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La Eucaristía. Qué es y cómo recibirla ¿en la boca o en la mano?

Eucaristía

En la vida espiritual de un católico, la Eucaristía ocupa un lugar central como el sacramento más sagrado y significativo, un acto de comunión íntima con nuestro Señor. Unos comulgan en la boca y otros en la mano, pero ¿eso importa? ¿cómo surge cada una de estas maneras y por qué? ¿cuál es la más apropiada? ¿y la que usó Jesucristo? ¿Y la que dicta la Iglesia? En un asunto demasiado importante como para encogerse de hombros, daremos aquí todas las respuestas y todas bien documentadas para que usted pueda elegir entendiendo lo que elige.

A modo de introducción, empecemos por lo más básico, pues tristemente hay hoy muchos católicos que no tiene muy claro qué es comulgar.

Qué es la Eucaristía

Antes de discutir sobre las formas de comulgar, es necesario que todos tengamos bien claro de qué cosa estamos hablando, pues esto no es simplemente un símbolo, al contrario de lo que hoy muchos católicos creen.

En su primera venida Jesús se encarnó, es decir, su divinidad se hizo carne, de modo que quien veía a Jesús estaba viendo, con sus sentidos físicos, a un hombre de carne (con huesos, y mente y alma…), pero esa carne, oh inconcebible maravilla, era el mismo Dios. Lo mismo ocurre con el pan eucarístico, con nuestros sentidos físicos vemos un pan, pero ese pan, oh inconcebible maravilla, es el mismo Dios.

Después de su Ascensión Jesús prometió que permanecería con nosotros para siempre. Pero el Dios encarnado no se refería a una mera presencia espiritual, eso no aportaría nada nuevo en un Dios omnipresente, que está en todas partes. Jesús quería decir que aunque él, encarnado, parecía abandonarnos físicamente, en realidad no era así, pues seguiría con nosotros físicamente aunque de otro modo, no por medio de la carne sino del pan y el vino (Juan 6). Cuando estaba en su cuerpo carnal su presencia física estaba limitada al aquí y ahora, pero al cambiar de “especies” físicas, al adquirir un nuevo cuerpo eucarístico, se hizo materialmente accesible a todos los cristianos del mundo entero y de todas las épocas, por tanto en ese sentido la Eucaristía es un paso más avanzado que la Encarnación.

Si el cuerpo carnal de Jesús era verdaderamente Dios (pero verdaderamente hombre en sus accidentes), a nadie debe sorprender que ahora el pan eucaristizado sea verdaderamente Dios (pero verdaderamente pan en sus accidentes).

Los cristianos que aceptan que el Hijo de Dios se hizo hombre pero les resulta absurda la idea de que ese mismo Hijo de Dios se haga pan, no pueden achacar su falta de fe a un problema lógico, racional o científico, si una cosa fue posible la otra también. Y si Jesús mostró su divinidad haciendo milagros, incontables también son los milagros eucarísticos, que además se han multiplicado grandemente a partir del siglo XX y más aún en el XXI.

San Pablo deja claro que comulgar no es ningún símbolo, sino realmente el cuerpo y la sangre de Jesús, por lo que hacerlo estando en pecado y/o sin ser consciente de lo que uno está comulgando, tiene graves consecuencias para el alma:

[

De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpado [de pecar] contra el cuerpo y la sangre del Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y muchos han dormido [=muerto]. (1 Corintios 11: 27-30)

Mencionemos de pasada que la Iglesia decidió dejar de dar el vino en la comunión por varios motivos, principalmente por dos:

  1. La gente tendía a creer que el pan era el cuerpo de Cristo y el vino era su sangre, y esa herejía resultaba muy difícil de desarraigar así que retirando el vino quedaba más claro que en ambas especies estaba completo Jesús, no dividido en cuerpo sin sangre y sangre sin cuerpo, como si tuviéramos dos “jesuses” incompletos.
  2. Problema de logística. Si decenas de personas beben de la misma copa se podían transmitir pestes y enfermedades. Además, era fácil que se derramaran gotas al beber, con lo que suponía profanar a Cristo.

Por lo tanto la hostia consagrada es verdaderamente el cuerpo y la sangre de Cristo, su alma y su divinidad, y al comulgar la hostia estamos “comiendo y bebiendo” el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Jesús encarnado que anduvo en la tierra es el que ingerimos al comulgar, aunque bajo diferente especie. La hostia es Jesús al completo.

Comentemos ahora brevemente qué ocurre en la Eucaristía, o sea, qué es esencialmente la misa.

La misa es Cena y es comunidad, sí, pero ante todo es la “actualización” del sacrificio del Calvario. En el Antiguo Testamento Dios nos consignó el deber de realizar sacrificios de animales como adoración y expiación de nuestros pecados. Ese deber no expiró con Cristo, sino que alcanzó su culminación en un sacrificio único y definitivo en donde el cordero pascual fue sustituido por el propio “Cordero de Dios”, es decir, Cristo, que derramando su sangre sobre el altar de la cruz realizó el sacrificio que puso fin a los sacrificios. Pero al mismo tiempo nos dio la herramienta para que todos podamos espiritualmente unirnos a ese sacrificio que ocurrió en Jerusalén en el año c. 33, pues en el mundo espiritual no existe el tiempo ni el espacio, de modo que espiritualmente es posible (y Dios así lo quiso) que nosotros, en el siglo XXI, podamos en cada misa trasladarnos a ese momento y lugar en el que Jesús expiró en la cruz del Calvario.

No sacrificamos a Jesús en cada misa, sino que en cada misa regresamos a los pies de la cruz en el Calvario y nos unimos a ese único sacrificio que ofreció con su muerte Jesús, y allí nos unimos también espiritualmente a todos los cristianos del presente, el pasado y el futuro que han celebrado y celebrarán la eucaristía, y hasta los ángeles y, por supuesto, María y Juan. Es también nuestra oportunidad de unir al sacrificio de Cristo nuestros propios sacrificios (Colosenses 1:24) y poner sobre el altar nuestras penas y nuestras peticiones, una oportunidad enorme que es puro regalo de Dios y que muchos no saben aprovechar.

Los sacrificios del Antiguo Testamento eran la forma que Dios estipuló para adorarle, pero tenían un efecto muy limitado en cuanto a gracia, perdonaban ciertos pecados. Pero el sacrificio de Jesús, siendo él infinito, tuvo un efecto infinito, de modo que nos abrió las puertas del cielo y nos ofreció la posibilidad de volver a unirnos con Dios. Pero para entender el funcionamiento del sacrificio de Jesús tenemos que entender el funcionamiento de los sacrificios del Antiguo Testamento, pues ellos fueron establecidos por Dios mediante Moisés para ser figura (typos, premonición) de lo que sería el sacrificio de Jesús, que es lo que re-actuamos en la misa los cristianos.

Sacerdote sacrificio tabernáculo Éxodo

Y estos son los elementos del sacrificio mosaico que vemos de nuevo cumplidos (y sublimados) en el sacrificio de Jesús:

  • 1- Sólo los sacerdotes pueden hacer sacrificios. Los protestantes no hacen sacrificios, por eso no tienen sacerdotes sino pastores que guían a su asamblea. Jesús es el sumo sacerdote que realiza su propio sacrificio (Hebreos 9:11-12), y los sacerdotes católicos re-actúan el sacrificio de Jesús realizándolo in persona Christi, es decir, permitiendo que Jesús actúe a través de su cuerpo. Estrictamente hablando, en la misa no es el cura quien envía el sacrificio sino Jesús, a través del cura, quien lo hace.
  • 2- Se necesita un altar, una superficie elevada en donde se hará el sacrificio. Jesús utilizó la cruz alzada, los sacerdotes usan altares elevados (tipo bloque o tipo mesa) pero con una cruz sobre él.
  • 3- Se necesita una víctima valiosa, que en la ley mosaica es un cordero sin mancha y en el Nuevo Testamento es la víctima más valiosa imaginable, el mismo Dios hecho hombre sin tacha, el mismo que en la misa se materializa en la hostia haciéndose uno con ella.
  • 4- Una vez ofrecido el sacrificio hay que comérselo para que el sacrificio no sólo agrade a Dios, sino derrame sus gracias sobre los oferentes también. Los israelitas se comían el cordero sacrificado. Por eso es que comulgamos, es decir, nos comemos la carne del sacrificio para que Dios derrame sus gracias sobre nosotros. Esto es lo que explica que Jesús anunciara la gracia que se deriva de su sacrificio, la vida eterna, pero para que esa gracia tenga efecto en nosotros nos dice que es necesario comerse el sacrificio, es decir, ¡a sí mismo!, de lo contrario no nos beneficiaremos de su muerte y no tendremos vida eterna:

