Galileo y la Iglesia ¿Qué pasó realmente?


El proceso de Galileo ha pasado a la historia como el ejemplo arquetípico del conflicto entre el oscurantismo de la religión y la luz de la ciencia como dos estructuras de pensamiento contradictorias e incompatibles, o por qué la Iglesia no es capaz de aceptar los avances del conocimiento científico. Es difícil que en una discusión sobre ciencia y religión no salga a relucir el tema de Galileo como botón de muestra de intolerancia de ―según quién acuse― la religión, o del cristianismo, o de la Iglesia Católica en concreto.

LA LEYENDA NEGRA

Para empezar recordemos brevemente cuál es la tradicional narración de los hechos.

Galileo pudo demostrar que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés, pero la Iglesia consideró que eso contradecía la Biblia y por tanto le abrió un proceso para que se retractara de su herejía. Galileo se esforzó en demostrar al tribunal su descubrimiento, pero los representantes de la Iglesia estaban tan cerrados que se negaron a analizar las evidencias. Para mostrarles las lunas de Júpiter Galileo llevó al Vaticano un telescopio de su diseño, enfocó al objetivo y pidió a sus jueces que mirasen por él, pero los cardenales lo despreciaron diciendo que no necesitaban mirar por ningún tubo para saber que tal cosa no podía ser cierta, y así negaron también esta prueba sin siquiera comprobarla, lo que demuestra hasta qué punto rechazaban la ciencia y la razón por la ceguera de su fe. Fue torturado por la Inquisición hasta obligarle a retractarse de su teoría, y tras admitir públicamente que la Tierra no se movía pronunció su frase más famosa, “eppur, si muove” (y sin embargo se mueve). Retractarse públicamente no le sirvió de mucho pues fue declarado hereje y pasó el resto de sus años en la cárcel hasta que murió de malos tratos o ejecutado por la Inquisición, según qué versiones. Así muere uno de los más grandes científicos y nace el más famoso mártir de la ciencia. Para los ilustrados del siglo siguiente, con este proceso a Galileo la Iglesia se retrata como la principal enemiga del avance científico que, no obstante, sería ya imparable y acabaría por terminar (o eso deseaban muchos de ellos) con ella.

He aquí varias citas de lo que se viene contando desde el siglo XVIII:

El gran Galileo, a sus ochenta años, pasó sus últimos días en las mazmorras de la Inquisición porque había demostrado de un modo irrefutable el movimiento de la Tierra. (Voltaire, “Descartes y Newton”, 1728)

El célebre Galileo […] fue encarcelado por la Inquisición durante seis años, y torturado, por decir que la Tierra se movía. (Giuseppe Baretti, “La biblioteca italiana”, 1757)

Decir que Galileo fue torturado no es una afirmación temeraria, sino simplemente repetir lo que dice la sentencia. Especificar que fue torturado por su intención no es una deducción arriesgada, sino, una vez más, repetir lo que dice el texto. Son afirmaciones basadas en la observación, no intuiciones mágicas; hechos probados, no introspecciones cabalísticas. (Italo Mereu, “Historia de la intolerancia en Europa”, 1979)

Galileo torturado por la Inquisición -Goya

Esta versión, elaborada durante la Ilustración, es la que suele verse en las películas que tratan el tema, en las novelas históricas y en las discusiones sobre el enfrentamiento entre Iglesia y ciencia o entre fe y razón. También es un tema favorito hoy para el nuevo ateísmo y para quienes no simpatizan con la Iglesia. ¿Pero qué hay de verdad en todo esto? Sinceramente, casi nada. Desde que el Vaticano hizo públicos los archivos sobre todo el proceso, hace unas décadas, los expertos y las publicaciones serias no han tenido más remedio que dejar atrás la leyenda y atenerse a los hechos, aunque aún son frecuentes quienes contando medias verdades nos presentan una visión distorsionada donde Galileo era un santo y la Iglesia actuó insidiosamente y con muy mala fe. Esa visión, dejada ya atrás en el mundo académico, sigue igual de viva que siempre en la sociedad. La verdad no sólo es muy diferente, sino mucho más compleja e interesante.

LA REALIDAD TAL COMO FUE

Hoy en día abunda la rectificación de la leyenda tradicional. Como ejemplo estos extractos de un artículo de la revista científica “Cuaderno de Cultura Científica”:

Para muchos, el juicio a Galileo es un símbolo del empeño de la Iglesia en oponerse al avance de la Ciencia y atrincherarse en una ortodoxia contraria a la razón. Sin embargo, esa interpretación de los hechos que condujeron a la condena no se sostiene a la luz de lo que han aportado los estudios históricos desarrollados en las últimas décadas. […] Pero los problemas no se limitaban a la cuestión de la interpretación de las Escrituras. A la Iglesia no le resultaba fácil aceptar una cosmovisión que chocaba con la que había asumido como verdadera, la aristotélica, según la cual la Tierra se encontraba en el centro del Universo y los cielos la rodeaban en perfecto orden. […] Sea como fuere, en la actualidad está ampliamente aceptado que el juicio a Galileo no fue consecuencia de algo tan simple como el enfrentamiento entre la objetividad científica y el oscurantismo religioso. […] Bajo esas circunstancias las autoridades eclesiásticas lo condenaron y le obligaron a retractarse. Fue condenado a arresto domiciliario, y aunque fue amenazado con la tortura no llegó a ser torturado. Muchos historiadores sostienen que si Galileo hubiera sido sólo un poco más diplomático, podía haber persuadido a la Iglesia de que suavizase su oposición y las cosas habrían adquirido un rumbo diferente del que tomaron. Al fin y al cabo, dentro de la Iglesia había varias facciones, y aunque unas eran hostiles, otras eran partidarias de Galileo. […] Un elemento importante a la hora de valorar todo este asunto es que Galileo era un ferviente creyente y tenía, además, grandes amigos en la jerarquía de la Iglesia. Por lo tanto, no era alguien que estuviera interesado en socavar la autoridad de la jerarquía católica.

https://culturacientifica.com/2015/07/29/galileo-iii-el-conflicto-con-la-iglesia/ (Consultado el 5/1/21)

En el citado artículo se señala un hecho fundamental. La visión de que la Tierra era el centro inmóvil del universo no es achacable a la Iglesia, es la teoría de Aristóteles y durante más de 2000 años ―en realidad desde siempre― había sido la visión aceptada por la ciencia y por todo el mundo. El heliocentrismo de Galileo, defendido antes por Copérnico, no suponía simplemente un choque con la Iglesia, suponía una ruptura con la cosmovisión científica de toda la vida, y por tanto era lógico que se le exigiese demostrar lo que decía, y demostrarlo con pruebas concluyentes. Repasando en IMDB todas las sinopsis de todas las películas y documentales que hay sobre Galileo, vemos que en casi todos ellos se dice que Galileo demostró que la Tierra giraba alrededor del Sol pero la Iglesia no le creyó. Lo cierto es que Galileo no consiguió demostrarlo, por eso no le creyeron.

El papa Juan Pablo II forma en 1982 una comisión para estudiar a fondo el proceso de Galileo. La comisión termina sus investigaciones en 1992 y su informe concluye con esta sinopsis:

«En esa coyuntura histórico-cultural, muy alejada de nuestro tiempo, los jueces de Galileo, incapaces de disociar la fe y una cosmología milenaria, creyeron, muy equivocadamente, que la adopción de la revolución copernicana, que por lo demás no estaba probada definitivamente, era de una naturaleza tal que quebrantaría la tradición católica, y que era su deber prohibir su enseñanza. Este error subjetivo de juicio, tan claro para nosotros en la actualidad, les condujo a una medida disciplinar por la cual Galileo «debió sufrir mucho». Hay que reconocer lealmente estas equivocaciones, tal como Vos, Santidad, lo habéis pedido.«

Aunque quedaron algunas sombras de duda, la investigación no pudo concluir que los miembros del tribunal actuaran de forma malintencionada o incorrecta ―de acuerdo con los parámetros y normas de su época, claro está―, teniendo en cuenta además que Galileo no pudo demostrar su tesis. Pero para el papa fue suficiente, y el 31 de octubre de 1992 Juan Pablo II reconoció públicamente el error que supuso el proceso contra Galileo y lo injusto de la condena. A menudo se dice que ese es el momento en el que la Iglesia pide perdón y rehabilita a Galileo admitiendo que él tenía razón, pero en realidad Galileo había sido oficiosamente rehabilitado hacía ya mucho tiempo. Más o menos un siglo después del proceso, en 1741, se alcanzó la prueba óptica del giro de la Tierra alrededor del Sol. En ese momento el heliocentrismo quedó científicamente demostrado, las voces contrarias que aún quedaban dentro de la ciencia se acallaron, y el papa Benedicto XIV mandó que el Santo Oficio concediera el imprimatur a las obras completas de Galileo, eliminándose después de la lista de libros prohibidos todos los libros que apoyaban la teoría heliocéntrica. Eso muestra que la Iglesia no se negó a aceptar la realidad científica, sino que actuando prudentemente y con buen criterio se negó a aceptar como verdad una teoría que en su momento pareció descabellada y que no pudo ser completamente demostrada. Cuando las pruebas llegaron, la Iglesia las aceptó, igual que hizo la ciencia. Compare estos hechos con lo que aún encontramos en algunos sitios:

Hace unos cuantos años el Papa aceptó que es verdad que la Tierra gira alrededor del Sol y publicó una extraña disculpa por lo que la Iglesia le había hecho a Galileo.

(resumen del documental “Galileo” de 1975, en Internet Movie Data Base consultado el 10/1/21)

Según ese documental de 1975, la Iglesia creyó que la Tierra era el centro del universo hasta hace poco. Lo cierto es que cuando la ciencia aceptó el heliocentrismo, la Iglesia también lo aceptó, y antes de eso tanto la Iglesia como la comunidad científica estuvo dividida entre quienes aceptaban la teoría de Galileo y quienes la rechazaban. No aceptar una teoría que no ha logrado ser satisfactoriamente demostrada puede ser calificado por algunos de estupidez, pero para los sensatos se trataba más bien de prudencia. Es cierto que aunque Galileo no pudo demostrar la rotación de la Tierra, que era la prueba definitiva, si logró demostrar otras pruebas que bastaban para aceptar que así debía de ser, pero eso sería suficiente para la mentalidad científica moderna, no para la mentalidad de aquellos tiempos, que ante un cambio radical de cosmovisión exigía una certeza absoluta que no se podía aportar (igual que ahora los neoateos exigen a la religión una certeza absoluta sobre la existencia de Dios).

