¿Cuál es la verdad sobre este asunto tan polémico? En este artículo vamos a revelar muchos datos que sin duda le impactarán. En esta compleja historia sin héroes, solo villanos, la verdad ha sido manipulada, ocultada y deformada hasta límites tan grandes que nos hemos visto obligados a llenar nuestro artículo de citas, enlaces y referencias para demostrar que no nos estamos inventando la información.
La pederastia en el clero de la Iglesia Católica se ha convertido en un tremendo escándalo mediático capaz, como ningún otro, de sacudir sus cimientos. En este artículo vamos a intentar ahondar en los datos para analizar esta cuestión de forma lo más desapasionada posible así como intentar ver causas y consecuencias. Veremos hasta qué punto hay relación entre la naturaleza del sacerdocio católico y el fenómeno de la pederastia e intentaremos también derribar mitos cuando los haya.
La mayor vergüenza para los católicos del siglo XXI es, sin duda, los sacerdotes pederastas. No hay nada que pueda disculpar ni suavizar semejante delito. Al contrario, el hecho de ser sacerdote se convierte en un enorme agravante en estos casos. Un sacerdote que lleve a cabo abusos sexuales de cualquier tipo está actuando contra su celibato, está traicionando la confianza de los padres que confían en que sus hijos se encuentran seguros y a salvo en manos de la Iglesia, y están pecando gravísimamente contra Dios y contra la Iglesia. No olvidemos que las más duras palabras de condena de Jesús fueron estas:
Si uno escandaliza a cualquiera de estos pequeños que cree en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una rueda de molino de las que mueven los asnos, y lo sumergieran en el fondo del mar. (Mateo 18:6)
Jesús no es un idealista optimista que piensa que cualquiera que le siga logrará la perfección, la santidad. Jesús sabe cómo somos, nuestros defectos y debilidades, por eso añade esta frase:
¡Ay del mundo por los escándalos! Porque es inevitable que los haya; pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el escándalo! (Mateo 18:7)
Así que la debilidad del ser humano explica, pero en modo alguno justifica ni suaviza, lo atroz del delito. Es cierto que un sacerdote es un ser humano, y por tanto sujeto a las mismas tentaciones y debilidades que los demás, pero precisamente por haber consagrado su vida a Dios tiene aún mayor responsabilidad y delito.
Hasta aquí supongo que hay amplio consenso entre católicos y no católicos, así que no es necesario ahondar más en ello. Lo que nos interesa del tema en este artículo es que al llegar el nuevo milenio ha habido una explosión de acusaciones de abusos sexuales a menores centrada en los sacerdotes católicos. Rápidamente se ha culpado de esto al celibato, que al reprimir la sexualidad del sacerdote la vuelve enfermiza y busca expresarse por medios ilícitos, o al autoritarismo de la jerarquía, que lleva al sacerdote a creerse dueño y señor de vidas y haciendas. Los medios de comunicación nos han bombardeado con noticias sobre estos casos y el daño a la Iglesia Católica en muchos aspectos ha sido incalculable. Para poder tener una visión clara y contextualizada de lo que ha ocurrido, debemos separar el grano de la paja, enfriar pasiones y estudiar los fríos datos.
La pederastia en la sociedad moderna: datos
Los diferentes estudios sobre la pederastia arrojan resultados muy diversos porque no hay una lista estandarizada de qué comportamientos se consideran “abusos sexuales”; también porque a veces se computan solo hechos objetivos (casos denunciados o condenas en firme) y otras veces se hacen encuestas para sacar una estimación del número total de casos reales que debe haber. Nos centraremos aquí sobre todo en los datos de Estados Unidos porque es el país donde más ha sido estudiado el tema y en donde con más fuerza ha estallado la bomba de la pederastia entre el clero católico. Según los estudios, la incidencia de la pederastia en Estados Unidos varía entre el 10% y el 40%, pero como herramienta de trabajo nos limitaremos a estudios lo más serios y objetivos posibles.
En el 2009 se realizó un macro estudio publicado en la revista Clinical Psychology Review, contrastando datos recogidos en 22 países. En Occidente (Europa y América) el índice de incidencia de la pederastia está en torno al 10% (9.2% para Europa y 10.1% para América). En otras partes del mundo donde la cultura no está basada en el cristianismo, los índices son mayores, desde el 23.9% en Asia hasta el 34.4% en África.
En cuanto a los agresores, en torno al 30% son familiares del niño, sobre todo hermanos, padres, tíos o primos; un 60% son personas muy cercanas a la familia, como amigos de los padres, canguros (babysitters), maestros, médicos o vecinos. Los desconocidos solo son el 10% de los agresores. La mayoría son hombres, incluso cuando la víctima es un niño varón.
Los padres son el porcentaje de agresores más alto, pero es sin embargo el entorno escolar en donde más abusos se cometen, siendo los agresores, por orden de frecuencia, profesores, entrenadores, conductores de autobús y asistentes de todo tipo. El Departamento de Educación de Estados Unidos, en su informe del 2004, estima que casi el 9.6% de todos los niños del país han sufrido algún tipo de abuso sexual en la escuela pública (primaria y secundaria), lo que da una cifra de 4.5 millones de niños que en esos momentos están sufriendo abusos sexuales en Estados Unidos dentro del entorno escolar, por parte de profesores, trabajadores u otros compañeros, aclarando que se refiere solo a conductas sexuales “no deseadas”. Se descubrió que los profesores, entrenadores y profesores sustitutos, por ese orden, eran los que más incurrían en el delito.
Para poder contextualizar los datos de este problema, a pesar de lo complicado de llegar a cifras exactas, podemos tomar como base las cifras dadas por la prestigiosa revista americana Newsweek a raíz de la explosión de denuncias contra sacerdotes:
“Los expertos no se ponen de acuerdo en el porcentaje de abusos sexuales entre la población masculina americana, pero Allen dice que una estimación conservadora sería el 10%. Margaret Leland Smith, investigadora del colegio de justicia criminal John Jay, dice que su estudio de las cifras muestra un porcentaje más cercano al 5%. Pero sea como sea, el porcentaje de abusos realizados por los sacerdotes católicos no se encontraría por encima de estas estimaciones. El público no es consciente de la gran incidencia del abuso sexual infantil, dice Smith. Incluso las cifras dadas podrían ser bajas; los estudios sugieren que solo se denuncia un tercio de los casos de abusos, lo cual lo convertiría en el crimen menos denunciado. “Lo mires como lo mires, es un suceso muy corriente”, dice Smith. La mayoría de quienes abusan de los niños tienen una cosa en común, y no es la religión: es una relación preexistente con sus víctimas. Eso incluye a sacerdotes, ministros y rabinos, por supuesto, pero también a miembros de la familia, amigos, vecinos, maestros, entrenadores, monitores de campamento, voluntarios de grupos de jóvenes, y también médicos.” (Newsweek, 7 de abril de 2002)
El abuso sexual de niños, por tanto, es un problema mucho más extendido de lo que parece, con una media de incidencia que podríamos situar en el 8% de los adultos de Estados Unidos (entre más de 5% y el 10% según los estudios). Recuerde esta cifra general para poder comparar: se estima que el 8% de los adultos estadounidenses ha cometido algún tipo de abusos sexuales con niños.
La pederastia y los sacerdotes
Pero lo que realmente ha hecho saltar las alarmas y ha causado una auténtica conmoción social ha sido la implicación de la Iglesia Católica. A partir del 2002 se empiezan a sacar a la luz casos de abusos sexuales a niños por parte de clérigos católicos y en muy poco tiempo se crea una auténtica psicosis contra los sacerdotes, como si el problema fuese principalmente un problema relacionado con ellos. Tanta fue la saturación mediática que se creó una auténtica sensación de alarma social en la que los enemigos eran los sacerdotes católicos. Por poner un ejemplo tomemos el caso del periódico The New York Times: durante los primeros 100 días de 2002, este prestigioso periódico publicó 225 noticias relacionadas con el tema, y en 26 ocasiones la historia apareció en portada. No es fácil pensar en otro asunto social que haya podido generar tantas noticias y titulares en tan corto espacio de tiempo, es lógico que tal avalancha creara alarma social, y no resulta exagerado hablar de psicosis ante tal bombardeo mediático.
Como muestra y resultado de esta psicosis podemos mencionar la encuesta que hizo el Wall Street Journal junto con la NBC News en el 2002, en donde el 64% de los estadounidenses afirmaban que los abusos sexuales a niños era una práctica “frecuente” entre los sacerdotes de la Iglesia Católica; ese es el resultado lógico de la campaña de “información” llevada a cabo por los periódicos, una total deformación de la percepción ciudadana, lo que claramente podríamos llamar “manipulación” (sin entrar en que fuera o no intencionada). O sea, que la mayoría de la población pensaba que la mayoría de los sacerdotes abusaban de menores de manera habitual, con lo que cualquier sacerdote pasó a ser socialmente visto como un probable violador de menores.
No es difícil imaginar las tremendas consecuencias que ello tuvo para la Iglesia Católica. El número de casos de abusos perpetrados por parte de docentes y otro personal de las escuelas era enormemente mayor, y sin embargo no se produjo ninguna condena colectiva hacia los profesores o hacia el sistema educativo. Ni siquiera hubo un clamor social pidiendo tomar medidas al respecto. Pero ese clamor y rechazo social sí se produjo contra la Iglesia Católica, incluso dentro de sus propios fieles. Bien parece que hubo quienes aprovecharon la situación para cargar su munición contra la Iglesia, y difícilmente podrían haber imaginado una victoria tan grande. Todo el rechazo social contra un delito infame extendido por la sociedad, de repente fue dirigido y enfocado con la precisión del láser contra un solo objetivo que suponía una parte minoritaria del problema: la Iglesia, que fue crucificada y obligada a cargar con todas las culpas de la sociedad cual chivo expiatorio. Tal vez esto nos ayude a comprender mucho mejor cómo se han sentido las comunidades judías durante siglos, víctimas repetidamente de un comportamiento similar.
Según los datos ofrecidos por el artículo de la BBC “Mirando tras el escándalo católico de abusos sexuales”, el número de sacerdotes que han realizado abusos de este tipo (en conductas que varían desde la simple conversación sexual hasta la violación) representa el 0.8% del total en Alemania, uno de los países donde más ha cundido la psicosis (junto con Irlanda y Estados Unidos). Esto supone que de los 19.000 sacerdotes católicos de Alemania, solo 150 han sido alguna vez acusados en tal sentido. Cierto que habrá casos que no han sido denunciados (hay fuentes que hablan de 300 casos o más), y también cierto que habrá acusaciones que no sean ciertas, así que tenemos que ajustarnos a los datos que tenemos. Compare ese 0.8% de sacerdotes abusadores con el 8% de abusadores en la sociedad americana.
Pero para comprenderlo mejor, imagine una ciudad de mediano tamaño, con exactamente esos 19.000 habitantes. Según los datos que tenemos, entre el 10 y el 40% de los niños de esa ciudad habrán sido víctimas de abusos sexuales de algún tipo por parte de adultos. Esto supondría que en esa ciudad hay miles de adultos que han sido abusadores de niños. Pero si trasladamos esos 19.000 habitantes a sacerdotes, si contamos 19.000 sacerdotes, nos encontramos no con miles de pederastas, sino solo con 150. Esos 150 (o 300) se merecen todo el rechazo del mundo, pero ciertamente quien no se merece todo el rechazo del mundo es una institución, la Iglesia Católica, que aunque muestra que sus miembros son humanos y pecadores como los demás, también muestra que entre sus filas el pecado lo tiene bastante más difícil. Esos 150 criminales son al mismo tiempo la prueba de que los otros 18.850 sacerdotes muestran un comportamiento mucho más virtuoso que el resto de la sociedad, a pesar de haber sido despreciados por esta y obligados a compartir la culpa de ese puñado de ovejas negras.