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Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. (Juan 6:51)

Y a continuación vuelve a machacar esta idea, no basta con que él muera para salvarnos, nosotros tenemos que comer su carne para que esa salvación nos llegue:

[

En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. (Juan 6: 53-55)

Es por ello que quien cree que la Eucaristía es un mero símbolo, un recuerdo sin más efecto, no puede beneficiarse ni de la misa ni del sacrificio de Jesús en la cruz. Si no comulgas (al menos una vez al año), y si no comulgas en estado de gracia y sabiendo que lo que comes es el cuerpo de Cristo (como nos recordó San Pablo), no tendrás vida eterna. Esto es algo que deben reflexionar tanto los protestantes como los supuestos católicos que han perdido su fe en la Eucaristía. En caso de dudas léanse el capítulo de Juan 6 al completo y verán cómo Jesús insiste en que no está hablando simbólicamente, sino que cuando habla de que hay que comer su carne lo dice muy literalmente, hasta el punto de que parte de sus seguidores se marchan por creer que sus palabras son una barbaridad, y él en lugar de detenerles y explicarse mejor, se gira a sus apóstoles y les pregunta que si también ellos quieren irse. Los apóstoles probablemente estaban tan confundidos y escandalizados por esas palabras como los demás, pero en boca de Pedro reafirmaron su fe aceptando la verdad de aquellas palabras diciendo: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (John :68-69) Es decir, no lo entendemos pero tú eres Dios y por eso te creemos.

¿En la boca o en la mano?

Comunión en la boca o en la mano

Este es un tema hoy muy polémico que requiere abrirse paso a través de una jungla de desinformación y malentendidos, pero que no carece de importancia. Para estar bien informados vamos a ver de qué manera los cristianos han llevado a cabo este acto de comulgar el cuerpo de Cristo a través de la historia en estos 2000 años y por qué.

En la Última Cena

Se considera que en esta cena de Pascua fue donde Jesús instituyó la Eucaristía, ¿pero no habíamos dicho que la Eucaristía es el Calvario? Ambas cosas, sí. Hemos dicho que el sacrificio de la misa no es un sacrificio nuevo, sino el unirse espiritualmente al sacrificio del Calvario, porque en el plano espiritual no hay espacio, pero tampoco tiempo (algo confirmado por Einstein en su Teoría de la Relatividad, para los más escépticos). Eso significa que no sólo es espiritualmente posible que un cristiano del siglo XXI esté ante Jesús en el Calvario, sino que también es igualmente posible que una persona anterior al Calvario se una espiritualmente al Calvario futuro. Si no hay tiempo, el pasado, presente y futuro son un mismo punto. Eso es lo que hizo Jesús en la Última Cena, él mismo hizo de sacerdote (en la Cena) y ofreció el sacrificio de su propio cuerpo (en el Calvario) llevando a toda la asamblea ahí presente (los apóstoles) al momento futuro de su crucifixión. Por eso la Eucaristía es Cena, pero una Cena en la que los comensales se trasladan al Calvario.

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Porque esto es mi sangre para el pacto nuevo, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. (Mateo 26:28)

que es derramada” se dice en el original griego ἐκχυννόμενον (derramada), participio presente pasivo. En el dialecto griego koiné, que es el usado en el Nuevo Testamento, el participio presente puede tener sentido presente (está siendo derramada), o futuro próximo (va a ser derramada), igual que ocurre con el participio presente inglés (I’m playing tennis…. now/tomorrow). Por eso es más correcta la traducción, que también usan muchas biblias, que dice “que será derramada por muchos”, pues ese cáliz de sangre que Jesús ofrece a sus apóstoles es la sangre del sacrificio futuro que ocurrirá al día siguiente (él no está derramando su sangre en ese momento), igual que la eucaristía de hoy es la sangre del sacrificio pasado que ocurrió hace 2000 años.

En esa cena Jesús consagró el pan y el vino y dio a sus apóstoles la comunión. Esta es la primera vez que se comulga la Eucaristía, y es el mismo Jesús quien oficia la misa, así que sería interesante saber cómo dio Jesús la comunión a los apóstoles, ¿en la boca o en la mano?

La gente simplemente asume que repartió el pan en la mano, pues así lo ve en las películas, pero no hay nada en la Biblia que nos lleve a esa conclusión. También la mayoría asume que partió y repartió un pan como los que comemos hoy en día, con levadura, pero no fue así, era un pan ácimo, sin levadura, es decir, más parecido a las tortitas de maíz mexicanas -pero rígido- que al pan de miga actual. Con el tiempo se administró en forma de obleas finas y pequeñas para minimizar el peligro de las migajas desprendidas, pues también en las migajas está Jesús al completo.

Aunque la Biblia no especifique la forma de comulgar, sí podemos tirar de conocimiento histórico para suponer. Incluso en tierras bíblicas hasta hace poco era la norma que el anfitrión (en este caso Jesús) agasajara a los invitados dándoles un bocado especial de su plato, introduciéndoselo en la boca con sus propias manos, lo que era considerado un acto de intimidad.

Nota: Puede encontrar confirmación de esta costumbre bíblica en libros como "Manners and Customs of the Bible" de James Freeman, "The New Manners and Customs of Bible Times" de Ralph Gower o "Jesus and the Last Supper" de Brant Pitre.

Si Jesús siguió esta misma costumbre, siendo el pan eucaristizado el manjar más especial imaginable, del mismo modo habría partido un trocito y se lo habría dado a los apóstoles directamente en la boca, en lugar de pasarles el pan para que ellos lo partieran o darles los trozos en la mano, que sería una forma menos íntima. En aquella cultura el acto de darles el pan en la boca sería considerado un gran honor, mientras que darles el pan en la mano sería un acto que no conllevaría ningún honor especial ni para el pan ni para el invitado.

Aunque hemos dicho que la Biblia no especifica cómo repartió el pan Jesús, conociendo esta antigua costumbre sí podemos encontrar un indicio de cómo dio Jesús la comunión. Se trataría del momento en el que anuncia que lo van a entregar, y respondiendo a Juan dice:

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“Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar”. Y después de mojar el bocado, se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. (Juan 13:26)

Es significativo que sea precisamente Juan quien nos cuente esto, pues es el único que no menciona la bendición del pan y el vino durante la Cena (aunque por supuesto da por sentado que tuvo que realizarse pues era parte del rito de la cena de Pascua, aunque él desarrolla el tema eucarístico en su mencionado capítulo 6). Y en este relato de Juan, la única referencia que se hace al reparto del pan y el vino es esta, en donde Jesús moja el pan en el vino y se lo da a Judas.

Cuando dijo Jesús que el traidor era aquél a quien iba a dar el bocado mojado, si sólo se lo hubiera dado a Judas entonces estaría claro que Judas era el traidor, y sin embargo los apóstoles no se enteraron de quién era. Eso sólo tiene sentido si Jesús le hubiera dado el pan mojado en vino a todos ellos, de modo que las palabras de Jesús no sirvieron para señalar al traidor, sino sólo para señalar que el traidor era uno de ellos doce, lo mismo que un poco antes cuando Jesús menciona una cita bíblica diciendo “el que come mi pan levantó contra mí su talón”(Juan 13:18 cf Salmo 41:9) (¡pero todos comieron su pan!).