Otros detalles menores, pero de gran importancia simbólica, se han revelado también como pura leyenda. Galileo nunca pronunció su famosa frase “eppur si muove”, pues no se empieza a hablar de esa frase hasta un siglo después de su muerte, en 1757, no siendo mencionada en ningún escrito o biografía anterior. Según la leyenda fue justo tras su condena cuando pronunció la mítica frase, pero esta leyenda se basa en un cuadro de Murillo o su escuela fechado en 1645 que muestra a Galileo en una cárcel escribiendo esa frase en la pared de su celda, aunque en realidad nunca llegó a estar en una celda.

Tampoco es cierto en absoluto que Galileo llevase el telescopio al Vaticano y los clérigos se negasen a mirar por el telescopio. No fue torturado, no sólo porque no consta, sino porque como se explica en este artículo habría sido en su caso técnicamente imposible hacerlo, y ciertamente no murió ejecutado por la Inquisición, sino de muerte natural años después del juicio. Tampoco fue encarcelado, sino condenado a un encierro domiciliario de oro en su palacete de la Toscana, donde siguió investigando y escribiendo. Durante el juicio no estuvo cargado de cadenas en el calabozo, sino alojado como huésped en un palacio. Tampoco pretendió nunca Galileo buscar un conflicto que desacreditara a la Iglesia Católica, pues él fue siempre un muy devoto católico. Igualmente es falso que el papa tuviera prejuicios contra él por ser científico, pues de hecho ambos eran muy amigos y el papa fue su amigo y protector y amante de las ciencias. Y por último, no fueron los clérigos oscurantistas los que pusieron al científico Galileo en el punto de mira por sus investigaciones, sino los propios científicos quienes presionaron al papa quejándose de que Galileo era insoportable y había que impedir que siguiera difundiendo sus absurdas teorías. Tal vez esto sea lo más curioso, sí, fueron principalmente los científicos los que fueron empujando a Galileo hasta el tribunal del Santo Oficio y el papa, gran admirador de Galileo y amigo suyo, resistió la presión hasta que las circunstancias se hicieron insoportables. Estamos de acuerdo con muchos investigadores modernos que, analizadas las fuentes, consideran que el fondo del conflicto se origina más por cuestiones políticas que religiosas, pero aunque la política fue el asunto determinante, también hubo otros factores, y las envidias de los científicos junto con la arrogancia y poco tacto de Galileo jugaron también un papel fundamental. La ciencia y la teología por sí solas muy probablemente no habrían llevado a Galileo al juicio; el conjunto de todos esos factores sí lo consiguieron.

Obviamente partimos de la base de que un tribunal eclesiástico como la Inquisición no debería haber existido, al menos no con capacidad de condenar a nadie, pero aquí el planteamiento es que en aquella época ese tribunal existía, era legal, tenía las atribuciones que tenía y la cuestión es si dentro de esas reglas el resultado del juicio fue correcto o no. También ver si la condena de Galileo fue, tal como se cuenta, causada por el rechazo de la Iglesia a la ciencia o por otros factores. Pero lo que más nos interesa es denunciar las falsedades de la leyenda negra y mostrar las cosas tal como sucedieron, porque si algo es justo y necesario es que se conozca la verdad, nos guste o no.

RELACIÓN DE LOS HECHOS HISTÓRICOS

Veamos ahora la narración de los acontecimientos según las últimas investigaciones. Dejemos claro antes que Galileo fue un genio, el creador de la ciencia moderna y uno de los mejores científicos que han existido. No es necesario alabar sus grandes logros, reconocidos por todos. Pero si queremos rectificar la idea de que la Iglesia fue cruel y oscurantista y Galileo un hombre perfecto que no hizo nada mal, es necesario hablar aquí especialmente de sus defectos, pues son ellos los que ayudan a entender por qué un genio como él hizo tantos enemigos (aunque también poderosos amigos) y terminó como terminó. Antes de continuar memorice el nombre de los protagonistas más destacados:

Galileo= Científico florentino que adoptó el modelo heliocentrista de Copérnico y fue (junto con Newton) el fundador de la ciencia moderna y el método experimental.

Urbano VIII= El papa que llevó a Galileo a juicio. Admirador y luego amigo personal del científico.

Belarmino= El cardenal e inquisidor que dirigió las investigaciones contra el heliocentrismo en 1616. Era también uno de los más prestigiosos teólogos católicos del momento.

GALILEO, VIDA Y CARÁCTER

Galileo Galilei nació en Pisa en 1564. Con tan solo 26 años publica su primera obra científica, “Motu”, sobre la teoría de la caída de los objetos, que supuso una revolución. Este libro se basa en numerosos experimentos, como el mítico que hizo lanzando una bola de metal y otra de madera desde la torre de Pisa, llegando ambas al suelo al mismo tiempo a pesar de su gran diferencia de peso. Hoy en día se cree que tales experimentos no tuvieron lugar y que son un invento de Vincenzo Viviani, su primer biógrafo. Más bien parece que Galileo recreó sólo en su fantasía una serie de experimentos probatorios, la mayoría basados en experimentos realizados por los griegos. En realidad, aunque se le considera el perfeccionador del método científico, él mismo no hacía mucho caso de dicho método al principio y a veces describía experimentos inventados que demostraban las teorías que él había ideado o aceptado a modo de demostración práctica, en lugar de usar la experimentación para confirmar la validez de las teorías. Será ya después de su condena cuando dé a luz a la ciencia moderna.

A pesar de ser un gran científico, Galileo era también famoso por su gran soberbia, y en una ocasión en que le reprocharon que en realidad nunca había llevado a cabo el experimento que según él demostraba cierta teoría, Galileo afirmó sin titubeos: “Yo, sin hacer el experimento, estoy seguro de que el efecto tendrá lugar como os digo, porque es necesario que ocurra así”. Este razonamiento nos puede parecer hoy absurdo proveniente de un científico, pero no lo era tanto en aquel momento, pues los científicos tenían aún más de filósofos que de lo que hoy llamaríamos un científico.

En Venecia prospera, pero es un desastre administrándose así que tras la muerte de su padre tiene que recurrir frecuentemente a la ayuda económica de protectores y amigos. A los 35 inicia una peculiar relación con Marina Gamba, con la que no se casó ni tampoco convivió, lo que no le impidió tener tres hijos con ella sin prestarles gran atención. Cuando Galileo y Marina decidan cortar su relación, las dos hijas serán enviadas a un convento y el hijo, finalmente reconocido, fue entregado en matrimonio.

Telescopio de Galileo

A los 40 años ya se consagró como un gran científico. A los 42 años contrae una grave enfermedad infecciosa que lo dejará lisiado para el resto de su vida, con reumatismo severo. Tres años más tarde perfecciona el telescopio, inventado en Holanda, y le regala los derechos a la República de Venecia (que lo desea con fines bélicos), con lo cual su sueldo y posición se disparan. La cosa se pone fea cuando las autoridades venecianas descubren tiempo después que el supuesto regalo no es tal porque Galileo no era el inventor del telescopio y por tanto no podía ceder los derechos. A pesar de que Galileo presume de dominar perfectamente la teoría óptica, no es muy cierto, y los múltiples telescopios que fabrica presentan calidades muy irregulares, siendo algunos muy buenos y otros inservibles. Hizo también otros descubrimientos espectaculares, pero a veces con importantes errores que él se negaba a reconocer, pues podía presentar simples posibilidades o teorías como verdades irrefutables, lo cual empezó a exasperar a muchos otros científicos. Así estaba convencido de que los anillos de saturno no eran tales sino dos asas, que en la Luna había enormes montañas de hasta 7000 metros de altura, las cuales creía tener medidas con precisión, que los planetas giraban con órbitas perfectamente circulares. Pero igualmente tuvo grandes descubrimientos como la naturaleza real de la Vía Láctea y las nebulosas, la naturaleza de la Luna, las manchas solares, las fases de Venus. Gran parte de estos descubrimientos fueron posibles gracias a su mejora del telescopio.

Era pues una personalidad donde se juntaban grandes luces y grandes sombras, tanto a nivel personal como a nivel profesional, lo que explica sus grandes amigos y sus grandes enemigos. Era un genio y lo sabía, y no sólo presumía de ello sino que frecuentemente menospreciaba y se burlaba de otros científicos con los que no estaba de acuerdo, lo que le fue granjeando muchos enemigos en el campo de la ciencia, así como entre filósofos y clérigos, pero también logró grandes admiradores y devotos seguidores en todos estos campos (incluido el que luego sería el papa que le envió a juicio).

COMIENZAN LOS ATAQUES

En poco tiempo los éxitos de Galileo se multiplican, y cada cual es más sorprendente. Esto genera en torno a él una enorme admiración pero al mismo tiempo envidias, y sus enemigos comienzan a proliferar. Estos enemigos no serán en un primer momento curas recelosos de las posibles implicaciones doctrinales, sino científicos de su mismo campo de investigación que ven cómo todo su conocimiento, trabajo y prestigio parece a punto de quedar en nada por un compañero excéntrico y vanidoso que se burla de ellos y pretende destruir todo lo que la ciencia astronómica ha ido levantando durante siglos. Pero dejando a un lado las consecuencias prácticas comprensibles, fue tal vez más importante el choque de vanidades. Galileo padecía de un gran exceso de orgullo, pero en eso no era el único, y muchos reconocidos científicos no querían permitir que un advenedizo pusiera su ciencia en cuestión, les robase todos los aplausos y, lo peor de todos, les dejase en ridículo y tal vez incluso sin empleo. Envidia, celos, instinto de conservación, como quieran llamarlo. Galileo aviva el fuego al considerar que esas pobres almas defensoras de la ciencia aristotélica son tan primitivas que ni siquiera merecen llamarse colegas suyos. Él es otra cosa, un verdadero astrónomo, los demás son pobres diablos que viven de la ignorancia. Esto no hizo sino avivar el fuego del resentimiento. Los enemigos se multiplican, cada vez más científicos le odian y no tardarán en llover las puñaladas más o menos encubiertas.