En el propio Estados Unidos, donde más grave ha sido el asunto, el estudio más exhaustivo ha sido el de Philip Jenkins, de la Universidad de Pensilvania, publicado en su libro “Pedófilos y sacerdotes: anatomía de una crisis social”, donde señala que sólo el 0.2% de los sacerdotes católicos se ha visto implicado en casos de abusos sexuales (recordemos la cifra del 8% para la población general). Este estudio afirma también que no existe evidencia de que la pedofilia sea más común entre el clero católico, que entre los ministros protestantes, los líderes judíos, los médicos o miembros de cualquier otra institución en la que los adultos ocupen posiciones de autoridad sobre los niños. Por supuesto estos estudios se basan en casos denunciados, los casos reales serán más, pero de igual modo en el resto de la población los casos reales también serán más, así que a efectos de comparación relativa sí que son fiables. Otros estudios dan cifras más altas, hasta llegar al 4% en algún caso, pero incluso de ser cierto ese porcentaje, sería la mitad que el dato que tenemos de media para la población general.

Lo más triste de todo es que los protestantes se sumaran rápidamente al coro de acusadores y comenzaran a usar la pederastia como munición contra la Iglesia, aunque por otro lado si los propios fieles católicos han sucumbido a la propaganda, no se puede culpar a los protestantes de haber sucumbido también. Aunque solo la Iglesia Católica ha hecho estudios exhaustivos del problema de la pederastia entre sus filas, los datos recogidos entre las diferentes denominaciones cristianas muestran que la prevalencia de este delito entre sus ministros y pastores es similar a la católica, y por tanto considerablemente menor que la incidencia entre la población general. Esto muestra lo que era de esperar, que tanto en el clero católico como en el protestante, el compromiso con la moral y visión del mundo del cristianismo supone una diferencia positiva con respecto al resto de la sociedad.
La revista Newsweek publicó un artículo titulado “Los sacerdotes católicos no cometen más abusos que el resto de varones” (Newsweek 8/4/2010) en donde rechaza que la pederastia fuese más frecuente en la Iglesia Católica que en otras denominaciones o sectores sociales, y da un argumento que, si se conoce bien la sociedad americana y su funcionamiento, resulta tan válido como el mejor test científico: las compañías de seguros.
En Estados Unidos se aprovecha cualquier daño real o imaginario para intentar obtener compensaciones millonarias, así que es hoy en día práctica habitual contratar seguros que te protejan de posibles reclamaciones monetarias derivadas de tus actividades. Los casos de abusos sexuales denunciados, aunque la mayoría se produjeron en los años 60-70, se tienen que indemnizar ahora, lo que ha llevado a varias diócesis estadounidenses a la bancarrota total y a algunas otras a tener problemas financieros. Esto ha hecho que no solo la Iglesia Católica, sino otras denominaciones, organizaciones e instituciones que trabajan con niños, contraten ahora seguros para cubrirse las espaldas en el caso de que alguno de sus trabajadores sea denunciado por abusos sexuales. Las sociedades de seguros americanas son famosas por su exhaustiva evaluación de riesgos, y cobrarán más o menos por el seguro según el riesgo estimado sea mayor o menor. Si la percepción social contra los sacerdotes católicos fuera correcta, la Iglesia Católica tendría que pagar por este seguro muchísimo más que cualquier otra iglesia u organización, pero no es así. Por ejemplo la compañía Guide One Center for Risk Management creó un seguro para todas las iglesias que trabajan con niños y tiene 40.000 congregaciones en su cartera. El precio del seguro es exactamente el mismo independientemente de si son católicos, baptistas, luteranos o lo que sea. Su portavoz, Sarah Buckley, al ser preguntada por esto simplemente afirmó que “no apreciamos grandes diferencias en la tasa de incidencia entre unas denominaciones y otras, es bastante uniforme entre todas ellas”.
Más aún, si nos olvidamos del pico de los años 60-70 (cuando los casos de abusos por parte de sacerdotes se multiplicaron por 6), hay estudios que muestran que los casos de abusos sexuales son más frecuentes entre las filas protestantes que en las católicas, como por ejemplo el estudio nacional que hizo la editorial protestante Christian Ministry Resources, dedicada a asuntos legales, en el 2002, con sus 1000 agencias nacionales sirviendo a 75.000 congregaciones en todo Estados Unidos. Su investigación se centra en los casos ocurridos a partir de 1993. En la presentación de este estudio, el periódico protestante The Christian Science Monitor comenzó su artículo diciendo:
“A pesar de que en el problema de la pedofilia los titulares se centran en los sacerdotes de la Iglesia Católica Romana, la mayoría de las iglesias americanas golpeadas por las denuncias de abusos sexuales son protestantes, y la mayoría de los presuntos abusadores no son clérigos o personal laboral, sino voluntarios.” (The Christian Science Monitor, 5 de abril de 2002)
Otro dato sorprendente, o no tanto, revelado por este estudio nacional es el grado de implicación de los niños en este problema:
“Tal vez lo más sorprendente es que en las iglesias [se refiere a las organizaciones, no los edificios] los niños son acusados de abusos sexuales con la misma frecuencia que los clérigos o el personal del centro. Por ejemplo, en 1999 el 42% de los abusos infantiles denunciados se debían a voluntarios, en torno al 25% era personal laboral y clérigos, y otro 25% eran otros niños.” (The Christian Science Monitor, 5 de abril de 2002)
El estudio termina con un dato esperanzador. Al parecer las medidas adoptadas por las iglesias han logrado hacer caer el número de casos de abusos. En 1994 el 4% de las congregaciones (no de los clérigos) tenían alguna acusación, pero en el año 2000 ese porcentaje se había reducido al 0.01% (y recordemos que en una congregación tenemos clérigos, trabajadores y voluntarios). Esta reducción no se debe únicamente a un mayor control o formación de los clérigos (que según los datos vistos solo supondría en torno al 12.5% del total de las infracciones denunciadas), sino a una seria toma de medidas de control de toda la gente que trabaja con los niños. Medidas de tal magnitud no han sido implementadas por otros sectores sociales que no han sido señalados por el dedo acusador de los medios de comunicación, así que podemos afirmar que si antes las iglesias proporcionaban a los niños un entorno más seguro que el de otros sectores sociales, tras las medidas tomadas esa seguridad se multiplica, por mucho que la psicosis social todavía haga pensar a muchos que “los curas” son el mayor peligro para la seguridad de los niños.
Ante las acusaciones de que el celibato católico podría incentivar este tipo de agresiones sexuales, el psiquiatra alemán Dr Luetz no ve ninguna conexión y afirma que “un padre de familia tiene 36 veces más probabilidades de agredir sexualmente a un niño que un sacerdote célibe.” (BBC News, 6 de abril de 2010)
Pedofilia y abusos sexuales
Otro asunto es el uso generalizado que se hace del término “pedófilo” referido a estos casos. La pedofilia es el abuso sexual cometido contra un preadolescente, menor de 13 o 14 años. Si se trata de mayores de 14 años, o sea, no “niños”, sino menores de edad, se denomina “efebofilia”. El término “pederastia” incluiría ambos casos. Al hablar de “curas pedófilos” y “abusos sexuales” se suele evocar frecuentemente la imagen de un sacerdote violando a un niño pequeño. La realidad es que los casos más frecuentes son tocamientos o conversaciones indecentes con adolescentes de entre 15 y 18 años de edad. No es que eso carezca de importancia, pero ciertamente no es lo mismo un comportamiento malo que un crimen atroz, más aún si queremos luchar contra la distorsión y exageración de que este asunto ha sido objeto.
Los estudios que arrojan cifras de abusos más altas (sean sacerdotes o no) son aquellos que utilizan una definición más amplia del término “abusos sexuales”. Por ejemplo en el 2005 el Departamento de Educación de Estados Unidos realizó una encuesta entre los alumnos de 14 a 17 años para ver el nivel de incidencia de los abusos en la escuela pública. Las cifras fueron muy altas, pero en realidad nos parecen más bien bajas si consideramos lo que la encuesta consideraba abusos sexuales: además de casos serios como violaciones, masturbación, sexo oral y tocamientos obscenos, también se incluían cosas como roces, contacto no deseado, contar un chiste verde, insultar utilizando una palabra de connotaciones sexuales, o incluso mirar al alumno de forma que el alumno interprete como lasciva, con lo cual si una alumna viene con falda corta y el profesor, al pasar, le mira fugazmente las piernas, esa niña pasaba automáticamente a computar en las estadísticas como víctima de abusos sexuales, y el profesor se convertía estadísticamente en un agresor sexual.
Si sabe inglés y le parece que estamos exagerando, puede usted mismo consultar el estudio oficial que comentamos y ver los cuestionarios que se pasaron a los niños (abra en este informe y vaya a la página 25). Y no es esto un caso aislado, muchos estudios utilizan ese mismo tipo de parámetros (por eso el gobierno lo usó también). Así nos encontramos que cuando un medio quiere atacar a la Iglesia, recurre a estudios de ese tipo de “margen amplio” para obtener cifras lo más altas posibles. La manera de evitar esas deformaciones “legales” es ceñirse solo a estudios donde el concepto de abuso sexual se limite al menos a algún tipo de contacto físico, de lo contrario un profesor podría abusar sexualmente de 30 niños a la vez si un día en clase cuenta un chiste picante. Hay que diferenciar las conductas malas o inadecuadas de lo que es un delito sexual, o al final no sabremos ni de qué estamos hablando.
Papel de la prensa
El comentarista americano Tom Hoopes escribió:
Durante la primera mitad del 2002, los 61 periódicos más importantes de California publicaron 2.000 historias de abuso sexual en instituciones católicas, mayormente relacionados con acusaciones pasadas. Durante el mismo periodo, esos periódicos publicaron cuatro historias acerca del descubrimiento del gobierno federal de un escándalo de abuso sexual mucho más grande ―y continuo― en escuelas públicas. (Tom Hoopes, 24-8-2006)
También cita a Charol Shakeshaft, investigadora de la Universidad de Hofstra que estudió el problema:
«¿Cree que la Iglesia Católica tiene un problema? El abuso sexual de naturaleza física en los estudiantes de las escuelas [públicas] es probablemente 100 veces superior al abuso por parte de los sacerdotes.« (Charol Shakeshaft, 2002)
Los investigadores declararon que en las escuelas públicas de California 422.000 alumnos estaban en claro riesgo de sufrir abusos sexuales, pero en ese mismo año los periódicos no cesaban de sacar titulares sobre antiguos casos de abusos sexuales en la Iglesia Católica. ¿Cómo es posible que los periódicos no se olvidaran un poco de los abusos ocurridos en la Iglesia hacía años o incluso décadas para centrarse en los abusos mucho mayores que estaban ocurriendo en ese mismo momento en las escuelas? La explicación de algunos: sería muy irresponsable generar alarma social en las escuelas. ¿Quién dijo doble rasero? Ante cosas así es muy difícil pensar que no existen prejuicios anticatólicos detrás de tanta cobertura mediática.
ALEMANIA El caso alemán también se ha dado a la manipulación más o menos sutil. En los periódicos serios no se falsean los datos, pero se falsea totalmente la realidad al dar una impresión totalmente falsa de la situación. A finales del 2013 y principios del 2014 ha habido una avalancha de denuncias de abusos sexuales en Alemania. Los periódicos alemanes y europeos se han hecho rápido eco de la noticia. ¿Cuáles eran los titulares? “Los sacerdotes católicos habían planificado el abuso de niños”, “El celibato sacerdotal culpable de los abusos sexuales”, “Miles de personas se manifiestan en Berlín contra la Iglesia Católica por el escándalo de pederastia”, etc, etc. Todas las noticias tienen como protagonista a la Iglesia Católica, es lógico que la gente piense que esa avalancha de denuncias se ha producido contra sacerdotes católicos. Pero veamos los datos reales: de los 210.000 casos de abusos sexuales denunciados en Alemania desde 1995, solo 94 afectan a la Iglesia (incluyendo sacerdotes, religiosos, personal laboral y voluntarios) el 0.04%, menos aún si tuviéramos cifras referidas solo a los sacerdotes. Esto es un excelente ejemplo de cómo se puede mentir descaradamente sin necesidad de decir ni una sola mentira. Diciendo solo lo que les interesa, consiguen presentar un escándalo social como si fuera una agresión de la Iglesia Católica.
