglesia romana”

  1. Avatar de luis carranza
    luis carranza

    La información que brindan no es concluyente para asegurar que Pedro estuvo en Roma. De hecho en carta a los Romanos, Pablo en ningún momento manda saludos a Pedro; lo cual seria poco probable de que así fuese si estuviera Pedro en Roma.

    Por otra parte, en Hechos vemos que Pablo para los gentiles y Pedro para los Judíos; lo cual mas que referirse a un grupo de personas se refería a una zona geográfica.

    Esto lo comento con todo respeto; pero creo que no podemos asegurar algo que no es concluyente.
    Saludos y sigan bendecidos

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      Gracias Luís. Lo de los saludos de Pablo ya lo comentamos en el artículo. En cualquier caso no podemos olvidar que nosotros estamos muy lejos de los acontecimientos y si sólo miramos los textos bíblicos tienes razón que no es concluyente. Pero es que no tenemos sólo la Biblia, tenemos toda la tradición de la Iglesia que desde el siglo primero ya nos cuenta que Pedro estuvo en Roma, así que si ellos lo dicen no hay motivos para dudarlo, a menos que la Biblia nos diera argumentos concluyentes para lo contrario. No hay que demostrar que Pedro estuvo en Roma, eso ya lo sabemos, son los que niegan que Pedro estuviera en Roma los que tendrían que ofrecer pruebas concluyentes para demostrar que lo que la tradición nos ha transmitido a través de los siglos no es cierto.
      Saludos y bendiciones a ti también Luís, gracias por participar.

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  2. Avatar de Nino Armenta
    Nino Armenta

    Excelente análisis y muy bien fundamentado.
    Nos ilustra mucho más para sustento de nuestra fe.

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  3. Avatar de Julian Morales
    Julian Morales

    Cristo no necesita Vicarios ni representantes humanos en la tierra. el ya mando al paracleto . esa es la voluntad de Dios y no la de los hombres…
    por lo demás solo nos resta esperar su juicio. sea arqueólogos, historiadores ni Teólogos… etc.

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      Cristo no necesitaba morir para salvarno, ni necesita del agua para hacernos hijos de Dios, ni necesita que le recemos para saber lo que nuestro corazón quiere, piensa o desea. Si por necesidad es, Dios no necesita nada, y todo puede lograrlo sin hacer nada, sólo con desearlo. Pero ha sido su deseo relacionarse con los hombres porque amar es relacionarse, y lo hizo durante en Antiguo Testamento, y lo hizo al encarnarase, y lo hizo después de su Ascensión a través de sus apóstoles, y lo sigue haciendo desde entonces a través de su Iglesia. Si el papa es el vicario de Cristo no es porque Jesús necesite que así sea, sino porque quiere que así sea. Cuando Jesús dijo que tras su Ascensión estaría con nosotros hasta el final de los tiempos, no quería decir que después de su paso por la Tierra volvía al cielo y todo seguiría igual que antes, con un Dios en el cielo y los hombres aquí en la tierra. No, lo que quería decir es que aquí en la tierra dejaría a la Iglesia como encarnación física de su persona, y más específicamente a Pedro, y luego a sus sucesores, como delegados suyos. Los antiguos israelitas tenían a Dios en su corazón, como los protestantes. Los católicos además de tenerlo en nuestro corazón lo podemos ver y tocar aquí y ahora de mil formas distintas, porque para eso Jesús se encarnó y prometió que nunca nos abandonaría, y así está con nosotros a través de los sacramentos, de la Eucaristía, de la Iglesia, del papa, de los sacerdotes, y hasta de las imágenes suyas que nos recuerdan a su persona. Dios se encarnó para que nunca más sintiéramos que Él está allí y nosotros aquí, sino para que siguiéramos por siempre interactuando con él con el alma, pero también con el cuerpo. Esa es la gran novedad del cristianismo, la gran consecuencia de la encarnación. Algo que, por desgracia, el protestantismo perdió, quedándose con un cristianismo a medias. Una lástima.

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      1. Avatar de Julian Morales
        Julian Morales

        con todo respeto pero veo mucho argumento y pensamiento humano en tu decir… solo esto puedo comentar en resumen de tus comentarios:

        A.- Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; … 1 Pedro 4:11
        B .- Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas…. Lucas 9:22
        que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios…Juan 3:5
        C.- lo que pidiereis al Padre en mi nombre,… Juan 14:13
        D.- Orad sin cesar… 1 Tesalonicenses 5:16-18
        E.- estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo… Mateo 28:20
        F.- No te harás imagen, ni ninguna semejanza…. Éxodo 20:4-6

        Dios te bendiga!

