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CARTA Nº 8: La Eucaristía y los santos (dudas de un evangélico)

Portada: Carta 8

Esta admirable carta nos ha llegado de un hermano evangélico. Nos pareció que merecía una respuesta tan detallada como falta hiciera y es todo un placer contestar a un evangélico que se acerca a nosotros con curiosidad y con respeto, aunque no por ello renuncie a sus creencias. Empecemos por la carta suya:

CARTA

Soy evangélico, pero nunca dejé de meditar sobre las palabras de Jesús en la última cena. Si bien hay posiciones que dan énfasis de que lo que habló era espíritu y vida, y la carne nada aprovecha, me hacen “ruido” sus palabras al igual que las de Pablo cuando habla de discernir el cuerpo del Señor. Vivo en una ciudad de Argentina de unos 30000 habitantes, la Iglesia central Católica tiene mucha actividad los días de misa, “se llena el templo”; no tengo idea si se hará adoración eucarística, y no tengo confianza con algún católico reservado para preguntárselo, me gustaría mucho presenciar y si Dios me da su visto bueno, participar de la adoración Eucarística, pero me da vergüenza, en mi congregación me disciplinarían o quizás hasta que quiten la membresía si no me arrepintiera por haberlo hecho. Lo que realmente no digiero espiritualmente, es la veneración, quasi adoración a la Virgen y los Santos. Me da pena que los cristianos estemos separados, aún dentro de la misma Iglesia Católica. Estas líneas quizás no aporten nada, solo una reflexión de un evangélico pentecostal, que busca infomarse más allá de lo que me enseñaron. En una oportunidad le formulé una pregunta a un sacerdote de este sitio web, pero nunca tuve respuesta. Dios los bendiga ricamente.



NUESTRA RESPUESTA

Hola amigo. Te aseguro que en este sitio web nos esforzamos mucho en dar contestación pública o privada a todos los comentarios que aquí se plantean con la sola excepción, y no siempre, de los que son obscenos o muy difamatorios; así que si nos escribiste y no obtuviste respuesta no fue por desidia ni falta de interés, que sería  que o bien por error informático no llegó el mensaje o bien por algún otro error se perdió. Pero ahora ciertamente te daré respuesta.

Primero decirte que es estupendo que la Palabra de Dios resuene en ti, eso quiere decir que su Palabra tiene vida y que tú estás abierto a escucharla, por encima incluso de tus presupuestos religiosos, lo cual tiene extraordinario mérito.

No necesito suponer que tus dudas o inquietudes podrían llevarte al seno de la Iglesia Católica. Si eso ocurriera yo pensaría que es fantástico, pues estoy convencido de que en ella está la Verdad. Pero aunque siguieras siempre siendo evangélico, será un placer intentar responderte a esta cuestión y a cualquier otra que nos plantees, pues cualquier cristiano, católico o no, que con respeto e interés quiera saber cosas de nuestra fe será aquí siempre muy bien recibido como hermano, que no como intruso, pues todos tenemos un mismo bautismo.

La adoración eucarística

Cuando hablas de la adoración eucarística no me queda del todo claro a qué te refieres, si a un tipo u otro o a los dos. La adoración eucarística ocurre cada vez que en la misa el sacerdote consagra el pan y el vino y Jesús se hace presente. Todo cristiano allí estante, arrodillado o en pie, adora al Jesús que se manifiesta en la eucaristía independientemente de que luego vaya a recibirlo en comunión o no. Pero cuando se habla de «adoración eucarística» normalmente nos referimos a un acto independiente (temporal o perpetuo) en el que se expone la eucaristía y los fieles van al templo con el único fin de pasar unos minutos o unas horas en oración, meditación y profunda adoración ante la presencia de Jesús. Ciertamente es para nosotros un regalo inestimable el poder tener a Jesús ante nosotros y junto a nosotros no como una presencia infinita de un Dios que está en todas partes y particularmente en ninguna, sino como una presencia física y palpable localizada en un punto concreto, pues de carne somos y necesitamos ver y tocar para sentir algo plenamente, y eso bien lo sabe Dios, que quiso este regalo dejarnos. El sentimiento que ello produce es mucho más intenso que cuando simplemente te pones en oración con Dios y sabes que Él te escucha, pero es como si estás separado de un ser querido y te conectas por teléfono. Hay contacto, comunicación, pero nadie negará que la emoción es más intensa cuando por fin te reúnes y puedes estar físicamente en un mismo espacio con ellos.

Pero aunque no se organice un acto de adoración, en cualquier iglesia católica que esté abierta encontrarás en su interior una capilla, o tal vez el altar mayor, en donde brilla una lamparita roja, tal como la llama perpetua que ardía ante Dios en el Templo de Jerusalén. Esa llama indica el lugar en donde está el sagrario, y allí dentro, aunque el sagrario esté cerrado, se encuentra la Sagrada Forma de la eucaristía, y en ella presente el mismo Jesús, con lo cual igualmente se puede ir allí a orar ante Jesucristo, que está presente en el sagrario no sólo de igual modo que estaba Yahvé en el Arca de la Alianza, sino más aún, pues siendo allí Jesús físico, su presencia se ve ante nuestros sentidos aumentada. ¿Te imaginas viajar en el tiempo y poder entrar al Templo de Jerusalén y poder entrar al sancta sanctorum y cruzar el velo y postrarte de hinojos Ante el Arca de Dios? Pues no necesitas ir tan lejos para hacerlo, cualquier sagrario católico tiene a Dios hecho materia en su interior. Los sagrarios son una imitación del Arca y frecuentemente, tienen a los lados dos imágenes de ángeles inclinados en adoración, tal como los querubines del Arca. Si tienes suerte y logras aceptar esa presencia física de Jesús ante ti, podrás experimentar por ti mismo la enorme diferencia que hay entre cerrar los ojos y hablarle a Jesús en el cielo, y esta experiencia de arrodillarse sabiendo que ahí delante, a pocos metros de ti, en un punto concreto y exacto, se encuentra Jesús mismo tan visible y tangible como tú y como yo, mirándote y escuchándote no desde los cielos, sino ahí, en frente de ti, a tu lado, tal como él quiso que fuera, tal como nos lo prometió.