IRLANDA Hablando de manipulación de datos, otro claro ejemplo lo vemos en la noticia que dio el diario español El País sobre los casos de abusos sexuales en Irlanda, publicitado como el caso de abusos más grave de la Iglesia, peor incluso que en los Estados Unidos. El artículo, publicado el 20 de mayo de 2009, se titulaba “La Iglesia Católica irlandesa conocía el abuso endémico de 35.000 niños”. El interior de la noticia refuerza la noción que transmite el titular de que en ese país 35.000 niños sufrieron abusos sexuales durante décadas, o más bien, durante siempre, pues eso significa un mal “endémico”, y como prueba menciona el informe elaborado sobre ello por la propia Iglesia Católica irlandesa. Sin embargo, miremos despacio dicho informe y veamos cuál es la realidad de esas cifras.
Para empezar, si vemos la misma noticia tal como fue dada por la BBC ese mismo día (ver: Irish abuse report is shocking) vemos ya que la cifra de 35.000 niños no se refiere al número de niños que sufrieron abusos sexuales, sino al número de niños que estaban en instituciones de la Iglesia (escuelas, orfanatos, etc.), de los cuales 2.000 sufrieron abusos “físicos y sexuales”, y los hechos se refieren casi todos a las décadas de los 60 y 70. Ciertamente el informe es terrible, y así lo reconoce la propia Iglesia de Irlanda, pero convertir eso en algo enormemente peor de lo que es no parece propio de un periódico que presume de objetividad y de hacer buen periodismo.
En realidad, si miramos el documento, vemos que incluso la BBC da cifras equivocadas al hablar de 2.000 denuncias. En el documento original vemos que el número de declaraciones es de 1.090, muchas, pero la mitad de las que los periódicos dicen, y ciertamente muchísimas menos que las 35.000 que menciona El País:
Los 1.090 informes de testigos están relacionados con el período que va desde el 1914 hasta el año 2000, de los cuales 23 se refieren a abusos experimentados antes de 1930 o después de 1990. (Informe de la comisión investigadora de abusos de niños)
El informe en cuestión abarca a todas las instituciones católicas irlandesas que estaban dedicadas al cuidado y/o enseñanza de niños. Dice que en las llamadas “Industrial Schools” donde se registraron el 73 % de las denuncias, ingresaron 170 mil niños entre 1936 y 1970. Las Industrial Schools eran residencias que acogían a los niños más pobres y huérfanos; eran dirigidas por órdenes religiosas católicas, y se les enseñaba tempranamente un oficio. Si hacemos cuentas nos salen las siguientes cifras: 73% de 1090= 796, o sea, el 0.47% del total, pero solo la mitad eran denuncias sexuales, es decir que el porcentaje de niños que sufrieron abusos sexuales sería 0.24 %.
Cualquier cifra por encima del 0% es inaceptable, pero si comparamos esa cifra con los abusos sexuales que sufren los niños americanos en las escuelas públicas (9.6%), vemos que la cifra es tremendamente inferior, y aún así las cifras de abusos en la escuela americana han pasado totalmente desapercibidas, incluso en su propio país.
En cuanto a la otra mitad, se mezclan conductas verdaderamente delictivas (como latigazos) con medidas disciplinarias que hoy son consideradas abusos físicos (como dar varazos) pero que en aquella época eran medidas consideradas aceptables tanto dentro como fuera de los centros católicos (uno de los graves problemas al juzgar hoy, con los parámetros actuales, conductas de hace años).
Pero hay más, en total, un 53% de todos los abusos sexuales fueron cometidos por laicos. El 24% de los casos reportados de abuso sexual en niños correspondió a solo toques inapropiados y caricias, pero sin masturbación; y en el caso de las niñas el 57% correspondió a toques inapropiados o desnudismo/voyerismo, pero sin masturbación. O sea, solo el 0.12% de los abusos sexuales procedieron del clero, y casi la mitad eran abusos menores. Asunto grave, pero muchísimo menos grave que lo que los medios de comunicación nos han dado a entender.
HOLANDA Lo mismo ocurrió con Holanda, dando los periódicos la noticia de que 20.000 niños habían sufrido abusos sexuales “en la Iglesia Católica” en la segunda mitad del siglo XX. El propio informe para estudiar el caso, dirigido por el ex ministro Wim Deetman, de religión protestante, afirma:
“No se encuentran diferencias significativas entre las instituciones católicas romanas y las que no lo son […] En primer lugar, la impresión de que los abusos sexuales a menores han ocurrido principalmente en la Iglesia Católica Romana necesita ser modificada. Los abusos sexuales a menores están muy extendidos en toda la sociedad holandesa.” (Comisión para la investigación de abusos sexuales en Holanda)
Ese estudio, encuestando a 34.234 holandeses de más de 40 años, concluyó que el 9.7% de los holandeses habían sufrido abusos sexuales antes de los 18 años. De esa cifra, solo el 0.6% padeció los abusos en un entorno de la Iglesia Católica. Al constatar la frecuente confusión entre sacerdotes, diáconos y voluntarios parroquiales habituales y otros, el propio informe dice:
La Comisión de Investigación, por tanto, supone que hay un margen de error mayor y por tanto ha decidido presentar el porcentaje de víctimas de abuso sexual por parte del personal de la Iglesia Católica en términos de: probablemente mayor del 0.3% y menor del 0.9%

Lo cual ofrece un porcentaje parecido al arrojado por los estudios de Estados Unidos. Extrapolando estos porcentajes a la población infantil holandesa de entonces, sacaron unas cifras aproximadas de entre 10.000 y 20.000 niños, frente a unos 200.000 niños que sufrieron abusos fuera de la Iglesia Católica (pero que no tuvieron ningún impacto en los titulares).
Sin duda el caso de Holanda es también reprochable, pero la propia comisión de investigación considera el caso como parte de un problema de la sociedad holandesa, no como un problema propio de la Iglesia Católica en particular. Los holandeses efectivamente han sido y en gran medida aún son muy permisivos con todo lo referido a la sexualidad de los menores de edad. Sin embargo los medios de comunicación presentaron el asunto como un problema específico de la Iglesia Católica, y en concreto de los sacerdotes. Otra muestra de profunda tergiversación en contra de la Iglesia.
Ya hemos comentado los casos de Estados Unidos, Irlanda y Holanda. En el resto de países el número de casos reportados es mucho más pequeño, pero aún así, cada caso que aparece alcanza un gran eco mediático y social, y la percepción es que la Iglesia Católica mantiene una elevada incidencia de pederastia en todos los países del mundo. El papel que está jugando la prensa en todo el mundo se puede ejemplificar con esta queja de un bloguero chileno cuando dice:
La noticia de un sacerdote condenado por espiar mujeres en el baño, corre como pólvora por toda la red. Sobre la noticia en nuestro país de un profesor acusado de violar niños y un pastor evangélico condenado a 20 años de prisión por violar niños (las 3 noticias ocurridas en el mismo mes, dos en el mismo día) nadie ni dentro ni fuera de nuestro país se enteró. Las noticias no salieron en primeras planas, sino en las últimas páginas. Ningún medio extranjero se interesó por publicarla. Si hubiera sido un sacerdote católico sale en primera plana y en todos los periódicos del mundo y se la pasan meses hablando de eso. (Todaslascosasdeanthony.com)
ESPAÑA En España solo hay 43 condenas por abusos sexuales desde 1997 hasta hoy, enero del 2014 (ver listado) cometidos por 11 sacerdotes (de un total de casi 27.000, o sea, el 0.04% de curas denunciados), y a pesar de ello la prensa y la televisión han logrado extender por la sociedad la frecuente noción de que “los curas son unos pederastas”. La reacción del periódico Publico.es fue su artículo titulado “España esconde decenas de casos de pederastia”, y sin duda habrá muchos más casos ocultos de los que salen a la luz, como en todas partes y con todo tipo de abusadores, pero vemos que ante una noticia positiva (la pederastia entre sacerdotes es casi inexistente en España), hay periódicos que lo dan la vuelta y lo presentan como una noticia negativa (la Iglesia silencia la pederastia). Eso se llama presunción de culpabilidad, su fe ciega en que la mayoría de sacerdotes son pederastas les lleva a creer que si no salen a la luz miles y miles de casos es porque se silencian todos. Al menos este periódico, puestos a suponer números, nos habla de “decenas”, y no de miles, aunque luego nos hablan de datos “calculados” (estimaciones) y nos dicen que el 8% de los niños y el 1% de las niñas víctimas de abusos entre los años 50 y 70 lo habían sido a manos de sacerdotes (lo cual de todas formas daría un porcentaje de que el 95.5% de los abusos son cometidos por no sacerdotes, principalmente padres y maestros). Si hacemos caso a las propias cifras que nos da el Ministerio de Asuntos Sociales sobre abusos sexuales en la población general, esos porcentajes citados tan gratuitamente se traducirían en cientos de miles de niños, lo cual no casa con esas “decenas” que el propio periódico menciona. No es de extrañar hallar contradicciones de este calibre cuando en vez de atenernos a cifras reales pasamos a las especulaciones subjetivas. Por su parte otro diario digital, citando a La Razón, considera que:
la Prensa internacional presenta los casos de abusos sexuales en el clero de forma distinta que en cualquier otro colectivo. Cada año hay un ramillete de profesores seglares condenados por abusos con menores y nadie pide al Ministro de Educación que comparezca ante los medios y prometa erradicar un problema que según un estudio muy citado por las asociaciones especializadas (del doctor Félix López, encargado por el Ministerio de Asuntos Sociales en 1994) afecta [en la escuela pública] a un 23 por ciento de las niñas y un 10 por ciento de los niños”. (CatInfor.com)
«Se conoce que en España 1 de cada 4 niñas y 1 de cada 6 niños podría sufrir abusos durante su infancia.» Ministerio de Asuntos Sociales. Dr. Félix López, 1994
Sin duda en España, como en otros países, el problema de los abusos sexuales es serio, mucho más de lo que la gente piensa, y solo conocemos la punta del iceberg, pero la implicación de los sacerdotes en este problema es mínima, y suponer que la mayoría de los casos no conocidos serían abusos de sacerdotes es la forma más absurda imaginable de intentar a toda costa dar la vuelta a la tortilla para que la realidad encaje en su falsa visión de los hechos. Los datos que conocemos son los que son, y si alguien quiere inventar, imaginarse o suponer datos no comprobados, todos tendríamos el mismo derecho de dar las estimaciones que se nos antojaran y así no hay discusión ni conclusión posible. Sin duda en el futuro saldrán muchos más casos a la luz, tal vez miles (de sacerdotes y de no sacerdotes), pero suponer que eso demostrará que la proporción de sacerdotes implicados es enormemente superior a lo que ahora reflejan los datos es hacer fantasía periodística sin base objetiva.