En 1610 publica el libro “El mensajero de las estrellas”, donde desafía la cosmovisión tradicional geocentrista ―con la Tierra como centro del universo― y en su lugar postula una versión mejorada del heliocentrismo copernicano, donde el centro es el Sol. A partir de este momento ya no se trata de estar o no de acuerdo con este o aquel punto, sino que toda la visión del universo es cuestionada. A eso unimos la actitud prepotente de Galileo que no perdía ocasión de mofarse de todos los científicos que no se rindieran a su nueva teoría, de modo que los conflictos suben de nivel.

El primer ataque público procede de Martin Horky, discípulo del profesor Magini (gran enemigo de Galileo). Publica un panfleto que, además de ataques personales al florentino, niega que pueda haber lunas en Júpiter basándose en el argumento de que Dios no crea cosas inútiles, y los horóscopos se hacen con los astros, pero nunca ha sido necesario tener en cuenta esas supuestas lunas, por lo cual está claro que su existencia es imposible. Un argumento así, muy inductivo y torpe, nos puede parecer hoy ridículo y encajaría muy bien con el tipo de argumentos que la leyenda atribuye al tribunal eclesiástico que lo juzgaba, pero se trata de un científico el que así razona, y en esa época tal argumento pudo ser considerado por algunos bastante convincente. Sin embargo la mayoría lo consideró tosco. Los partidarios de Galileo (pues ya podemos hablar de dos bandos entre los científicos) le ridiculizaron diciendo que esas lunas sí servían para algo, para hacerlo enfadar a él. Pero curiosamente la primera acusación de herejía no viene de la Iglesia, sino de un catedrático de filosofía, Cosimo Boscaglia, siendo defendido de ese ataque por el abad Benedictino Benedetto Catelli, antiguo alumno de Galileo. Ese tipo de ataques seguirán repitiéndose a medida que otros científicos del bando anti-Galileo se sumen a la confrontación.

La visión del cosmos fue controvertida porque parecía contradecir lo que decía la Biblia, pero la Iglesia no objetó mucho contra esa idea siempre y cuando se mantuviera como una descripción puramente matemática para facilitar los cálculos astronómicos. De hecho al comienzo la Iglesia pareció satisfecha con los descubrimientos de Galileo. Cuando el astrónomo fue a Roma en 1611, fue recibido calurosamente e incluso tuvo el exclusivo honor de tener una audiencia con el papa. El cardenal Maffeo Barberini (futuro papa Urbano VIII) le invita a presentar sus descubrimientos en el Colegio Pontificial de Roma. En la ciudad pasa un mes, recibiendo todo tipo de honores dentro y fuera de la Iglesia. El Colegio Romano está compuesto de jesuitas entre los que destacaba Cristóbal Clavio, por entonces el astrónomo más respetado de toda Europa. El conflicto pues no surgió de las filas del clero, pero el revuelo que había ya en la comunidad científica y las apelaciones a la Iglesia para que pusiera orden hicieron que la Inquisición empezase a investigar el tema. El inquisidor Roberto Belarmino encarga a los jesuitas del mencionado Colegio Romano que investiguen si lo que dice Galileo es correcto. Estos jesuitas, entusiasmados con Galileo, verifican sus observaciones (lo que hoy es la práctica habitual en el método científico) y elaboran un informe explicando que son exactas, aunque rechazan opinar sobre si a partir de esas observaciones se puede concluir o no la teoría heliocéntrica que propone.

Galileo regresa a Florencia, pero no se libra de los ataques de sus colegas sino que éstos se recrudecen. Después del aval de los jesuitas de Roma los científicos dejan en parte de burlarse de sus teorías astronómicas y pasarán a atacar más bien otras teorías puntuales, como la de los cuerpos flotantes. Galileo en general sale victorioso de los enfrentamientos pero su arrogancia es tal que los derrotados, sintiéndose en exceso humillados, más que dejar la lucha escarmentados planean nuevos ataques con más saña desde nuevos frentes.

En el 1612 se produce un ataque, uno más, pero que marcará un nuevo giro en los acontecimientos porque esta vez el atacante es un profesor universitario que además es dominico, y pronuncia un sermón oponiéndose a la teoría de la rotación de la Tierra. Dicho sermón no tuvo mayores consecuencias en sí, pero supuso el inicio de los ataques de tipo teológico. Al frente contrario de la ciencia se empezó a unir ahora un nuevo frente, el de la religión. Si hoy en día el conflicto de Galileo se ve como un choque entre ciencia y religión, en aquellos momentos sus contemporáneos lo verían de un modo diferente, pues la ciencia y la religión estaban del mismo bando, y era Galileo y sus seguidores los que habían abandonado la razón, al parecer de la mayoría. El propio Galileo intenta dejar claro que él no ve ningún conflicto entre ciencia y religión al defender su postura de que la verdad es accesible al hombre a través del libro de la Biblia (la revelación) pero también a través del libro de la Naturaleza, que nos indica cómo funciona la creación de Dios. No hay todavía por ninguna parte nada que nos pueda hacer pensar que este conflicto terminará algún día convirtiéndose entre un choque entre Galileo y la Iglesia o la ciencia y la religión, es sólo una idea nueva enfrentándose al hasta entonces conocimiento comúnmente admitido por todo el mundo. Fueron algunos profesores en Roma, no los clérigos, quienes se disgustaron con estas teorías que contradecían el tradicional geocentrismo. Otros empezaron a sentir celos de toda la atención que estaba recibiendo. Galileo, quien nunca fue la persona más diplomática, seguía burlándose de los que no opinaban como él, así como se burló extensamente del jesuita Orazio Grassi por defender que los cometas eran cuerpos celestes en lugar de admitir, como Galileo le decía, que eran simples ilusiones ópticas, y para hacer su burla más notoria no dudó en escribir todo un libro, «El Ensayador», cuyo principal objetivo era ese, reírse de la estupidez de Orazio sin saber que el equivocado era él mismo.

Dentro de sus oponentes empieza a aparecer el argumento de que si Josué detuvo el Sol, eso significa que el Sol se estaba moviendo. Al contrario de lo que hoy se piensa ese argumento no era para los teólogos algo irrefutable, aunque sus oponentes lo intentaron usar como si lo fuera. La Biblia muestra una visión del universo primitiva y los cristianos desde el principio lo consideraban un modelo utilitario (igual que hoy seguimos diciendo que el Sol sale y se pone sin que por ello creamos que el Sol está dando vueltas a la Tierra). La mayoría de la gente, al menos quienes tenían cierta cultura, sabían ya desde el mundo clásico que la Tierra era redonda, por ejemplo, y no por ello encontraban conflicto en los pasajes bíblicos en donde se describe a la Tierra como plana. No era la Biblia el libro donde los cristianos buscaban conocimiento científico, por mucho que ahora se crea que funcionaba así, así que no fue la Biblia la que chocó con Galileo, aunque quienes chocaron con él usaran la Biblia entre otras cosas. Como hemos visto, fue la ciencia la que se abalanzó sobre él, y ya más tarde la Iglesia se vio arrastrada al conflicto.

Pero igual que no todos los científicos estaban en contra de Galileo, igualmente también había un sector de la Iglesia a favor, y si arreciaron los ataques, también lo hicieron en menor grado las defensas. En 1614 el carmelita Paolo Foscarini publica una carta apoyando la opinión de los pitagóricos y de Copérnico, es decir, defendiendo el sistema heliocéntrico que Galileo reivindica. La polémica se aviva y finalmente el cardenal Belarmino (el inquisidor) se verá obligado a intervenir varios meses después.

Hay que señalar que en este proceso hubo enemigos de Galileo que actuaron de mala fe, pero tampoco Galileo jugó limpio. Como ejemplo tenemos una carta, descubierta hace poco, en la que Galileo expone por primera vez su defensa del heliocentrismo y que tal vez fue el motor que desencadenó su denuncia a la Inquisición, pues aunque era una carta personal fue luego divulgada. El fraile dominico Niccolo Lorini envió a la Inquisición una copia de esta carta el 7 de febrero de 1615, pero Galileo sospecha que esa copia había sido alterada. Para demostrar su acusación entrega a la Inquisición la carta original, para que comprueben que no es eso lo que él había escrito. El problema es que lo que él entregó tampoco era la carta original, sino una copia del original que él mismo alteró de modo que resultase más inocente.

En cualquier caso la controversia sigue subiendo de tono, con detractores y seguidores, creando un verdadero alboroto en el mundo científico, del que se había contagiado también en parte el clero. Llegado a este punto Galileo se presenta en Roma para evitar una prohibición de la doctrina copernicana. El problema, que su orgullo no le dejó ver, es que carecía de la prueba fundamental para demostrar que el sistema aristotélico era incorrecto: demostrar la rotación de la Tierra (lo cual no se pudo demostrar hasta un siglo después). Peor aún, una de sus pruebas fundamentales, la teoría de la rotación de las mareas, fue demostrada incorrecta por los científicos, que encontraron que su explicación entraba en contradicción con el principio de la inercia enunciado por Galileo mismo). Los científicos jesuitas ya habían demostrado acertadamente que las mareas eran producidas por la atracción de la Luna y no por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Un tercer golpe moral supuso también que en el sistema heliocéntrico presentado por Galileo las órbitas de los planetas alrededor del Sol eran círculos perfectos, mientras que los jesuitas, siguiendo al gran astrónomo alemán Kepler, defendían órbitas elípticas, las cuales encajaban mejor con los fenómenos observables ―Galileo rechazó esto a pesar de conocer bien el trabajo de Kepler. Todo esto, y a pesar de que Galileo tenía razón en gran parte de su teoría, hizo imposible que Galileo pudiera presentar pruebas concluyentes de que su teoría heliocéntrica era claramente la correcta. Verdaderamente, para el conocimiento científico de la época, tanto el geocentrismo como el heliocentrismo eran defendibles como dos formas diferentes de explicar lo observable, aunque ambos sistemas tenían piezas que no encajaban, por eso en esta polémica hubo gente que apoyaba un sistema y gente que apoyaba el otro.