Parece que tú por un lado sientes la curiosidad o el anhelo de experimentar eso por ti mismo, o ver si podrías tú sentir eso mismo o no. Y por otro lado sientes el peligro y el obstáculo de que tu formación como evangélico y tu pertenencia a una comunidad con reglas te lo impide. En este punto lamento no poder ayudarte. Me sería muy fácil, como católico, animarte a ignorar a tu iglesia y venir a nuestra eucaristía, pero soy consciente de que eso es un dilema moral personal que sólo tú puedes resolver. Son dos cosas importantes las que has de poner en la balanza, por un lado tu deseo de buscar la Verdad, y esa especie de llamada de Dios que te empuja a intentar buscarlo con mayor profundidad; por otro lado tu fidelidad a tus creencias evangélicas y a tu comunidad, pues en este caso seguir a tu corazón equivale en cierto modo a traicionar a los tuyos. Si realmente ese deseo que sientes lo experimentas como una llamada de Dios, supongo yo que poniendo la fidelidad a Dios en un platillo y la fidelidad a tu comunidad en el otro, el dilema tiene muy fácil solución. Pero si no lo sientes como una llamada sino como simple curiosidad, entonces tendrías tú que sopesar los beneficios y los riesgos de tal acción. Y si finalmente te decides a asistir, nos encantaría conocer tu experiencia, buena o mala, pero no tienes por qué contar nada ni a nosotros ni a nadie que no quieras, esto que te entretiene el alma es algo muy personal.

Veneración a los santos

Y luego está el otro asunto de la «quasi adoración» a la Virgen y a los santos. De entrada es estupendo ver a un evangélico hablando de «quasi adoración», porque lo habitual es que nos acusen de adoración, sin entender que haya otras formas de culto que no sean la de adorar, que adorar sólo a Dios podemos. Cierto que la veneración a los santos (incluida María) en ocasiones se lleva a tales extremos que como bien dices se asemeja (pero nunca llega) a la adoración, pero realmente no creo que esa actitud sea la más extendida, y aún así la Iglesia debería estar más alerta contra ella porque todos los excesos son malos. Sólo el amor y la adoración a Dios carece de límites.

Pero independientemente de que haya gente que se exceda en ciertas prácticas, eso no invalida las prácticas. El amor a los animales frecuentemente se lleva hoy a excesos que parecen inadmisibles, como amar más a una mascota que a los seres humanos, pero eso no quiere decir que amar a los animales sea algo malo por sí mismo, es el exceso el que es malo. La misma pastilla que cura, si te tomas la dosis multiplicada, te puede matar, y no por ello habríamos de prohibir la medicina curativa, sólo vigilar que nadie abuse de ella.

En tu caso el problema con las imágenes y santos puede estar en dos cosas. La primera puede ser que no comprendes del todo lo que significa la veneración. La segunda puede ser que te parece que tal cosa es totalmente ajena al cristianismo verdadero porque no está contenida en la Biblia. Y probablemente sea una combinación de ambas cosas. Intentaré darte explicación de cada una de ellas.

Los cristianos católicos veneramos a los santos. Venerarlos significa darles todo el respeto que su santidad merece, por ser espiritualmente grandes y por ser un modelo cristiano para los demás. Cuando la madre Teresa de Calcuta vivía entre nosotros, los católicos y los no católicos la admirábamos profundamente por lo que hacía, por su entrega y generosidad, por su vida, su ejemplo, su capacidad de enfrentarse a lo peor del mundo sin perder la sonrisa, por ser una luz que brillaba en las peores tinieblas. Pues ahora que es santa, lo que antes llamábamos profunda admiración ahora llamamos veneración, pero en esencia es muy parecido. Al ser ahora santa, o sea, al estar con Dios en el cielo, a esa admiración que ya teníamos se une su capacidad de rogar a Dios por nosotros, o sea, la intercesión. En realidad la capacidad de intercesión la tenemos también los vivos, pero al ser los santos perfectos (tras ser purificados), ser sus méritos muchos, y estar viendo a Dios cara a cara allá en el cielo, su intercesión es mucho más eficaz que la de los vivos. Improvisando aquí el término llamemos a esa intercesión “intercesión perfecta”. Veneración es cuando se junta la admiración con el acceso a su intercesión perfecta. Frente a esto hay dos objeciones que un evangélico puede plantear:

A- La Biblia nos da repetidos ejemplos de que los cristianos podemos y debemos interceder ante Dios por los demás, así que la intercesión es posible. Pero para un protestante la intercesión sólo es posible entre los vivos, porque los muertos no pueden interceder por nosotros ya que hasta el Juicio Final están dormidos, en estado inconsciente, y por tanto no pueden responder a nuestras oraciones en modo alguno. En realidad esta interpretación es desde nuestro punto de vista equivocada, la Biblia también nos da muestras de intercesión entre vivos y muertos, y sobre este asunto tenemos un artículo que podría interesarte leer: ¿Cómo pueden los santos escucharnos si dice la Biblia que duermen?