Causas del acoso mediático
En el 2010 el Washington Post publicó un artículo como respuesta a la psicosis anticatólica generada, titulado “Cinco mitos sobre el escándalo de los abusos sexuales de la Iglesia Católica” (y nadie puede acusar al Washington Post de ser favorable al catolicismo). Los cinco mitos derribados en ese artículo fueron estos:
1- El papa Benedicto es el principal culpable de la ocultación de los casos de abusos
2- La culpa es de los sacerdotes homosexuales
3- Los abusos sexuales están más extendidos dentro de la Iglesia Católica que entre otras instituciones
4- Los medios de comunicación no son imparciales con la Iglesia Católica
5- La crisis empujará a muchos católicos a abandonar la Iglesia
No estamos en absoluto de acuerdo con el punto 4, pero no es de extrañar que un periódico defienda su propia objetividad (aunque en su argumento confunde atención con imparcialidad, más atención no implica más objetividad), y el punto 5 pudiera ser, como afirman, falso en el caso de Estados Unidos, pero desgraciadamente ha resultado ser, muy cierto en el caso de Europa y Latinoamérica. Sin embargo este artículo parece tener las ideas mucho más claras que la mayoría de los que se publicaron en esos meses turbulentos. Una de sus afirmaciones es:
Parte del problema es que la Iglesia Católica está tan fuertemente organizada y guarda registros tan meticulosos –de los cuales muchos han visto la luz por propia iniciativa o a petición de los juzgados– que es capaz de mostrar un retrato bastante fidedigno de su personal [clérigos y empleados] y de los abusos ocurridos durante décadas. Otras instituciones, o la mayoría de las otras religiones [cristianas y no cristianas], están más descentralizadas y son más difíciles de analizar y de procesar. (Washington Post, 18 de abril de 2010)
Otra de las causas de esta gran explosión mediática de acusaciones de pederastia contra los sacerdotes se debe a que la mayoría de los casos de abusos sexuales, al menos antes, son denunciados pasados los años, cuando el niño es adulto y más consciente de lo que ha ocurrido. Además, al ser un crimen “vergonzante”, el efecto contagio es grande, o sea, cuando alguien se atreve a denunciarlo aumentan las probabilidades de que otros que sufrieron la misma situación lo hagan también, lo que crea un efecto dominó y explosivo. Los casos ocurridos durante décadas salen todos a la luz en un espacio muy corto de tiempo, creando una gran alarma social.
En el caso de la Iglesia Católica este efecto dominó fue enormemente amplificado por los medios de comunicación, que se hicieron eco de los estudios que en el año 2002 (Estados Unidos) o 2010 (Europa) buscaron localizar casos de abuso infantil sobre todo en el caso específico de la Iglesia Católica. Eso hizo que en muy poco tiempo una enorme cantidad de antiguas víctimas se decidieran a dar el paso y denunciar su caso, con un continuo chorro de denuncias en algunos países. Por ejemplo, en los Estados Unidos, del total de denuncias presentadas sobre sucesos cometidos entre los años 60 y los 80, un 75% fueron cursadas después de 1992, y de ellas, un 50% fueron cursadas en solo dos años: 2002 y 2003. No es de extrañar que se extendiera la percepción de que la Iglesia Católica era un nido de pederastia, aunque al parecer tal psicosis no afectó en absoluto a ningún otro colectivo.
A esto habría que añadir también otro dato, ante 100 abusos sexuales la gente inconscientemente interpreta que ha habido 100 sacerdotes implicados. Esta equivalencia de 1 agresor = 1 víctima es más cercana a la realidad en el caso de los abusos sexuales por parte de los padres, pero no en el caso de los sacerdotes o maestros, por ejemplo. Al igual que ocurre con los violadores, los auténticos pederastas tienden a ser reincidentes. Es cierto que según los estudios la mayoría de los sacerdotes acusados de abusos tenían relación con un hecho aislado, o sea, 1 agresor = 1 víctima, pero cuando se trata de sacerdotes verdaderamente pederastas lo normal es encontrarse con un sacerdote que ha abusado de varios o incluso muchos niños. Por ejemplo tenemos un caso de un sacerdote en Estados Unidos que abusó de 40 niños antes de que nadie sospechara nada, o el más famoso caso, el sacerdote pederasta John Geoghan, que abusó de más de 130 (piense que el total de abusos denunciados en Alemania en las últimas décadas es menor de 300), así que al final el número de sacerdotes implicados es en realidad bastante más bajo de lo que las cifras de denuncias pueden hacernos creer. Recordemos de nuevo que las estimaciones de agresores son de un 8% para la población general, y en el caso de los sacerdotes católicos ese porcentaje disminuye hasta llegar a un nivel de entre el 4% de máximo y el 0.1% de mínimo, según las fuentes que consultemos.
Reacción de la Iglesia ante estos delitos
Este último dato sobre reincidencias muestra un error donde sí se puede acusar a la Iglesia de no haber sabido actuar correctamente. Los casos de sacerdotes reincidentes se han visto favorecidos porque la Iglesia no supo actuar con celeridad y justicia en aquellos casos que se descubría o se sospechaba que dichos abusos estaban ocurriendo. En lugar de retirar al sacerdote, se le trasladaba a otra parroquia lejana para evitar el escándalo, lo cual permitía que el sacerdote, si realmente era de los pederastas reincidentes, siguiera cometiendo sus crímenes durante más tiempo.
De toda la polémica del asunto, es este el punto en el que realmente podemos afirmar que la Iglesia falló y es responsable. Es cierto que ni mucho menos merece el enorme daño que ha sufrido por culpa de toda esta polémica, pero también es cierto que en algunos casos podría haber evitado los abusos si hubiera actuado de otra manera contra los infractores detectados, aunque también aquí conviene matizar. A favor de las autoridades religiosas podemos aducir que no actuaron con malicia ni con despreocupación, sino movidas por la mentalidad de la época. Por ejemplo, una exhaustiva investigación llevada a cabo en el 2007 por la Associated Press (la principal agencia de información de Estados Unidos) mostró que el abuso sexual de niños en las escuelas de Estados Unidos está “muy extendido”, y en la mayoría de los casos no son denunciados ni castigados. En la ciudad de Portland, en abril de 2010, un jurado impuso una multa de 1,4 millones de dólares a la asociación de Boy Scouts de América al demostrarse que desde los años veinte, los Scouts mantenían un “fichero de pervertidos” en donde recogían datos sobre los monitores de quienes se sospechaban abusos sexuales, pero mantuvo siempre dicha información en secreto y no les denunció. En Estados Unidos una de cada 4 universitarias ha sufrido algún tipo de agresión sexual en el campus. Incluso en la actualidad, prestigiosas universidades como la de Yale, han sido multadas por el gobierno por no revelar el número de agresiones sexuales que han ocurrido en su institución, y se ha denunciado repetidamente la falta de acciones y sanciones contra los agresores por parte de las universidades, incluidas las producidas dentro de las novatadas de iniciación en las fraternidades universitarias.
El mal manejo de los casos de abuso sexual por parte de la Iglesia reflejaba la actitud prevaleciente hacia ese tipo de actividades en la época, la cual consistía en suprimir la información, porque podía causar escándalo y una pérdida de confianza hacia la institución, e intentar atajar el problema internamente. Esa actitud, por ejemplo, era la misma que adoptaban los medios de comunicación y las organizaciones seculares cuando ocultaban o ignoraban la información que podía afectarles, desde la sexualidad promiscua de los políticos hasta la violencia doméstica. El mal de muchos no justifica a nadie, pero contextualiza las acusaciones y evita que pensemos que uno sea peor que nadie cuando en realidad está haciendo lo que todo el mundo hacía. También vemos la injusticia e hipocresía de exigir solo a unos lo que no se exige a los otros.
Los dedos que señalan directamente al Vaticano como responsable de todos los abusos entendían que era el papa quien tomaba todas las decisiones, pero no era así. Los casos de abusos sexuales y muchos otros problemas disciplinarios estaban situados en manos de los obispados. Eran los obispos los encargados de resolver problemas disciplinarios (lo que incluye delitos), así que cada obispo tomaba sus propias decisiones ante casos como estos. Es justo reconocer que algunas diócesis actuaron muy bien, mientras que muchas otras actuaron muy mal. Fue solo cuando los escándalos estallaron y adquirieron grandes proporciones a partir de 2002, cuando el Vaticano consideró que debía tomar directamente las riendas disciplinarias en los casos de abusos sexuales, y así fue, lo cual ha mejorado enormemente la situación.
Y por último, debemos considerar también lo que muchos obispos afirman. En los años 60-70, cuando más casos hubo, la psicología moderna consideraba la pederastia como una enfermedad mental que podía curarse como cualquier otra, por tanto se consideraba que la actuación correcta ante un caso de pederastia era dar tratamiento psicológico al agresor para curarlo, y una vez rehabilitado ya dejaba de ser un peligro. Thomas G. Plante, profesor de psiquiatría, psicología y conductismo en la universidad de Santa Clara y de Stanford, hizo estas afirmaciones:
“La gran mayoría de los estudios sobre abusos sexuales a menores no vieron la luz hasta principios de los 80. Por lo tanto, parecía razonable en aquellos años [60 y 70] poner a aquellos hombres en tratamiento y luego devolverles a sus funciones sacerdotales. Mirando hacia atrás, esto resultó ser un trágico error” (Thomas G. Plante, 24 de marzo de 2002)
No es de extrañar que preguntado sobre las causas de estos abusos, el abogado Robert S. Bennett dijera que una de las causas fundamentales había sido la “excesiva fe en los psiquiatras”. Pero eso lo sabemos ahora. En aquellos años, lo que hicieron muchos obispos al detectar un caso de abusos sexuales fue lo que recomendaban los psicólogos, poner al sacerdote en tratamiento, trasladarlo de parroquia y devolverlo al ejercicio de su ministerio. Pero lo hicieron convencidos de que así estaban resolviendo el problema y al mismo tiempo evitando el escándalo, lo hicieron así porque la ciencia del momento les decía que así es como debían actuar. Fue ya en los años 80 cuando la psicología se rindió finalmente ante la evidencia de que el pederasta (no cualquier persona que abusa de un niño en un momento dado, sino el verdadero pederasta) no tiene cura, tiene un trastorno que le va a afectar de por vida, y por tanto la única forma de evitar que vuelva a abusar de otro niño es no permitiéndole el contacto con otros niños.
A partir de ahí los obispos comenzaron poco a poco a actuar de otra forma, pero el daño ya estaba hecho. Los verdaderos pederastas suponen una exigua minoría dentro de los agresores sexuales a niños (tanto dentro como fuera del clero), pero por su tendencia a la reincidencia, son responsables de una proporción bastante grande de los casos. Al igual que la psicología aprendió de sus errores (aunque nunca parece asumirlos o pedir perdón por ellos), también la Iglesia Católica ha aprendido de sus errores y tomado fuertes medidas para impedir en lo posible más casos de abusos sexuales en su seno. Como faro de la moral en el mundo, la Iglesia debe esforzarse al máximo por mantener limpio el cristal de su faro, solo así podrá iluminar a los demás. Reivindicamos justicia, pero no hay lugar para la complacencia.
Antecedentes históricos del problema
En el mundo antiguo la utilización sexual de niños por parte de adultos era bastante corriente. En la cultura griega era incluso una virtud y parte del entramado social. Fue el cristianismo el que acabó con todo eso y no solo desexualizó al niño completamente, sino que protegió también al adolescente de los deseos de los adultos, encauzando la sexualidad a un único entorno aceptable: el matrimonio.
Sin embargo, el declive de la moral cristiana en Occidente trajo nuevas ideas. El psicoanálisis de Sigmund Freud se basaba sobre todo en el concepto de que la fuerza psicológica más importante era la sexual, y todos los trastornos y problemas mentales se debían a un encauzamiento incorrecto de esa energía. Lo peor que se podía hacer era reprimirla o anularla, pues esa energía buscaría formas alternativas de expresarse. Aunque posteriormente la psicología abandonó en gran parte esta visión freudiana del sexo, lo cierto es que sus ideas, junto con la llegada de anticonceptivos más baratos y seguros, fueron responsables de la revolución sexual que se viviría en Occidente en los años 60.
La llamada Liberación Sexual pretendía romper con casi todos los tabúes, replantearse todo y declarar que el sexo debía liberarse de toda atadura y moralidad. En contra de lo que la Iglesia había enseñado siempre, el sexo se reducía a un mero placer sensual que había que disfrutar sin mayores preocupaciones. Como ya no era necesario preocuparse por un posible embarazo, ya no había que temer las consecuencias del sexo libre.