INTERVIENE LA INQUISICIÓN

Hoy sabemos que Galileo tenía razón, pero en esos momentos no se sabía, ni lo sabía la Iglesia ni lo sabía la comunidad científica. Muestra de ello lo vemos en una carta del cardenal inquisidor Belarmino al que como hemos visto se acudió para mediar en las disputas. Este cardenal afirmó que el heliocentrismo podía funcionar bien como teoría explicativa para hacer estudios y predicciones pero que no podía presentarse como una descripción real de los hechos. También recurrió a la Biblia para señalar que varios pasajes (como cuando Josué paró el Sol) contradecían el heliocentrismo, pero tuvo la sensatez de añadir que, si llegaran a presentarse evidencias concluyentes, “entonces habría que explicar cuidadosamente el sentido de las Escrituras que parecen contradecirlo; y decir que no las entendemos en lugar de afirmar que lo que ha sido demostrado es falso”. La Biblia pues no puede ser usada para contradecir a la ciencia, una afirmación muy alejada del supuesto fanatismo y oscurantismo que según la leyenda mostró la Iglesia en este asunto. Lo que mostró la Iglesia fue prudencia y respeto a lo que la ciencia hasta ese momento había defendido como la verdadera descripción del universo físico. Cuando el heliocentrismo finalmente se demuestre correcto, la Iglesia dirá, igual que defendía Galileo, que esos pasajes de las Escrituras se habían redactado de manera que fueran coherentes con la experiencia cotidiana de la gente, con independencia de cuál fuera la naturaleza real de los fenómenos.

Galileo creyó que lo que finalmente lo puso bajo el punto de mira de la Inquisición fue el debate que un mes antes abrió contra él Francesco Ingoli atacando el heliocentrismo. Este catedrático de derecho y sacerdote le envió un escrito en donde se ofrecían 18 argumentos científicos contra esa teoría, usando la física y las matemáticas. Añadió 5 argumentos teológicos pero los consideró accesorios, pidiendo a Galileo que en su respuesta se centrara en los argumentos científicos. De hecho muchos estudiosos modernos sospechan que Ingoli actuó por encargo de la Inquisición para ver qué argumentación ofrecía Galileo en contra de esos puntos, lo que mostraría más a las claras que para la Inquisición no estábamos tanto ante un problema religioso sino principalmente científico y querían ver qué argumentos daba Galileo, pero fuera como fuera, Galileo no quiso entrar en el debate y no respondió.

Algunos historiadores no consideran que esta primera intervención pueda llamarse propiamente juicio o proceso, pues trataron el asunto sin llamar a Galileo a declarar ni hubo condena. En realidad podemos considerar que este fue un proceso para tratar sobre el revuelo que las ideas heliocéntricas habían causado en la comunidad científica y sus implicaciones en la teología también. El heliocentrismo fue propuesto por Artisarco de Samos en el siglo III a.C. pero no contó con apoyos hasta el siglo XVI, cuando el clérigo católico polaco Copérnico dio consistencia matemática al sistema. Ahora que Galileo había asumido este sistema y hecho descubrimientos que lo apoyaban, por primera vez la concepción tradicional del universo físico se tambaleaba y la Iglesia, que como todos participaba de esa concepción, se vio en la necesidad de tomar una postura al respecto, pero su objetivo no sería aún Galileo sino el heliocentrismo, lo cual afectaba a Galileo sólo en tanto que lo estaba defendiendo.

En febrero de 1616 se reúne el tribunal para discutir el asunto, aunque como hemos mencionado probablemente llevaban meses desarrollando algunas diligencias al respecto, y tras dos meses de argumentos y debates se concluyó con dos resoluciones extrajudiciales. La primera es la condena de la teoría heliocéntrica, que es declarada insensata, incluyendo en la lista de libros prohibidos tres obras en donde se exponía dicha teoría (el de Copérnico, un comentario de un agustino español y un opúsculo de un carmelita italiano), así como cualquier obra del mismo tipo que pudiera aparecer en el futuro. En realidad sólo el opúsculo fue prohibido, las otras dos obras fueron suspendidas hasta hacer unas pequeñas modificaciones para dejar claro que se trataba de una teoría útil pero no verdadera (de hecho el heliocentrismo se utilizó para los cálculos del nuevo Calendario Gregoriano sin que ello supusiese ninguna polémica). El cardenal condena la tesis heliocéntrica en ausencia de una refutación concluyente del sistema geocéntrico. Noten que no se trata de que el cardenal rechace la teoría heliocéntrica porque contradice la Biblia, como se dice ahora, sino que las rechaza mientras no se pueda demostrar que son ciertas; el mismo motivo por el que buena parte de los científicos naturalistas la rechazaban.

Tal vez convenga aclarar que esta resolución no tiene ningún valor dogmático ni doctrinal, y en cualquier caso no se declara que el heliocentrismo será herético, sino que es falso, con lo cual se reafirma la idea de que lo están considerando un tema de ciencia más que de religión. Es cierto que se consultó a un grupo de sabios teólogos y ellos sí declararon que era herético, pero esa fue su opinión al ser consultados, y el hecho de que la Inquisición no asumiera ese parecer es incluso más reseñable y deja muy claro que la Iglesia nunca condenó al heliocentrismo como herejía ni declaró a Galileo hereje (aunque luego en el juicio a veces se usarán esos términos), lo que también explica por qué no se abrieron procesos contra otros católicos que públicamente apoyaban el heliocentrismo.

La segunda resolución fue una amonestación a Galileo, como principal propulsor de esta visión, para que abandonara la teoría heliocéntrica y se abstuviera de presentarla como una descripción de la realidad, aunque podía seguir hablando de ella como una simple teoría descriptiva. La censura es ratificada días después por el secretario de la Inquisición y por el cardenal prefecto. Se le advirtió que se le podría encarcelar si no acataba la orden. En este asunto hay polémica porque para informar de esta resolución Galileo es llamado a la residencia del cardenal Belarmino y tras la amonestación del cardenal (e inquisidor), se supone que el Comisario del Santo Oficio le entregó el documento oficial con la resolución. Dicho documento se conserva pero aparece sin firmar, de modo que algunos historiadores opinan que este documento fue una falsificación creada años más tarde para poder inculparle en el proceso contra él. En ese caso la Iglesia (o más bien algún miembro de la Iglesia) habría actuado de mala fe y el posterior proceso contra Galileo habría incurrido en ilegalidades, pero tampoco se puede demostrar que así fuera porque, igual que vimos con la carta presentada por Galileo (que hoy sabemos que era una falsificación suya), no sabemos si el documento sin firmas fue el original usado en el proceso o es una copia. Si era una copia entonces se explica fácilmente que esté sin firmas ―de ser una falsificación se habrían falsificado las firmas también para que el documento tuviese validez legal. En cualquier caso este es el único punto en el que el proceso posterior queda claramente bajo una sombra de duda. Duda en cuanto a su legalidad, pero lo que sí está claro es que con prueba legal o no, Galileo fue informado de la resolución y durante años intentó cumplirla. No fue hasta que dejó de cumplirla, 17 años más tarde, cuando realmente tuvo problemas con la Inquisición.

Dentro de los parámetros de la época, el resultado de esta resolución parecía razonable; no había conseguido demostrar la validez de su teoría y por tanto se le pidió que no siguiera defendiéndola como la realidad, sino como mera hipótesis. Pero recordemos que Galileo tenía un carácter muy soberbio y se sintió derrotado y humillado hasta tal punto que, según cuentan, el resentimiento se apoderó de él y quedó profundamente afectado. Tal vez eso influyera en que su salud se agravara seriamente durante los dos años siguientes, en los que redujo su actividad. Depresión lo llamaríamos hoy probablemente.

A pesar de sus defectos, Galileo también era no sólo un gran científico sino también un gran devoto católico. Galileo estaba convencido de que la resolución de la Inquisición había sido injusta, y sin embargo obedeció. Siempre fue y quiso ser buen católico y tuvo muy buenos amigos en el clero y en la alta jerarquía de la Iglesia. Pero era muy consciente de que la prohibición era un error y de buena fe, aunque con poco tacto, quería solucionar el equívoco y con el tiempo siguió argumentando incluso entre el alto clero de Roma, lo cual acabaría causando alarma y consiguiendo el efecto contrario al deseado. Proféticamente intentó también advertir del peligro de escándalo para la Iglesia que esa prohibición ocasionaría si en el futuro se llegaba a demostrar con certeza que la Tierra gira alrededor del Sol.

Así que entre unas cosas y otras, ni la polémica desapareció ni Galileo abandonó sus investigaciones, ahora con un perfil más bajo. Siguió contando con amigos y detractores tanto entre los científicos como dentro de la Iglesia, y nuevos descubrimientos sorprendentes apuntalaban aún más sus teorías, aunque seguía sin poder remontar en los grandes obstáculos que se habían visto antes.

En 1623 hay nuevo papa, Urbano VIII, que había sido desde hacía años un admirador de Galileo, incluso le había dedicado una poesía alabando sus descubrimientos astronómicos. En 1624 Galileo pasó un mes en Roma y el papa le recibió 6 veces, naciendo así una amistad entre ambos. Esto le pareció a Galileo una ocasión perfecta para volver a intentar convencer a la Iglesia de que levantase su prohibición sobre el heliocentrismo, pero no lo consiguió. Si bien el papa no consideraba el heliocentrismo herético, sí creía que era una posición doctrinalmente temeraria, y además estaba convencido de que nunca se podría demostrar, pues pensaba que los mismos efectos observables que se explican con esa teoría podrían deberse a causas diferentes (y con los datos que había en ese momento tenía razón). Es como si el pasajero del tren está convencido de que él está inmóvil mientras el paisaje se mueve, pero el pastor que sentado bajo un árbol ve pasar el tren está convencido de que quien se mueve es el pasajero y el tren; en el fondo ambos tienen razón al pensar que están inmóviles, incluso si la ciencia actual nos dice que ninguno de los dos lo está.

Parece ser que fue el papa, tal vez por amistad, quien le encarga, o al menos le permite, escribir un libro en donde pueda exponer los dos sistemas, el aristotélico y el copernicano. El libro se titulará “Diálogo sobre los dos sistemas del mundo”. La idea es que se puedan mostrar de manera neutra ambos sistemas. Parece un encargo hecho a medida de las necesidades de Galileo, pero por algún motivo Galileo metió la pata hasta el fondo, o quizás aprovechó la oportunidad para gastarle a su amigo una muy mala pasada que marcaría un antes y un después en todo este asunto. Galileo no usó esta ocasión para poder hablar de sus teorías con claridad pero manteniendo la paz, sino que la usó para volver a la batalla.