B- Los santos no tienen poder, sólo Dios lo tiene. Y en esto estamos nosotros también totalmente de acuerdo. Aunque a veces la religiosidad popular mal entendida sugiere de otra forma, la Iglesia Católica tiene muy claro que cuando un santo (incluida María) realiza un milagro o “concede” un ruego, no es por su poder, sino por el poder de Dios. Precisamente en eso consiste la intercesión, en rogar a Dios por los demás. Si yo le rezo a la Virgen pidiendo un favor y ella me lo concede, no es por su poder que yo lo recibo, sino por el poder de Dios que me lo ha concedido por intercesión de ella. Es igual que la luna; la luna es de roca y polvo, la roca no brilla, pero no podemos negar que en la noche la luna nos ilumina, más no es por causa de su luz que nos ilumina, sino porque refleja la luz del sol, que es la luz que, reflejada en ella, nos llega. Los santos son como la luna que refleja la luz del sol y nos bañan de luz, pero de luz divina, no de su propia luz, que no tienen. Además, la veneración real que merece un santo no es tanto por sus propios méritos sino porque ellos se han convertido en ejemplos vivos de la santidad y la gracia de Dios.

Según la teología de Lutero (la doctrina llamada de “depravación total”), el hombre es en esencia e irremediablemente corrupto, pecador, y ni Dios puede (o quiere) cambiar eso. Por mucho que el hombre se esfuerce, por muchas buenas obras que realice, eso no puede eliminar su corrupción, así que cuando muere, seguimos por siempre corruptos. Según el propio Lutero, la manera en la que el hombre puede ser aceptado en presencia de Dios y habitar con él en el cielo es “revistiéndose de Jesús”. Siguiendo esta metáfora podríamos decir que aceptar a Jesús completamente sería como si nos pusiéramos encima una túnica blanca que es la pureza de Jesús (el único hombre que fue puro), y así ocultos bajo esa túnica nuestra corrupción queda oculta y nos hacemos tolerables a Dios, pero bajo la túnica seguimos siendo corruptos. Si eso es así, entonces Dios nos amará no por lo que somos (corruptos), sino por lo que parecemos (disfrazados de Jesús). En la teología católica esto no es así, el hombre es pecador en esencia, pero puede esforzarse en ir ganando pureza con Su ayuda, aunque difícilmente podamos alcanzar la pureza total.

En el Apocalipsis nos dicen que nada impuro puede entrar en el cielo (21:27) y San Pablo lo reafirma diciendo que tras la muerte muchos irán al cielo pero pasando antes por un proceso de purificación como si pasaran por el fuego (1 Cor. 3, 13-15). Este proceso de purificación hace posible que los que sean llamados al cielo entren en él en perfecta pureza, no disfrazados de una falsa pureza que no tienen. Y es esta una de las mayores grandezas de Dios para con nosotros, que siendo esencialmente imperfectos Él nos concede, por su gracia, la perfección física (cuerpo glorioso) y espiritual, y así podremos estar con Él. A ese proceso de purificación, que no es castigo sino la gran gracia que Dios nos concede, le llamamos nosotros purgatorio, pero igualmente lo podríamos llamar “proceso de purificación” y, como toda purificación, no es placentera (por eso Pablo pone como metáfora el paso por el fuego). Pero bien creo yo que se sentirá muy dichoso quien así sea purificado sabiendo que ello va en su mejora y que eso le lleva derecho al cielo, nada parecido a una especie de infierno temporal como tan malamente se suele creer a nivel popular.

Por tanto los santos son la prueba palpable de ese poder y esa gracia de Dios, que toma barro sucio y lo transforma en diamante para llevarnos ante su presencia. Cuando veneramos a los santos no sólo estamos mostrando nuestro respeto y admiración por ellos, sobre todo estamos asombrándonos por la obra que Dios ha realizado en ellos y son para nosotros heraldos y pruebas de esperanza en nuestra propia purificación, en un mismo sentir con María, que siendo purificada por Dios en este mundo pudo decir “el Señor ha hecho en mí maravillas”, y cuando vemos a un santo estamos contemplando las maravillas que ha hecho el Señor y las que tal vez pueda hacer igualmente en nosotros. Creo que todo eso es motivo de sobra para venerarlos. Siguiendo la anterior metáfora, al venerar a un santo lo que veneramos principalmente es el diamante en el cual Dios lo ha convertido, y ese diamante que ahora es no es sino la gracia de Dios mismo, y tal cosa no puede dejar de causarnos asombro.