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      2. Avatar de Christian M. Valparaíso

        Con todo respeto también, sustituir el razonamiento por citas aisladas no va a ningún sitio, pero sólo como muestra de la naturaleza de ese sistema voy a ofrecerte yo también citas aisladas que demostrarían suficientemente que las bases del protestantismo contradicen la Biblia:

        (Mateo 26:26) Tomad y comed, esto es mi cuerpo.
        (1 Corintios, 11:27) Por lo mismo, quien come del pan o bebe de la copa del Señor de manera indigna, se hará culpable de haber profanado el cuerpo y la sangre del Señor. (no se trata de cometer una falta de respeto, sino de «profanar el cuerpo y la sangre del Señor», de modo que el pan y el vino no son un mero símbolo)

        (Lucas 1:43) ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? (Isabel dice que María es «la madre de mi Señor», es decir, madre de Dios, en eso hasta Lutero estaba de acuerdo)

        (Santiago 2:17) Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. (adiós a la «sola fide»)
        (Colosenses 1:24) Así voy completando en mi existencia corporal, y en favor del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, lo que aún falta al total de los padecimientos de Cristo. (el hombre puede colaborar en la Salvación)

        (2 Tesalonicenses 2:15) “Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta” (al parecer San Pablo considera que la Tradición oral de la Iglesia es tan válida como los textos escritos)

        (Juan 20, 23) “A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (los sacerdotes tienen el poder de perdonar los pecados actuando en representación de Jesús)

        Es más, cuando San Pablo nos dice cuál es el fundamento de la Verdad, no nos señala a la Biblia, sino a la Iglesia:

        (1 Timoteo 3:15) Por si me retraso, quiero que sepas cómo debes comportarte en la casa de Dios, es decir, en la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad. (adios a la «sola scriptura»)

        Muchas veces es engañoso aferrarse a una cita, sobre todo cuando hay también otras citas que completan aquella. Cosas como «no llaméis a nadie Padre» o «hay un sólo mediador, Jesucristo» tienen un contexto inmediato y un contexto bíblico general que pueden aclarar su significado (por no mencionar la Tradición, que todo lo tiene aclarado). Como botón de muestra una:

        Desde luego, el único cimiento válido es Jesucristo, y nadie puede poner otro distinto. (1 Corintios 3:11)
        Claro y contundente, ¿no?
        PERO TAMBIÉN: Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios, sois piedras de un edificio construido sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas. Y Cristo Jesús es la piedra angular (Efesios 2:20)
        Y ADEMÁS, como ya vimos, la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad (1 Timoteo 3:15)
        Sólo Jesús es el cimiento válido y nadie puede poner otro cimiento, pero al parecer los apóstoles y los profetas han puesto otro cimiento, incluso la Iglesia entera es en sí misma el cimiento de la Verdad.

        Cada una de esas citas podría hacer correr ríos de tinta, ciertamente, y estoy seguro de que usted tendría muchos argumentos para intentar demostrar que el significado de esas citas no es el que la Iglesia le da. Pero precisamente esa es la cuestión, que para entender lo que realmente quiere decir una cita es necesario explicarla, contextualizarla, y lo mismo vale para las citas que usted ha ofrecido antes. La diferencia, en mi opinión, es que los protestantes han creado sus argumentos, con mejor o peor fortuna, a partir del siglo XVI, siglos después de que Jesús viviera y hablara. Los católicos remontamos nuestros argumentos a la predicación de los apóstoles, y para quienes sólo den valor a los textos escritos, igualmente podemos remontar nuestros argumentos a los textos escritos en los primeros siglos de la Iglesia. En los primeros padres encontramos toda la base de la doctrina católica reflejada en sus interpretaciones, una Iglesia nacida de la Tradición oral, cuya esencia recogió más tarde en los textos canónicos del N.T. pero también en los escritos de los padres apostólicos y posteriores, una Iglesia que ya desde el siglo I la vemos organizada jerárquicamente, con obispos y sacerdotes y una referencia común en la cátedra de San Pedro, una Iglesia que celebra la misa, que cree en la Transubstanciación, y en el culto a los mártires y los santos y tantas otras cosas que hacen que yo, como católico, pueda leer sus escritos sin que nada me chirríe. Si yo pudiera volver atrás en el tiempo y entrar a una comunidad cristiana del siglo II, la encontraría primitiva, pero claramente católica.

        Dios te bendiga a ti también y nos ayude a todos a ver la Verdad

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