El caso es que Galileo no escribe el libro exactamente como se había acordado, exponiendo los pros y contras de la teoría geocéntrica y la heliocéntrica, sino que Galileo defiende la teoría heliocéntrica y ridiculiza la geocéntrica, contraviniendo así no sólo la voluntad de su protector sino el margen que le había dado el tribunal del Santo Oficio en 1616. Y no quedó ahí la cosa, el libro se desarrolla como un diálogo entre Salviati (heliocentrista), Sagredo (un ilustrado que no toma partido), y Simplicio (geocentrista estúpido de argumentos muy torpes). Eso no sólo inclina la balanza descaradamente hacia el heliocentrismo, sino que algunos vieron en Simplicio (nombre que significa “tontorrón”) una caricatura del papa Urbano VIII. Sus defensores dicen que no era esa la intención de Galileo y el mismo Galileo parece sorprenderse ante la reacción causada, pero lo cierto es que el papa le había pedido que incluyera en el libro un argumento suyo y Galileo puso ese argumento de forma torpe en la boca del tal Simplicio, lo cual daba bastante credibilidad a que su intención era ridiculizar al papa. Recordemos que siendo fiel a la opinión del papa habría sido más de esperar que pusiera sus argumentos en boca del ilustrado neutral Sagredo. Los enemigos de Galileo insistieron en que esto no podía ser una coincidencia hasta que Urbano se sintió ridiculizado y lo consideró una traición (muchos dicen que la desmedida autoestima de Galileo sólo era igualada por idéntica autoestima del papa), así que a partir de ese momento pasó de ser protector de Galileo a unirse al bando de sus opositores, al menos en parte.

Pero esa traición por sí sola no bastó para desencadenar los acontecimientos. La situación fue mucho más compleja y la resume muy bien el profesor y filósofo Mariano Artigas:

En 1632 la mayor preocupación del Papa no era precisamente el movimiento del Sol y de la Tierra. Estaba en pleno desarrollo la Guerra de los Treinta Años, que comenzó en 1618 y no terminó hasta 1648, que enfrentaba a toda Europa en dos mitades, los católicos y los protestantes. En aquel momento había problemas muy complejos, porque la católica Francia se encontraba más bien al lado de los protestantes de Suecia y Alemania, enfrentada con las otras potencias católicas, España y el Imperio. Urbano VIII había sido cardenal legado en París y tendía a alinearse con los franceses, temiendo, además, una excesiva prepotencia de los españoles, e intentando no perder a Francia. Se trataba de equilibrios muy difíciles. Los problemas eran graves. El 8 de marzo de 1632, en una reunión de cardenales con el Papa, el cardenal Gaspar Borgia, protector de España y embajador del Rey Católico, acusó abiertamente al Papa de no defender como era preciso la causa católica. Se creó una situación extraordinariamente violenta. En esas condiciones, Urbano VIII se veía especialmente obligado a evitar cualquier cosa que pudiera interpretarse como no defender la fe católica de modo suficientemente claro.

En esos momentos, cualquier suceso que pudiera aumentar la fuerza de la acusación socavaría grandemente la autoridad moral del papa en el peor momento posible. Y es precisamente en ese momento cuando empiezan a llegar a Roma los primeros ejemplares del libro de Diálogo de Galileo, que también a través de una serie de coincidencias y circunstancias especiales (incluida la peste y las presiones de ciertos gobernantes) había sido autorizado por ciertas autoridades eclesiales con excesiva tolerancia desafiando las instrucciones del papa. En un primer momento no sucedió nada, pero tras dos meses se supo que el papa estaba muy enfadado con el libro, que quería frenar su difusión y que iba a crear una comisión para estudiarlo y dictaminarlo. Realmente la situación era comprometida, y la aprovecharon bien algunos asesores del papa y enemigos de Galileo para meter cizaña. Se trataba de un libro que defendía el heliocentrismo en contra del dictamen de la Inquisición y de las instrucciones concretas del papa, pero que aparecía con los permisos eclesiásticos de Roma y Florencia, y para colmo de los males, parecía ridiculizar al papa. Dejar que el libro siguiera difundiéndose sin hacer nada hubiera sido dar la razón al embajador de España en su acusación de que no era capaz de defender la fe católica… ni siquiera su propia casa. Así que el papa decide que el asunto sea enviado al Santo Oficio (la Inquisición romana) para que nadie pueda decir que no toma cartas en el asunto. Su principal motivación nos parece que sea la de no permitir que su credibilidad se hunda en un momento en el que la política está desafiando su autoridad más que nunca, tanto por el lado católico como por el protestante. Esta vez la cosa va muy en serio.

PROCESO ANTE LA INQUISICIÓN

Se envía orden a Galileo de presentarse en Roma. Tras varios meses de dilaciones finalmente el 30 de diciembre de 1632 se hace saber a Galileo que si no se presenta enviarán a un médico para cerciorarse de su salud, y si puede viajar pero no se presenta en Roma, lo traerán encadenado si hace falta. El papa aconsejó gravemente al Gran Duque de Toscana, poderoso protector de Galileo, que se abstuviera de intervenir, porque el asunto era serio. El papa estaba realmente alterado con el tema y varias veces montó en cólera. Evidentemente suponía para él un problema enorme, pero no por las teorías en sí, que poco le habían turbado antes, sino por el efecto pernicioso que el libro estaba teniendo sobre la autoridad del papa en un momento para él tan delicadísimo. Todos los amigos y protectores de Galileo le aconsejaron que dada la situación lo mejor era que fuese a Roma o las consecuencias serían peores.

Así las cosas, se abre un proceso contra Galileo, comenzando con un interrogatorio el 9 de abril de 1633. La idea era hacer un proceso rápido, pero se alargó más de lo pretendido porque el tribunal seguía deliberando sobre el modo de actuar en este asunto. Como se había descubierto en los archivos del Santo Oficio el escrito de 1616 en el que se prohibía a Galileo tratar de cualquier modo el heliocentrismo, el proceso finalmente se centró completamente en una única acusación: la de desobediencia a ese precepto de 1616, pues publicar su libro de Diálogos, donde defendía claramente el heliocentrismo, significaría la desobediencia de la resolución de aquel precepto.

Ese documento es el que vimos antes que no tiene firmas (al menos el ejemplar que hoy conservamos). Si el documento fuese falso entonces el tribunal no habría tenido pruebas para acusarle de perjurio. Galileo había sido informado (eso parece claro) pero no se podría demostrar con pruebas que había sido informado o en qué sentido exactamente. Por otra parte se le pidió a Galileo dar explicaciones sobre su libro, pero resultó muy poco convincente en su intento de justificar que el libro ni ridiculiza al papa ni incumple lo impuesto por el Santo Oficio. Más aún, empeora la situación volviendo a defender rotundamente el heliocentrismo con dos pruebas nuevas: la basada en el movimiento de las mareas (errónea) y la basada en las manchas solares (acertada). Esto suponía un desafío al fallo del tribunal que le había permitido presentar el heliocentrismo como hipótesis, no defenderlo como lo verdadero. La situación era ahora mucho peor que en 1616, el ambiente estaba mucho más caldeado y con el papa en contra. Pero el asunto era complicado a causa de sus implicaciones, así que acudiremos de nuevo a Artigas para que nos lo resuma:

Galileo fue llamado a deponer al Santo Oficio el martes 12 de abril de 1633. Su defensa nos puede parecer muy extraña: negó que, en el Dialogo, defendiera el copernicanismo. Galileo no sabía que el Santo Oficio había pedido la opinión al respecto a tres teólogos y que, el 17 de abril, los tres informes concluían sin lugar a dudas (como de hecho así era) que Galileo, en su libro, defendía el copernicanismo; en este caso, los teólogos tenían razón. Esto complicaba la situación, pues un acusado que no reconocía un error comprobado debía ser tratado muy severamente por el tribunal. Por otra parte, Galileo se defendió mostrando una carta que, a petición suya, le había escrito el cardenal Belarmino después de los sucesos de 1616, para que pudiera defenderse frente a quienes le calumniaban; en ese escrito, Belarmino daba fe de que Galileo no había tenido que abjurar de nada y que simplemente se le había notificado la prohibición de la Congregación del Índice. Pero eso podía interpretarse también contra Galileo si se mostraba, como era el caso, que en su libro argumentaba en favor de la doctrina condenada en 1616. El tribunal se centró en matices de la prohibición hecha a Galileo en 1616, que Galileo decía no recordar, porque [sólo] había conservado el documento de Belarmino y ahí no se incluían esos matices. Desgraciadamente, Belarmino había muerto y no podía aclarar la situación.

Esos días Galileo seguía en el Santo Oficio, aunque tampoco entonces estuvo en la cárcel. Por deferencia con el Gran Duque de Toscana y ante la insistencia del embajador, Galileo fue instalado en unas habitaciones del fiscal de la Inquisición, le traían las comidas desde la embajada de Toscana, y podía pasear. Estuvo allí desde el martes 12 de abril hasta el sábado 30 de abril: 17 días completos con sus colas.

Para desbloquear la situación, el Padre Comisario propuso a los Cardenales del Santo Oficio algo insólito: visitar a Galileo en sus habitaciones e intentar convencerle para que reconociera su error. Lo consiguió después de una larga charla con Galileo el 27 de abril. Al día siguiente, sin comunicarlo a nadie más, escribió lo que había hecho y el resultado al cardenal sobrino del Papa, que se encontraba esos días en Castelgandolfo con el Papa; a través de esa carta se ve claro que esa actuación estaba aprobada por el Papa: de ese modo, el tribunal podría salvar su honor condenando a Galileo, y luego se podría usar clemencia con Galileo dejándole recluido en su casa, tal como (dice el Padre Comisario) sugirió Vuestra Excelencia (el cardenal Francesco Barberini).

En efecto, el sábado 30 de abril Galileo reconoció ante el tribunal que, al volver a leer ahora su libro, que había acabado hacía tiempo, se daba cuenta de que, debido no a mala fe, sino a vanagloria y al deseo de mostrarse más ingenioso que el resto de los mortales, había expuesto los argumentos en favor del copernicanismo con una fuerza que él mismo no creía que tuvieran. A partir de ahí, las cosas se desarrollaron como el Comisario había previsto. Ese mismo día se permitió a Galileo volver al palacio de Florencia, a la casa del embajador. El martes 10 de mayo se le llamó al Santo Oficio para que presentara su defensa; presentó el original de la carta del cardenal Belarmino, y reiteró que había actuado con recta intención. Seguía encerrado en el palazzo Firenze; el embajador consiguió que le permitieran ir a pasear a Villa Medici, e incluso a Castelgandolfo, porque le sentaba mal no hacer ningún tipo de ejercicio. Mientras tanto, la peste seguía azotando a Florencia, y en alguna carta le decían que, en medio de su desgracia, era una suerte que no estuviera entonces en Florencia.