Dentro de esta “liberación” se planteó también el debate sobre la sexualidad infantil. Aquí comenzó una tradición de la enseñanza sexual en las escuelas que a menudo va encaminada no tanto a que el niño aprenda la importancia del sexo y la responsabilidad que implica, sino a liberar al niño de miedos y enseñarle a disfrutar, a su propio nivel, de su sexualidad. El resultado es que el niño volvió a sufrir una sexualización. Los pediatras comenzaron a hablar de las fases de desarrollo del niño como fase oral, anal y genital, dando unas claras connotaciones sexuales a ese desarrollo ya desde el nacimiento. La visión de un niño de 8 años desnudo, que hasta entonces era visto con tanta naturalidad como ver a un caballo sin montura, empezó a ser considerado algo obsceno en muchas partes, y pronto se consideró sospechoso y hasta denunciable el que un adulto disfrutara mirando a niños jugando en bañador, o que al jugar con un niño se tocara ciertas partes prohibidas.
Estas conductas solo empezaron a considerarse inapropiadas cuando se comenzaron a ver como algo sexual, algo ya cotidiano en Estados Unidos, no tanto en Europa aún, y mucho menos en Hispanoamérica. Esta sexualización de los niños les hizo mucho más vulnerables a los abusos sexuales. Cuando un adulto considera que un niño tiene sexualidad, un desviado puede entonces dirigir sus deseos sexuales hacia ellos con mucha mayor probabilidad que antes, cuando difícilmente los habría podido considerar objetos de su deseo carnal.

Paralelamente se produce una glorificación de la sexualidad adolescente que continúa avanzando en el presente. Los anuncios de ropa interior de Calvin Klein son un buen ejemplo, con modelos adolescentes y aniñados en poses fuertemente eróticas. Las nuevas corrientes estéticas de belleza han sufrido también un profundo proceso de adolescentización e incluso aniñamiento: operaciones de separación de los incisivos superiores para adquirir aire aniñado, depilación también en hombres, eliminación del vello púbico, ropa y peinados cada vez más juveniles e informales, mujeres con menos curvas y anormalmente delgadas, casi desaparición de bigotes y barbas, etc. son fenómenos que buscan eliminar del cuerpo rasgos adultos para parecer ya no jóvenes, sino niños o adolescentes. Incluso el comportamiento imprevisible y loco del adolescente es ahora valorado positivamente en adultos y hasta en ancianos. Esto refleja que ahora el modelo erótico a seguir es el del adolescente, lo cual lo convierte fácilmente en objeto del deseo sexual. Si te atrae la imitación, no es improbable que te atraiga más el original.
Como en tantas otras cuestiones, este tipo de cosas no hace que el adulto sano vaya a sentirse atraído por los niños, igual que ver películas violentas no hace que un adulto normal se vuelva psicópata o criminal, pero la gente con problemas mentales es mucho más vulnerable a este tipo de cosas, y si ya posee tendencias en esa dirección, este tipo de estímulos pueden lograr que la tendencia se haga realidad. En esto, como en tantas otras cosas, la sociedad moderna está creando problemas que luego no sabe resolver por estar en un continuo proceso de experimentación donde se desarrollan idearios sin pararse a pensar en las posibles consecuencias, y cuando las consecuencias no son agradables, es más fácil buscar chivos expiatorios o poner parches que enfrentarse a las raíces de los problemas. Una sociedad así está a años luz de alcanzar la madurez de la humanidad tal como afirma el pensamiento ilustrado moderno, más bien parecería que en cuanto a ideas y principios, hemos retrocedido a una fase mental de continua adolescencia.
Posibles causas del aumento de casos en los 60 y 70
En las estadísticas de abusos sexuales referidas en concreto a la Iglesia, hay dos décadas claves en las que los casos se disparan, son los años 60 y 70. ¿Qué pasó en esos años? No es difícil suponer, como hemos dicho, que la nueva moralidad, o más bien permisividad, sexual tuvo mucho que ver en ello. Al convertir a los niños en objeto sexual les pusieron en el punto de mira de muchos que no deberían. Desde entonces, la sociedad ha mostrado una gran ambigüedad en este asunto. Por supuesto que las violaciones o acosos sexuales a niños siempre han estado mal vistos, pero dentro y fuera de la Iglesia esos casos son una minoría. Sin embargo la sociedad ha ido asumiendo con normalidad todo el proceso de sexualización infantil, permitiendo, incluso hoy, que los jóvenes se inicien en el mundo del sexo cada vez a edades más tempranas, tolerando o incluso alentando el que los niños entren de una forma u otra en contacto con el sexo. Nunca como hoy ha sido tan fácil para un niño exponerse a comentarios sexuales o pornografía como hoy en día, en Internet, televisión, revistas, comics, carteles, anuncios, kioskos, museos, etc. Esta entrada de niños y adolescentes al mundo sexual ha sido vista con buenos ojos (o al menos indiferentes ojos) en muchos países de occidente, y en el proceso, ha ido de la mano un fenómeno indeseable pero inevitable: al dar la bienvenida a los más jóvenes al mundo sexual, esos mismos niños y adolescentes pasan a formar parte de ese mundo sexual con todo lo que ello implica, incluido el convertirse en objetos sexuales.
Este proceso se inició en los años 60 y continúa hasta hoy. Paralelamente los casos considerados como abusos sexuales también aumentaron mucho en esos años y siguen en niveles muy altos hasta hoy. Podríamos decir que el clero católico se dejó influir por esa nueva corriente igual que los demás, pero el análisis no puede ser tan sencillo porque hay un dato muy importante que convierte al clero en un caso especial.
La gran mayoría de las denuncias de abusos sexuales contra sacerdotes católicos han sido realizadas en los últimos años por adultos que afirman haber sufrido los abusos en los años 60 o 70. Los datos registrados en los archivos de la propia Iglesia coinciden en lo mismo, así que independientemente de que haya o no haya gente que ahora lo denuncie, los registros internos registran quejas, sospechas y denuncias internas que muestran un considerable aumento justo en esas dos décadas. Todo indica que los casos de abusos sexuales imputados al clero se disparan en los años 60 (en muy poco tiempo se multiplicó por 6) y caen aún más bruscamente al terminar los 70 a niveles incluso inferiores al de los años 50 (curiosamente, al poco de llegar Juan Pablo II al papado). Entonces hay que resolver dos preguntas, ¿por qué los abusos sexuales aumentaron en el clero al llegar los 60? Y también ¿por qué cayeron al final de los 70? ¿qué ocurrió en la Iglesia en esas dos décadas?
Es indudable que la “revolución sexual” tuvo un fuerte impacto en toda la sociedad, y los sacerdotes no son ajenos a los cambios de la sociedad en la que se han criado y en la que viven, así que esta causa, que explica fácilmente el aumento de casos entre la población general, también tendrá influencia en los casos entre el clero en particular. Pero hasta los 50-60 el clero católico había sido un bastión de moralidad sexual, no parecía probable que un cambio brusco en la moralidad de la sociedad tuviera un reflejo rápido e intenso en la moralidad interior del clero. Sin duda tiene que haber habido algo más.
La explicación podría ser que a mediados del siglo pasado empezó su apogeo la nueva teología católica que se había cocinado en la primera mitad del siglo. Esta nueva teología pretendía adaptar el catolicismo a la nueva visión modernista del mundo occidental, buscando una especie de compromiso entre la mentalidad católica tradicional y las nuevas ideas imperantes en la sociedad (nuevas ideas que de católicas no tenían nada). Además de esta corriente modernista de parte de los teólogos y clérigo, el resto también sentía que ante los cambios sociales la Iglesia debía buscar una nueva manera de actuar y de transmitir su mensaje. Eran dos corrientes casi opuestas, pero ambas clamando por un cambio.
En 1959 el papa Juan XXIII decide responder a las inquietudes de reforma de la Iglesia convocando el Concilio Vaticano II, y todos los teólogos y obispos defensores de la nueva teología ven la ocasión de modernizar la Iglesia Católica según sus poco ortodoxos ideales. A partir de ese momento, durante y después del concilio, reformistas (ortodoxos) y modernistas (heterodoxos) lucharán por imponer su visión de las cosas. Finalmente el Concilio refleja las posiciones reformistas de la Iglesia, pero serán sobre todo los modernistas quienes se conviertan ante la sociedad en portavoces de las reformas durante los años 60 y 70, influyendo enormemente en muchos aspectos de la doctrina y funcionamiento de la Iglesia más allá de lo que el Concilio marcaba, aunque como hemos dicho, su influencia en el clero ya era fuerte antes de comenzar el Concilio. De hecho muchas ideas e innovaciones que se extendieron tras el Concilio ya se estaban poniendo en práctica en muchas partes años antes de empezar el Concilio, y los cambios oficiosos se aceleraron durante los años de preparación, sin esperar a recibir o no la bendición oficial. Esto explica que a nivel de parroquias y congregaciones, en muchas partes los cambios profundos (sobre todo a nivel de ideas) estuvieran ya extendidos a principios de los 60, a pesar de que el Concilio fue anunciado en el 59 y duró desde 1962 hasta 1965.
Una de las cosas nuevas que llegaron al clero católico por entonces fue la psicología. De repente, sacerdotes, frailes y monjas de todas partes (pero muy en especial en Estados Unidos) comenzaron a hacer cursillos de psicología, con la consideración implícita de que la psicología moderna de la época, y no la Iglesia, tenía la verdad sobre la naturaleza humana y su funcionamiento. Pero esa misma psicología de entonces era la que había producido la revolución sexual. Miles de sacerdotes y religiosos fueron enviados por sus obispos y órdenes religiosas a realizar seminarios y cursillos organizados por psicólogos que resulta que les enseñaban a despreciar su celibato como un factor represivo que les anulaba como personas y les hacía imperfectos y enfermizos. Algunos sucumbieron ante la idea y entre otras cosas se produjo una avalancha de secularizaciones que empezó en los 60 y alcanzó proporciones alarmantes en los 70, para disminuir otra vez en los 80.
Si a mediados de siglo las vocaciones sacerdotales y religiosas en Estados Unidos vivían su mejor momento histórico, tras medio siglo de crecimiento, ahora en pocos años miles de sacerdotes abandonaron el sacerdocio, a menudo alegando que les resultaba imposible renunciar a una vida sexual y también porque los psicólogos y filósofos seculares les hicieron “comprender” que sus creencias eran equivocadas. Al mismo tiempo los conventos y monasterios comenzaron a vaciarse por similares motivos. Otros muchos permanecieron en sus puestos pero con su fe muy tocada, y con la convicción de que el celibato era un grave error de la Iglesia.
En cualquier caso, el resultado para lo que aquí nos interesa es que el ambiente de innovación heterodoxa que sopló por la Iglesia en los años 60 y 70 hizo posible que las nuevas ideas que circulaban por la sociedad penetraran también en parte del clero con rapidez y con fuerza. Si la sociedad estaba sexualizando a los niños y rompiendo límites, el modernismo dentro de la Iglesia estaba sexualizando también a parte del clero. Igual que indicamos anteriormente, la mayoría del clero no se lanzó a satisfacer sus deseos sexuales por estos motivos, pero esa minoría con algún tipo de tendencia pederasta latente sí pudo verse empujada a buscar algún tipo de satisfacción sexual en lugar de seguir cultivando un celibato total. Un pederasta célibe y disciplinado no es un problema, igual que un sacerdote homosexual no es un problema, el problema viene cuando intentan dar expresión a su sexualidad; en ese caso incluso un sacerdote heterosexual normal se puede convertir en un problema.
Así pues, la revolución sexual sería la raíz del problema y el sector modernista el instrumento que permitió a esas nuevas ideas penetrar en parte del clero. Como efecto no deseado, la pederastia aumentó en la sociedad y también en la Iglesia. Pero con el tiempo comienza a haber un cambio en la percepción social: está bien que un niño tenga su propia sexualidad pero debe ser protegida de los adultos. O sea, es legítimo el que un niño tenga conductas sexuales con otros menores, pero se considera un grave delito que un menor las tenga con alguien que sobrepase la edad legal de mayoría de edad en su país. Lo que antes se consideraba algo malo, o no, ahora se reconoce como lo que es, un crimen merecedor de la más firme condena.