Ahora bien, si este indicio de Juan es el correcto, tenemos que entender que Jesús dio de comulgar a sus discípulos dándoles un pedazo de pan mojado en vino. Ya hemos dicho que tenemos la constancia de esa costumbre para agasajar al invitado (y al alimento especial) dándoles el bocado en la boca, pero también tenemos en este caso la lógica: si quieres mojar pan en vino y repartírselo a la gente, ¿se lo darías en la mano para que se manchen? Claro que no. Imagina que tienes en tu casa un invitado muy especial y quieres darle a probar el estupendo bollo de tu madre con una taza de chocolate. Cortas un trozo del bollo, lo mojas en chocolate calentito y…. ¿se lo das en la mano? Evidentemente no. Puedes decir que tú le darías el trozo de bollo en la mano para que él lo sumerja en el chocolate, pero sabemos que eso no es lo que hizo Jesús; Jesús mojó el pan y luego se lo dio.

Comunión de los apóstoles

Así que quienes afirman que Jesús dio a los apóstoles la comunión en la mano lo dicen sin ningún fundamento. Más bien los indicios apuntan claramente a lo contrario, que Jesús dio de comulgar en la boca. Pero en cualquier caso esto es sólo el principio, sigamos recorriendo la historia para ver qué pasó con la comunión en adelante.

En la Iglesia primitiva

En los primeros siglos hay muchos textos que hablan de la Eucaristía, de su significado, la transubstanciación, la consagración, etc. Pero no se nos dice nada sobre cómo comulgaban los primeros cristianos, aparte de unas cuantas referencias ambiguas. Será en textos posteriores donde iremos encontrando poco a poco algunos indicios más claros.

Como la liturgia y costumbres aunque edificadas sobre una misma base tenían variaciones entre unas zonas y otras, no es posible generalizar, pero el texto más antiguo que describe claramente la comunión en la mano es el normalmente atribuido a San Cirilo de Jerusalén:

[

Cuando te acerques, no lo hagas con las palmas extendidas ni con los dedos separados, sino haciendo de tu mano izquierda un trono para la mano derecha, que ha de recibir al Rey. En la palma de tu mano, recibe el Cuerpo de Cristo, diciendo: 'Amén'. Luego, santifica con cuidado tus ojos con el contacto del santo Cuerpo. (Catequesis mistagógica 5, 21 ss, c. año 350)

Pero ya en esa misma cita vemos el énfasis que siempre se puso a vigilar para que no se pierda ninguna partícula. La cita anterior continúa así:

[

y, después de comulgar, toma precaución para no perder ninguna parte de Él, pues si dejaras caer algo, sería como si perdieras uno de tus propios miembros. Dime: si alguno te hubiera dado polvos de oro, ¿no lo guardarías con todo esmero y tendrías cuidado de que no se te cayese ni perdiese nada? Y ¿no debes cuidar con mucho mayor esmero que no se te caiga ni una partícula de lo que es más valioso que el oro y las perlas preciosas? (Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógica 5, 21 ss, c. año 350)

La Iglesia, hoy y siempre, ha dejado claro que el cuerpo de Cristo no se rompe en la Eucaristía, sino que siempre está entero y completo en cada una de las especies y en cada uno de los fragmentos, sean del tamaño que sea, con lo cual hasta las partículas (visibles o invisibles) contienen en su totalidad el Cuerpo de Cristo.

Nota: Normalmente  se habla, por simplificar, de “el Cuerpo de Cristo”, pero dando por sentado que la eucaristía no es sólo el cuerpo, sino el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesús.

El siguiente texto que encontramos hablando de la comunión en la mano es de apenas 22 años más tarde y nos ofrece una visión muy diferente:

[

No hace falta señalar que, en tiempos de persecución, no es una ofensa grave cuando alguien se ve obligado a tomar la comunión con sus propias manos ante la ausencia de un sacerdote o ministro. (San Basilio el Grande, carta 93 (o 89) c. año 372)

Esto mismo se puede leer como que sí es una ofensa grave el tomar la comunión con la mano si no hay persecución o si la hay pero hay un sacerdote que puede dártela. O al menos así pensaban en Capadocia, porque ya hemos visto que según San Cirilo en esa misma época la comunión en la mano parecía algo normalizado en Jerusalén. Cierto que en la cita anterior podría interpretarse que lo realmente ofensivo no es tanto el comulgar en la mano sino el agarrar la eucaristía con la mano, pero la cita anterior continúa de esta manera:

[

En Alejandría y Egipto, todos los laicos reciben y guardan los Santos Misterios en sus propias manos y se comulgan ellos mismos (o: ‘se lo llevan a los labios con sus propias manos’ según otras versiones).

Aquí se dice claramente que los fieles “reciben” (no “agarran”) la comunión “en sus propias manos”. Pero el hecho de que se mencione esto como una peculiaridad de Egipto significa que no era la forma común de toda la Iglesia, sino una diferencia. De modo que parece ser que ambas formas de comulgar coexisten en los primeros siglos (al menos entre los siglos IV y VIII).

Las referencias a la forma de comulgar aumentan ya en el siglo VII, y todas parecen indicar que existía la comunión en la mano (no sabemos si extendida o minoritaria), pero se consideraba ya una desviación que había que combatir:

[

No se le dará [a los laicos la comunión] en la mano sino en la boca. (Sínodo de Rouen, año 650)

Que ninguno de los laicos reciba la Eucaristía en la mano; todos deben recibirla en la boca. (Sínodo de Braga, 675)

Canon 36: No se permite a las mujeres recibir la comunión en la mano. (Concilio de Auxerre, 695-700)

Nota: Estas citas no he podido conprobarlas por carecer de acceso a las actas originales y he admitido la autoridad de varias fuentes secundarias que considero fidedignas.

Y así sería en la Iglesia occidental, pero al parecer en la parte oriental era más bien al contrario:

[

A los que comulgan les ha de ser administrado el cuerpo del Señor en la mano con las palmas de las manos en forma de cruz. Sin embargo, no hemos encontrado en la autoridad de los apóstoles o en la antigüedad de la iglesia que laicos hayan distribuido la comunión. (II Concilio Trullano, año 692, sólo de obispos orientales y que nunca fue reconocido por la Iglesia romana)

En este canon se establece que, al menos en adelante, la comunión en la mano será la forma normal para la Iglesia oriental, pero se rechaza expresamente la posibilidad de que los laicos distribuyan la comunión, por ser cosa demasiado sagrada para manos no consagradas.

Lo interesante es que vemos en ese canon una clara tensión: si los laicos pueden recibir la hostia en la mano, ¿por qué no habrían de poder distribuirla a otros (compartir)? Esta contradicción podría solucionarse permitiendo a los laicos distribuir la comunión (como en la práctica ocurre a menudo hoy en día en occidente), pero no ocurrió así en las iglesias orientales. Poco después de este concilio optarían más bien por eliminar la disonancia por la otra vía, más respetuosa con lo sagrado, que es la de no permitir que los laicos toquen la hostia en ninguna circunstancia, ni siquiera para comulgar ellos mismos. Esa solución resolvía además el grave problema que suponía la posibilidad de que se desprendieran partículas del pan, una seria preocupación de siempre tal como San Cirilo nos advertía más arriba.

Esa antigua preocupación por las partículas no hace sino aumentar, y tendremos cada vez más textos que alertan sobre el peligro de perder partículas, al tiempo que acentúan la gran reverencia que hay que mostrar ante el pan eucarístico. Por ejemplo tenemos el testimonio del papa León I (siglo V) y a San Gregorio Magno (siglo VI). Esta máxima reverencia será la que poco a poco vaya extendiendo el uso de la comunión en la boca por estos motivos:

  • 1- Sólo las manos consagradas (de los sacerdotes) pueden tocar el Cuerpo de Jesús.
  • 2- Al depositarse directamente en la lengua se evita radicalmente la tan temida pérdida de partículas que pudieran terminar con el cuerpo de Cristo rodando por el suelo y pisoteado.
  • 3- Se evitaba que ciertas personas se llevasen la hostia para ritos profanos o satánicos.
  • 4- Se enfatiza la noción de que la eucaristía es una gracia divina, un regalo, y por tanto somos alimentados, no es algo que nosotros mismos nos procuremos con nuestras manos como si fuera alimento normal.

Es posible que esa mentalidad que prohibió a manos profanas tocar la cosa más sagrada que hay en la tierra tuviera muy presente el caso de Uza, cuando tocó con su mano el Arca de la Alianza contraviniendo la prohibición divina de tocarla, y murió fulminado. Si sagrada era el Arca por contener el espíritu de Dios, más sagrada es la hostia que tiene no sólo su espíritu sino también su cuerpo.