El jueves 16 de junio, la Congregación del Santo Oficio tenía, como cada semana, su reunión con el Papa. En esta ocasión se celebró en el palacio del Quirinal. Estaban presentes 6 de los 10 Cardenales de la Inquisición, además del Comisario y del Asesor (en los interrogatorios y, en general, en todas las sesiones que se han mencionado hasta ahora, no estaban presentes los Cardenales: estaban los oficiales del Santo Oficio que transmitían las actas a la Congregación de los Cardenales, y éstos, con el Papa, tomaban las decisiones). Ese día el Papa decidió que Galileo fuera examinado acerca de su intención con amenaza de tortura (en este caso se trataba de una amenaza puramente formal, que ya se sabía de antemano que no se iba a realizar [entre otras razones porque en la Inquisición prohibía la tortura para gente de esa edad]). Después, Galileo debía abjurar de la sospecha de herejía ante la Congregación en pleno. Sería condenado a cárcel al arbitrio de la Congregación, se le prohibiría que en el futuro tratara de cualquier modo el tema del movimiento de la Tierra, se prohibiría [el libro de] el Diálogo, y se enviaría copia de la sentencia a los nuncios e inquisidores, sobre todo al de Florencia, para que la leyera públicamente en una reunión en la que procuraría que se encontraran los profesores de matemática y de filosofía. El Papa comunicó esta decisión al embajador Niccolini el 19 de junio. Niccolini pidió clemencia, y el Papa, manifestando algo que, como se ha señalado, estaba ya decidido de antemano, le respondió que, después de la sentencia, volvería a ver al embajador para ver cómo se podría arreglar que Galileo no estuviera en la cárcel. De acuerdo con el Papa, Niccolini comunicó a Galileo que la causa se acabaría enseguida y el libro se prohibiría, sin decirle nada acerca de lo que tocaba a su persona, para no causarle más aflicción.

Desde el martes 21 de junio hasta el viernes 24 de junio, Galileo estuvo de nuevo en el Santo Oficio. El miércoles día 22 Galileo fue llevado al convento de Santa María sopra Minerva; se le leyó la sentencia (firmada por 7 de los 10 Cardenales del Santo Oficio) y abjuró de su opinión acerca del movimiento de la Tierra delante de la Congregación. Fue, para Galileo, lo más desagradable de todo el proceso, porque afectaba directamente a su persona y se desarrolló en público de modo humillante. El jueves 23 el Papa, con la Congregación del Santo oficio reunida en el Quirinal, concedió a Galileo que la cárcel fuera conmutada por arresto en Villa Medici, a donde se trasladó el viernes día 24. El jueves día 30 se permitió a Galileo abandonar Roma y trasladarse a Siena, en Toscana, al palacio del Arzobispo. Galileo dejó Roma el miércoles 6 de julio y llegó a Siena el sábado 9 de julio. Había acabado la pesadilla romana.

La sentencia de la Inquisición comienza con los nombres de los 10 cardenales de la Inquisición, y acaba con las firmas de 7 de ellos. El Papa, junto con la Congregación, decidió que se condenase a Galileo y que abjurase de su opinión, pero en el texto de la sentencia no aparece en ningún momento citado el Papa; por tanto, ese documento no puede ser considerado como un acto de magisterio pontificio, y menos aún como un acto de magisterio infalible ni definitivo. En el texto de la abjuración se lee «maldigo y detesto los mencionados errores y herejías», pero no se trata de una doctrina definida como herejía por el magisterio de la Iglesia: en el texto de la abjuración se dice, como así es, que esa doctrina fue declarada contraria a la Sagrada Escritura, y, como sabemos, esta declaración se hizo mediante un decreto de la Congregación del Índice, que no constituyó un acto de magisterio infalible ni definitivo.

El Arzobispo de Siena, Ascanio Piccolomini, era un antiguo discípulo, admirador y gran amigo de Galileo. Se había ofrecido varias veces para alojarle en su casa, teniendo en cuenta, además, que estaba relativamente cerca de Florencia y que en Florencia todavía existían ramalazos de la peste. En Siena, Galileo fue tratado espléndidamente y se recuperó de la tensión de los meses precedentes. A petición del Gran Duque de Toscana, el Papa, junto con el Santo Oficio, concedió el 1 de diciembre de 1633 a Galileo que pudiera volver a su casa en las afueras de Florencia, la Villa del Gioiello, con tal que permaneciera como en arresto domiciliario, sin moverse de allí ni hacer vida social. Consta que el 17 de diciembre Galileo ya estaba en su casa, y allí siguió hasta su muerte en 1642.

En Arcetri Galileo siguió trabajando. Allí acabó sus Discursos y demostraciones en torno a dos nuevas ciencias, obra que se publicó en 1638 en Holanda. Se trata de su obra más importante, donde expone los fundamentos de la nueva ciencia de la mecánica, que se desarrollará en ese siglo hasta alcanzar 50 años más tarde, con los Principios matemáticos de la filosofía natural de Newton, obra publicada en 1687, la formulación que marca el nacimiento definitivo de la ciencia experimental moderna.

Villa il Gioiello, casa de Galileo

La imagen de un Galileo que pasa el resto de sus días triste y solitario en una oscura y pobre habitación no se corresponde con la realidad (y menos aún la más habitual que lo imagina en un calabozo). Lo cierto es que a pesar del arresto domiciliario en su rica y amplia villa (Villa il Gioiello) con amplios jardines para el esparcimiento, Galileo tuvo bastante más libertad de la que en teoría le permitían. No sólo se le hizo la vista gorda con las visitas, con lo que pudo tener vida social y seguir rodeado de seguidores, sino que a pesar de que externamente fingió haber abandonado sus teorías heliocéntricas, continuó con ello. Se sabe que Urbano VIII quedó muy afectado cuando advirtió que su admirado amigo estaba, en realidad, haciendo un juego diferente del que él pensaba (a pesar de lo cual no hizo nada al respecto), pero le dejaron en paz.

Al contrario de lo que algunos sugieren, de todo el proceso se conserva documentación exhaustiva muy detallada, así que la reconstrucción que los investigadores pueden hacer de los hechos es bastante exacta. Sólo hay un período del que no tenemos casi datos, el tiempo desde que el libro empieza a llegar a Roma hasta que el papa, enfurecido, decide enviar a Galileo a la Inquisición. Lo que ocurrió en esas semanas es la clave para entender los motivos del papa. Pero de todas formas tal como hemos hecho, podemos deducir esos motivos a partir de otros acontecimientos y de la situación política del momento. No tenemos cartas ni documentos que lo detallen y confirmen, como sí tenemos para lo demás, pero la situación parece clara igualmente. El propio Galileo siempre pensó que la causa fue que sus enemigos metieron cizaña para volver al papa en su contra, pero esa idea también encaja perfectamente con lo deducido, pues el papa, viéndose en una situación peligrosamente precaria, sería muy susceptible ante esas influencias. Es probable que Galileo fuera sincero al insistir en que no fue su intención burlarse del papa, pero en tal caso la torpeza con la que trató el tema le puso a sus enemigos la tarea de difamación demasiado fácil. Salvo ese período, el resto no se trata de deducciones sino de datos concretos que se han conservado.

El conflicto se agravó también porque tanto Galileo como Urbano tenían un temperamento muy fuerte y eran bastante orgullosos. Galileo no soportaba que le quitaran la razón en algo que para él era obvio, y Urbano no soportó que la testarudez de Galileo pusiera en peligro su pontificado, pero tampoco soportó lo que él consideró la traición de un amigo al que admiraba y en quien había puesto su confianza. De hecho su comportamiento durante y después del proceso nos muestran que ese cariño por su parte siguió vivo ―el papa ni siquiera firmó la sentencia.

Galileo murió de muerte natural en 1642 a la para entonces muy avanzada edad de 77 años, de modo que su arresto domiciliario duró 9 años. Un siglo más tarde, cuando la ciencia logre confirmar el movimiento de la Tierra y mostrar que efectivamente Galileo tenía razón, su teoría será aceptada por toda la comunidad científica y toda la Iglesia.

Para nosotros el juicio no fue justo ni el veredicto adecuado, pero teniendo en cuenta la época y cómo funcionaba entonces la Justicia, podemos decir que el desarrollo del juicio contra Galileo fue de un cuidado y un trato exquisitos, y que realmente se estudió todo con profundidad, sin actuar a la ligera pero intentando hacer justicia y al mismo tiempo perjudicar a Galileo lo menos posible. En el fondo, creemos, intentaron salvar al papa sin perjudicar demasiado a Galileo. No podemos analizar ese juicio como si la Justicia de entonces tuviese que funcionar como la de ahora porque eso sería totalmente anacrónico e injusto. Lo que sí podemos fácilmente ver es que si en esa época Galileo hubiese puesto en esa comprometida posición no al papa sino a la máxima autoridad civil (un rey, un emperador), es más que probable que la cosa sí hubiera terminado en tortura y ejecución, o peor aún, encadenado en un horrible calabozo hasta el fin de sus días.

Dicho esto, reconocemos también que hay un elemento que enturbia ese supuesto buen funcionamiento del juicio, y es el dilucidar qué pasó realmente con ese documento de Belarmino, si era o no auténtico y de qué manera habría cambiado el juicio si no lo hubiera sido. No parece probable que la condena hubiera sido otra ―teniendo en cuenta que fue mucho más suave de lo que podría haber sido―, pero ya no podríamos hablar de un juicio “correcto”. Ojalá en el futuro se pueda aclarar mejor esa cuestión.

La privación de libertad no es ninguna broma, desde luego, pero entre la leyenda de que fue torturado y ejecutado como hereje por la Inquisición, y la realidad de que pasó sus últimos días de ancianidad en un retiro dorado con bastante libertad de actuación hay una gigantesca diferencia, y habría que pedir cuentas a esos sectores que inventaron y difundieron semejantes calumnias en provecho de sus intereses, y también a esos sectores que hoy en día siguen difundiendo y apoyando esas mentiras con el fin de atacar a la Iglesia y presentarla como la eterna enemiga de la ciencia, borrando del imaginario colectivo el hecho de que hasta el siglo XVIII la Iglesia fue el principal motor de la ciencia, la mayoría de los científicos grandes y pequeños fueron clérigos, o al menos devotos cristianos, y a partir de ese siglo, aunque perdió influencia en ese terreno, los científicos cristianos siguieron siendo hasta el siglo pasado el principal motor de la ciencia.