La sola scriptura

El segundo problema que el culto a las imágenes y a los santos plantea a un evangélico es que tal cosa es antibíblica. Pero este punto hay que aclararlo, ¿por qué piensan que es antibíblico? porque no está en la Biblia, por supuesto. Mas para aceptar que si algo no está en la Biblia es antibíblico primero tenemos que aceptar la idea de que toda la Verdad cristiana está y solamente está contenida en la Biblia. Eso es lo que se llama la Sola Scriptura. Para un evangélico la Sola Scriptura se da por sentada, ni siquiera hay que defenderla, simplemente es la base de todas sus creencias. Y sin embargo, si quieres comprender mejor a los católicos no tendrías más remedio que analizar esa creencia para así poder comprender por qué nosotros la rechazamos. Analizar una creencia no significa renunciar a ella, significa intentar comprenderla y comprender también las objeciones que otros ponen. Como no necesito darte ningún argumento en apoyo de esa doctrina, me limitaré a darte las objeciones que los católicos le ponemos, o sea, te intentaré explicar por qué los cristianos católicos nunca hemos tenido esa doctrina, ni antes de Lutero ni después.

Los evangélicos dicen que sólo es verdad lo que está escrito en la Biblia, el resto es antibíblico y hay que rechazarlo. Según esa misma doctrina entonces la Sola Scriptura debe ser rechazada porque no está escrita en la Biblia. La Sola Scriptura es antibíblica, literalmente. No hay ningún sitio de la Biblia en donde se diga que sólo hay que creer lo que allí está escrito, ni tampoco existe ningún sitio en la Biblia donde se diga qué textos son Biblia y cuáles no.

El Islam puede aplicar la doctrina de la Sola Scriptura si quiere, podría hacerlo perfectamente, porque el Islam surgió de un libro, el Corán, que según Mahoma le fue dictado directamente por Dios. En ese caso siempre, desde su mismo nacimiento, existió un texto escrito, y ese texto estaba muy bien definido y su autor era supuestamente el mismo Dios, así que no había nada que discutir al respecto. Aceptar el Islam, desde su inicio, suponía aceptar el libro que Dios había escrito. Tampoco nadie tuvo nunca que discutir sobre si este o el otro texto debían considerarse o no palabra de Dios, pues fue el mismo Dios quien dictó el Corán, que era un solo libro, y ningún otro texto podía ser añadido a él. En esas condiciones se podría hablar de Sola Scriptura.

Pero el cristianismo es diferente. Ya el mismo judaísmo había sido diferente. Su religión no estaba exclusivamente ligada a un libro escrito por Dios, sino que era una tradición oral, unas historias, que fueron transmitidas a través de los siglos, en su mayoría sin escribir, y con el pasar del tiempo se fueron escribiendo una serie de libros que con diferencias de grado y de naturaleza se consideraban reflejo de la Palabra de Dios, aunque no escritos por Él, sino por hombres que en el momento de escribirlos en su mayoría no eran en modo alguno conscientes de estar escribiendo un texto sagrado. Fue en el siglo V a.C. cuando se compilan esos textos y esas historias orales y se escribe lo que hoy llamamos Antiguo Testamento. Y aún así, nunca antes de Cristo hubo un consenso claro sobre qué libros eran o no eran Palabra de Dios. En diferentes zonas el canon variaba, y los dos principales cánones de referencia, el de Alejandría y el de Jerusalén, mantenían algunas diferencias incluso en tiempos de Jesús. Pero es que incluso en la misma Jerusalén había judíos que seguían el canon de Jerusalén y otros que seguían el de Alejandría. Ni siquiera podemos estar seguros de cuál es el canon que manejaba Jesús, pues algunas de las citas que comenta parecen sacadas de historias del canon de Alejandría, y hay un puñado de citas suyas que están sacadas de libros que hoy no forman parte de la Biblia ni cristiana ni judía. Por tanto si decimos que cualquier cosa que no estaba entonces en el Antiguo Testamento era antibíblica (el Nuevo aún no existía), tendríamos que acusar a Jesús de ser algunas veces antibíblico por usar algunas citas que no están en la Biblia (en la nuestra, claro) como si estuvieran al mismo nivel que las citas que sí lo estaban.

No será hasta mucho tiempo después de morir Jesús cuando los judíos se pongan de acuerdo en qué libros exactamente eran o no eran Palabra de Dios. Y ese canon judío (decidido por judíos tiempo después de Cristo) es el que Lutero decidió adoptar, abandonando el canon que hasta entonces habían usado la mayoría de los cristianos, que por ser en sus inicios de habla griega habían usado mayoritariamente el canon de la versión griega de la Biblia, que estaba traducido del canon de Alejandría. Esa es la razón por la que los protestantes tienen hoy en el Antiguo Testamento menos libros que los católicos, y a pesar de ello la mayoría, sin conocer la historia, nos acusan a nosotros de haber “añadido” libros a la Biblia, cuando fue Lutero quien los quitó de ahí, quitando al mismo tiempo un buen puñado de doctrinas cristianas que se reflejaban en ellos (como la oración por los difuntos y el purgatorio, que allí más claramente se veía).

Y ahora llega Jesús y comienza el cristianismo. Pero no llega como el Islam, con un profeta que al dictado de Dios nos entrega un libro con su palabra (o como Ba’h’aula, que hizo lo mismo), sino que llega con Dios mismo, encarnado en Jesús, predicando su Evangelio. Jesús no escribió ni un solo texto sagrado, aunque siendo rabí evidentemente sabía escribir. Pudo escribir pero decidió no hacerlo. Si lo hubiera hecho hoy tendríamos todos unos textos que incontestablemente y literalmente serían Palabra de Dios desde el principio hasta el fin de los tiempos. Pero Jesús no quiso dejarnos ningún escrito, durante todo el tiempo que duró su ministerio sólo quiso predicar oralmente su palabra y formar a sus discípulos, porque para Él era más importante la transmisión humana que la letra fría. Un texto se puede interpretar de mil maneras, y todos ven su idea claramente reflejada en él, pero si es una masa de personas la que transmite un mensaje, no hace falta interpretar nada, porque esa palabra viva que se transmite, se enseña y explica al mismo tiempo que se transmite, y el que la escucha puede indagar y preguntar y resolver dudas apelando a quien se la transmite, algo que un libro por sí solo no puede hacer. El libro está ahí, mudo, y sólo puede ofrecerte su texto, y es el lector el que al leerlo lo interpreta, teniendo que elegir entre todas sus posibles interpretaciones.