Se cree que en el siglo VIII la práctica de comulgar en la boca sería ya la general en toda la Iglesia, pero no la universal, quedando reductos que fueron desapareciendo.  En el 1271 Santo Tomás de Aquino nos explica por qué esta forma es la más adecuada:

[

Resumen: El Cuerpo de Cristo no debe ser tocado por nada que no esté consagrado, así como los vasos sagrados, y la razón es la veneración que se debe a este sacramento. Por lo tanto, es costumbre que sólo el sacerdote toque este sacramento y lo distribuya con sus propias manos. (Lea el texto completo en Summa Teológica, Parte Tercera, Pregunta 82, Artículo 3)

Pero esto no sólo ocurrió en la Iglesia Católica Romana. En todas las tradiciones litúrgicas orientales tenemos también implantada la comunión en la boca. Eso demuestra que la profundización en la devoción de la eucaristía y su sacralidad llevó a todas las diferentes iglesias a converger en la unanimidad de la comunión en la boca solamente, como un desarrollo lógico e inevitable de las creencias cristianas en la transubstanciación, relegando primero y prohibiendo después la costumbre, también existente, de comulgar en la mano.

Las iglesias orientales suelen distribuir el pan mojado en el vino dándoselo a los fieles en una cuchara litúrgica (llamada lávida), siendo esto algo que nos recuerda mucho a la forma en la que Juan nos describe la comunión de Judas (y se sobreentiende que la del resto también). Algunas iglesias orientales, como la de Armenia, dan de comulgar en la boca aunque sin cuchara. Tanto en un caso como en otro, el resultado es que en oriente ningún laico toca la hostia consagrada con la mano. Incluso durante la pandemia del Covid-19 se tomaron medidas de desinfección tras cada uso o se pedía a los fieles que trajeran su propia cuchara de casa, pero en ningún caso se les ocurrió dar permiso para tocar la hostia, y menos aún obligar a ello como sí se hizo en la Iglesia romana.

Comunión orotodoxa

Los protestantes y la eucaristía

Y así llegamos hasta el siglo XVI en el cual se produce la Ruptura protestante y la extensión de sus herejías. Siendo la eucaristía el fundamento del cristianismo, no es de extrañar que Calvino y otros quisieran terminar con la doctrina de la Presencia Real para consumar su rechazo a la Iglesia Católica. El resultado fue una pérdida de reverencia hacia la Eucaristía, lo que conllevó a que se extendiera la práctica de la comunión en la mano entre estos protestantes. Lutero, por el contrario, sí que siguió creyendo en cierto tipo de Presencia Real, pero entendida de un modo muy diferente, que la desvalorizaba en parte. Sin embargo esta “presencia a medias” bastó para que los luteranos siguieran comulgando en la boca hasta finales del XIX. En el siglo XX la comunión en la mano ya estaba generalizada entre todos los protestantes; entre los anglicanos, aquellos que creían en la Presencia Real comulgaban en la boca y los que no creían en ella comulgaban en la mano.

Los protestantes fomentan la comunión en la mano como si fuese un alimento normal y no algo sagrado. La gente debe recibir o tomar el pan con la mano y alimentarse a sí mismos, igual que hacían con el pan común de casa, y además de pie. Por lo tanto la comunión, en su forma externa, se igualó a una cola de reparto de pan para pobres, donde alguien con el cesto fuera repartiendo pan y la gente, en fila, se acercara andando para tomar su trozo y comérselo. Este cambio en las formas no haría que la gente dejara de considerar la hostia como algo sagrado de la noche a la mañana, pero sí supuso el principio del fin de esa creencia, sobre todo para las generaciones siguientes, que al ver tratar ese pan divino de forma tan secular y ordinaria no lograban ver en él nada que no fuera secular y ordinario, aunque pudiera tener un valor simbólico especial.

Y funcionó esto tan bien que más tarde, cuando la Iglesia anglicana se protestantizó, los más radicales advocaron por imponer también la comunión de pie y en la mano como herramienta eficaz y pacífica para erradicar la creencia en la transubstanciación en Inglaterra.

Martín Bucero (s. XVI), asesor de la Reforma anglicana, afirma que la práctica católica de no dar la comunión en la mano se debía a dos «supersticiones»: “el falso honor que se pretende tributar a este sacramento” y la «creencia perversa» de que las manos de los ministros, por la unción recibida en su ordenación, son más santas que las manos de los laicos. La comunión en la mano ayudaba a que la gente abandonara esas dos creencias católicas: la Presencia Real y el sacerdocio. La hostia pasa a ser un mero símbolo, y por tanto no merece especial reverencia, y el sacerdote se convierte en un simple pastor, un predicador y director de ceremonias pero tan laico como cualquiera. De ese modo cuando las prácticas protestantes fuesen más allá (por ejemplo arrojando el pan sobrante a la basura), ya no encontraron apenas oposición, pues ya nadie se creía que ese pan realmente fuese algo más que pan.

Mientras tanto, los católicos seguían comulgando siempre de rodillas y en la boca, con una máxima devoción por la eucaristía que se vio incluso reforzada a partir del Concilio de Trento. Desde este momento una u otra forma de comulgar quedarán en gran medida unidas a una u otra teología (la católica o la protestante).

Y así siguieron las cosas hasta que el modernismo empezó a socavar esta y muchas otras creencias desde dentro de la Iglesia Católica, sobre todo a partir de finales del XIX. Sin negar la presencia real, se pedía una relación diferente con ese Jesús sacramentado. La nueva idea que se empezaba a extender era más o menos esto: dejemos de ser súbditos de Jesús y convirtámonos en sus hermanos; los hermanos son iguales, cualquier gesto de sumisión es contrario a la dignidad humana, elevada por Jesús a su mismo nivel. Esto suena muy bien a oídos del hombre demócrata moderno, aunque a costa de ignorar la mayor parte de la Biblia.

Vaticano II

Al contrario de lo que muchos piensan, el Concilio Vaticano II no cambió la costumbre de comulgar de rodillas y en la boca. Fue posteriormente al concilio, bajo el etéreo paraguas de eso que los modernistas llamaron (y llaman) “el espíritu del Concilio”, cuando en el torbellino de reformas que se pusieron en marcha (la mayoría ignorando al Concilio) se intentó meter la comunión de pie y en la mano, algo que ya llevaba varias décadas extendiéndose por Holanda y alrededores.

Ya vimos más arriba que desde la Ruptura Protestante la forma de comulgar en la mano quedó ligada a la teología protestante. Que Holanda fuese el epicentro de esta desobediencia católica no es ninguna excepción a esa regla. En Holanda el 60% de la gente era protestante, y sus ideas ya habían penetrado profundamente en las diócesis católicas a mediados del siglo XX. Cuando el episcopado holandés publicó su «Nuevo Catecismo», estaba tan plagado de “errores doctrinales” (o sea, herejías) que la Santa Sede tuvo que imponer numerosas modificaciones (59 en total), pues en él se ponía en duda, entre otras cosas, la presencia real y sustancial de Cristo en la Eucaristía y se negaba cualquier clase de presencia de Jesucristo en las partículas desprendidas. También había una confusión entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio jerárquico. Pero a pesar de las correcciones vaticanas, el clero holandés había asimilado ya las ideas teológicas protestantes con respecto a la Presencia Real y el sacerdocio, negando ambas cosas, de modo que al igual que hicieron protestantes y anglicanos siglos atrás, el clero holandés despreció la comunión en la boca por chocar con su teología eucarística protestante. Si la eucaristía es más bien un símbolo, pensaban, es más apropiado tomarla en la mano.

Estas zonas redoblaron su presión en medio de la confusión y revolución que se produjo justo después de Vaticano II. El papa Pablo VI hizo varios intentos de suprimir esa práctica prohibida, pero sin ningún resultado (la misma rebeldía que vemos hoy en Alemania). Las diócesis rebeldes se sintieron legitimadas por la ola de cambios que se desató tras el Concilio. Finalmente el papa, con multitud de frentes abiertos, decide hacer una encuesta a todo el episcopado universal para consultarles esta cuestión, si era lítico permitir a esas diócesis legalizar lo que ya era en ellas un uso establecido, es decir, dar permiso oficial al abuso eucarístico. La gran mayoría rechazó tal posibilidad, reafirmando que la comunión sólo puede recibirse en la boca.