¿POR QUÉ CHOCÓ EL HELIOCENTRISMO DE GALILEO CON LA IGLESIA Y LA CIENCIA?

En primer lugar es necesario enfatizar que el geocentrismo no era la visión del mundo que proponía la Iglesia Católica, como suele decirse en este asunto, sino la visión del mundo que tenía la humanidad entera, dentro de la cual está incluida la Iglesia Católica. Galileo no estaba desafiando específicamente la visión católica, sino la visión científica que el mundo entero tenía hasta ese momento. Pero Copérnico o Diego Zúñiga habían expuesto antes el heliocentrismo sin que la Iglesia hubiera reaccionado contra ellos, así que lo que aquí ocurrió fue algo más que la mera idea de que el geocentrismo pueda no ser correcto. Atendiendo al momento histórico que vive Galileo, Artigas nos ofrece tres motivos por los cuales la sociedad de su época no fue capaz de digerir fácilmente la revolución que suponía el heliocentrismo defendido por Galileo.

Para comprender el trasfondo del asunto hay que mencionar tres problemas. En primer lugar, Galileo se había hecho célebre con sus descubrimientos astronómicos de 1609-1610. Utilizando el telescopio que él mismo contribuyó de modo decisivo a perfeccionar, descubrió que la Luna posee irregularidades como la Tierra, que alrededor de Júpiter giran cuatro satélites, que Venus presenta fases como la Luna, que en la superficie del Sol existen manchas que cambian de lugar, y que existen muchas más estrellas de las que se ven a simple vista. Galileo se basó en estos descubrimientos para criticar la física aristotélica y apoyar el heliocentrismo copernicano. Los profesores aristotélicos, que eran muchos y poderosos, sentían que los argumentos de Galileo contradecían su ciencia, y a veces quedaban en ridículo. Estos profesores atacaron seriamente a Galileo y, cuando se les acababan las respuestas, algunos recurrieron a los argumentos teológicos (la pretendida contradicción entre Copérnico y la Biblia).

En segundo lugar, la Iglesia católica era en aquellos momentos especialmente sensible ante quienes interpretaban por su cuenta la Biblia, apartándose de la Tradición, porque el enfrentamiento con el protestantismo era muy fuerte. Galileo se defendió de quienes decían que el heliocentrismo era contrario a la Biblia explicando por qué no lo era, pero al hacer esto se ponía a hacer de teólogo, lo cual era considerado entonces como algo peligroso, sobre todo cuando, como en este caso, uno se apartaba de las interpretaciones tradicionales. Galileo argumentó bastante bien como teólogo, subrayando que la Biblia no pretende enseñarnos ciencia y se acomoda a los conocimientos de cada momento, e incluso mostró que en la Tradición de la Iglesia se encontraban precedentes que permitían utilizar argumentos como los que él proponía. Pero, en una época de fuertes polémicas teológicas entre católicos y protestantes, estaba muy mal visto que un profano pretendiera dar lecciones a los teólogos, proponiendo además novedades un tanto extrañas.

En tercer lugar, la cosmovisión tradicional, que colocaba a la Tierra en el centro del mundo, parecía estar de acuerdo con la experiencia ordinaria: vemos que se mueven el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas; en cambio, si la Tierra se moviera, deberían suceder cosas que no suceden: proyectiles tirados hacia arriba caerían atrás, no se sabe cómo estarían las nubes unidas a la Tierra sin quedarse también atrás, se debería notar un movimiento tan rápido. Además, esa cosmovisión tradicional parecía mucho más coherente con la perspectiva cristiana de un mundo creado en vistas al hombre.

Todos estos factores explican por qué la mayoría de la gente (en la Iglesia, en la ciencia y en la sociedad en general) no iba a aceptar fácilmente la nueva visión del mundo a menos que hubiese pruebas irrefutables para hacerlo, y lo cierto es que no las había. La misma teoría que daba una explicación mejor para ciertos fenómenos, resultaba pésima para explicar otros, como los expuestos en el tercer párrafo de la cita anterior.

Pero además es importante comprender otro factor. Cuando pensamos hoy en día en la ciencia, en argumentos científicos, en la importancia de la observación de fenómenos, experimentación, demostración empírica, etc. estamos pensando con los esquemas de la ciencia moderna y del método científico. Tratar de asuntos científicos de otro modo nos parece burdo, primitivo y equivocado. Pero es que precisamente esa concepción moderna de la ciencia y del método científico es la que desarrolló Galileo, y en su mayor parte lo hizo después de su juicio, así que no tiene sentido acusar a la Iglesia y a los científicos de la época de tratar el asunto de una manera torpe, pues ellos razonaban sobre la ciencia según los parámetros en los que se movía la ciencia de entonces, no lo que sería la ciencia después, lo que explica, por ejemplo, que en los argumentos contra Galileo (pero también a menudo los argumentos que el propio Galileo usó en su defensa) se recurriera frecuentemente a la filosofía y la tradición y no sólo a la observación y la experimentación. Complicaba también las cosas que el razonamiento seguido por la ciencia hasta el momento era el inductivo, mientras que Galileo ya usaba a menudo el razonamiento deductivo, que es el usado por la ciencia hoy, y en parte era como usar lenguajes diferentes que no llegaban a entenderse bien.

INTOLERANCIA Y FANATISMO

Como anécdota, pero muy ilustrativa, comentaremos un caso actual en donde los que acusan a la Iglesia de intolerante hacen gala de intolerancia y oscurantismo, y todo a raíz de esa caricatura que a pesar de haber quedado atrás sigue impregnando el imaginario colectivo. El papa Benedicto XVI había sido invitado a la ceremonia de inauguración del curso académico de la universidad de La Sapienza en el 2008. Tuvo que suspender la asistencia ante la protesta organizada por 67 profesores de la universidad y parte del alumnado, que mostraban así su rechazo a las afirmaciones que había hecho el papa sobre la condena de Galileo en esa misma universidad en 1990. Dichos profesores deberían saber bien de qué le acusaban, pero la realidad es que toda esa información se basaba en una información incorrecta que había sido publicada en Wikipedia, además de poner en boca del papa citas de otros. Ni se molestaron en contrastar la información, a pesar de que se trataba de su propia universidad y lo hubieran tenido muy fácil si realmente hubieran querido hacerlo.

Otro ejemplo de distorsión de la historia es la también mítica escena en la que Galileo intenta convencer a un grupo de cardenales del tribunal para que miren por su telescopio y puedan observar ellos mismos las lunas de Júpiter. Los cardenales se niegan a mirar por el telescopio diciendo que ellos no necesitan mirar para saber que eso es imposible. Con ese proceder, queda claro que el juicio contra Galileo sería todo una pantomima, pues la Iglesia se niega a analizar las pruebas y por tanto antes de empezar ya le ha condenado. Esa escena es frecuente en los libros, novelas y películas sobre Galileo, y se basa en una carta que Galileo escribió a Kepler quejándose de que algunos filósofos que se oponían a sus descubrimientos se habían negado a mirar por su telescopio:

«Mi querido Kepler, deseo que podamos reírnos de la notable estupidez de la manada común. ¿Qué tienes que decir sobre los principales filósofos de esta academia que están llenos de la terquedad de un asno y no quieren mirar ni los planetas ni la luna ni el telescopio, a pesar de que les he ofrecido la oportunidad libre y deliberadamente miles de veces? En verdad, así como el asno cubre sus oídos, estos filósofos cierran los ojos a la luz de la verdad»

En esa carta Galileo nos cuenta eso mismo pero no hablando de clérigos testarudos, sino de filósofos de la academia (lo que hoy llamaríamos naturalistas o estudiosos de las ciencias naturales), y aunque no menciona nombres, los investigadores han identificado al menos a dos científicos implicados en los hechos, Cesare Cremonini y Giulio Libri. Así que quienes se negaron a comprobar las evidencias no fue la Iglesia ni el tribunal del proceso, sino parte de los científicos. De modo que adjudicar ese fanatismo a la Iglesia, que no es una maniobra inocente, sólo se explica porque para presentar esa leyenda de que este conflicto fue todo entre la ciencia y la Iglesia, siendo la ciencia toda luz y verdad y la Iglesia todo oscurantismo y maldad, es necesario y conveniente adjudicar a la Iglesia no sólo sus errores sino también los errores de los científicos, al mismo tiempo que la despojan de sus aciertos y razones, sólo así consigues que los científicos queden en el blanco y la Iglesia en el negro, sin zonas grises que puedan despistar sobre esa idea de que la Iglesia es por naturaleza enemiga de la ciencia.

El caso de Galileo no afectó al progreso de la ciencia, en su encierro domiciliario siguió investigando y escribiendo, y pocas décadas después Newton remató la labor de Galileo llevando la física moderna a su pleno nacimiento. También es importante señalar que no ha existido ningún otro caso semejante al de Galileo. No fue este un caso entre otros del mismo tipo, una simple muestra de cómo ha tratado la Iglesia a la ciencia, sino una excepción causada por una conjunción de factores muy concretos. Tan sólo hay un caso que, sin ser igual, tiene paralelismos con éste: el evolucionismo. Allí también la Iglesia se opuso al principio, hasta que la evidencia la llevó a dejar de oponerse. Pero allí nuevamente vemos que no fue sólo una resistencia de la Iglesia ante una teoría que, como el heliocentrismo, daba un vuelco gigantesco a la concepción de siempre; la misma resistencia que encontramos al principio en la Iglesia católica la vemos también en todas las religiones cristianas y no cristianas, en amplios sectores de la ciencia de la época y en toda la sociedad en general.