Ahí está la diferencia entre las enseñanzas de la Iglesia, que se han transmitido de generación en generación, y las doctrina protestantes, que están en un continuo proceso de reinvención, siendo continuamente interpretadas y reinterpretadas, dando lugar a miles de interpretaciones diferentes, todas ellas reclamando para sí la iluminación del Espíritu Santo y la razón certera, y aún así todas ellas diferentes. Podría parecer que en principio la palabra escrita tiene más estabilidad, y la palabra oral es más susceptible de ir siendo modificada, pero en la práctica no ha sido así, pues el protestantismo ha ido cambiando continuamente desde su nacimiento hasta hoy, mientras que el catolicismo, siendo cuatro veces más antiguo, mantiene hoy las mismas creencias que tenía la Iglesia primitiva. Cuando un católico lee los textos de San Ireneo, San Clemente, la Didaché, San Policarpo, etc. (todos ellos del siglo primero y segundo), no encuentra en esos textos nada que contradiga sus actuales creencias. Un protestante sólo podría estar de acuerdo con parte de lo que ellos dicen, pero no podría estar de acuerdo con muchas de esas cosas, pues la fe protestante difiere bastante con la de la Iglesia primitiva, que era tan católica como lo es actualmente. Un protestante moderno ni siquiera podría estar de acuerdo en todas las doctrinas de Lutero, pues el cambio está en el mismo ADN protestante a causa de su defensa de la libre interpretación de las Escrituras.

Jesús predicó, pasó sus enseñanzas (orales) a los apóstoles y a miles de discípulos suyos, y cientos de ellos, tras su ascensión, siguieron predicando esas enseñanzas por todo el mundo conocido. De todos los apóstoles sólo Pedro, Santiago y Judas dejaron alguna carta, y sólo Juan escribió extenso (un evangelio y el Apocalipsis). Otras cartas hay de Pablo. De todos los demás nada tenemos por escrito, aunque es evidente que pasaron el resto de su vida predicando la Palabra. De los miles de discípulos directos de Jesús o de sus apóstoles sólo tenemos escritos de Mateo, Marcos y Lucas (y también de San Policarpo, el papa Clemente o Papías, aunque no formen parte de la Biblia). Eso quiere decir que la mayor parte de la predicación cristiana del siglo primero no se hizo por escrito, sino oral. Cuando Jesús ascendió al cielo dejó ya en la tierra toda una muchedumbre de cristianos, pero esos cristianos no tenían más “Biblia” que el Antiguo Testamento, e incluso aquél, como hemos visto, no formaba aún un canon claro y uniforme. El Evangelio que predicaban los apóstoles no era ningún texto sagrado, era la Palabra de Jesús (no la letra) que se enseñaba por todas partes a viva voz.

Si el protestantismo fuera lo que Jesús predicó, entonces podríamos decir que no existían cristianos en esa época, pues no existían aún textos del Nuevo Testamento. Esos textos se fueron escribiendo poco a poco a lo largo de todo el siglo, y el último de ellos no se escribió hasta los años 90, aunque la exégesis moderna afirma que varias cartas no eran de Pablo o Pedro sino de discípulos suyos que las escribieron a principios del siglo segundo probablemente. Pero incluso estando los textos escritos, la Iglesia se expandió oralmente mucho más rápido y a más distancia de lo que lo hicieron esos textos en su difusión. Eso muestra que cristianismo y Biblia no formaban por entonces un binomio inseparable tal como la Sola Scritura defiende. La gente conocía y aceptaba el Evangelio no porque estuviera escrito en ningún texto, sino porque oralmente se lo enseñaban. Si posteriormente aceptaron los textos escritos fue precisamente porque esos textos reflejaban bien la Tradición oral, no al revés, de hecho si un texto cristiano no era en todo conforme a esa Tradición, era rechazado. Pero incluso cuando tenían los textos, los cristianos creían que esos textos reflejaban muchas cosas del Evangelio, pero no defendían la idea protestante de que el Evangelio entero estaba en ellos y solo en ellos. Dicho de otro modo, en los primeros siglos del cristianismo (los más puros), no existía nada de lo que pudiera decirse “en estos textos y sólo en estos textos está contenida la Palabra de Dios”, por lo tanto el protestantismo no podía de ningún modo ser la fe que los antiguos cristianos profesaban. Aunque hay muchas pruebas de ello te pondré sólo un fragmento de un discípulo de Juan:

Junto con las interpretaciones [de los evangelios], no vacilaré en añadir todo lo que aprendí y recordé cuidadosamente de los ancianos, porque estoy seguro de la veracidad de ello. […] Y siempre que alguien venía que había sido un seguidor de los ancianos, les preguntaba por sus palabras: qué habían dicho Andrés o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Santiago, o Juan, o Mateo o cualquiera otro de los discípulos del Señor, y lo que Aristión y el anciano Juan, discípulos del Señor, estaban aún diciendo, porque no creía que la información de libros pudiera ayudarme tanto como la palabra de una voz viva, sobreviviente. (Papías de Hierapolis, discípulo de San Juan, año 100)