Pablo VI se sintió así apoyado para zanjar el asunto reafirmando que la única forma válida de comulgar era en la boca, pero según vemos en “La Riforma Liturgica 1948-1975”, de Mons. Annibale Bugnini, convencieron al papa de que si intentaba hacer efectiva la prohibición se encontraría con una reacción violenta de las diócesis rebeldes que sin duda persistirían en su desobediencia, de modo que la autoridad papal quedaría aún más en entredicho sin por ello conseguir ningún fruto.

Pablo VI

Es por eso que Pablo VI se sintió forzado a ignorar el parecer de la mayoría de los obispos del mundo y ceder ante la desobediencia de unos pocos en un intento de evitar un mal mayor, o eso creía él. Así en 1969 la Congregación para el Culto Divino emitió la instrucción Memoriale Domini. En este documento se garantizaba permiso para comulgar en la mano sólo a las diócesis en donde esa práctica estuviera ya arraigada (es decir, Holanda y zonas aledañas). Sin embargo ese mismo documento reitera que la forma de comunión preferente en la Iglesia Católica seguía siendo la comunión en la boca:

[

el Sumo Pontífice ha decidido no cambiar el modo, hace mucho tiempo recibido, de administrar a los fieles la sagrada comunión. [...] Pero si el uso contrario, es decir, el de poner la santa comunión en las manos, hubiera arraigado ya en algún lugar, la misma Sede Apostólica, con el fin de ayudar a las conferencias episcopales a cumplir el oficio pastoral, que con frecuencia se hace más difícil en las condiciones actuales, confía a las mismas Conferencias el encargo y el deber de examinar las circunstancias peculiares, si existen, pero con la condición de prevenir todo peligro de que penetren en los espíritus la falta de reverencia o falsas opiniones sobre la santísima Eucaristía, como también de suprimir con todo cuidado otros inconvenientes.

Era pues una dolorosa concesión en aras de la paz, pero considerando que era una involución empobrecedora e intentando que su uso quedara restringido a las diócesis rebeldes, dificultando su extensión (se necesitaba la aprobación de dos tercios de los obispos de una Conferencia Episcopal) y reafirmando que la comunión en la boca seguía siendo la única forma permitida, salvo las excepciones mencionadas, que no son aprobadas sino sólo toleradas, y explicando en el documento que el episcopado mundial, habiendo sido consultado, se había expresado mayoritariamente en contra de cambiarlo. También argumenta por qué la comunión en la mano sería un paso atrás en la práctica eucarística y el documento completo es en realidad un último llamamiento a que los obispos rebeldes depongan sus pretensiones y acepten la norma universal de la comunión en la boca.

Por tanto, la idea del papa con este documento no era tanto la de abrir la puerta al cambio, sino más bien lo contrario, levantar un dique para intentar contener la insurrección y evitar que se extendiera. El papa admitía que en los siglos primeros había sido posible la comunión en la mano, pero consideraba que un progreso en la dirección adecuada había dejado eso superado y volver atrás sería una involución que había que descartar. Una lectura del documento completo, que es breve, le confirmará lo aquí dicho.

Pero como viene siendo habitual en las últimas décadas, lo que empieza siendo una concesión, una excepción, terminará convirtiéndose en norma. A pesar de que casi ninguna diócesis cumplía las condiciones exigidas para solicitar el indulto, al tiempo que la herejía modernista se extendía por el mundo, una Roma demasiado laxa fue concediendo la mayoría de las peticiones. En la década de los 90 la excepción ya estaba permitida en casi todas las diócesis del mundo.

Juan Pablo II en un principio intentó paralizar nuevas concesiones de este indulto, pero finalmente también cedió a las presiones. En el año 2004 confirmó la situación en Redemptionis Sacramentum, n. 92:

[

Aunque todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la sagrada Comunión en la boca, si el que va a comulgar quiere recibir en la mano el Sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe administrar la sagrada hostia. Sin embargo, póngase especial cuidado en que el comulgante consuma inmediatamente la hostia, delante del ministro, y ninguno se aleje teniendo en la mano las especies eucarísticas. Si existe peligro de profanación, no se distribuya a los fieles la Comunión en la mano.

No hace falta recordar que eso de consumir la hostia delante del sacerdote se suele ignorar, y peligro de profanación existe casi siempre. También se dice lo siguiente en el Número 94:

[

No está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el cáliz sagrado «por sí mismos, ni mucho menos que se lo pasen entre sí de mano en mano».

Esta instrucción también es ignorada, siendo ya costumbre extendida el usar laicos para ayudar a distribuir la comunión. Tampoco es raro ver en algunas misas de Primera Comunión cómo se deja que los niños tomen el cáliz ellos mismos, algo que ya es normal en las bodas para los novios.

Sin embargo, a pesar de este indulto cada vez más generalizado, los papas seguían enseñando que la comunión en la boca es la única forma ordenada por ser la más respetuosa con el Cuerpo de Cristo, como dijo Benedico XVI:

[

El gesto de tomar la Sagrada Hostia y, en lugar de recibirla, ponerla en la boca nosotros mismos, reduce el profundo significado de la Comunión. (La Repubblica, 31/07/2008)

Y un año más tarde Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Santo Padre, afirmó lo siguiente:

[

En lo referente, en cambio, a recibir la Comunión en la mano, se recuerda que esto es hoy posible en muchos lugares (posible, no obligatorio), pero que sigue siendo una concesión, una derogación a la norma ordinaria que afirma que la Comunión se recibe sólo en la lengua. Esta concesión se les ha hecho a las Conferencias Episcopales que la han pedido y no es la Santa Sede quien la sugiere o promueve. (Zenit 25/12/2009)

El papa Benedicto XVI vuelve luego a insistir:

[

Al hacer que la Comunión se reciba de rodillas y se administre en la boca, quise dar un signo de profundo respeto y poner un signo de exclamación acerca de la Presencia real ... Quería dar una señal fuerte; esto debe quedar claro: “¡Es algo especial! Aquí está, es frente a él que caemos de rodillas. (Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald, LEV, Ciudad del Vaticano 2010, p. 219)

Los sucesivos secretarios de la Congregación para el Culto Divino intentaron fomentar la vuelta a la comunión en la boca, y el cardenal Ranith incluso planteó abandonar el indulto y prohibirla al comprobar que se había convertido ya en la práctica habitual, reconociendo que había sido un error introducirlo, y buscando el modo de conseguir que la comunión en la lengua y de rodillas pudiera volver a implantarse como la práctica habitual de toda la Iglesia. Su sucesor, el cardenal Robert Sarah, nos dejó estas palabras en el prólogo del libro de Federico Bortoli:

[

es una hermosa defensa de la posición de los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Nos detenemos en algunas frases: “Ahora vemos cómo la fe en la presencia real puede influir en la forma de recibir la Comunión, y viceversa. Recibir la Comunión en la mano implica indudablemente una gran dispersión de fragmentos;  por  el  contrario,  la  atención  a  las  migajas  más  pequeñas,  el  cuidado  en  la purificación de los vasos sagrados, sin tocar la Hostia con las manos sudorosas, se convierten en profesiones de fe en la presencia real de Jesús, incluso en las partes más pequeñas de las especies consagradas: si Jesús es la sustancia del Pan Eucarístico, y si las dimensiones de los fragmentos son accidentes sólo del pan, ¡no importa cuán grande o pequeño sea un trozo de Hostia! ¡La sustancia es la misma! ¡Es Él! Por el contrario, la falta de atención a los fragmentos hace que se pierda de vista el dogma: poco a poco podría prevalecer el siguiente pensamiento: "Si ni siquiera el párroco presta atención a los fragmentos, si administra la Comunión de un modo que los fragmentos se pueden dispersar, entonces significa que en ellos no está Jesús, o que está 'hasta cierto punto”. “¿Por qué nos obstinamos en comulgar de pie y en la mano? ¿Por qué esta actitud de falta de sumisión a los signos de Dios? Que ningún sacerdote se atreva a pretender imponer su autoridad sobre esta cuestión rehusando o maltratando a quienes desean recibir la Comunión de rodillas y de lengua: vengamos como niños y recibamos humildemente el Cuerpo de Cristo de rodillas y en la lengua. (Federico Bortoli, La distribución de la comunión en la mano. Perfiles históricos, jurídicos y pastorales, año 2018)

Pero todavía falta un paso más.