Esto ha tenido también como consecuencia una paradoja. Son los mismos sectores sociales de alta progresía los que en los años 60 y 70 defendían la sexualidad infantil y los que ahora con más fuerza rechazan los abusos sexuales infantiles, al menos cuando los agresores son del clero católico (¿hipocresía?). En la Europa de los 50-60, o en la España de los 80 (tras la caída de la dictadura), las corrientes más progres iniciaron un debate sobre la conveniencia de que la revolución sexual alcanzara también a los niños, y muchos pedían despenalizar la pornografía infantil (que en muchos países fue tolerada hasta hace poco), o permitir que un niño tuviera relaciones sexuales con quien quisiera, fuese o no adulto. Es más, ese equivocado concepto de la libertad y del sexo, más aún aplicado a un niño que está formándose, no ha desaparecido del todo, y de vez en cuando vemos su voz resurgir en un libro, una película, unas declaraciones… o en el programa electoral de algún partido como podemos ver esta noticia publicada en el periódico español El Mundo el 21 de marzo de 2010, hace solo tres años:
“Un tribunal de la Haya decidió en julio de 2006 que el partido pedófilo Diversidad, Libertad y Amor Fraternal (PNVD, siglas holandesas) , “no puede ser prohibido, ya que tiene el mismo derecho a existir que cualquier otra formación”. Los objetivos de este partido político eran: reducir la edad de consentimiento (12 años) para mantener relaciones sexuales, legalizar la pornografía infantil, respaldar la emisión de porno duro en horario diurno de televisión y autorizar la zoofilia. El partido acaba de disolverse esta misma semana. Al parecer, ha contribuido decisivamente la “dura campaña” lanzada desde todos los frentes, internet incluido, por el sacerdote católico F.Di Noto, implacable en la lucha contra la pedofilia.” (El Mundo, 22 de marzo de 2010)
Ellos dirán que el delito no es sexualizar al niño sino atentar contra “su libertad sexual” forzándolos a realizar conductas sexuales no consentidas, pero lo cierto es que al convertir al niño en un ser sexual, lo conviertes también en objeto sexual, y eso favorece el que ciertos individuos con determinada perversión se fijen en ellos como dóciles víctimas. El mismo hecho de que ciertas conductas antes admisibles se empezaran a considerar sexuales se debe a este fenómeno. Cuando no se consideraba que un niño tuviera sexualidad, no pasaba nada por tocarles en ciertas partes durante el juego, etc., cuando se les empezó a considerar objeto sexual, esos mismos “tocamientos” se consideraron sexuales, y muchos pervertidos comenzaron a considerarlos excitantes y a buscarlos.

La pornografía infantil tiene como objetivo excitar al pederasta para que encuentre al niño sexualmente deseable, así que no es sorprendente que ese adulto trastornado pueda luego querer hacer sus fantasías realidad. Si además consideras que la sexualidad no debe encauzarse a través del matrimonio y solo a través del matrimonio, y además la trivializas como algo meramente placentero y divertido, sin mayor importancia, estamos sentando las bases para que el pederasta trivialice su pecado y lo considere una mera exploración, juego o divertimento y encuentre más fácil el “dejar de reprimir su sexualidad”, tal como le dice una y otra vez la sociedad y la psicología. Cuando lanzas el mensaje de que el pecado en realidad es virtud, no debe extrañar mucho que el número de pecadores aumente entre aquellos más vulnerables y confusos, incluso dentro de la propia Iglesia.
Hay quienes rechazan categóricamente que los vientos modernistas de dentro de la Iglesia o los vientos de la revolución sexual fuera de la Iglesia tuviera ningún tipo de responsabilidad en el número de casos de abusos y afirman que abusos hubo siempre los mismos, solo que ahora se denuncian más, y como la mayoría de los que han salido ahora a la luz son denuncias de adultos referidas a sucesos de cuando eran niños, es normal que antes de los 60-70 haya pocos casos, porque los posibles denunciantes ya habrían muerto. Tiene su lógica, pero esas muertes no explicarían el por qué cuando la Iglesia por fin reacciona contra los excesos del modernismo interno (capitaneada por Juan Pablo II) y sobre su particular interpretación y aplicación del Concilio Vaticano II, nos encontramos con que a partir de la década de los 80 el número de casos de abusos por parte del clero cae drásticamente, y los niños de los 80 tendrían ahora entre 30 y 50 años de edad, así que tampoco podemos decir que lo que ocurre es que esos niños, que en su día no se atrevieron a denunciar, probablemente lo harán cuando lleguen a edad adulta, porque ya han llegado. Además, no solo tenemos los datos de las denuncias de víctimas hoy adultas, también tenemos archivos eclesiásticos que recogen todo tipo de problemas, incluidos estos, los cuales a veces han sido investigados por los tribunales, y los datos que arrojan esos archivos son los mismos, el número de casos sufrió un gran aumento en esas dos décadas, para caer otra vez después.
Lo que está claro es que algo debió ocurrir cuando de repente, al llegar los años 60, los casos de abusos sexuales se multiplican por 6. Algo pasó entonces en la psique del clero que favoreció en algunos la banalización del abuso sexual, y no hay por qué inventarse cosas raras cuando sabemos que fue precisamente en esos años cuando los aires de la psicología de entonces, defensora en gran parte de la nueva moral sexual, se coló a raudales dentro de la Iglesia (sobre todo la de Estados Unidos) provocando una gran convulsión. Cuando Juan Pablo II puso orden de nuevo en este asunto, los casos de abusos cayeron a plomo. Cierto que el repunte empezó en los 50, pero eso solo confirma la idea de que no fue el Concilio en sí, sino los empujes modernistas, que ya eran fuertes en los 50, los que favorecieron la secularización mental de muchos clérigos.
Quienes rechazan esta tesis de la influencia de las corrientes modernistas, a menudo ofrecen una explicación alternativa. Los años 30 y 40 fueron años de fuertes cambios sociales que crearon mucha desorientación, también dentro de la Iglesia. Fueron algunos de los sacerdotes formados en los seminarios de aquella época los que años más tarde, de repente, a partir de los años 60 (por alguna razón) comenzaron a dar malos frutos. Esta explicación en realidad mantiene el mismo diagnóstico, solo que lo retrasa en el tiempo. Esos confusos años 30 y 40 fueron la base de la nueva moral sexual de los años 60 y 70, y también años en los que el modernismo fue extendiéndose poco a poco por grandes sectores del clero, así que el origen del mal sería el mismo, solo que se considera que su poder de corrupción no puede ser tan inmediato. La repentina multiplicación de casos al llegar los 60 se debería, según ellos, a que muchos más casos que antes salen a la luz. Esto último afirman también quienes opinan que la pederastia es un problema de siempre, pero en ese caso sería complicado explicar por qué en los años 80, cuando Juan Pablo II destierra de la Iglesia esas ideas modernistas sobre el sexo, el número de casos de abusos se desploma con mayor intensidad incluso que el ascenso de dos décadas antes.
Por supuesto la complejidad de factores es muy elevada y aquí no podemos analizarlo todo, ni estamos seguros de tener el diagnóstico correcto, pero en cualquier caso sería difícil justificar que los tremendos cambios producidos en la psicología y en la moral sexual de Occidente a mediados del siglo pasado fueran ajenos al aumento de abusos sexuales dentro y fuera de la Iglesia. Pero cuando la sociedad se pudre, la Iglesia no puede pudrirse con ella y luego echar las culpas a la sociedad, precisamente su función es ser siempre luz, no solo cuando el mundo anda a oscuras, sino especialmente cuando el mundo anda a oscuras, así que aunque desde el punto de vista humano podemos decir que la Iglesia en esas décadas se comportó simplemente como parte de los tiempos en que vivía, para un cristiano esa nunca puede ser una excusa, porque precisamente la Iglesia tiene que saber aplicar las palabras de Jesús cuando dijo:
Yo les he confiado Tu mensaje, pero el mundo los odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Como yo no pertenezco al mundo, tampoco ellos pertenecen al mundo. (Juan 17:14-16)

Pero al parecer en esos años de confusión, muchos clérigos y teólogos no podían soportar que el mundo les odiase y quisieron pertenecer al mundo, asumir sus ideas, sus formas, sus medios… y así en muchos casos no pudieron evitar asumir también sus fines y sus consecuencias. Pensaron que si hacían a la Iglesia parte del mundo lograrían hacerla más fuerte y respetada, y el resultado fue exactamente el contrario, en solo dos décadas se vaciaron los seminarios y conventos, se secularizaron miles de sacerdotes y religiosos, y los fieles iniciaron una gran desbandada cuya sangría solo hoy se está frenando. El Concilio abrió las ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco, pero muchos sectores modernistas pensaron que eso no era suficiente y derribaron las paredes. Ahora las consecuencias las tenemos que pagar todos. El sabio es el que cambia dando pasos con prudencia, el loco es el que corre entusiasmado sin calibrar las consecuencias de sus pasos.
Consecuencias para la Iglesia
Según la BBC (BBC 4/5/2010), de todas las denuncias salidas a la luz, el 75% eran casos que habían ocurrido entre los años 1960 y 1984, y esto ocurría no solo en Estados Unidos, sino igualmente, en menor medida, en otros países. Por tanto esos nuevos experimentos modernistas que sustituían a Dios por la ciencia, al concepto de pecado por el de enfermedad mental, al concepto de virtud y disciplina por el de represión, hicieron un doble daño de proporciones gigantescas. En los 60-70 favorecieron la comisión de delitos contra niños, algo que en el cristianismo está entre las peores ofensas a Dios; y al llegar el siglo XXI realizaron un tremendo daño a la Iglesia al salir a la luz esos delitos pasados repentinamente y casi a la vez, creando la psicosis de que el clero católico está lleno de pederastas en una elevada proporción.
En el caso de países como Estados Unidos, las indemnizaciones ahora exigidas han producido pérdidas millonarias, causando la bancarrota total de varias diócesis y desviando fondos destinados entre otras cosas a ayudar a muchos pobres que se quedan ahora sin ayuda, recibiendo así el daño colateral de esos monstruos; y por otro lado el escándalo ha causado en muchos países el abandono de la Iglesia por parte de muchos miles de fieles decepcionados por un clero al que ahora consideran nido del pecado. Por ejemplo en Alemania, donde la incidencia ha sido baja pero los medios de comunicación causaron un tremendo alboroto sobre el tema, el 20% de los católicos alemanes, según encuestas del 2010, se plantearon abandonar la Iglesia por culpa de la pederastia, muchos de ellos lo hicieron, y a raíz del escándalo solo el 17% de los alemanes continuaron considerando que la Iglesia Católica es digna de confianza. En enero de 2010, el 62% de los católicos alemanes aún confiaban en el papa, pero tan solo tres meses más tarde (en plena fiebre de escándalos) el apoyo había caído a menos del 40%.
Justificación de la pederastia
En otras épocas y en otras culturas la pederastia ha sido aceptable, incluso era considerada una virtud en muchas sociedades precristianas, como la griega, pero tras la llegada del cristianismo se consideró un grave pecado, y actualmente en la cultura occidental, cristianos y no cristianos generalmente están de acuerdo en que no es en absoluto aceptable. El cristianismo no es lo que ha creado el problema de la pederastia, sino la fuerza que lo ha convertido en algo inaceptable, y afortunadamente, esa idea, como tantas otras, ha sido heredada también por la mayoría de los ateos modernos, al menos por ahora, que hoy acusan a la Iglesia de ser ella la causa, en lugar de la solución.