Si Juan, que escribió un evangelio y el Apocalipsis, creyese en la Sola Scriptura, sería absurdo que su discípulo Papías, nos dijera que daba más fe a la predicación oral de quienes conocieron a Jesús que a los textos escritos (entre los que estaban muy principalmente los que había escrito su propio maestro). Por tanto Papías debía de ser muy consciente de que el Evangelio era mucho más que los escritos que existían. Ya en el siglo dos tenemos que la predicación oral continúa, y los textos que hoy llamamos Nuevo Testamento están ya escritos y aceptados por la mayoría, pero la actitud de Papías refleja la actitud normal entre aquellos primeros cristianos; reciben los textos como parte del Evangelio, pero ni como su parte principal ni mucho menos como su parte única. Treinta años después de que escribiera esto Papías tenemos a otro discípulo de Juan, San Policarpo, que nos dice esto sobre las Escrituras: “no se puede en ellas descubrir la verdad si no se conoce la Tradición”. Y ese mismo año San Ireneo de Lyon nos escribe estas palabras:

Siendo, pues, tantos los testimonios, ya no es preciso buscar en otros la verdad que tan fácil es recibir de la Iglesia, ya que los Apóstoles depositaron en ella, como en un rico almacén, todo lo referente a la verdad, a fin de que «cuantos lo quieran saquen de ella el agua de la vida» […] Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias? (San Ireneo de Lyon, Contra las herejías III,4,1. Año 130)

Vemos que San Ireneo dice de la Iglesia lo mismo que un protestante diría de la Biblia, que es “un rico almacén” donde está depositado “todo lo referente a la verdad” (nota que Jesús se marchó sin dejarnos ningún texto escrito, lo que nos dejó fue la Iglesia). Lo que está haciendo toda esa gente es lisa y llanamente argumentando en contra de la doctrina de la Sola Scriptura, diciendo que el Evangelio no se limita a los textos conservados sino que es aún más, hasta el punto de que esos textos, siendo muy útiles, no son necesarios, que el cristianismo no necesita de textos para existir (algo que hoy sonaría muy fuerte incluso dentro de la propia Iglesia Católica). En una sociedad en donde casi nadie sabía leer ni escribir, este rol secundario de los textos frente a la palabra viva era comprensible; algo como la Sola Scriptura sólo tiene sentido a partir del momento en que nació, cuando ya existía la imprenta y cada vez más gente podía leer. En el siglo IV el mismo San Agustín sigue reafirmando la superioridad de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia sobre los textos bíblicos:

No creería en el Evangelio si a ello no me moviera la autoridad de la Iglesia católica […] Si tú dices, No creas a los Católicos: Tú no puedes con rectitud utilizar las Escrituras para traerme a la fe en [el hereje] Maniqueo; porque fue bajo el mandato de los Católicos que yo creí en las Escrituras. […]

Pero aún hay una prueba que para nosotros resulta definitiva. Durante los primeros siglos los cristianos no tenían un canon definido para el Nuevo Testamento. La mayoría de los libros actuales eran comúnmente aceptados, pero algunos no, y también había algunos libros que por entonces eran muy aceptados como sagrados por muchísimas comunidades y que finalmente fueron rechazados y hoy no están en la Biblia. Entonces, ¿quién decidió qué libros eran Palabra de Dios y cuáles no lo eran? Pues fue precisamente la Iglesia Católica la que lo decidió en el III Concilio de Constantinopla en el año 691. Hasta casi el siglo VIII no existía una Scriptura definida y aceptada por todos, por lo que la idea de Sola Scriptura resultaría hasta entonces absurda. ¿Quiere eso decir que el cristianismo no apareció hasta el siglo VIII? Pero los protestantes aceptan firmemente la decisión de la Iglesia del 691 y la consideran tan infalible hasta el punto de fundamentar toda su fe en, y sólo en, los libros que la Iglesia Católica en ese concilio decidió que eran la Palabra de Dios. Esa infalibilidad absoluta sólo puede proceder de Dios, del hecho de ser la Iglesia que Dios fundó y la misma a la que Jesús prometió enviar el Espíritu Santo para que tuviera recto discernimiento y no se saliera de la verdad. Es en virtud de esa protección divina que podemos estar seguros de que las enseñanzas y decisiones doctrinales de esta Iglesia son verdaderamente Palabra de Dios, incluidos los textos que ella decidió que así lo eran.

Es esa misma Iglesia la que declaró oficialmente también en un concilio que la veneración de los santos y el uso de imágenes en el culto era conforme a la voluntad divina. Si tú aceptas firmemente que esa Iglesia dijo correctamente en cuanto a qué libros eran sagrados, no tienes ningún argumento serio para negarle a esa misma Iglesia la infalibilidad cuando dijo que el culto a los santos y el uso de imágenes eran también cosa sagrada. Si rechazas o pones en duda lo segundo, entonces no tendrías ningún argumento para aceptar sin dudarlo lo primero. Si niegas la infalibilidad de la Iglesia entonces tendrías que rechazar el Nuevo Testamento como base infalible de tu fe, porque el Nuevo Testamento te lo dio ella. Y si crees que el Nuevo Testamento es la única y exclusiva base infalible de tu fe, entonces tendrías que rechazar la infalibilidad de la Iglesia por estar equivocada en ese punto, pero eso te obligaría al mismo tiempo a desconfiar de lo acertado de su decisión en cuanto al canon, lo cual te obligaría a rechazar la Sola Scriptura igualmente.