En la actualidad

La actualidad, para la Iglesia, se refiere a los tiempos post-confinamiento. En el 2020 casi todas las diócesis tenían ya permiso para permitir la comunión en la mano, pero en la mayor parte del mundo son aún muchos los fieles que eligen seguir comulgando en la boca. Todo eso cambiará con la pandemia.

La llegada del Covid-19, con el subsiguiente confinamiento mundial y el cierre (¡por primera vez en la historia!) de todas las iglesias, ha supuesto claramente un antes y un después. La suspensión de los sacramentos por parte de la Iglesia aludiendo a motivos sanitarios lanzó, en opinión de muchos, el claro mensaje de que salvar los cuerpos era fundamental, pero salvar las almas era algo secundario. Cuando los templos reabrieron sus puertas un porcentaje significativo siguió acomodado a las misas televisadas o directamente ya no volvió a misa; la propia Iglesia la había considerado prescindible.

Otra de las consecuencias de la pandemia y el pánico a contagiarse fue que la comunión pasó a considerarse un posible foco de infección, y la Iglesia romana prohibió la comunión en la boca durante dos años. Se obligó a todo el mundo a comulgar en la mano, y a los fieles que se negaban se les dejaba sin comulgar, o en el mejor de los casos eran invitados a esperarse al fin de la misa para recibir, a menudo de forma muy despectiva, la eucaristía en algún rincón apartado. Por algún motivo también se generalizó la práctica de desincentivar o incluso negar la comunión a quien quisiera recibirla de rodillas. Desde entonces, comulgar de rodillas y en la boca se ha convertido en una rareza. En definitiva, por una u otra razón, buena parte de los sacerdotes e incluso obispos han pasado a considerar ofensivas las muestras de profunda devoción hacia la eucaristía. Se puso en práctica, consciente o inconscientemente, la misma reforma que hicieron los protestantes con el fin de erradicar la creencia en la presencia real de Jesús.

Algunos dirán que no es cierto que comulgar de pie y en la mano produzca per se una pérdida de la creencia en la presencia real de Jesús en la eucaristía, y la prueba es que actualmente es la forma que se ha impuesto en la Iglesia Católica y sin embargo nosotros seguimos creyendo en la presencia real. ¿Ah sí? Pues piénselo otra vez, porque la encuesta de Pew Research de 2019 dice lo contrario: el 70% de los católicos norteamericanos ya no creen en la Presencia Real (menos aún en Europa).

Sin duda habrá más factores, pero si el sistema funcionó con los protestantes para erradicar esa creencia, ¿qué pruebas tenemos nosotros de que ese mismo sistema no está funcionando actualmente para erradicar la nuestra? Los datos indican que sí está funcionando.

Coronavirus- Misa durante la pandemia del covid

Somos seres de carne y hueso que inevitablemente percibimos lo físico como más real que lo espiritual, por eso el catolicismo conserva los sacramentos, ritos, imágenes y muchas otras cosas físicas que nos permiten experimentar físicamente realidades espirituales y así poderlas percibir con más intensidad. Cambia las formas y estarás cambiando también el significado, junto con las creencias asociadas. No es una ley espiritual, es una ley psicológica, los seres humanos funcionamos así, por eso la Iglesia dice eso de “lex orandi, lex credendi” (así como rezas, así son tus creencias).

El citado documento Redemptionis Sacramentum de Juan Pablo II deja claro que la forma de comulgar propia de la Iglesia Católica es en la boca, que eso es un derecho de todos los fieles, aunque permite la excepción de hacerlo en la mano en los casos previstos. Y eso no ha sido cambiado, comulgar en la boca es un derecho, comulgar en la mano es una excepción que en origen fue autorizada sólo por mantener la paz. Y sin embargo actualmente en muchísimas parroquias se hace caso omiso de estas instrucciones y, sin ninguna base doctrinal ni jurídica pero sabiéndose amparados por “el espíritu” de los hechos consumados, es complicado, e incluso en muchos sitios imposible que te dejen comulgar en la boca. Arrodillarse ante Dios parece que a muchos sacerdotes les resulta ofensivo, y por algún motivo consideran su obligación extinguir estas muestras de piedad del pueblo, no sea que alguno vaya a seguir creyendo que ese trozo de pan que le están repartiendo sea en realidad el Cuerpo de Cristo (note la ironía).

Defensores de la comunión en la mano

Comunion en la mano

Puede que haya infiltrados cuyo objetivo sea destruir la Iglesia desde dentro (no es paranoia, se han desvelado casos de infiltraciones numerosas por parte de la extinta URSS (ver aquí), por parte de los masones (ver aquí) y hasta del lobby gay (ver aquí). Pero que los enemigos de la Iglesia quieran destruir la fe en la Presencia Real es comprensible; lo que es más difícil de entender es por qué sacerdotes y obispos que aman a la Iglesia luchen por imponer una práctica que en la teoría y en la práctica hace más difícil que la gente crea que ese “trozo de pan” es algo más que un trozo de pan. Por supuesto la mayoría de ellos defienden esta forma de buena fe y convencidos de que es lo mejor; intentemos entender sus razones:

Entre quienes defienden la comunión en la boca son frecuentes estos argumentos:

  • Consideran que esta forma pone más de relieve el “sacerdocio de los laicos” puesto en valor en Vaticano II.
  • Afirman que así los fieles participan más en la eucaristía.
  • Piensan que poner la mano para que te den el pan es más respetuoso que poner la boca por no tocarlo.
  • Es más rápido y cómodo para el sacerdote.
  • Según ellos, aunque no dan datos, era la forma de comulgar desde Jesús hasta el siglo VII-VIII.
  • Afirman, o al menos afirmaban, que el arraigo de esta forma en la Tradición es tal que hasta hoy sigue existiendo en parte de las iglesias orientales.

Este último punto fue ya desmentido por el propio Pablo VI, que se vio obligado a escribir a todas las iglesias orientales (en comunión o no con el papa) consultando este extremo. Todas ellas, sin excepciones, negaron dicha práctica.

Y no puedo por menos citar, como curiosidad más que nada, a la Conferencia Episcopal Argentina cuando afirma (ver aquí) que «No es fácil explicar por qué se dejó de comulgar recibiendo la Eucaristía en la mano.» A ellos les recomiendo humildemente que lean este nuestro artículo si no entienden por qué la Iglesia prefirió la comunión en la boca; y también al arzobispo de Monterrey, México, cuando afirma que recibir la comunión de manos del cura o de nuestra mano da igual, porque al fin y al cabo “ninguna mano es digna de tocar [la hostia], ni la de nosotros los sacerdotes por su puesto” (ver fuente). Esto tiene cierto sentido, pero transmite la idea de que las manos de los sacerdotes y de los laicos son comparables, cuando no lo son. El sacerdote en la consagración actúa in persona Christi, de modo que son las manos de Cristo (usando el cuerpo del cura) las que tocan la hostia, y al dar la comunión no podemos olvidar que las manos del sacerdote están consagradas (en parte por este motivo de que van a tocar el cuerpo de Cristo), mientras que las de un laico no lo están. Cuando existía la costumbre de saludar a un sacerdote besando su mano, todos tenían muy presentes que esas manos eran especiales, sagradas (y por eso las besaban), pero ahora casi nadie es consciente de ello, ni siquiera el arzobispo de Monterrey al parecer. De nuevo vemos cómo gestos externos aparentemente banales influyen grandemente en las creencias de las personas.