UN CONFLICTO RECIENTE

La idea de que la ciencia y la Iglesia han estado siempre en conflicto se empezó a fabricar durante la Ilustración, un siglo más tarde, y sigue viva. Una encuesta realizada en 2009 por el Consejo de Europa reveló que el 30% de los estudiantes está convencido de que Galileo fue quemado en la hoguera por la Inquisición. El 97% cree que antes de su muerte fue torturado, y casi el 100% cree que la frase «Eppur si mueve» fue pronunciada por él realmente. Este es el resultado actual de la leyenda negra que se forjó durante la Ilustración contra la Iglesia. Como contrapunto podemos comparar el caso de Antoine Lavoisier, uno de los padres de la Química, que fue guillotinado en 1794 acusado, probablemente en falso, del cobro de contribuciones. El presidente del tribunal civil que lo condenó pronunció la famosa frase de «La revolución no necesita científicos ni químicos«. Ese mismo año se había suprimido en Francia la Academia de Ciencias, el físico, astrónomo y matemático Lagrange fue despojado de todos sus bienes y linchado y otros 27 intelectuales y científicos fueron también condenados por cargos ridículos, sufriendo suertes semejantes. Y esos mismos bárbaros de la Ilustración francesa que nos traían la luz, fueron los que crearon el mito de la Iglesia contra Galileo como ejemplo de la incompatibilidad entre religión y ciencia. Hay que admitir que les salió brillante la jugada.

Sin negar el origen en la Ilustración, veamos un artículo de la BBC que nos ofrece una interesante aclaración sobre otro paso decisivo en la creación de ese mito tan usado hoy por el nuevo ateísmo. Copiaremos aquí un fragmento:

El asunto de Galileo frecuentemente es visto como un ejemplo de cómo la ciencia y la religión están en guerra perpetua. Es decir, que la ciencia -como hizo Galileo- busca las verdades fundamentales que se puedan probar a través de la observación, mientras que la religión se aferra a afirmaciones improbables basadas en las escrituras. Y cuando entran en conflicto, la Iglesia se pone firme.

Pero eso no siempre fue así, según Mary Jane Rubenstein, profesora de religión en la Universidad Weselyan de Connecticut, EE.UU.

«La idea de que la religión es en realidad una opositora retrógrada, autoritaria e irracional de la ciencia realmente viene de finales del siglo XIX», le dijo a la BBC.

Dos libros, uno escrito por un estadounidense y otro por un británico, parecen estar planteando el argumento de que la ciencia y la religión han estado en conflicto desde siempre. Lo que realmente postulaban era la diferencia entre un protestantismo clásico secular y un supuesto «anti intelectualismo» católico.

«Realmente era la batalla entre el catolicismo y el protestantismo transferida a un conflicto entre lo secular y lo religioso«, opinó la experta.

«Ciertamente «El origen de las especies» de Darwin creó una fisura entre la ciencia y la religión, pero había muchos sacerdotes, teólogos y pensadores cristianos que tenían opiniones muy diversas al respecto», agregó.

La verdadera división sucedió en los años 1920, en el sur de EE.UU., con el famoso Juicio de Scopes, en el que fundamentalistas buscaron prohibir que se enseñara la teoría de la evolución en las escuelas.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-49373889, consultado el 16/1/21

Por supuesto las iglesias protestantes se opusieron al heliocentrismo tanto como la católica, pero de algún modo todos se pusieron de acuerdo en que la Iglesia Católica era el único sitio donde reinaba el error.

CONCLUSIÓN

No está de más indicar que cuando Galileo exponía sus teorías y pruebas ante la Iglesia no se trata de un gran científico hablando ante un puñado de fanáticos curas que ni saben de ciencia ni quieren saber, sino de un científico hablando ante clérigos ilustrados que conocen bien la ciencia de su época y que tienen asesores científicos de primer orden preparados para analizar esa información, de modo que los argumentos de Galileo eran aceptados o rechazados no según lo que decía la Biblia, sino según lo que la ciencia del momento consideraba acertado, y ya vimos que buena parte de los científicos se oponían a sus teorías por diversos motivos, entre ellos por pura envidia pero también porque algunas de esas pruebas estaban poco probadas o directamente eran erróneas. Es muy simplista e incluso falso decir que la condena de Galileo se debió simplemente a que la Iglesia no admitía lo que decía la ciencia, que es el cliché que ha pasado a la historia.

No podemos centrarnos en los errores cometidos e ignorar el mucho mayor bien aportado, y sobre todo, no podemos difundir mentiras sólo para reforzar nuestras animadversiones personales, pues no hay mentiras inocentes y esta puede tener graves consecuencias. De hecho una de las principales razones por las que buena parte de los jóvenes rechazan hoy la Iglesia es porque la consideran enemiga de la ciencia o incompatible con ella, y cuando se les pide explicar más el por qué, casi siempre sale a relucir el proceso de Galileo como paradigma de esa idea, como si fuera un ejemplo más de la atroz represión que la Iglesia al parecer ha ejercido siempre contra la ciencia. Una caricatura, y además una caricatura falsa y malévola.

Pocas veces son las cosas blancas o negras, pero en toda esta historia los grises son especialmente prominentes. Para complicar el tema, muchos de los científicos de la época eran del clero (especialmente jesuitas y dominicos), así que dividir entre Iglesia y ciencia ya era de entrada tarea imposible, pues entre ambas esferas está el amplio grupo de clérigos científicos. Pero incluso partiendo de esos tres grupos, Galileo tuvo detractores y seguidores en todos ellos, igual que hoy en día resulta simplista y falso identificar a la ciencia con el ateísmo y a la religión con la ignorancia, como si religión y ciencia fuesen incompatibles. Ambas tratan aspectos diferentes de la realidad, una el plano físico y otra el plano espiritual. Tan absurdo es que la religión se meta a pontificar en el terreno de la ciencia como que la ciencia se meta a pontificar en el terreno de la religión. Para evitar situaciones de este tipo en ambos sentidos hay que recordar lo que dijo Jesús: a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.

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3 thoughts on “Galileo y la Iglesia ¿Qué pasó realmente?

  1. A veces me gustaría ser cristiano católico al pensar en lo hermoso que es su misa, sus rituales, sus sacramentos, su arte y simbología, las historias de sus santos, y lo hermoso de las Iglesias.

    Pero luego pienso en masacres y se me pasa. Como la pascua piamontina

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    • Hola Arturo. No sé qué cosa es la pascua piamontina pero da igual, hay muchos momentos de la historia donde el Pueblo de Dios actuó mal. Pero eso no dice nada en contra de la verdad que profesa o de su identidad como Pueblo de Dios, sólo atestigua la debilidad de los hombres y la frecuencia con la que caen una y otra vez. El Pueblo de Dios, como sabrás si eres cristiano, empezó siendo Israel, y a partir de Jesús ese mismo Pueblo se abrió a los gentiles y a todos los que aceptaron a Jesús, de modo que hay una continuidad entre ese Pueblo Elegido que salió de Egipto y la Iglesia de Jesús. Pues bien, si quieres comprender por qué la Iglesia de Jesús puede caer en todo tipo de pecados no tienes más que leer la Biblia y observar cómo ese pueblo de Israel, a pesar de ser los elegidos, a pesar de tener una relación privilegiada y constante con Dios, no cesan de caer una y otra vez en todo tipo de pecados, idolatría, matanzas, etc, etc, etc, y en ningún momento dice la Biblia que sus pecados demostraban que no eran el Pueblo de Dios, sino todo lo contrario, Dios les reprendía, les castigaba, pero les perdonaba una y otra vez y renovaba siempre sus promesas. Si los defectos de la Iglesia católica fuesen la prueba de que no somos el verdadero Pueblo de Dios, entonces ni Dios sería el Dios de la Biblia ni el ser humano sería el hombre caído descendiente de Adán. La Iglesia es una institución divina pero compuesta por seres humanos, así que encierra en sí santidad y pecado. Las otras iglesias creadas en el XVI estaban igualmente compuestas por hombres, y desde el primer momento dieron sobradas muestras de que la crueldad no está reservada sólo a ciertos grupos humanos. Las guerras de religión que se desataron en Europa durante ese siglo fueron testigo de atrocidades por ambos bandos, pero mucho más por el lado de los protestantes, que en cuestión de décadas limpiaron ciertos países de católicos a golpe de espada y cuchillo, y a petición del mismísimo Lutero, a golpe de hacha también, asesinando a toda la jerarquía católica de sus países, desposeyendo y ajusticiando a quienes no aceptaran el protestantismo y siguieran practicando en secreto su fe católica. La persecución y casi exterminio de los católicos en zonas como Reino Unido, la mitad de los estados alemanes, los países escandinavos, etc. fue una auténtic amasacre, y aunque no conozco esa masacre de la pascua piamontina ni de lejos puede compararse a esos otros genocidios protestantes. Y no digamos ya de los ateos, que piensan que liberándose de la religión se acabarán las guerras y las masacres, como si los hombres sin creencias fuesen todos puros y buenos. En el siglo XX hemos visto cómo los ateos han conseguido en pocas décadas asesinar a millones de personas, muchos más que todos los que hayan podido morir por conflictos religiosos hasta entonces. Pero como te digo, llevar cuenta de los muertos de unos y otros no sirve para certificar la verdad o la falsedad de las creencias, sino sólo para constatar la naturaleza pecadora del ser humano.

      Si cuando miras la historia de la Iglesia Católica en vez de fijarte sólo en sus defectos miras también sus virtudes, verás que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia», como dice S Pablo a los romanos.

      Si quieres saber si la Iglesia católica es o no la Iglesia fundada por Jesús lo mejor es mirar a la Iglesia primitiva, en qué creían esos primeros cristianos recién evangelizados por los apóstoles. Ya en el mismo siglo primero tenemos varios escritos cristianos además de la Biblia (la Didaché, las cartas del papa Clemente, el Pastor de Hermas…) y en el siglo II muchos más. Lee esos textos de los siglos I al IV y verás que esos cristianos, los mismos perseguidos por Jesús, eran clarísimamente católicos, tenían sacerdotes, obispos, papa, celebraban la misa, creían en la presencia real de Jesús en la eucaristía, rezaban a los santos, etc. Si lees los escritos de la Iglesia primitiva sólo tendrás dos opciones, o bien aceptas que la Iglesia Católica es la misma que ellos, o bien consideras que ya la Iglesia primitiva era herética y que la predicación de Jesús y los apóstoles fue un fracaso, y lo que Jesús no consiguió lo consiguieron Lutero, Calvino y otros que 1500 años más tarde fueron inspirados por Dios y lograron lo que el mismo Jesús no había logrado. Lo cual es absurdo.

      En cualquier caso, Dios te guíe en tu búsqueda de la verdad y si quieres ayuda con dudas aquí estamos.
      Saludos y DTB

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