Cuando algo no se considera correcto, pero se hace, se necesita una justificación personal que permita al infractor tranquilizar su conciencia y convencerse de que lo que está haciendo es adecuado, o al menos inevitable. Así es como funciona la psique humana, y en este caso no es una excepción, así que veamos cuales son las justificaciones principales que los pederastas (sacerdotes o no) hacen para actuar como actúan:
1- El sexo es una fuerza demasiado poderosa para poderla controlar, luchar contra ella es inútil y además nocivo, porque reprimir la sexualidad es ir contra la naturaleza humana. Este pensamiento, muy común hoy en día, está más o menos implícito en la llamada Liberación Sexual y sirve para justificar cualquier comportamiento sexual considerado ilícito. De este modo se justifica la infidelidad y todo tipo de perversiones sexuales, incluida la pederastia. El que pone los cuernos a su pareja considera que “solo me he comportado como un ser humano” (como dice Sandro Giacobbe en su canción “El jardín prohibido”), como si él mismo en vez de transgresor hubiera sido la víctima de unas fuerzas superiores que se han cebado con él. Del mismo modo razonan los violadores. La justificación es para ellos tan buena que a menudo solo son conscientes del daño que han hecho cuando les pillan, pero no mientras nada se sabe.
2- A él/ella le gusta tanto como a mí, aunque diga que no, en el fondo lo está deseando. Este razonamiento está muy extendido, no solo entre los enfermos mentales sino entre mucha gente normal. Con la excepción de aquellos sádicos que disfrutan con el sufrimiento del otro, lo normal es que quien busca sexo desee creer que la otra persona lo desea tanto o más. El razonamiento de que “sé que tú tienes tantas ganas como yo”, o incluso “sé que no quieres, pero vas a ver como luego te va a gustar”, son razonamientos muy frecuentes entre todo tipo de agresores sexuales, incluidos pederastas y violadores. Es cierto que en algunos casos el niño o el adolescente participará más que gustoso del juego sexual, pero aunque muchos permitirían la agresión cuando el niño la acepta, el cristiano tiene que tener claro que la libertad solo se puede ejercer cuando hay cierta madurez que el niño aún no tiene. El niño no puede ejercer “su libertad sexual”, como algunos defienden, porque solo puede elegir libremente quien comprende las consecuencias de su decisión.
3- El sexo es siempre una forma legítima de expresar amor, independientemente de las circunstancias. Este razonamiento no es corriente entre los agresores sexuales, que se refugian más en lo contrario, en el desprecio de la víctima (“se lo merece, la muy p–”), pero sí es corriente entre los pederastas. Si se leen comentarios de pederastas en las redes sociales se ve que este razonamiento es probablemente el más usado para justificar sus acciones y convertir su vicio en una virtud. Al decir “amor” cuando quieren decir “sexo”, los pederastas convierten el abuso sexual en algo bello e incluso se indignan con quienes les critican y reclaman el dicho de que “para el amor no hay edad” (la réplica sería: para el amor no, pero para el sexo sí).
4- El sexo es solo un pasatiempo placentero sin mayores consecuencias. Esta es otra idea divulgada por la revolución sexual. Si el sexo no significa nada, más allá del placer, entonces no puede haber nada malo en disfrutar con un niño/adolescente. Salvo casos extremos, el pederasta piensa que no solo obtiene él placer, sino que también proporciona placer a su víctima, así que no está haciendo ningún mal. Si el niño da muestras de no querer experimentar ese maravilloso placer que él le proporciona, entonces se justificará pensando que a los niños hay que iniciarlos en las maravillas del sexo, así que es doblemente por su propio bien. Aquí nos encontramos también con una máxima que se difunde hoy en día por todas partes y que simplifica todo el misterio sexual de la persona en la siguiente afirmación: Si se siente tan bien, no puede ser tan malo (it can’t be bad if it feels so good, en su formulación inglesa original)
Entonces, si el sexo siempre es bueno y reprimirlo es siempre malo, y además inútil, el resultado es el esperado. La persona que siente atracción sexual por los niños no tiene ya argumentos para resistir su malvada atracción y su única precaución es la de hacer lo posible por que no se descubra, pues ya que no teme las consecuencias del pecado (si es que aún tiene noción del pecado), ciertamente sí teme las consecuencias sociales y penales de su comportamiento.
La visión cristiana vs atea
En cuanto al debate de si la incidencia de este mal es mayor, menor o igual entre los sacerdotes católicos, además de los datos ya vistos podemos hacer un razonamiento de mucho peso. Como hemos visto, las justificaciones psicológicas del pederasta se encuadran en la nueva filosofía difundida por la revolución sexual, con una nueva moral sexual que contradice de pleno la moral cristiana. El cristianismo considera que el sexo es una poderosa fuerza que es beneficiosa cuando está enmarcada dentro de un marco legítimo, o sea, dentro del matrimonio. Sirve para la procreación y actúa como un fuerte pegamento que mantiene unida a la pareja. Fuera de ese marco el sexo se convierte en algo ilegítimo y pernicioso, es un pecado.
Un cristiano con inclinaciones pederastas sentirá por un lado la poderosa fuerza de su deseo empujándole a actuar sexualmente con los niños. Por otro lado sentirá una fuerte condena moral derivada de su concepción cristiana de que ese deseo sexual no es lícito y debe reprimirlo. Un ateo con inclinaciones pederastas sentirá por un lado la poderosa fuerza de su deseo empujándole a actuar sexualmente con los niños. Y por otro lado ¿qué siente? El temor al rechazo social y al peso de la ley.
Pero hay una diferencia fundamental, el cristiano, igual que el no creyente, teme al rechazo y a las penas legales, pero en el mismo instante que comete su delito sabe que se está condenando. Ante Dios no hay secretos ni excusas ni escondrijos. Desde el punto de vista moral, cometer un pecado equivale a cometer un delito delante de un policía y un juez mientras te graban con una cámara y delante de 100 testigos, y aunque la condena puede ser aplazada, no hay escapatoria.
El ateo, sin embargo, al no creer en Dios ni en su alma, solo teme al hombre, por tanto, si no le pillan, el delito es como si no existiera, y su batería de justificaciones mantiene su conciencia tranquila (o más o menos). El pederasta cristiano puede estar en mayor o menor medida bajo la influencia de las máximas de la liberación sexual también, pero ciertamente tiene también el contrapeso de la moral cristiana. El ateo no tiene contrapeso, solo él es juez moral de su propia conducta.
Por esta razón es imposible pensar que la incidencia de la pederastia pueda ser la misma entre creyentes que ateos, y no digamos entre sacerdotes, que en general tienen una convicción y compromiso de fe superior a la media de los creyentes. Tal vez la incidencia del impulso desordenado sea igual entre unos y otros, pero para llevar ese impulso a la práctica, el creyente se encuentra con mayores obstáculos que superar. En el caso del sacerdote católico esos obstáculos son mucho mayores porque no solo parte de una moral sexual mucho más restrictiva, sino que en su caso tenemos el celibato. Un sacerdote no se plantea quién es o no es un objeto adecuado para liberar su energía sexual, un sacerdote ha renunciado al sexo, con niños o adultos del tipo que sea, así que no solo tiene la barrera que le prohíbe tener sexo ilícito, además tiene otra barrera adicional, tal vez más fuerte aún, que le impide tener relaciones sexuales de cualquier tipo. Muchas barreras y muy poderosas como para que no tengan ninguna influencia a la hora de actuar. Y aún así hay sacerdotes que se saltan todas esas barreras, pero toda la lógica humana y toda la psicología moderna se vendrían abajo si pensáramos que esas barreras no hacen que el porcentaje de sacerdotes pederastas que convierten sus deseos en realidad sea claramente inferior al porcentaje del resto de la población.
¿hay motivos para que un sacerdote sea pederasta?
Ignorando lo que hemos dicho antes, quienes afirman que la pederastia es más prevalente entre los sacerdotes católicos aducen dos motivos:
1- El porcentaje de homosexuales y pederastas es muy superior entre los sacerdotes. El motivo sería que muchos jóvenes homosexuales que niegan o reprimen su homosexualidad, encuentran un entorno mucho más cómodo en el celibato sacerdotal, pues su falta de relaciones con el sexo opuesto queda justificada. En cuanto a los pederastas, dicen, encuentran en el clero católico un entorno en donde trabajar en íntimo contacto con niños es sencillo, y por tanto tiene para ellos un irresistible atractivo.
2- El celibato sacerdotal es un sistema represor de la sexualidad humana, y por tanto, tal como decía Freud, trastorna y enferma la psique. Esta energía sexual reprimida busca liberarse a toda costa, y como no le permiten hacerlo “legítimamente” (o sea, teniendo relaciones sexuales con el sexo opuesto), pues termina haciéndolo ilegítimamente con los niños, porque son fáciles de manipular y de callar.
Estas dos teorías son insostenibles e incluso autocontradictorias, pues son consecuencia de la moral de la liberación sexual y al mismo tiempo la contradicen. Veamos los problemas que semejantes razonamientos conllevan.
Al decir que la homosexualidad de muchos sacerdotes favorece la pederastia se está diciendo que el porcentaje de pederastas es mucho más elevado entre los homosexuales que entre los heterosexuales, algo que no solo no se ha demostrado, sino que causa un tremendo escándalo cuando alguien se atreve a decirlo públicamente. Al parecer algunos piensan que algo así solo se puede insinuar aceptablemente si primero aclaramos que estamos hablando no de homosexuales “normales”, sino de “curas homosexuales”. Por lo demás, el pensar que el porcentaje de homosexuales es más elevado entre los sacerdotes no tiene ninguna base contrastada, es solo pura especulación sin ninguna demostración. Ningún sociólogo ni psicólogo ha demostrado que el sacerdocio católico resulta especialmente atractivo para los homosexuales. El sacerdocio no es un oficio como otro cualquiera, supone un fuerte compromiso vital, un renunciar a tu vida para vivir para los demás, incluida la renuncia al sexo. Una elección de semejante calibre es demasiado drástica como para pensar que se puede tomar basándose en la orientación sexual, más aún cuando lo que el sacerdocio te ofrece en ese terreno es precisamente una renuncia total al sexo.
Pensar que el pederasta puede encontrar atractivo el sacerdocio católico porque le da muchas oportunidades de relacionarse íntimamente con niños es una idea que tampoco se sostiene. Si un pederasta lo que busca es un entorno para rodearse de niños en privado (sin otros adultos interfiriendo), entonces el sacerdocio, con su negación de la sexualidad, es un lugar muy poco indicado. Las mismas, o más bien mayores oportunidades las tendrá en otros sectores como por ejemplo en la docencia o, mejor aún, como entrenador de deportes para niños, o monitor de campamento, etc.

En cuanto a la afirmación de que al reprimir su sexualidad el sacerdote inicialmente sano tiene más probabilidades de llegar a convertirse en un pederasta, es algo que se podía justificar en la época de Freud, pero la psicología moderna ya no ve en ello ninguna relación, y la sociología tiene ahora el tema de la pederastia mucho más claro. Para empezar, habría que afirmar en este caso que el pederasta se hace, no se nace. En ese caso los homosexuales verían peligrar su afirmación de que la homosexualidad no se hace, sino que se nace. En fin, no se puede utilizar un parámetro para lo que me conviene y su razonamiento contrario para lo que no me conviene. Sacerdotes a parte, no hay ningún dato que indique que el trastorno de la pederastia es más frecuente entre gente con relaciones sexuales frecuentes que entre gente con relaciones escasas o inexistentes. Pensar que cuanto más sexo tienes, más sana es tu sexualidad, es otro mito freudiano que hace tiempo que cayó. Más bien parece que quienes buscan el sexo sin límites acaban tan aburridos del sexo “normal” que desarrollan desviaciones sexuales buscando recuperar la emoción y frescura perdidas. Son las sociedades más permisivas (hoy o en la antigüedad) las que muestran una mayor gama y ocurrencia de todo tipo de desviaciones y perversiones. Por lo tanto el celibato no es una maquinaria que favorece la desviación sexual, sino más bien todo lo contrario. De hecho, el perfil abrumadoramente mayoritario del pederasta es este: hombre, de entre 17 y 37 años, heterosexual, casado… y con hijos.