Escuchando a quienes no sólo defienden la comunión en la mano sino que la prefieren o incluso aborrecen la comunión en la boca, vemos que el principal argumento que utilizan, explícita o implícitamente, es la idea de que la imagen de un Dios soberano ante el que nos humillamos (de rodillas) y al que adoramos como algo infinitamente superior a nosotros es una concepción “medieval” y oscurantista que deberíamos abandonar. Jesús es nuestro hermano, Dios se hizo uno de nosotros y por tanto quiere que estemos a su nivel, como hermanos y amigos, no como súbditos y creaturas. Por eso para ellos el arrodillarse y abrir la boca es un acto indigno e indignante, pues va contra su idea de cómo debería ser nuestra relación con Dios. Para ellos la misa tiene poco de adoración y sacrificio y mucho de asamblea que comparte, y de algún modo Jesús es uno más en la asamblea, aunque sea el principal.

Esa idea de Dios-colega es probablemente la que impera en la actualidad, lo que se conoce también como deísmo terapéutico: Dios es un apoyo, algo que me hace sentir bien, a quien acudo cuando estoy triste o desesperado, pero un Dios que no exige de mí nada y por tanto tampoco tiene el poder de cambiar mi vida ni transformarme. Cuando no le necesito, yo le dejo en paz y él me deja en paz a mí.

Pero este Dios-colega o Dios-terapeuta está a mil años luz del Dios que encontramos en la Biblia. Tampoco es el Dios de Jesús, ni el de las epístolas, y ciertamente es todo lo opuesto al Dios (y al Jesús) que encontramos en el libro del Apocalipsis. Tampoco es el Dios de los primeros cristianos, ni el de los Padres de la Iglesia, ni el de la Iglesia Católica anterior a los años 70. Es un Dios novedoso, generado por los modernistas y que supone en gran medida el triunfo de ciertas ideas masónicas en el interior de la Iglesia. Toda la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, insisten machaconamente en que el llamado “temor de Dios”, junto al amor, es el fundamento de la relación entre el Creador y sus creaturas. Un temor fundido con un gran amor bidireccional, por supuesto, pero temor. El temor que surge ante la presencia de lo sagrado, porque si uno de verdad se da cuenta de lo que tiene delante no puede evitar sentirse abrumado, como vemos en la Biblia una y otra vez. También San Pedro nos recuerda que el temor de Dios es imprescindible: “Amad a los hermanos. Temed a Dios.» (1 Pedro 2:17).

Es evidente que esas personas no ven el temor de Dios como algo positivo, y consideran que, al contrario, hay que romper ese miedo y sustituir al Dios Padre que nos exige conversión, por el Dios Abuelo que nos perdona todo y no exige nada. Por eso la nueva liturgia inventada tras el Concilio (y rompiendo con las indicaciones del Concilio) eliminó de la misa y de los templos católicos casi todo lo que ayudaba a crear y mantener esa noción de lo sagrado, convirtiendo todo en algo mundano y cotidiano. En un ambiente así, adorar al Jesús eucarístico ciertamente desentona, y cuanto menos parezca que estamos ante un milagro, mejor.

Otro argumento muy frecuente es el que presenta en este vídeo (minuto 1:01:40) el obispo argentino Eduardo María Taussig que dice: “Los mártires, la generación de los apóstoles, los confesores de la fe y hasta la Virgen María recibían la comunión en la mano. Recibirlo en un trono, con las manos extendidas, ofreciéndole al Rey que viene que venga como nuestro Señor a sentarse en el trono de nuestra persona.

Tal como hemos visto eso de que los apóstoles y los primeros cristianos recibían la comunión en la mano es algo que desconocemos pero probablemente es falso, pero aunque así fuera, negar que la Iglesia puede ir evolucionando a mejor, a medida que entiende mejor la profundidad de las doctrinas, sería caer en la herejía del “arqueologísmo”, o lo que el papa Francisco llama el pecado del “idientrismo”. Y si suena bien eso de recibir a Jesús en el trono de nuestras manos, ¿no suena mejor aún si lo recibimos directamente en el trono de nuestro cuerpo entero dejando que sea el mismo Cristo (en persona del sacerdote) quien nos alimente, en lugar de osar nosotros servirnos por nuestra cuenta?

En ese mismo vídeo (en el minuto 1:18:26) escuchamos a Monseñor Taussig riñendo a un sacerdote que insiste en dar la comunión en la boca a los fieles que así lo piden, y dice:

Vos tenés que decirle que ponga la mano y que comulgue. Si queda alguna partícula se consume, si no no hay que hacerse problema. En las partículas invisibles no está la presencia de Jesús.

Es sencillamente increíble que todo un obispo ignore la doctrina de la Iglesia sobre la presencia de Jesús en la eucaristía, la cual no se divide ni disminuye al fragmentarla, permaneciendo siempre entera en cada fragmento, y el tamaño del fragmento no depende de nuestras capacidades visuales, pues no es una realidad subjetiva sino objetiva, Jesús está ahí lo veamos nosotros o no (de lo contrario Jesús no estaría presente para los ciegos). Pero aunque tuviera razón, ¿ha visto usted a alguien que al comulgar en la mano se revise cuidadosamente la palma y los dedos en busca de diminutas partículas que consumir de un lametón? ¿ha escuchado usted a algún sacerdote explicar a la gente que debe hacer tal cosa cada vez que comulga? Más bien suena todo a farsa para impedir a la gente comulgar en la boca con peregrinas excusas. Ese obispo, y tantos otros que hoy piensan como él, deberían leerse el Catecismo de la Iglesia Católica donde dice:

[

La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está presente todo entero en cada una de las especies y todo entero en sus partes, de manera que la fractura del pan no divide a Cristo. (CIC 1377)

Y si alguien, arbitrariamente, admite la presencia en los fragmentos pero no en las “partículas”, no faltan tampoco citas en donde se usa esa palabra, como en el mismísimo Concilio de Trento:

[

Si alguno dijere que, acabada la consagración, no está el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo en el admirable sacramento de la Eucaristía, sino sólo en el uso, al ser recibido, pero no antes o después, y que en las hostias o partículas consagradas que sobran o se reservan después de la comunión, no permanece el verdadero cuerpo del Señor, sea anatema. (Trento, Cánones eucarísticos, Canon 3)

Monseñor Taussig, lamentamos informarle de que Trento acaba de declararle a usted hereje excomulgado latae sententiae (o sea, ipso facto).

Y esta obsesión por las partículas no es tampoco una neura de los católicos tradicionales actuales, es una preocupación presente desde los orígenes de la Iglesia, como ya antes hemos visto:

[

Sabéis, vosotros que soléis estar presentes en los misterios divinos, cómo, cuando recibís el cuerpo del Señor, lo conserváis con toda cautela y veneración, para que no caiga la mínima parte de él, para que no se pierda nada del don consagrado. Os consideráis culpables, y con razón, si cae algo por negligencia. (Orígenes, Ex., h. 13, 3, c. año 245).

[

No consideréis ahora como pan lo que os doy; tomad, comed este Pan [de vida], y no disperséis las migajas; porque lo que he llamado Mi Cuerpo, eso es en verdad. Una partícula de sus migajas es capaz de santificar a miles y miles, y es suficiente para dar vida a los que la comen. (San Efraín Homilías 4:4-6, c. año 360)

Pero si alguien discrepa de todo esto y piensa que comulgar en la mano es tan digno o mejor que comulgar en la boca, y que los cambios en la liturgia y en las catequesis han supuesto una gran mejora, dejemos la teoría y miremos la práctica; recordemos: En Estados Unidos ya sólo el 30% cree que Jesús está verdaderamente presente en la eucaristía; el 70% restante cree, como los protestantes, que la hostia consagrada es sólo un símbolo. A nivel mundial las encuestas han dado un resultado similar, y hemos de dar por sentado que para Europa las cifras han de ser mucho peores.

Antes de los cambios ocurridos tras Vaticano II (y decimos “tras”, no “por causa de”) el porcentaje de católicos que creían en la Presencia Real era cercano al 100%. Pero lo que aún es más preocupante, la mayoría de los que no creen en la transubstanciación (el 62%) afirman que “la Iglesia Católica enseña que la eucaristía es sólo un símbolo”, de modo que ni siquiera hay en ellos un rechazo a esa doctrina, sino un desconocimiento (ni les han enseñado eso, ni ellos han visto en la misa nada que les haga pensar en la Presencia Real). Sólo el 32% de quienes no lo creen saben que la Iglesia lo enseña y aun así lo rechazan, el resto lo rechaza por puro desconocimiento (puede ver la encuesta aquí).