Como ves es un bucle irresoluble. La misma doctrina que niega a la Iglesia Católica no podría existir si negamos a la Iglesia Católica, eso es una profunda contradicción en la base misma de tus creencias. Yo te diré lo mismo que dijo antes San Agustín, si yo acepto la Biblia como Palabra de Dios sin dudarlo es porque así me lo ha enseñado la Iglesia Católica, no sería posible rechazar a esa Iglesia sin rechazar también a la Biblia que ella nos dio. Eso explica por qué los católicos tenemos doctrinas que no aparecen en la Biblia y aún así no vemos en ello ninguna contradicción ni ningún problema. Nuestra fe no procede exclusivamente de la Biblia, como la vuestra, sino de la misma Iglesia, que fue fundada por Jesús y otorgada con su poder para no caer en el error (aunque nada nos libra del pecado). Y esto de la Sola Scriptura está en parte sacado de nuestro último artículo, así que si quieres más detalles puedes acudir allí y leerlo aquí.

Y todo esto te he dicho para que puedas entender por qué nosotros creemos en la veneración de los santos y en el uso de imágenes dentro del culto. Esas dos cosas no aparecen en los textos bíblicos, forman parte de la Tradición de la Iglesia, al igual que la misma Biblia forma parte de la Tradición de la Iglesia. Así como Jesús quiso tener presencia física entre nosotros en la Eucaristía, porque nosotros necesitamos lo físico también (“Y estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”), así también quiso dejarnos una Iglesia física (y no sólo espiritual) y visible para que nos guiara en su nombre con sus enseñanzas y su palabra viva, siendo cual profeta que no es la suya enseñanza ni decisiones humanas, sino el mismo Jesús que actúa y nos guía a través de ella. Por eso también puede la Iglesia, sin alejarse ni corromper nunca la Verdad, actualizar, aclarar y adaptar el Evangelio a las necesidades cambiantes de unos tiempos que cambian, para que la Verdad se siga entendiendo y siendo la misma.

Las imágenes

El tema de las imágenes en concreto es un claro ejemplo de esa adaptación. Cuando los cristianos eran una minoría rodeada de un mundo pagano lleno de dioses y de ídolos, el uso de imágenes fácilmente habría derivado en idolatría. En el siglo I la mayoría de los cristianos eran judíos, que rechazaban las imágenes, y a partir del II la mayoría eran paganos que se convertían al cristianismo, y si ellos, que adoraban antes a ídolos, hubieran tenido que venerar imágenes, fácilmente hubieran seguido con los mismos esquemas mentales y simplemente habrían pasado de adorar a Hermes a adorar a San Pedro. En esos tiempos no era nada juicioso usar imágenes en el culto, aunque aún así algunos las usaban, al menos en pinturas. Pero cuando el cristianismo se convirtió en la religión mayoritaria y luego desapareció del todo el paganismo, entonces la Iglesia consideró que ya no había peligro para usar imágenes, que ciertamente ayudan al hombre a sentir más de cerca las realidades allí representadas pero ya sin peligro de caer en una idolatría que había quedado olvidada.

Y que esa decisión fue acertada lo sabemos con seguridad porque fue la Iglesia de Jesús quien lo decidió, y sus decisiones doctrinales son infalibles. También en esto hay que diferenciar entre doctrinas que reflejan la Verdad (como que Jesús es Dios, que también lo zanjó así la Iglesia frente a todos los que lo negaban) y las doctrinas utilitarias, que no tienen relación con la verdad sino que son cuestiones prácticas y útiles. El culto a las imágenes no es ninguna “verdad”, es un acto que puede ser considerado bueno para acercarse a Dios o perjudicial. Como comentábamos antes, adorar a Jesús presente en un punto concreto y no sólo “en el universo entero” hace que nuestra adoración pueda ser mucho más intensa, pues el uso de imágenes, que no son nada más que una representación pero nos ayudan también a focalizar nuestra atención en un punto determinado, también son de gran utilidad. La Iglesia decidió que en ese momento, desaparecido el paganismo, las imágenes ya no eran peligrosas sino que podían ser útiles, y su decisión no puede ser equivocada, pero eso no quiere decir que sin imágenes no pueda haber cristianismo, ni mucho menos, igual que el celibato sacerdotal es una instrucción (ni siquiera llega a “doctrina utilitaria”) dada por la Iglesia porque consideró que en esos momentos era lo más acertado, pero que podría revocar en cuanto considere que las circunstancias ya lo desaconsejan.

Si eres de los que piensan que la Biblia prohíbe el uso de imágenes y arrodillarse ante ellas, te diré que cuando en la Biblia se condenan las imágenes siempre se utiliza la palabra hebrea que significa “ídolos”, imágenes de otros dioses, pero nunca se utiliza la palabra que significa simplemente “representación”, que es la que usa, por ejemplo, cuando se refiere a las imágenes que Dios manda esculpir para el Templo (querubines, toros, palmeras, etc.). Muy próximamente empezaremos a publicar artículos que tratarán el asunto de las imágenes con gran detalle.