P. ¿Y lo de eliminar el voto de castidad?
R. Cuidado. Estamos hablando de pederastia. El sacerdote que no pueda soportar la castidad, como cualquier otra persona que no tiene el sexo al alcance de su mano, se irá con prostitutas o tendrá una amiga, o lo que sea. Pero aquí estamos hablando de abusar sexualmente de niños. No se puede argumentar que hay adultos que abusan de niños porque su vida sexual no es placentera, sean sacerdotes, maestros o bibliotecarios.
(entrevista a Vicky Bernadet, presidenta de la asociación homónima para prevenir y curar casos de abusos sexuales, España)
Los psicólogos Groth y Birnbaum (1978) concluyeron que la orientación sexual del agresor no está relacionada con el sexo de la víctima, es decir, un pedófilo varón tiene en general las mismas probabilidades de elegir como víctima a un niño o a una niña aunque su orientación sexual para los adultos sea claramente heterosexual. Por tanto, la mayoría de los pederastas (sacerdotes o no) son hombres heterosexuales. Si el problema fuera el celibato y el sacerdote sintiera una enorme necesidad de satisfacer su deseo sexual, su objetivo serían las mujeres, no los niños. El que abusa de un niño lo hace porque se siente sexualmente atraído por el niño, no porque sienta un enorme deseo sexual insatisfecho y cualquier cosa le venga bien. Las estadísticas ya vistas demuestran que la gran mayoría de quienes abusan de menores son hombres heterosexuales casados o con pareja sexual, así que la atracción sexual por los niños no se debe a una falta de vida sexual, sino a una perversión sexual de una persona que puede estar soltera o casada indistintamente. Esto es también una llamada de atención para quienes dentro del clero están intentando utilizar el tema de los abusos sexuales para pedir el fin del celibato. Suprimir el celibato será conveniente o no, no vamos a entrar en eso, pero desde luego no puede tener ninguna relación con el tema de los abusos sexuales.
Pero a pesar de todo lo dicho hay un dato que no podemos negar. En los casos de abusos sexuales detectados dentro de la Iglesia católica en décadas recientes en algunos países como Estados Unidos, el 80% de las víctimas son varones. Decíamos antes que según los psicólogos un pederasta aunque sea heterosexual puede elegir como víctima a niños o a niñas, pero incluso si ese es el caso, entonces encontraríamos porcentajes cercanos al 50%. Un 80% de víctimas masculinas indica que la gran mayoría de los sacerdotes pederastas prefieren a niños o jóvenes, no a niñas. Eso da argumentos a quienes denuncian que en las últimas décadas muchos seminarios de esos países se han “llenado” de homosexuales y el problema de la pederastia en el clero no se podrá controlar hasta que antes se controle la homosexualidad en el clero. Eso no significaría que los sacerdotes gais sean todos pederastas, pero sí podría indicar que la mayoría de los sacerdotes pederastas son gais. Sin embargo hoy en día poner el foco del problema en ese terreno crearía una inmediata confrontación con el poderoso lobby LGBTIQ+ y todo el mundo prefiere mirar para otro lado e ignorar ciertos datos, a pesar de lo que hay en juego. Sea como sea, ese 80% de varones merece un estudio a fondo de la cuestión. Se corre el peligro de reproducir por segunda vez y por otros motivos el problema que pareció empezar a encauzarse a partir de los 80.
epílogo
Por último conviene comentar otro argumento típico en este debate. Muchos afirman que los abusos sexuales a menores por parte del clero son en realidad mucho mayores que lo que los datos comprobados afirman, porque los católicos no se atreven a denunciar a un sacerdote, así que la mayoría de los casos no salen a la luz, o bien porque los niños no se atreven o bien porque los niños se lo cuentan a sus padres y los padres no se atreven o no quieren. Este argumento es probablemente el más débil y desacertado de todos. Es cierto que muchos abusos sexuales infantiles no salen a la luz, pero no se puede decir que esto afecte con mucha mayor fuerza a los abusos por parte del clero que a los del resto de la población. Si un niño es víctima de abusos por parte de un sacerdote al que conoce y en el que confía, es más difícil que le denuncie que si es víctima de abusos por parte de un desconocido. Pero los datos nos muestran que la mayoría de los abusos se producen en un contexto en el que el agresor tiene una estrecha relación con la víctima. Y como hemos visto, la mayoría de los abusos sexuales infantiles tienen lugar dentro de la familia (por parte de padres o familiares), así que si es cierto que un niño tendrá problemas para acusar a su sacerdote, muchísimo más fuertes serán sus reparos a la hora de acusar a su padre o a su tío. Y si la familia puede tener reparos para denunciar al sacerdote cuando se entera, muchísimos más reparos tendrá una madre para denunciar a su marido o a su hermano. Así que este argumento con poco análisis que se haga se nos da la vuelta y lo único que demuestra es que si las cifras de abusos sexuales son menores que los casos reales, es de suponer que los casos reales mostrarían una incidencia aún menor en proporción entre los sacerdotes comparadas con el resto de los casos.
Finalmente pedimos disculpas por tratar de la pederastia desde el punto de vista de los fríos datos y análisis sociales. La pederastia, venga de donde venga y afecte a quien afecte, es un crimen atroz que marca de por vida a muchas de sus víctimas. En ningún caso intentamos aquí quitarle importancia al asunto. Pero el objetivo de este artículo no era hablar de la pederastia y sus consecuencias, sino mostrar con datos que la Iglesia Católica no favorece ese delito en absoluto, y que es totalmente injusto y sospechoso que los medios de comunicación hayan centrado sus acusaciones sobre el clero católico, provocando enormes daños sin motivos reales para ello. Si los medios de comunicación estuviesen continuamente acusando de pederastas a los homosexuales, o a los entrenadores de fútbol, o a los musulmanes, o a los maestros, se habría considerado inaceptable criminalizar a todo un colectivo solo por el comportamiento de algunos de ellos. Pero cuando ese colectivo es la Iglesia Católica, o su clero, parece que resulta bastante aceptable e incluso social y políticamente rentable.
En este caso hasta los mismos católicos han llegado a asumir con vergüenza e indignación que sus sacerdotes son los más pederastas de todos los colectivos sociales, lo cual ha supuesto un duro golpe a la cohesión interna de la Iglesia. Desde aquí acusamos a los medios de comunicación de tremenda injusticia y de propaganda anticatólica, pero también hacemos una llamada a la jerarquía eclesial y al Vaticano, que no supo reaccionar ante sus pederastas con la debida celeridad y contundencia, y que tampoco ha sabido reaccionar ahora ante los medios de comunicación, o al menos ante sus propios fieles, combatiendo la calumnia con los datos en la mano. No podemos seguir reaccionando simplemente a la defensiva, hay que combatir el pecado con la virtud, y la mentira con la verdad. También, para ser justos, nos felicitamos por el enorme avance hecho por la Iglesia en los últimos años para atajar el problema entre sus filas y su nueva actitud a la hora de tratar el problema.
Conclusión
La conclusión de toda nuestra investigación es simple y clara: los sacerdotes católicos tienen un índice de abusos sexuales igual al de los demás clérigos cristianos y bastante inferior (o más bien tremendamente inferior si nos olvidamos de los pasados años 60 y 70) al del resto de la población, a pesar de que los medios de comunicación estén dando la sensación de que ocurre todo lo contrario, falsedad que por desgracia han asumido todos, incluidos los fieles católicos. Además, esta tergiversación de datos tiene otro efecto pernicioso. Al hacer creer que todo el problema de los abusos sexuales se centra sobre todo en la Iglesia Católica, se está ocultando a la sociedad la gravedad real del problema, haciendo creer a la gente que si su hijo no está con sacerdotes entonces no tiene nada de qué preocuparse, cuando la realidad es justo la contraria. Más aún, la falsa percepción que tiene ahora la gente hace pensar que la religión católica, con su «moral represiva», es la culpable de este tipo de desviaciones sexuales, y sin embargo la nueva moral sexual defendida por colectivos «liberales» es más sana y segura. Esta falsa percepción puede agravar enormemente el problema al alimentar las causas profundas de la pederastia (entre otras muchas cosas). En esta situación, las palabras de Jesús adquieren una importancia muy reveladora:
Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Juan 8:32)
Solo conociendo la verdad podremos empezar a solucionar el problema en lugar de seguir agravándolo. Puede que la Iglesia Católica, pasada la confusión sexual de parte de su clero en los años 60 y 70 y tras las nuevas medidas tomadas frente a este problema, haya logrado reducir aún más la baja incidencia de la pederastia entre sus filas (aunque ahora tenga que seguir pagando por sus crímenes pasados), pero no es ese el caso en el resto de la sociedad. A medida que la sociedad profundiza en la liberación y confusión sexual, la pederastia sigue siendo un problema de primer orden y creciente.
A los políticos y a todos los sectores defensores de una sexualidad sin moral ni límites les interesa enormemente que este problema quede asociado a la Iglesia Católica, los primeros porque así el problema no aparece como algo de su responsabilidad, y los segundos porque así la principal enemiga de sus ideas, la Iglesia, no solo carga con culpas que deberían ser de ellos, sino que además queda ante la sociedad moralmente deslegitimizada y desactivada, teniendo ellos el camino abierto para seguir luchando por los «avances» que buscan. Y la sociedad ha caído en la trampa, algo que no hubiera sido nunca posible sin la laboriosa acción (consciente o no) de los medios de comunicación.
Todos los estudios demuestran que tener o no pareja (celibato) o tener o no más relaciones sexuales no influye en absoluto en las probabilidades de ser pederasta. La pederastia es una perversión sexual, una disfunción psicológica, no una salida fácil para cualquier hombre sano. Los sacerdotes no viven aislados del mundo, si un cura no puede soportar su celibato podría acabar buscando mujeres clandestinamente, o yendo a un club de alterne, o abandonando el sacerdocio, pero no se convertiría en pederasta simplemente porque tiene niños cerca (como si el resto de la población no tuviera también niños cerca). No hay motivos que nos lleven a pensar que un sacerdote tiene más probabilidades de caer en la pederastia a causa de su situación, pero su mayor nivel de autoexigencia moral frente al de la población general nos hacen suponer que sus probabilidades han de ser menores, y las estadísticas así lo demuestran, por mucho que los medios de comunicación y los gobiernos se empeñen en poner el foco de atención en ellos, como si fuesen la principal causa del problema. La creciente sexualización de los niños, incluso dentro del sistema educativo público, sin duda multiplicará este problema en el futuro pero nadie parece prestar a esto atención, están demasiado ocupados investigando a la Iglesia.
Es muy poco probable que su hijo sufra abusos sexuales por parte de políticos, marineros, fruteros, filósofos, pintores, pescadores o cantantes, por la sencilla razón de que es muy poco probable que su hijo pase mucho tiempo con personas de esos colectivos, pero si su hijo pasa tiempo con un maestro, un monitor de campamento, un entrenador de natación, un profesor de piano, un pediatra, un logopeda o el director de un internado, las pruebas muestran que debería sentirse más tranquilo si esa persona es un sacerdote, fraile o monja que si es un trabajador ajeno a la Iglesia.
4 de enero, 2014
Nota: en el seno de la Iglesia Católica hay buenos artículos que ofrecen datos para demostrar lo que nosotros hemos intentado demostrar aquí, pero no hemos utilizado ninguno de ellos, ni como fuente de datos ni como inspiración, para no poder se acusados (por los demás o por nosotros mismos) de usar fuentes parciales. Prácticamente todas nuestras fuentes (incluidas las que citamos en este artículo) han sido fuentes y estudios sin relación con la Iglesia Católica, considerando que los datos ofrecidos por ellas no mostrarían una imagen de la Iglesia positivamente deformada (aunque sin garantías de que esa imagen no estuviera en realidad negativamente deformada).
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