Algo hemos hecho muy mal en los últimos 60 años ¿deberíamos profundizar en el error o enmendarlo? Si desde niños nos enseñan a tratar algo con enorme reverencia, tenderemos a considerarlo algo muy especial; si nos enseñan a tratarlo como algo ordinario, es muy muy difícil ver en ello algo que no sea tan ordinario como cualquier otra cosa.

Las instrucciones vigentes de la Iglesia

En el año 2004, una vez extendida por muchas diócesis del mundo la posibilidad (nunca obligatoriedad) de comulgar en la mano, el Vaticano emitió unas instrucciones, aún vigentes, sobre cómo celebrar y administrar correctamente la eucaristía. Se trata del documento Redemptionis Sacramentum. Lea las siguientes citas extraídas de dicho documento y valore usted mismo si en su parroquia están cumpliendo o incumpliendo estas instrucciones:

  • quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, (Num 81) (cf. 1Co 11:27-32)
  • Corresponde al sacerdote celebrante distribuir la Comunión, si es el caso, ayudado por otros sacerdotes o diáconos [no laicos]. (Num 88)
  • «Los fieles comulgan de rodillas o de pie, según lo establezca la Conferencia de Obispos», con la confirmación de la Sede Apostólica. «Cuando comulgan de pie, se recomienda hacer, antes de recibir el Sacramento, la debida reverencia, que deben establecer las mismas normas». (Num 90)
  • Aunque todo fiel tiene siempre derecho a elegir si desea recibir la sagrada Comunión en la boca, si el que va a comulgar quiere recibir en la mano el Sacramento, en los lugares donde la Conferencia de Obispos lo haya permitido, con la confirmación de la Sede Apostólica, se le debe administrar la sagrada hostia. Sin embargo, póngase especial cuidado en que el comulgante consuma inmediatamente la hostia, delante del ministro, y ninguno se aleje teniendo en la mano las especies eucarísticas. Si existe peligro de profanación, no se distribuya a los fieles la Comunión en la mano. (Num 92)
  • La bandeja para la Comunión de los fieles se debe mantener, para evitar el peligro de que caiga la hostia sagrada o algún fragmento. (Num 93)
  • El ministro extraordinario de la sagrada Comunión podrá administrar la Comunión solamente en ausencia del sacerdote o diácono, cuando el sacerdote está impedido por enfermedad, edad avanzada, o por otra verdadera causa, o cuando es tan grande el número de los fieles que se acercan a la Comunión, que la celebración de la Misa se prolongaría demasiado.  (Num 158)
  • Cuando se comete un abuso en la celebración de la sagrada Liturgia, verdaderamente se realiza una falsificación de la liturgia católica. (Num 169)

¿Y si su sacerdote le niega la comunión en la boca o usted observa que se infringe alguna de las normas citadas? Pues hoy hay incluso obispos que la niegan, como puede comprobar en este vídeo:

  • Cualquier católico, sea sacerdote, sea diácono, sea fiel laico, tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo diocesano o el Ordinario competente que se le equipara en derecho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice. Conviene, sin embargo, que, en cuanto sea posible, la reclamación o queja sea expuesta primero al Obispo diocesano. Pero esto se haga siempre con veracidad y caridad. (Num 184)

El papa Francisco no ha cambiado esta situación, como puede comprobar en este vídeo.

Conclusión

¿Comulgar en la boca o en la mano? Ambas formas tienen raíces históricas. Ambas formas son permitidas por la iglesia en la actualidad y por tanto legítimas. Pero en vista de todo lo escrito aquí podemos concluir dos cosas:

1- Ningún sacerdote puede negar la comunión en la boca, a pesar de que son muchos los casos en los que se niega o se obliga a quien así lo desea a soportar condiciones de discriminación (como esperarse al final o hacerlo en otro rincón del templo). Si a alguien se le niega la comunión en la boca puede y debe exponer una queja ante su obispo (cite el documento Redemptionis Sacramentum), y si no resuelve esto la situación, ante el papa (adjunte el correo enviado a su obispo y, si la hubo, la respuesta del obispo).

2- No se trata de qué forma es la legítima, ambas lo son. Se trata de qué forma es la más adecuada. Si de verdad creemos que la hostia consagrada es realmente el cuerpo, el alma, la sangre y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, cualquier respeto, honra y veneración que mostremos es poco. Adorar al Jesús presente ante nosotros arrodillándonos y procurando que ninguna partícula, por pequeña que sea, pueda caer al suelo o enredarse en nuestra ropa, es la reacción más natural de quien realmente sabe que eso (hostia o partículas) es Cristo en persona.

El apóstol Juan era “el discípulo amado” de Jesús, su gran amigo, su hermano adoptivo en María, y sin embargo cuando San Juan, en sus visiones del Apocalipsis, tras largos años de “separación” vuelve a ver a su amado Jesús delante de él, su reacción no fue la de abalanzarse para abrazarle, o darle la mano alegremente. No, su gran amigo es el Rey del Universo, el Todopoderoso, Dios, y al verle Juan nos dice que:

[

Al ver [a Jesús], caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: «No temas: yo soy el Primero y el Ultimo, el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. (Apocalipsis 1:17-18)

Note que Jesús no le dice “pero hombre, Juan, déjate de formalismos y dame un abrazo, amiguito”, sino: Yo soy el Todopoderoso….

Juan ante Jesús entre candelabros

Si el mismísimo Juan, su hermano y amigo, al verse en su presencia cae al suelo abrumado por tanta majestad (temor de Dios), sin atreverse ni a tocarle, siendo más bien Jesús quien toma la iniciativa y le toca ¿es mucho pedir que quien se acerca a recibir Su Cuerpo se arrodille en adoración y se deje tocar por Jesús, sin osar tocarle con sus seculares manos? ¿es acaso digno de desprecio aquél, que convencido de que la sagrada forma es verdaderamente Jesús mismo, por nada del mundo quiere que ese mismo cuerpo, fragmentable pero siempre completo, no pueda quedar pisoteado por el suelo o centrifugado en una lavadora? Se me viene a la cabeza la anécdota escuchada a un sacerdote que decía que un feligrés se arrodillaba en la sacristía cada vez que pasaba por el armario de la limpieza, y al preguntarle por qué lo hacía éste le confesó: “padre, hay más cuerpos de Cristo en la aspiradora que en el sagrario”. Más razón que un santo.

Pero al margen de cualquier otra consideración, la Iglesia no sólo permite la comunión en la boca, sino que sigue considerando a fecha de hoy que esa es la forma correcta y apropiada de comulgar, y que la comunión en la mano no es más que un indulto, una excepción (aunque ya generalizada), una concesión a las corrientes secularizadoras, o como dicen sus detractores (con razón), “un premio a la desobediencia”, pues como hemos visto, dicha concesión la hizo en principio Roma porque no fue capaz de forzar a los obispos y curas de Holanda y alrededores para regresarles a la entonces única forma autorizada para comulgar.

Al final, el criterio principal para discernir entre una u otra forma se puede reducir a responder una pregunta fundamental: ¿cuánto respeto y veneración considera usted que debe mostrar por el Cuerpo de Cristo?

Niño comulgando en la boca

John Nelson Darby, teólogo protestante del siglo XIX, conocido por su papel en el desarrollo del dispensacionalismo y fundador de los Hermanos de Plymouth, dijo una vez:

"Si yo creyera lo que ustedes creen, que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, no me acercaría a recibirlo de rodillas, sino postrado en el suelo con la cara en el polvo."
Fin
Nota: Todo lo aquí explicado intenta ayudarle a usted a tomar la mejor decisión posible, pero no debe usarse nunca para juzgar al prójimo. Ambas formas están permitidas de modo que mientras la Iglesia no diga lo contrario, la elección es algo personal de cada uno y de nadie más. Más importante aún que elegir una forma u otra es el recibir a Cristo en gracia de Dios y con la necesaria devoción y recogimiento interior. Sin embargo no olvide que las formas externas terminan influyendo decisivamente en las convicciones internas, y entre todos creamos el ambiente en el que se formarán los católicos del futuro.

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