Y esta es la visión que los cristianos católicos tenemos de estos temas. Aunque rechaces todas estas explicaciones, al menos espero que sí puedas ver que nuestras creencias están todas fundamentadas y que nosotros en nada de todo ello vemos contradicción alguna.

Y sin duda habrás encontrado en todas estas explicaciones cosas que no te convenzan o que no te hayan quedado claras o que te hayan hecho surgir nuevas dudas. En cualquier caso, te animamos a hacernos todas las preguntas que quieras y procuraremos, dentro de nuestra limitada capacidad, darte aclaraciones a todas ellas, y a ser posible con más brevedad, siempre que ello no suponga sacrificar la claridad.

Quedando a tu servicio

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6 respuestas a “CARTA Nº 8: La Eucaristía y los santos (dudas de un evangélico)”

  1. Avatar de José Carlos Pando Valdés
    José Carlos Pando Valdés

    Saludos,
    Lo seguido ya lo expresé una vez, creo que en la carta #5, pero el comentario no se publicó, parece ser que no les llegó o algo así.
    Yo soy un estudiante del tercer año de la carrera de medicina, soy católico hace apenas 6 años y desde que entré en la Iglesia siempre me interesé por el corte apologético; es que en mi localidad la inmensa mayoría de los creyentes son protestantes y constantemente apabullan a los católicos. La diócesis en sí no se preocupa por invertir en esto y el conocimiento es algo que se cultiva poco (aunque por mi experiencia es un mal general en la Iglesia), con acceso Internet he podido frecuentar muchas páginas de apologética y de ahí básicamente he aprendido lo poco que sé.
    La razón por la que escribo es para ver si sus escritos se pueden copiar, pretendo hacer dos cosas: una crear un página .cu a la que puedan acceder los cubanos dentro del dominio de cubava.cu, pues aquí los muchos ni pueden conectarse a Internet, ni tienen literatura religiosa, y segundo confeccionar algunos materiales donde de forma exhaustiva se trate un tema, ya esto último ha comenzado a tomar forma con la ayuda de mi sacerdote. Estos pequeños proyectos no van a ser la panacea de la ignorancia religiosa de mi pueblo, pero han de servir para instruir en nestras razones.
    Así pues, lo que quiero es saber si puedo extraer de lo que ustedes publiquen, ya que básicamente lo que podría yo hacer es abordar un tema desde la mayor cantidad de aristas posibles con información de Internet.
    De antemano gracias y espero su respuesta
    Dios les bendiga

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      Hola Jose Carlos, estaremos encantados de ayudar en tu proyecto. Si usas un artículo entero basta con que cites que está tomado de apologia21.com, y si lo que tomas son sólo fragmentos pequeños o ideas entonces no es necesario que nos cites siquiera. Si elaboras material tomado de un número pequeño de webs, por cortesía deberías añadir al final una página mencionando que para elaborar tu material te has servido entre (otras cosas) de tal lista de páginas, y con eso cumples sobradamente. Un abrazo y mucha suerte con tu proyecto, cosas así son las que necesitamos, y lamentamos no haber tenido noticia de tu petición anteriormente, no se habría quedado sin contestar.

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      1. Avatar de José Carlos Pando Valdés
        José Carlos Pando Valdés

        Saludos,
        Gracias por su respuesta, sinceramente creí que estaba siendo ambivalente, bueno por ayudar a entender la fe católica y malo por plagio. Con esto pues me quedo calmado pues siempre cito de dóndo saco la información.
        Cuando tenga algunos artículos en el blog, se lo mandaré y quizás Usted pueda verlo y hacerme sugerencias, también allí en alguna pestaña que se llame Descargar he de poner en pdf los materiales que estamos haciendo.
        Gracias y Bendiciones

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  2. Avatar de Pedro
    Pedro

    Estimado hermano, ante todo, muchísimas gracias por regalarme algo tan valioso como su tiempo, en contestar y desarrollar, con profundo conocimiento, y desde su fe, todo lo que aquí me ha expuesto. Sinceramente he sentido como haber tenido a alguien de visita en mi hogar. La narrativa desde el comienzo, fue como una charla, en la cual por razones obvias, he sido solo oidor. Me ha esclarecido mucho el tema de lo que significa la adoración Eucarística, (no tenía en cuenta que esto sucedía en cada Misa) tenía solo en cuenta lo que usted me explica en ese «acto independiente…». También clarifica mucho sobre lo que es la veneración. Es un artículo al cual voy a releer, y meditar. Gracias por sus respetuosas palabras y su trato afable. Todo está muy bien explicado y fácil de entender. Y en cuanto a que un sacerdote no me contestó; sepa disculpar, pero es una confusión, entré al artículo que me interesaba de este blog, y al ver el logos de Catholic.net, (donde ahora prestando atención, observo que son miembros), supuse que estaba en ese sitio. Sigan con dedicación y fidelidad, en esta hermosa labor, que el Señor les ha dado. Hasta pronto, Pedro.

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    1. Avatar de Christian M. Valparaíso

      Muy complacido de que el artículo haya sido de tu agrado y te haya clarificado cosas de nuestra fe. Ha sido un placer dedicarte el tiempo, y no dudes en pedir todas las aclaraciones que necesites. Un saludo.

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  3. Avatar de Roberto Carrasco Macedo.
    Roberto Carrasco Macedo.

    Amplia pero clara y didáctica aclaración.

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